Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

FETASA.

Viernes, 02 de Diciembre de 2016
Jorge Rodríguez Padrón
Publicado en el número 655

De la preocupación realista dominante en la literatura insular en los años cincuenta del novecientos, se desgaja una facción en apariencia contradictoria que opta por volver la espalda, con descaro, a la realidad más próxima y a las vivencias que más a flor de piel se dejaban sentir en aquellos años; lo que no suponía optar por el escapismo más simple y enajenador.

 

La realidad ejercía, también sobre estos escritores, una imantación que no quisieron eludir. Se trata de la propuesta hecha por un grupo reducido de escritores tinerfeños, integrado por los prosistas Rafael Arozarena*, Antonio Bermejo*, Juan Antonio Padrón*, Francisco Pimentel* e Isaac de Vega*, que apuesta por una literatura de lo onírico y lo simbólico para reescribir el testimonio de sus coetáneos en clave diferente. Será el grupo autodenominado Fetasa que, reunido en el domicilio del primero de los escritores citados, no llegan a ser capaces de definir. Cuenta el propio Arozarena que hablaban de literatura y de filosofía, de una aspiración intelectual que suponía "llegar al ápice de Dios (...) nos quedamos todos diciendo que había que bautizar eso que nosotros veíamos más que Dios (...) y a mí se me ocurrió decir: Fetasa". Una palabra que, deliberadamente, nada significa; que apunta a una idea de libertad; a una escritura que pretende tener "una trayectoria sin móvil" que la oriente. Antonio Bermejo se atreverá a decir: "¿Cómo voy a hablar de algo que no existe. Es una palabra que no significa nada, absolutamente nada". Isaac de Vega titulará así su más conocida novela, y dará carta de naturaleza al término. Uno de sus coetáneos, pero no integrado en el grupo, Alfonso García-Ramos*, habla de un movimiento metafísico religioso; especie de filosofía vital o de religión sin sacralizar, pues de todo ello tenía algo. Más que un movimiento artístico o literario propiamente dicho, era la manifestación de un estado de ánimo real, en el cual la emotividad toma forma de un pensamiento no muy puro, casi alegórico pero irracional, y lo desarrolla en una constante metamorfosis. Actitud vital en la que influyen, desde luego, las circunstancias históricas del momento, pero observadas y asumidas desde la marginalidad insular, desde una soledad que históricamente había escamoteado al insular el arraigo suficiente para estar seguro de su identidad. Puede que todos esos rasgos confluyeran en la idea que movió al grupo a mantener una forma de vida particular y a hacer de la obra que escribieron el campo de maniobras donde la misma se traducía en literatura. Y nunca renunciaron a ello.

 

 

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