Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Sobre «Recuerdo de la hermana» en Las rosas de Hércules de Tomás Morales. Con un texto de Alonso Quesada.

Jueves, 20 de junio de 2013
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el n.º 475

¿Maquillaría el joven estudiante y ambicioso poeta entonces el poema de Los Lunes de El Imparcial, al considerar provinciana o poco española la estrofa del arrorró canario inserta en él?

Detalle de la portada de la primera edición de Las Rosas de Hércules.

 

 

El poema titulado «Recuerdo de la hermana», que aparece en el Libro I de Las rosas de Hércules, de 1922, no había sido publicado en el primer libro de Morales, Poemas de la gloria, del amor y del mar. Por otra parte, no se encuentra en la maqueta del Libro I que Tomás Morales dejó preparada antes de su fallecimiento. El editor del libro, Fernando González Rodríguez, lo integró en este Libro I de Las rosas de Hércules, y lo colocó al final de lo que en la maqueta del libro lleva como título «Poemas de asunto vario», con el complemento del nombre en singular, y no en plural como apareció en el citado Libro I, sección que se correspondería con la segunda parte de Poemas de la gloria, del amor y del mar, titulada «Poemas de la Gloria». También integró en el libro otros poemas que no están en la maqueta, como «Por la muerte de un educador», «Himno al Volcán» y «En el tránsito de Bernardino Ponce». Por lo que se dice, el verdadero encargado de la edición del libro era Enrique Díez-Canedo, hombre con experiencia en tales lides. Más adelante veremos cómo decide algunos pormenores de la edición. Pero parece que dejó en manos de Fernando González Rodríguez la mayor parte del trabajo.

 

Por su contenido parecería encajar en el conjunto de las «Rimas sentimentales» (llamado ahora, en el Libro I, «Vacaciones sentimentales»), al estilo de los poemas «Y he recordado…», «Entonces era un niño con los bucles rizados» (donde aparecen «algunas niñas, amigas de mi hermana»; hago notar que, si esta hermana es real, no podrá ser la referenciada en el poema «Recuerdo de la hermana»). El recuerdo sororal aparece explícito también en el poema «La bruma de nuestra alma» (descartado del Libro I de Las rosas de Hércules), en el que «nuestra memoria indaga» «los encantos añejos» «del pretérito ensueño». La hermana aparece también en el poema «Y con la luna ha vuelto la visión de mi hermana», que había venido de la pensión a pasar el verano en la casa, con catorce años. Véase el escrito de Alonso Quesada que presento más adelante, en el que habla de «puras oraciones sentimentales». Como alguien que estaba «en el secreto», nos cuenta cómo preparó Tomás Morales la maqueta del Libro primero.

 

Aunque en esa primera parte de Poemas de la gloria, del amor y del mar existen poemas con versos endecasílabos, este «Recuerdo de la hermana», métricamente, me parece que está más cercano en su elaboración a los endecasílabos de la «Epístola a Don Alonso Quesada», escrita de algún modo antes del 17 de septiembre de 1913, en que tuvo lugar la lectura de El lino de los sueños en el local de Los Doce, y de la cual Gutiérrez Castro transcribe un verso, dentro de las palabras pronunciadas entonces por Alonso Quesada, el 19 de septiembre del mismo mes.

 

Uno se podría preguntar si el criterio de inclusión de este poema en la segunda parte del libro no sería el equilibrar el número de poemas (12-12-18). De seguir a rajatabla la maqueta del libro, hubiera resultado 12-8-18. Sin embargo, según la estudiosa Belén González Morales, el poema se encuentra bien posicionado en el sitio en que se halla, según la concepción de la mujer en la obra de Morales y por la importancia del simbolismo del viaje (La construcción mítico-imaginaria en Las Rosas de Hércules, de Tomás Morales, trabajo inédito aún).

 

¿De dónde tomó Fernando González el poema para integrarlo en el Libro I? Deben faltar hojas de la maqueta del libro que Tomás Morales había preparado, en las cuales se encontraba el poema, de donde posiblemente lo tomaría el editor. Ni yo ni otras personas de las que conocieron el archivo de Tomás Morales, cuando se encontraba depositado en la Casa de Colón o en la Biblioteca Insular, recordamos tal poema ni en recortes, ni manuscrito. Posiblemente Fernando González tendría alguna copia, manuscrita o mecanografiada, del poeta, o el recorte de su publicación. Consulté los cuadernos de su archivo con recortes de poemas, en los que hay muchos de Tomás Morales, y no he podido encontrar el de este poema.

 

Los versos se publicaron, con título distinto y con variantes de envergadura a como lo insertó Fernando González en el Libro I, en Los Lunes de El Imparcial, el 25 de julio de 1920. El autor del poema aún vivía, y de seguro se lo envió a su amigo, asiduo colaborador de El Imparcial, y también poeta de la época de juventud en Madrid, Ángel Vegue y Goldoni. Por lo que se ve, Fernando González, o no conocía esta versión (cosa muy rara, dada la categoría de la página literaria en que apareció), o no quiso valerse de ella para integrarla en el Libro I de Las rosas de Hércules. Por eso nos preguntamos si el poema vería la luz en alguna otra publicación, o se encontraba en la maqueta preparada por el poeta y se traspapeló.

 

¿Maquillaría el joven estudiante y ambicioso poeta entonces el poema de Los Lunes de El Imparcial, al considerar provinciana o poco española la estrofa del arrorró canario inserta en él?

 

Cualquiera que lea las dos versiones, estará de acuerdo en que la de El Imparcial, de 25 de julio de 1920, es más feliz que la del Libro I de Las rosas de Hércules, salvo el empleo inadecuado de algunos signos de puntuación y la errata (o no) de la última palabra del poema. Este sufre una transformación para mejor en esta que yo creo última versión del poeta, la de Los Lunes de El Imparcial.

 

En primer lugar, el título es más sugerente y abarcador, que el concreto del libro. Del muy evidente «Recuerdo de la hermana», se pasa al más, digamos, intencionado y poético «El poeta en el Extranjero». La perspectiva cambia. El lector tendrá que hacerse su composición de lugar y añadir en su mente, después de leído el poema: «y recuerda a la hermana». El motivo del viaje, explicitado en el título del periódico madrileño, es recurrente en Tomás Morales. Los «Poemas del mar» ya lo mostraban. El poeta acude a la segunda persona y a la apelación, y a expresarse en primera, elementos presentes de algún modo en todas las estrofas.

 

Las diferencias de puntuación son muchas, y mejoran la lectura del Libro I. Compárense los versos. 6, 7, 10, 11, 12, 14, 16, 18. 19, 21, 24, 25, 26, 27, 28, 30, 31, 33, 34, 37, 38, 41, 42, 44, 46, 48, 49, 50, 51, 52. Un buen número de estos signos va en la dirección de precisar los sentidos, convirtiendo lo que es simplemente especificativo en explicativo. Evidentemente, la hondura de los sentimientos expresados se acentúa con estas soluciones. Es verdad que algunos elementos de la puntuación de El Imparcial ofrecen un retroceso en la lectura; pero esos casos son pocos (el final del v. 3, en el v. 20, en el v. 37). Es de notar la abundancia de puntos suspensivos en la versión del periódico madrileño (diez, tres de ellos en el interior del verso), frente a las cinco evidencias en la versión del Libro I. Esta marca suprasegmetal incide en el ambiente evocador del poema. Al considerar la puntuación de la versión del Libro I, me asalta la idea de si el editor del libro tuvo ante sí una versión manuscrita del poeta, que no solía puntuar con corrección, a la espera de la ayuda de algún amigo más ducho en tales gramaticalerías.

 

Más novedosas y enriquecedoras son las diferencias léxicas. En primer lugar, el término «prima-noche» de la versión del Libro I (v. 4) pasa al más común «prima noche», en El Imparcial. Ocurre lo contrario en el v. 29, las dos palabras «bien hallada» de la versión del Libro I se presentan como una sola en la versión de El Imparcial: «bienhallada», quizá por imitación de otros términos parecidos que sí se suelen escribir juntos (bienhadado, bienhablado, etc.). En el v. 8, se encuentra el primer vocablo cambiado: el «feliz» del Libro I se convierte en «infantil», explicitando más claramente el «recuerdo» de la infancia. El segundo término cambiado es el verbo «miran», que en El Imparcial se convierte en «buscan» (v. 13), un verbo con marcas de mayor actividad e interés que el más contemplativo «miran». En el v. 18, encontramos el tercer término cambiado. La «quietud» del Libro I se trueca en la «emoción» en El Imparcial. El verso aparece como más luminoso, con vocales más claras, y se personifica más el término «silencios». Además, el poeta ha omitido repetir el uso de la misma raíz lexemática que ya había empleado al final del v. 10 («en la penumbra quieta»). En el v. 26, vemos el cuarto término cambiado. El ambiguo «llegamos» (presente y pasado) del Libro I se convierte en el indudable pasado «vinimos», elemento verbal que presenta la acción como ya acabada. Quizás este perfecto simple o pretérito indefinido es el único elemento que se sale de la actualidad del poema. Posiblemente sea una errata del periódico, por «venimos». En el v. 30 se encuentra el quinto elemento léxico cambiado. Esta vez es el determinante «este» del Libro I, que pasa a «ese», en la versión de El Imparcial, ocurrencia que le quita algo de intimidad al discurso.

 

El cambio más importante se produce con el acierto de intertextualizar, insertando en la versión de El Imparcial la estrofa del arrorró canario. Hubo, pues, un momento, en que el poeta vio más virtualidad poética en la expresión de lo que cantan todas las madres canarias. El cambio de solo cuatro elementos (v. 37) aumenta la profundidad y la sinceridad del recuerdo personal de la infancia que hace el poeta, a la par que reivindica el decir canario. Este sustancial cambio llega un poco empañado, como ya se ha dicho, al no colocar la coma después del imperativo del v. 38, y al poner punto y coma al final del mismo verso.

 

El séptimo cambio léxico que ocurre en la versión de El Imparcial, y que mejora y precisa la lectura del poema, es la preposición «con», en lugar de «entre», en el v. 46. Precisa que está de viaje en el extranjero, de acuerdo con el nuevo título de El Imparcial, que va «con extranjera gente». El octavo cambio léxico es el empleo de «los» en la versión de El Imparcial, en vez de «mis»; quizás para no acumular más primeras personas, ya suficientes con la desinencia del verbo «veo» (v. 50); el «nuestra» (v. 52) y el posible «corro» final, disminuido en «coro» en el periódico madrileño (¿por quién, por qué?).

 

En la versión de El Imparcial, lo que ve el poeta (v. 50) es «el ventanal de nuestra casa», como si viera «una luz de oro» que está perdida entre las copas de los pinos. Lo que ve el poeta en la versión del Libro I es, también, «el ventanal de nuestra casa», que está perdido entre las copas de los pinos, como si viera «una luz de oro». La diferencia es clara. Viene indicada por el cambio de género del «perdido» a «perdida», y por la ayuda de las comas. Este cambio noveno tiene que ver con lo esencial, no con el marco ventanalero, sino con su interior.

 

La solución (y llegamos al intensísimo décimo cambio) dada a la última palabra del poema por El Imparcial parece estar más en la línea de la poesía de Tomás Morales, no propensa en absoluto al «lloro» o a la languidez. El término «coro» (como el «arrorró») debió parecer a los editores del Libro I (que debían conocer muy bien la versión de El Imparcial) fuera de lugar (o el poeta debió reaccionar ante una primera escritura; también se podría pensar en errata del periódico, que donde el manuscrito enviado por Morales ponía «corro», con su acostumbrada libérrima voluntad creadora, se deslizara el «coro» más en línea con la métrica canónica del posible linotipista de turno). Véase que «y coro» resume el viaje sentimental del poeta hacia su infancia, al expresar (con la lengua de trapo de todo niño, incapaz aún de pronunciar la vibrante múltiple de «corro») tanto la primaria acción infantil de correr, como la del juego del corro, esa presencia por el recuerdo de la infancia feliz junto a su hermana-madre. El lector está preparado psicológicamente para leer «corro» donde sus ojos ven «coro», por la repetición durante todo el poema de la vibrante múltiple (romántico, reposo, borrada, recortada, correr, rogarás, rodeando, rubios, corro, acurrucada, reclama, regalado, arrorró, recuerdo, rumor, sin contar los treinta y dos términos que llevan r implosiva). La vuelta a la infancia ha sido total y el poema acaba con la acción más infantil y lúdica por antonomasia: la de correr. Ya no es el «corazón» solamente el que «vuela» hacia la hermana (v. 3), sino el reconvertido niño total. Otra diferencia que incide en la mayor intensidad de este recuerdo es el empleo de los signos de la exclamación en la versión de El Imparcial. Según esta lectura, estaríamos ante otro ejemplo de la libertad –vuelvo a repetir– de creación y audacia expresiva de nuestro poeta (tanto si en su manuscrito escribió «coro», como «corro»). Así, en otros momentos, Morales emplea el juego visual (en Poemas de la gloria, del amor y del mar, deja de escribir la última palabra de un poema –«soneto»–, porque aparece –en la página contigua, a la vista del lector, sin tener que pasar página– como título del poema siguiente: poema XIV de «Rimas sentimentales»); o cambia la acentuación de una palabra porque lo exige la rima, o elige un portuguesismo en tal soneto; o forma tal neologismo; o emplea como adjetivo lo que usualmente es un sustantivo; o un sustantivo como verbo, etc. Algún día es posible que aparezca la versión manuscrita del poema enviado por Morales al periódico madrileño, y entonces se podrá dilucidar si esta lectura (sugerida por mi amigo Sergio Constán, a quien se la agradezco) se corresponde con la realidad.

 

Considerando la versión de El Imparcial de más calidad y más feliz (además de publicada en vida del autor) que la del Libro I, me atrevo a presentar una lectura mixta, donde corrijo los aspectos de puntuación y dejo los cambios léxicos de la versión de El Imparcial.

 

Una nota biográfica. Sea o no sea el origen del poema una hermana real, poco debe importarnos, ya que el poema, evidentemente, adquiere su propia vida y se despega de la realidad y verosimilitud, para convertirse en lo que es. Sin embargo, no está de más presentar algunas evidencias biográficas que pueden haber estado en el sustrato real del poema.

 

Con respecto a la hermana de Tomás Morales con hijos, se sabe que solo puede tratarse de una de las dos hermanastras, hijas del primer matrimonio de su madre, doña Tomasa Castellano Villa, con don Antonio Melián. No debe ser Ana Melián y Castellano (fallecida el 15 de marzo de 1915), que casó con Alejandro Hidalgo y Navarro, matrimonio que no tuvo descendencia. Debe ser Dolores Melián y Castellano, que casó con Simón Milián, y que falleció el 22 de octubre de 1925, «a la edad de sesenta y dos años», como reza el certificado de defunción (agradezco a don Federico Carbajo esta y otras ayudas documentales). En la esquela de los periódicos La Provincia y El Tribuno, aparece «Milián». En la partida de defunción, se lee «viuda de Don Simón Melián, de cuyo matrimonio le quedaron dos hijas llamadas Carmelina y Herlinda». Recuerdo al lector que del álbum de recortes de poesías de Herlinda tomó el profesor Andrés Sánchez Robayna dos poemas inéditos, hasta entonces, de Morales y que hizo públicos en la revista Estudios Canarios. Anuario del Instituto de Estudios canarios. (XLII [1997] (1998), págs. 155-163: «Poesía primera de Tomás Morales: otros textos desconocidos»).

 

Del primer matrimonio de la madre de nuestro poeta, hay también un varón, llamado Antonio Melián Castellano, que en 1910 fue ascendido a ingeniero jefe de la zona minera de Andalucía. Había sido ingeniero jefe de minas en la provincia de Murcia, y parece que muy apreciado por su calidad humana y profesional. No me resisto a copiar aquí lo que el magistral don José Marrero Marrero, que fue párroco de Moya, dejó manuscrito en sus Apuntes para la historia de la parroquia de Moya (El Museo Canario, Legado del Magistral Marrero, Legajo 13 bis J). El capítulo XXVI se titula «Hijos de Moya». Entre otras cosas, dice: «Hijos son también de Moya don Antonio Melián Castellano, sabio ingeniero de Minas, y sus hermanos, por parte de Madre, Don Manuel Morales Castellano, Abogado y escritor [No habla de su labor como poeta, por no dejarlo en mal lugar, como unos renglones antes, al hablar de «Don Juan Melo y Moreno, buen abogado y poeta muy malo (a juzgar por las muestras que he visto)»], y Don Tomás Morales Castellano, médico notable, prosista culto y exquisito y muy elevado y dulcísimo poeta, autor de los inmortales poemas del Mar y de otras muchas composiciones admirables. Hijos de Moya son […] los Milianes (Don Simón y Don Santiago), que con su trabajo y talento supieron en Cuba agenciarse una cuantiosa fortuna y ocupar honoríficos cargos». (Llamo la atención en la apreciación como «prosista culto» de nuestro Tomás Morales.)

 

La hermana que aduce Sebastián de la Nuez Caballero en el primer tomo de su Tomás Morales. Su vida, su tiempo y su obra (p. 41) es Ceferina Morales Castellano, de la cual dice que «fue una joven bondadosa y agraciada que fundó su hogar en el pueblo, que un día ha de evocar su hermano más joven, desde la soledad de sus horas amargas». En la prensa se la nombra, las pocas veces que la he encontrado, como «Señorita»; algunos familiares indican que no se casó. Murió en 1935, y en la esquela no se nombran ni marido ni hijos (aparece otra Ceferina Morales Castellano, prima de Tomás Morales, que casó con Juan Santana Padilla, republicano inquieto, que gestionó empresas periodísticas junto con sus hermanos, y se instaló en Cuba. El matrimonio se celebró en 1908).

 

La muerte de Ana Melián y Castellano el 15 de marzo de 1915 podría haber sido el detonante del recuerdo poético de la otra hermana, Dolores, que había ejercido de madre en la infancia del poeta y que sí tenía hijos. Morales manifiesta su pesar por la muerte de su hermana Ana en la carta (se puede leer en el Apéndice 2 de este trabajo) que envía al homenaje a Alonso Quesada por la publicación de El lino de los sueños, a finales del mes de mayo de 1915. La carta comienza: «Dolorosos motivos me privan de asistir al agasajo con que conmemoráis el altísimo triunfo de nuestro gran Rafael». Curiosamente, más adelante alude a un elemento que, de algún modo, también está presente en el poema, y que le estaría rondando la cabeza por aquellos días. Dice: «Me unen al poeta tan entrañables lazos de cariño, que su triunfo es a la manera de un triunfo propio. Es el caso de un hermano que regresa de lejanas tierras dueño de cuantiosos bienes, adquiridos bizarramente, y cuyas narraciones azarosas asombran a las gentes... ¡Cómo, al oír sus relatos, nos sentimos orgullosos de su parentesco! Como si de reflejo nos alcanzara algo de su gloria; con una santa vanidad de familia...»

 

Tomás Morales con algunos miembros de su familia sobre 1900.

Tomás Morales y algunos miembros de su familia sobre 1900 (Fedac)

 

Suspicacias hacia el editor del Libro I de Las rosas de Hércules. Hay indicios de que el trabajo de Fernando González en la preparación del Libro I de Las rosas de Hércules fue cuestionado. En carta desde Madrid a Saulo Torón, de 8 de Junio de 1922, cuando se estaba preparando la edición del Libro, le comenta que Díez-Canedo hará el prólogo de la obra, añadiendo que el crítico reconocido «quiere poner al final de las palabras de los amigos que hizo Claudio para el libro de Tomás, la dedicatoria que éste dejó a sus hijos del libro tercero, que no escribió. Dice que eso estará bien y revela el propósito noble del poeta». Le añade: «Me han dicho que un periódico de aquí publicó un artículo titulado ‘Un discípulo que corrige al maestro’, en que se metían conmigo creyendo que yo había corregido la ‘Serenata’ de Tomás. Estoy esperando saber si es verdad y qué periódico para desmentirlo. Bien saben todos los amigos que no es cierto eso de la corrección por mi parte».

 

Un servidor no ha logrado encontrar tal artículo. Si de verdad se publicó, debió serlo por alguien muy cercano a los que preparaban la edición, que tiene la fecha de «15 de septiembre de 1922: trece meses después de la muerte del poeta», en el colofón. ¿O es que la edición ya estaba en la calle el 8 de junio de ese año, siendo la fecha del colofón, como tantas veces, una convención; en este caso para que esté más cercano al 15 de agosto de 1922? Esto parece verosímil, ya que bien se pudo poner como fecha emblemática la del 15 de agosto, el día de la muerte del poeta. Puede suceder también que el autor de la carta errara en la fecha que la encabeza. No he encontrado por esta época ninguna publicación del poema «Serenata», ni en revistas ni en la prensa. En la maqueta del libro, preparada por Tomás Morales, aparece, como ya he dicho, en la sección «Poemas de asunto vario», mecanografiada. La única diferencia apreciable se encuentra en el verso 30. El texto mecanografiado lee: «cada cabello es un rayo», y en el libro aparece «sus pupilas son un rayo». El cambio tiene entidad como para que alguien pudiera haber dicho que un discípulo corregía a su maestro.

 

Ya he afirmado en otra parte que los amigos de Morales en Las Palmas van presentando algunas versiones de poemas de Tomás Morales como avisándole al editor de cómo deberían aparecer ciertas lecturas de algunos poemas, porque durante la vida del poeta ya se habían presentado lecturas distintas de ellos. Esto ocurre ahora, cuando se va acercando la publicación del Libro I y cuando la edición sale a la luz, y los atentos comprueban que no se han respetado dichos cambios, y en los periódicos donde tienen alguna responsabilidad los íntimos de Morales. Todo sin aspavientos ni insinuaciones y afirmaciones claras, sino veladamente, con la simple publicación del poema, quizás por no querer molestar a la familia (lo mismo ocurrió con los amigos del primer Tomás Morales, que ofrecían las correcciones de algunos poemas de su primer libro de 1908 en sus reseñas, como he mostrado en Poemas de la Gloria, del Amor y del Mar de Tomás Morales. Materiales sobre la recepción (Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, 2011). Uno de los amigos sí mostró su desacuerdo en la prensa con que se eligieran poemas de la primera época de Morales para recitarlos en uno de los aniversarios de su muerte, en vez de escoger versos de su última etapa.

 

Mostraré algunos ejemplos. El 28 de marzo de 1922, La Crónica de Las Palmas de Gran Canaria publica «Un aniversario. Bernardino Ponce», donde recuerda la muerte, hace cuatro años, de Ponce, su personalidad y cómo Tomás Morales había dictado por teléfono el poema dedicado al amigo recién fallecido. Se presentan allí los versos. Los que lo publican parecen estar avisando a los que preparan la edición del Libro I de Las rosas de Hércules cómo debe leerse el poema que Morales dictó por teléfono en 1918. Hay diferencias respecto a cómo aparecerá en el libro (sin sangrar los primeros versos de las estrofas. v. 1: coma después de «amigo»; sin coma, en Libro I. v. 2: «corto»; «breve», en Libro I. Final del verso, punto y coma; Libro I, coma. v. 3: «día»; «vida», en Libro I. v. 5: sin coma, después de «Él»; con coma en Libro I. Sin coma al final del verso; con coma, en Libro I. v. 9: al final, punto y coma; dos puntos, en Libro I. v. 12: acaba en punto; en puntos suspensivos, en Libro I). Este poema, evidentemente, no entraba en el proyecto del Libro I. Se encuentra mecanografiado en la maqueta de tal libro, pero al final, después de «Por la muerte de un educador. Don Diego Mesa de León», y antes de «Pastoral romántica». Sí aparece en uno de los índices del Libro II que presenta Sebastián de la Nuez en su trabajo Tomás Morales. Su vida, su tiempo y su obra (II, pp. 36-37). Habrá que esperar a la edición de El Museo Canario para que aparezca el poema en la sección «Epístolas, elogios, elogios fúnebres», como ocurre con el poema «Por la muerte de un educador». Fernando González lo incluye después de «Himno al Volcán» y antes de «Palinodia».

 

El 17 de septiembre de 1922, Diario de Las Palmas, bajo el rubro «Poetas canarios. Versos de Tomás Morales», publicó el poema «Dedicatoria» de Poemas de la gloria, del amor y del mar. Es como otro aviso de un amigo del poeta para el editor del Libro I de Las rosas de Hércules. El poema no aparece en la edición del libro. En la publicación del poema por el Diario creo encontrar cierta mala fe, porque todos los que conocían el ambiente sabían quién era la dedicataria del libro.

 

En la reseña del libro que publica el periódico donde escribía Alonso Quesada, aparecida en el artículo de fondo, no se ofrece ninguna reserva al trabajo de Fernando González. Quien esté familiarizado con los escritos de Alonso Quesada vislumbrará su autoría tras el escrito presentado en la parte de honor del periódico. Léase a la par el poema «Siempre», de Alonso Quesada, dedicado a «Tomás Morales, poeta», y véanse ciertas concomitancias. Creo percibir en esta reseña sin firma la prudencia ante la familia del poeta ya fallecido. La presento como Apéndice, por las noticias que da acerca de la preparación del libro por el poeta ya fallecido.

 

Versiones del poema. Presento a continuación tres estados del poema: la versión de El Imparcial, la del Libro I de Las rosas de Hércules, y la mía, eligiendo lo mejor de las dos anteriores.

 

Versión de Los Lunes de El Imparcial, El Imparcial, Madrid, 25 de julio de 1920:

 

       

                                                        El poeta en el Extranjero

                                              Hermana: Tras el tiempo del olvido
                                          que en nuestro alejamiento puso mano,
                                          mi corazón vuela hacia ti, dolido,
                                          en esta prima noche de verano…

                                       5    Mi corazón que, de ternura lleno,
                                          busca el cobijo de tu hogar dichoso,
                                          y que añora, romántico, el sereno
                                          sueño infantil del familiar reposo...

                                       9    Veo la casa nuestra, tan lejana,
                                          medio borrada en la penumbra quieta,
                                          y, en el cuadro de luz de la ventana,
                                          recortada y en sombra, tu silueta.

                                    13    Tus ojos buscan los senderos vanos
                                          que pinta el claro mar, bajo la luna,
                                          por donde nos partimos los hermanos
                                          cuando salimos a correr fortuna…

                                    17    Y envuelta en la sutil hora de encanto
                                          que la emoción de los silencios crea,
                                          tal vez por ellos rogarás en tanto
                                          la noche puebla de ánimas la aldea.

                                    21    Tristes en su orfandad, meditabundas,
                                          vagan por los caminos descubiertos;
                                          hazlas entrar, que son las vagabundas
                                          almas de tus ausentes y tus muertos…

                                    25    Estamos todos… De diversos puntos
                                          vinimos al calor de tus consuelos;
                                          y, como antaño, nos hallamos juntos
                                          rodeando a tus rubios pequeñuelos…

                                    29    Y mi alma se siente bienhallada
                                          en ese tibio ambiente de delicias;
                                          y en el corro infantil, acurrucada,
                                          te reclama su parte de caricias.

                                    33    Te reclama su parte… Está a tu lado
                                         el más pequeño y de menor fortuna;
                                         hazle dormir al eco regalado
                                         del lugareño cántico de cuna:

                                    37             Arrorró, niño chiquito,
                                                     duérmete que viene el coco;
                                                     a llevarse a la montaña
                                                     los niños que duermen poco…

                                    41    ¡Hermana! ¡Hermana! Tu tranquila gloria
                                         fue para mi dolor piedad divina;
                                         y el bálsamo cordial de tu memoria,
                                         para todas mis llagas, medicina.

                                    45    Que tú y los tuyos son puerto seguro;
                                         y en este andar con extranjera gente,
                                         vuestro recuerdo peculiar, tan puro,
                                         brota en mi alma con rumor de fuente…

                                    49    Y, término de todos los caminos,
                                         veo al final, como una luz de oro,
                                         perdida entre las copas de los pinos,
                                         ¡el ventanal de nuestra casa… y coro!

 

                                                                                     Tomás Morales

 

 

 

Versión de Las rosas de Hércules, Libro I, Sección «Poemas de asuntos varios»:

 

 

                                                RECUERDO DE LA HERMANA

                                                   HERMANA: tras el tiempo del olvido
                                                que en nuestro alejamiento puso mano,
                                                mi corazón vuela hacia ti, dolido,
                                                en esta prima-noche de verano...

                                             5   Mi corazón que de ternura lleno
                                                busca el cobijo de tu hogar dichoso
                                                y que añora romántico el sereno
                                                sueño feliz del familiar reposo...

                                             9  Veo la casa nuestra, tan lejana,
                                                medio borrada en la penumbra quieta
                                                 y en el cuadro de luz de la ventana
                                                recortada y en sombra tu silueta.

                                           13  Tus ojos miran los senderos vanos
                                                que pinta el claro mar bajo la luna
                                                por donde nos partimos los hermanos
                                                cuando salimos a correr fortuna.

                                           17  Y envuelta en la sutil hora de encanto
                                                que la quietud de los silencios crea
                                                tal vez por ellos rogarás, en tanto
                                                la noche puebla de ánimas la aldea.

                                           21  Tristes en su orfandad, meditabundas
                                                vagan por los senderos descubiertos;
                                                hazlas entrar, que son las vagabundas
                                                almas de tus ausentes y tus muertos.

                                           25  Estamos todos: de diversos puntos
                                                llegamos al calor de tus consuelos
                                                y como antaño nos hallamos juntos
                                                rodeando a tus rubios pequeñuelos.

                                           29  Y mi alma se siente bien hallada
                                                en este tibio ambiente de delicias,
                                                y en el corro infantil acurrucada
                                                te reclama su parte de caricias.

                                           33  Te reclama su parte; está a tu lado
                                                el más pequeño y de menor fortuna:
                                                hazle dormir al eco regalado
                                                del lugareño cántico de cuna:

                                           37                   Duerme, niño mío, duerme;
                                                                  duérmete, que viene el coco,
                                                                  a llevarse a la montaña
                                                                  los niños que duermen poco…

                                           41  ¡Hermana, hermana! Tu tranquila gloria
                                                fue para mi dolor piedad divina,
                                                y el bálsamo cordial de tu memoria,
                                                para todas mis llagas, medicina…

                                           45  Que tú y los tuyos son puerto seguro;
                                                y en este andar entre extranjera gente
                                                vuestro recuerdo peculiar, tan puro,
                                                brota en mi alma con rumor de fuente.

                                           49  Y término de todos mis caminos
                                                veo al final como una luz de oro
                                                perdido entre las copas de los pinos
                                                el ventanal de nuestra casa: y lloro…

 

     

 

Mi versión del poema:

 

 

                                                     El poeta en el extranjero

                                                    Hermana: Tras el tiempo del olvido
                                                 que en nuestro alejamiento puso mano,
                                                 mi corazón vuela hacia ti, dolido,
                                                 en esta prima noche de verano…

                                                   Mi corazón que, de ternura lleno,
                                                 busca el cobijo de tu hogar dichoso,
                                                 y que añora, romántico, el sereno
                                                 sueño infantil del familiar reposo...

                                                   Veo la casa nuestra, tan lejana,
                                                 medio borrada en la penumbra quieta,
                                                 y, en el cuadro de luz de la ventana,
                                                 recortada y en sombra, tu silueta.

                                                   Tus ojos buscan los senderos vanos
                                                 que pinta el claro mar, bajo la luna,
                                                 por donde nos partimos los hermanos
                                                 cuando salimos a correr fortuna…

                                                   Y envuelta en la sutil hora de encanto
                                                 que la emoción de los silencios crea,
                                                 tal vez por ellos rogarás, en tanto
                                                 la noche puebla de ánimas la aldea.

                                                    Tristes en su orfandad, meditabundas,
                                                 vagan por los caminos descubiertos;
                                                 hazlas entrar, que son las vagabundas
                                                 almas de tus ausentes y tus muertos…

                                                    Estamos todos… De diversos puntos
                                                 venimos al calor de tus consuelos;
                                                 y, como antaño, nos hallamos juntos
                                                 rodeando a tus rubios pequeñuelos…

                                                    Y mi alma se siente bienhallada
                                                 en este tibio ambiente de delicias;
                                                 y en el corro infantil, acurrucada,
                                                 te reclama su parte de caricias.

                                                   Te reclama su parte… Está a tu lado
                                                 el más pequeño y de menor fortuna;
                                                 hazle dormir al eco regalado
                                                 del lugareño cántico de cuna:

                                                                 Arrorró, niño chiquito,
                                                                duérmete, que viene el coco,
                                                                a llevarse a la montaña
                                                                los niños que duermen poco…

                                                   ¡Hermana! ¡Hermana! Tu tranquila gloria
                                                 fue para mi dolor piedad divina;
                                                 y el bálsamo cordial de tu memoria,
                                                 para todas mis llagas, medicina.

                                                   Que tú y los tuyos son puerto seguro;
                                                 y en este andar con extranjera gente,
                                                 vuestro recuerdo peculiar, tan puro,
                                                 brota en mi alma con rumor de fuente…

                                                   Y, término de todos los caminos,
                                                 veo al final, como una luz de oro,
                                                 perdida entre las copas de los pinos,
                                                 ¡el ventanal de nuestra casa… y coro!

 

       

 

APÉNDICES

1. Las Rosas de Hércules. Libro primero.

Un año después de la muerte del poeta, nos llega este libro, que él cuidaba, delicadamente; y gozosamente, pensó editar por su propia mano. Con el agotado Poemas de la gloria, del amor y del mar, se juntan algunas poesías dispersas, y cierran el tomo, con unas fervorosas palabras de amistad, los últimos poemas que el gran artista compuso.

 

Hemos abierto el libro con honda melancolía. Viejas sensaciones, largos recuerdos de la lejanía, acuden a visitarnos otra vez. Al lado de todos ellos, la noble figura del muerto, sonriendo con su clara sonrisa bondadosa. Una dilatada época, ya muerta; unas horas de juventud recalcada y alegre. Todo pasa por nuestra memoria, al hojear el libro. Y después, la tristeza de la muerte; todo el logro truncado, todo el porvenir, como una losa negra y pesada.

 

Tomás Morales volvía ahora, con la meticulosidad voluptuosa, a reconstruir su primer libro. A los sonetos del mar, añadir más sonetos que se quedaron en la imaginación; a las puras oraciones sentimentales, otras oraciones nuevas, depuradas. Y todo ello, colocado por su mano temblorosa, con curiosidad de orfebre. Una letra inicial, un dibujo sutil de Néstor. Todo, tal como quería él que su libro luciera. Y así no fue más que llevarlo amorosamente para que brotara de la imprenta, como el propio deseo del poeta. Las manos amigas, que han cuidado esta postrera edición, han sabido respetar, con la mayor de las devociones, el sueño último. No hubiera querido más, el malogrado dueño.

 

¿Para qué hablar ahora, otra vez de los versos de Tomás Morales? Es ya su nombre la consagración lapidaria y justa. Toda la ciudad lo ama, toda la ciudad se aprestó siempre a enaltecerlo. En este instante, no caben más que palabras de recuerdo, y las eternas de lamentación. Porque eso sí, será poco todavía el lamento; no podremos resignarnos tan quietamente a la pérdida. Fue la más grande capacidad poética del Archipiélago y el mejor de los hombres. Fuera de la tierra, elevó el nombre insular, con su canto y su loa. Aún resuena su amor, sobre las aguas, y la visión de su figura recia y sencilla, por las calles.

 

Hemos puesto un dulce consuelo sobre su memoria, pero para hacer más duradera y eterna su labor. Al coger su libro ahora, con la tristeza resignada que nos inspira su recuerdo personal, lo hemos sentido latir nuevamente con todo el brío de su voz sonora y su gesto inconfundible y genial. El mar –el gran amigo de sus sueños– se extiende, sereno, infinito, como su propio recuerdo. Los sonetos del mar vuelven a resucitar el pasado –nunca en olvido, pero sí un poco silencioso– y a confirmar la grandeza primitiva del cantor. Eran los días de la iniciación gloriosa. Al releerlos, nos han parecido más fuertes que ayer, acaso más nuevos. ¿Sería aventurado afirmar la gran superioridad de estos cantos del mar a muchos poemas posteriores? El primer soneto es una obra estupenda de plasticidad y emoción.

 

Renovemos las sensaciones del recuerdo. Volvamos a los días primeros del poeta; extendamos el corazón sobre toda su poesía. No es preciso insistir en el ditirambo ni en la alabanza retórica. Recojamos este nuevo libro primero de Las rosas de Hércules y sea él, como el segundo, el libro necesario y espiritual, de todas las almas sensibles de la tierra nuestra. La aparición de este tomo viene llena de amargura. El poeta no vive y nada se puede hacer de fiesta o alegría en su honor. Pongamos pues todo el cariño silencioso en acoger sus primeras y últimas palabras, y pensemos con cuánto amor y ternura le dio a su tierra el espíritu íntegro. Cosa esta que no supo otro hacer, más bellamente.

 

2. HOMENAJE AL POETA ALONSO QUESADA

Dolorosos motivos me privan de asistir al agasajo con que conmemoráis el altísimo triunfo de nuestro gran Rafael; dolorosa es para mí esta ausencia, porque, al honrarle a él, honramos a uno de los más perspicaces y selectos espíritus de la lírica española contemporánea.

 

En vano ponderaría lo que representa para mi corazón este homenaje tan cordial y sincero. Me unen al poeta tan entrañables lazos de cariño, que su triunfo es a la manera de un triunfo propio. Es el caso de un hermano que regresa de lejanas tierras dueño de cuantiosos bienes, adquiridos bizarramente, y cuyas narraciones azarosas asombran a las gentes... ¡Cómo, al oír sus relatos, nos sentimos orgullosos de su parentesco! Como si de reflejo nos alcanzara algo de su gloria; con una santa vanidad de familia...

 

Festejemos al joven maestro, porque su voz nos ha traído la divina emoción sin tacha; él tan bueno y tan sabio que ha sabido darnos su amargura con una veladora sonrisa... y, sobre todo, bendigámosle porque nos ha dejado recostar un momento sobre ese blando cabezal –tejido con el alma y mullido con el corazón– del que donosamente se dice: El lino de los sueños...

 

Otro gran poeta nuestro, todo generosidad y perfecto espíritu, llevó a realidad la quimera de este libro celebrado: sea para él, también, este homenaje... Su nombre es el de Luis Doreste.- Tomás Morales.

 

 

Notas

- Nota sobre «Siempre», de Alonso Quesada: Se anuncia que aparecerá en el número 5 de la revista Índice (El Sol, 5-IV-1922). Véase A. Henríquez Jiménez, «Un nonato número 5 de Índice, la revista de Juan Ramón Jiménez. Ecos de dos autores canarios. Rastreo del sumario del número 5», en Philologica Canariensia (Las Palmas de Gran Canaria, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, n.º 10-11, 2004-2005). El poema de Alonso Quesada se publicó por primera vez en El Liberal (Las Palmas de Gran Canaria), 18-XI-1925, mucho antes de reunirse en el póstumo Los caminos dispersos.

 

- Nota sobre el índice del Libro II de Morales: El índice 2.ª habrá, pues, que datarlo después de la fecha de la muerte de Ponce (29-III-1918). Viene titulado «En la memoria de Bernardino Ponce». En el Libro I aparece como «En el tránsito de Bernardino Ponce». Por cierto, en el Índice 1.º que presenta Sebastián de la Nuez, aparece el poema «Epígrafe por el libro Especies», que tampoco apareció en el Libro II (además de otros seis títulos). Lo exhumó Antonio de la Nuez Caballero en un homenaje a Tomás Morales («100 años de Tomás Morales»), en Canarias 7 (30-V-1984), y el que esto escribe en la revista Noticias El Museo Canario. Boletín de Noticias, n.º 15, tercer cuatrimestre, dos mil cinco, segunda época [apareció en marzo de 2006], y en Prosas. Tomás Morales (Las Palmas de Gran Canaria, Anroart Ediciones, S. L., 2006). El título con que lo presenta Antonio de la Nuez es muy cercano al que su hermano Sebastián presenta en el citado Índice 1.ª: «Epígrafe por el libro Especies». Esto nos podría indicar que así debe haber aparecido en alguna parte. Habrá que esperar por si aparece el poema en los archivos de alguno de los dos hermanos.

 

- Nota a las palabras de Morales en el homenaje a Alonso Quesada: Las palabras de Tomás Morales se encuentran manuscritas en una cuartilla con orla de luto en el archivo de Alonso Quesada. Se publicaron en Diario de Las Palmas (29-III-1915), dentro de «Homenaje al poeta Alonso Quesada», y bajo el título «Las adhesiones»; también, en la revista Canarias (Buenos Aires, Año II, n.º 21, 1-V-1915, p. 15), dentro de una crónica del homenaje a Alonso Quesada, encabezado con unas palabras de A. Miranda Bautista («Don Alonso Quesada»). Véanse también: «Palabras de Alonso Quesada en el banquete celebrado en su honor», en Florilegio (n.º 78, Las Palmas de Gran Canaria, 6-IV-1915); «El poeta don Alonso Quesada. En el día luminoso y triunfal», en El Tribuno (30-III-1915). Luis Doreste Silva las exhumó en «Recuerdos de Alonso Quesada. El poeta y la amistad» (Hoy, Las Palmas de Gran Canaria, 5-XI-1935). Son las palabras pronunciadas en la radio dos días antes.

 

Los «dolorosos motivos» de la ausencia de Morales son el fallecimiento de doña Ana Melián y Castellano, hermana de madre de Tomás Morales, fallecida el 15 de marzo. En las esquelas se referencian explícitamente, entre los familiares, el esposo, Alejandro Hidalgo y Romero; su madre, Doña Tomasa Castellano; y «su hermano, D. Tomás Morales y Castellano». Tenía 48 años.

 

 

* Este trabajo se publicó casi igual en el homenaje que el Instituto de Estudios Canarios de La Laguna ofreció al profesor y poeta Miguel Martinón (Desde el fondo del aire. Homenaje a Miguel Martinón. Anejos de Estudios Canarios. Anuario del Instituto de Estudios Canarios. Anejo al número LVI de Estudios Canarios. 2012). La imagen de portada es un detalle de la ilustración de la edición de 1922 del Libro Primero de Las Rosas de Hércules.

 

 

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