Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

El Entierro y la Sardina y la introducción del Sábado de Piñata en el Carnaval Canario.

Martes, 12 de febrero de 2013
Manuel Hernández González
Publicado en el n.º 457

Los testimonios orales de nuestros mayores apuntan a que el Entierro del Carnaval consistía en coger un rolo de plátano al que atravesaban con dos palos a modo de asideros, abriéndole un hueco en el centro como si fuera un corazón y allí se le ponía una vela encendida.

Detalle de unas viudas en un Entierro de la Sardina.

 

 

Miércoles de Ceniza y Entierro de la Sardina. El carácter religioso del Carnaval como periodo de expansión de los sentidos, del placer corporal, vivido como etapa de licencia y exacerbación del apetito sensual y de la gula, se opone a la Cuaresma que comienza un día después del martes de Carnestolendas, el Miércoles de Ceniza. En justa contraposición la fase del año que abre es una época de ayuno, de abstinencia, de recogimiento, de contemplación de la finitud del mundo y de confianza en la salvación y la resurrección, personificada en la tragedia ritual de Jesucristo. En el instante preciso en que vuelan las últimas cenizas de los tres días de Carnestolendas, la Cuaresma triunfa. La carne prescrita hasta entonces será desterrada por espacio de cuarenta días. La casa o la crianza bascula hacia la pesca1.

 

Este período de libertades que es el Carnaval no era bien visto por las autoridades eclesiásticas que lo consideraban una época pecaminosa y de expansión de los enemigos de Dios. En atención a esa amenaza demoníaca se exponían los tres días de Carnestolendas el Santísimo en las iglesias como acto de desagravio a las ofensas recibidas. Se tenía plena conciencia de que la plenitud de las desgracias humanas venía provocada por ese desafuero permanente a la voluntad divina que tenía su punto culminante en el Carnaval.

 

El contraste que se vivía en torno al Carnaval es una viva muestra de la dimensión de la fe de los isleños. Precisamente en el momento en que las malas cosechas y el hambre galopaban como jinetes del Apocalipsis dejándose sentir con toda su crudeza en las Islas, es cuando se optaba por el destierro total de las actividades características de esos días o bien su mayor tolerancia por las autoridades en función de los sufrimientos padecidos. Esta autoculpabilización de las desgracias naturales lleva al isleño a atormentarse, considerándose el provocador de las mismas con su comportamiento. Así en 1756 que fueron carnestolendas a 3 de marzo no hubo juego ninguno en casa ninguna, ni muchacho en la calle jugó con otro, ni máscaras, ni ninguna especie de juego, ni una limosna se debió caer. Por contra hubo procesión general en el martes de carnaval con muchas penitencias2.

 

Sin embargo, a la par que el miedo impulsa a las conciencias a rendirse ante la finitud del hombre, el carácter de este periodo como etapa de gula no se cuestiona por parte del pueblo, a pesar de las severas prohibiciones eclesiásticas. Cada cierto periodo de años, en función del calendario, la vigilia de San Matías caía el segundo o el tercer día de Camestolendas. La obligatoriedad del ayuno quedaría relajada cuando se diese esa coincidencia, trasladándose al viernes o sábado antecedentes al Martes de Carnaval. Juan Francisco Guillén en 1751 se opone a esa modificación y obliga a declararlo como día de precepto con rigurosa abstinencia de todas las carnes3. Sin embargo, alguien tan poco sospechoso de beneplácito con las fiestas populares como el «jansenista» vicario de Santa Cruz, Antonio Isidro Toledo, pide al obispo en 1784 que se traslade, como acontece en el Arzobispado de Toledo, por la imposibilidad de evitar en ese día en que el pueblo se dedica a máscaras, convites y otras diversiones que no es fácil evitar en dicho tiempo muy ajeno a la abstinencia y mortificación del ayuno, el que la inmensa mayoría de los feligreses cometiesen tamaño pecado. Sin embargo, el Prelado se mantuvo en la obligatoriedad de esa norma, criticando la profusión de almanaques de otras diócesis en donde el ayuno está trasladado4.

 

Transcurrido ese día de gula y desenfreno que es el Martes de Carnaval, al día siguiente el Miércoles de Ceniza da muerte al Carnaval. En toda la documentación que hemos consultado no hemos encontrado ninguna referencia que nos hable del Entierro de la Sardina o eventos similares en ese día. Sin embargo testimonios de ancianos que se remontan a finales del s. XIX nos explicitan que el Miércoles de Ceniza por la noche, al tiempo que en las iglesias se ponía la ceniza en la frente y se recordaba la finitud del cuerpo, se celebraba esa ceremonia. Quizás estuviese restringida a núcleos rurales, pero no hemos podido testificar cómo se celebraría en la centuria ilustrada. Los haraganes que se usaban en otras épocas son un indicio que nos puede hablar de qué podía ser empleado igualmente en ese día.

 

Lady Goodenough lo describe en el Güímar de principios del siglo XX: como no quieren que se termine el carnaval el miércoles de ceniza “entierran la sardina”, lo que no difiere mucho de las diversiones del día anterior, excepto que las canciones son de un carácter más serio y a veces hay un falso entierro de un monigote o, simplemente, de una caja vacía5.

 

Una edición de la Quema de San Crispín en La Orotava.

Quema del San Crispín en una edición del Carnaval de La Orotava (Tenerife)

 

El sábado de Piñata. Los testimonios orales de nuestros mayores apuntan a que el Entierro del Carnaval consistía en que los chicos del pueblo solían coger un rolo de plátano al que atravesaban con dos palos por la parte inferior y superior para que fueran a modo de asideros, abriéndole un hueco en el centro como si fuera un corazón y allí se le ponía una vela encendida. En la cabeza se le colocaba un sombrero para dar aspecto de machango y con un balde, agua y una escoba a manera de hisopo se iba rociando a todo lo que se encontraba a su paso en el camino, enterrándose o echándose al barranco6.

 

Se abre un periodo de abstinencia y reflexión en el que el Carnaval no sólo no se resiste a morir, sino que se expande, y a medida que pasa el tiempo y con la laicización creciente de la sociedad asistimos a una progresiva expansión del mismo dentro del ámbito de la Cuaresma. Álvarez Rixo recoge cómo en el Puerto de la Cruz, en el primer domingo de Cuaresma del año de 1814, tuvo aquí principio la diversión denominada la Piñata en la plaza parroquial, casa número 2 donde vivía Don Juan Grandi del Castillo, natural de Santa Cruz y vista de nuestra aduana, ocasionando notable escándalo, pero luego fue mitigando los escrúpulos7.

 

 

Notas

1. Una visión general en HERNANDEZ GONZÁLEZ, M. Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. Tenerife, 2006. Gaignebet, C. El carnaval. p. 116.

2. Anchieta y Alarcón, J.A. Diario. sign. 83-2-20. f. 177 R.

3. Mandato de Juan Francisco Guillén de 22 de enero de 1751.

4. A.P.C.S.C.T.

5. GOODENOUGH, A. Un rincón en el Jardín de las Hespérides. Tenerife, 2002. Trad. de José Antonio Delgado Luis. Nota preliminar de Manuel Hernández González, p. 42.

6. Varios. Natura y Cultura de las Islas Canarias. Tenerife, 1977. p. 429

7. Alvarez Rixo, J.A. Anales del Puerto de la Cruz Siglo XIX. Año 1814. Manuscrito. A.H.A.R.

 

 

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