Varón ilustre, sabio y virtuoso sacerdote, ornamento de la Iglesia Palmera. Lloremos pues,
la memoria del hombre que la muerte acaba de arrebatar á nuestra querida
patria, á su familia, á sus compañeros y á sus amigos. ¡Ojalá pudiera yo
honrarla como él supo honrar su profesión y sus deberes!
Si ha
desaparecido de entre nosotros el Sr. D. Manuel Díaz, ¡que su nombre se
conserve con todo el lustre y esplendor que reclaman sus virtudes y su
mérito! ¡Que su memoria sea eterna!
El Time, 4 de octubre de 1863
El Salvador en una foto antigua, donde se ve la escultura al Cura Díaz.
El Time, primer periódico de La Palma, publicó este trabajo fechado en Cuba el 15
de agosto de 1863 donde el anónimo autor -está firmado por Un compañero- habla en términos
panegíricos de la figura del célebre personaje. El mismo rotativo traía el 10
de enero del siguiente año la noticia de la colocación en la noche del miércoles 6 del corriente, de un retrato del
ilustre fallecido en el Casino-Liceo de la capital palmera, del que había sido
socio de mérito. En la publicación del día 17 del mismo mes y año se describía
el solemne acto y se decía, además: todos
encontramos en él un hecho memorable, que tan alto habla a favor de la cultura
de este pueblo, que honra á la
Sociedad que lo dispuso y llevó á cabo con tanto lucimiento y
brillantez. El número de El Time
correspondiente al 3 de abril de 1864 anunciaba la celebración de fúnebres exequias por el aniversario de
la muerte de Díaz en la parroquia de El Salvador. Ese mismo día quedó colgado
en la sacristía gótica de ese templo un retrato del sacerdote pintado al óleo
por el polifacético artista palmero Aurelio Carmona.
De su calidad como
orador sagrado y de su influjo en la vida palmera, incluso aún después de
muerto, da cuenta su biógrafo contemporáneo, Rodríguez López, al reproducir
ciertos fragmentos de sus más brillantes sermones. Decía: el eco de su palabra era demasiado sonoro para que se olvidase… Cuando
hablaba á su pueblo desde el púlpito, su voz tenía el doble prestigio de la
virtud y de la vejez, y no podía menos de conmover un acento que se escapaba de
las cercanías del sepulcro.
La estatua del Cura Díaz en una foto pasada.
Los
partidarios absolutistas lo persiguieron y lo desterraron de La Palma en 1824, viviendo en
Tenerife hasta 1835 por su condición de advenedizo líder moral y político a
favor del cambio liberal y de la supresión de los privilegios estamentales.
Entre otras cosas, decía a menudo que un
pueblo católico puede ser también un pueblo libre. Siempre se había
caracterizado por su crítica al absolutismo y la defensa del liberalismo. Fue el 26 de marzo de 1835 cuando el tribunal eclesiástico
de la diócesis de Tenerife absuelve al párroco en la causa criminal seguida con
motivo del sermón en la función del juramento de la Constitución del año
de 1820. Desde el Puerto de la
Cruz y a bordo del barco La
Cayetana llegó el Cura Díaz a Santa Cruz de La Palma, siendo recibido en
loor de multitud.
La persecución contra
el párroco palmero, tal y como la percibieron no sólo sus defensores sino otros
muchos ciudadanos en todo el Archipiélago, contribuyó a convertirle en un
mártir a causa de la libertad, algo que, seguramente, Díaz nunca quiso para sí,
puesto que nunca deseó casi nada, salvo el justo reconocimiento de la verdad y
de la justicia. La lucha de Díaz a favor de una Iglesia más próxima al espíritu
fundacional, fraterno y austero de las catacumbas fue, sin duda, la mejor
herencia de amor para este padre de la Iglesia palmera de todos los tiempos. Inclinado
también hacia las artes, se le conocen obras musicales, escultóricas y
pictóricas.
En 1897 se erigió -hace ahora exactamente 111 años, justo en el centro de la triangular Plaza de
España de la capital de La
Palma- una estatua de tamaño natural en memoria del sacerdote
Manuel Díaz. Se levantó a pocos pasos de donde el polifacético rector de la Parroquia Matriz
de El Salvador (desde 1817) había muerto accidentalmente al caer por las
escaleras de ese templo en la mañana de Pascua de Resurrección. Se dice que la
piedra con la que se desnucó aún se custodia en la prestigiosa Sociedad La
Cosmológica de esta ciudad. Un monumento conmemorativo en
su honor, que fue levantado -según ha destacado Manuel de Paz- por iniciativa de la logia palmera Abora nº 91 y especialmente de su
venerable -varias veces- José García Carrillo (grado 33 y a la sazón alcalde presidente del Ayuntamiento de Santa
Cruz de La Palma).
Piedra con la que se cuenta que se desnucó el Cura Díaz, expuesta en La Cosmológica.
El 31 de octubre de
1894 dicho edil había propuesto a la corporación municipal, siguiendo el
ejemplo de todos los pueblos cultos y
civilizados, tanto nacionales como estrangeros, perpetuase la memoria de sus
hombres célebres, erigiéndoles estatuas y monumentos que recuerden a las
generaciones futuras los hechos y circunstancias que motivan aquella
celebridad… También añadía que este
tipo de homenajes, lápidas, monumentos que adornan calles y plazas de capitales
y lugares peninsulares servirían de estímulo para que otros les siguieran los
pasos y cultivasen la virtud, la ciencia y las bellas artes, etc. El culto
caballero también había propuesto que se les cambiase el nombre de las Calles
de la Cuna y
Trasera por los de Díaz Pimienta -General de la Armada y Ejército español
que expulsó a los ingleses de la Isla
Catalina y Providencia- y Álvarez de Abreu -jurisconsulto
distinguido y Marqués de la
Regalia- y, en cuanto al Cura Díaz, erigirle una estatua de bronce en la Plaza de la Constitución, frente
a la Parroquia
del Salvador, donde murió.
García Carrillo
también decía que el inolvidable Señor Díaz, cuya fácil y elocuente palabra aún llega a nuestros oídos, sus pinturas y
arquitecturas adornan nuestros templos, la carencia de sus caritativas obras es
lamentada por nuestros pobres y necesitados y sus concejos y doctrinas se
reflejan todavía en la moralidad y buenas costumbres de nuestro pueblo; murió
en 1863 a
las puertas de nuestro templo del Salvador que dignamente regentó, siendo
víctima de su excesivo celo en el cumplimiento de sus deberes como Párroco. Esta
propuesta se aprobó por unanimidad y la escultura fue encargada a la fundición
artística de Federico Masriera y Campins en Barcelona, casa especializada en la
reproducción de obras escultóricas monumentales en bronce. Por la
correspondencia entre ambos -García y Masriera- se sabe que la fundición de la
obra fue ejecutada en junio de 1895 con felicísimo éxito y que había merecido los elogios de cuantas personas han tenido ocasión de verla en esta
casa. Para dar a conocer previamente cómo iba a quedar la efigie, se
habían enviado al alcalde dos reproducciones fotográficas de un boceto en yeso.
La estatua sería
colocada en un pedestal. Sería el primer monumento civil erigido en Canarias. Para
su construcción se habían presentado varios diseños, concretamente tres. Dos de
ellos en forma de base de tronco piramidal y de columna conmemorativa
confeccionado por la propia fundición Masriera y el tercero, obra del madrileño
Ubaldo Bordanova Moreno (pintor también de los techos de las capillas mayores
de El Salvador, Santuario de Las Nieves, ermita de San Sebastián, iglesia de
San Antonio Abad de Fuencaliente, etc.). El dibujo de este prestigioso y
polifacético artista fue el elegido, aunque se había prescindido de la reja de
hierro forjado que rodeaba la base del pedestal. En la cara delantera del
mismo, una lápida en mármol lleva esculpidos varios emblemas alusivos al
magisterio eclesiástico y a las cualidades del sacerdote fallecido, tanto artísticas
como humanas: el laurel, el cáliz, la palma del martirio, la partitura musical,
la lira y una inscripción que reza: A
Díaz. Su Patria, 1894.
En la lápida posterior aparece un relieve del pelícano con sus crías (símbolo eucarístico y cristológico que se
repite en el sagrario del tabernáculo del templo) y una inscripción en latín que, traducida, dice así: Que honor y esplendor, cayo muerto en los
umbrales del sagrado templo víctima de su celo. También esta inscripción
figura en el enorme retrato de don Manuel Díaz -pintado por el sobrino del
fallecido, Aurelio Carmona López (1826-1901)- que aún se custodia en la sala
capitular de El Salvador.
El profesor Pérez
Morera nos informa de que el simbolismo que la palabra templo encierra para los
masones -alusivo al de Salomón-, el pelícano que desgarra su pecho para dar
de comer a sus hambrientas crías -símbolo de la caridad y la filantropía- es símbolo del grado 18 de la
francmasonería (Díaz Cabrera).
Es magnífica su estatua
en el centro neurálgico de La Palma. Un
exquisito monumento -de los más fotografiados de la Isla por estar en la
renacentista Plaza de España- creado
para honrar perpetuamente a un hombre que fue enterrado en el cementerio de su amada ciudad. Una ciudad que -curiosamente- tan sólo colocó sobre su sepulcro una
burda lápida de cemento y piedra con una pobre cruz de madera de la que cuelga
una tosca leyenda que reza: D.E.P. El
Presbítero Beneficiado de la
Parroquia de El Salvador. Don Manuel Díaz Hernández. La
pobre tumba se halla entre tres fastuosos mausoleos blancos de otros hijos de La Palma. ¡Qué incongruencia!
Sin embargo, siempre
hubo alguien que se acordaba de él, puesto que
flores frescas nunca le han faltado.
Gracias a la iniciativa
de la Parroquia Matriz
de El Salvador, para el 28 agosto de 2008 se ha fijado la traslación solemne de
sus restos -tras ser exhumados- desde el cementerio de esta ciudad al
antepresbiterio de dicho templo, donde se enterrarán para siempre. El Cura Díaz -una de las grandes figuras de La
Palma- entrará, por fin, de nuevo en su amada iglesia, 145
años después de su muerte, para no salir jamás.
El Cura Díaz sería recordado siempre como el modelo a seguir a lo
largo de la segunda mitad del siglo XIX, y aún después, entre el clero y entre
los seglares isleños por esa inteligente elocuencia apostólica suya, acorde con
una vida asociada, según sus coetáneos, a dos de los más caros valores
burgueses: la virtud y la caridad.
J. E. Pérez Hernández
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«Unas cuantas palabras a la
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