En su tesis doctoral, la antropóloga canaria Marina Barreto Vargas (1993) dedica un minucioso análisis al carnaval chicharrero como expresión de una identidad étnica, así como un dispositivo de socialización simbólica y representación cultural que responde a las propias características del territorio. La «complejidad insular» (Barreto Vargas, 1993: 541) sobre la que reflexiona la autora es lo que nos diferenciaría a quienes compartimos un mismo origen canario del resto de culturas, o incluso a nivel estatal «donde el canario es caracterizado como “el isleño” frente al “godo”, al español» (Ibid.). Sumado a esta dimensión, el carnaval supone un espacio de transgresión, subversión, exageración y distorsión de patrones y conductas sociales que, de ningún otro modo, podrían darse colectiva y públicamente.
En el carnaval las expresiones de control social se pueden romper mediante la inversión [...] y las expresiones corporales se rompen también mediante movimientos y comportamientos debidamente censurados, social y moralmente, durante el transcurso social cotidiano. El cuerpo en carnavales se convierte en un objeto sobre el que gira toda la actividad carnavalera (Barreto Vargas, 1993: 429-430). |
Ilustración digital de Daniasa M. Curbelo (2023) publicada en híbridas impostoras intrusas (Ed. Bellaterra)
Este carácter «liberador» del Carnaval podría apreciarse en el caso de la canaria Marcela Rodríguez, una de las mujeres trans más conocidas en el Archipiélago por su activismo y visibilidad durante la dictadura franquista, la transición y los años posteriores. En una entrevista reciente para un medio de comunicación isleño, Marcela afirma (y es usado como titular del texto): «Esperaba que llegara el Carnaval para poder vestirme de mujer». Con sus largas uñas acrílicas, sus grandes anillos y su impecable maquillaje, imagen que acompaña al texto, ha vivido con una inmensa fervorosidad la llegada de estas fiestas durante más de sesenta años. Ella «se define carnavalera de toda la vida» y además presume de haber nacido en febrero, «en el mes de los carnavales». Para miles de personas disidentes como Marcela, el Carnaval –y otras fiestas similares en su naturaleza y desarrollo– brindaba una serie de espacios de ambigüedad sexual y genérica en aquellos contextos de represión hetero-cisnormativa.
En plena dictadura no te podías vestir de mujer. Date cuenta que llevábamos una blusa o un pantalón fuera de lo normal en color y nos detenían. [...] En aquella época no eran disfraces en sí; eso surge de treinta y pico años para acá. Entonces nos vestíamos de mujer porque era lo que nos gustaba, y a los gays también, pero las transexuales nos volvíamos locas (Gonar, 2021). |
Esta vinculación entre las festividades carnavaleras y un mayor grado de libertad social para las disidencias sexuales y de género no se remonta únicamente a la segunda mitad del siglo XX. Así lo demuestran tres de las mujeres trans canarias más conocidas dentro y fuera de las Islas que, sin ponerse de acuerdo premeditadamente, han sido candidatas a Reina del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria en distintos años. La actriz Isabel Torres se presentó al certamen en el año 2005 con la fantasía El secreto de Dulcinea, y fue la primera mujer trans en hacerlo en la historia del Carnaval de la isla. Cuatro años más tarde, la famosa tertuliana majorera Amor Romeira también se presentó como candidata con la fantasía Te entrego mi sangre. Y, por último, la actriz Lola Rodríguez lo hizo en 2015 con una alegoría titulada La vida es bella. Esta última, en una entrevista que concedió a propósito de su candidatura a Reina del Carnaval, afirmó que «siempre me ha gustado el Carnaval, como buena canaria. Desde pequeña tuve ese sueño, me veía todos los concursos, fue algo que siempre quise hacer [...]. Me presento para quitar los prejuicios sobre las personas transexuales» (Ríos, 26-01-2015). De este modo, la participación de mujeres trans en certámenes carnavaleros propios de mujeres cis no solo tiene más de quince años de tradición, sino que también parece conformarse como una práctica con la que reafirmar la identidad propia. Como consecuencia, el Carnaval canario se constituye en plataforma de visibilidad y empoderamiento de las disidencias sexuales y de género de las Islas.
Ilustración digital de Daniasa M. Curbelo (2023) publicada en híbridas impostoras intrusas (Ed. Bellaterra)
Mi primer disfraz elaborado de forma consciente –no los que me ponía mi madre siendo bebé o muy pequeña– fue de mascarita. Tenía diez años y recuerdo perfectamente aquel entierro de la Sardina y los gritos fingidos de dolor que sonaban por las calles del pueblo donde me crié. Con esos chillidos las enmascaradas viudas, personificadas tanto por vecinas como por vecinos, expresaban la angustia por incinerar a su querida Sardina.
Primero fue el relleno de culo y de barriga con los cojines del sillón, después unas medias rotas, unos guantes negros, una bata de mi abuela Saro que en paz descanse, una sombrera y una máscara que cubriera mi rostro. Así salí para unirme a la comitiva que seguía a la gran sardina inflamable en su carnavalesco desfile. Entre los gritos y llantos siempre se escuchaba ¿Me conoces, mascarita?, una pregunta burlona que hacíamos falseando la voz para vacilar con alguien que conocieras y poner a prueba sus capacidades para adivinar nuestra identidad.
No volví a transformarme en mascarita nunca más porque su lugar lo ocuparon los disfraces que cada año compraba de Marilyn Monroe, pirata o hada de Peter Pan. Ahora me doy cuenta de las ganas que tengo de que sea Carnaval para volver a convertirme en lo que representa la mascarita canaria. Este fenómeno tiene sus orígenes, al parecer, en otra histórica práctica conocida como las tapadas: una ambigua figura que habría nacido como una necesidad de la alta burguesía canaria en torno al siglo XVIII para «mezclarse» con las clases más populares durante la noche carnavalera. Mayoritariamente se puso en práctica por mujeres, aunque en distintos documentos se recoge la existencia de hombres que también se convertían en tapadas (Galván Suárez y Rodríguez Santiano, 2014). Lorenzo Santana Rodríguez (2013) dedicó un minucioso estudio del diario íntimo del regidor tinerfeño del s. XVIII José Antonio de Anchieta y Alarcón, del que también se puede extraer otra posible evidencia de este hecho. En este trabajo se concluye que uno de sus textos «hace referencia a la noche de comadres, que formaba parte de esta fiesta [el Carnaval], en la cual eran protagonistas las mujeres, por lo que los hombres se travestían para tomar parte en la misma» (Santana Rodríguez, 2013: 217). De esta transgresión de clase social como de género nacería el fenómeno de la mascarita, un personaje que «va a cometer acciones sancionadas en la vida cotidiana, acciones que no haría a cara descubierta, pues el individuo transformándose se libera a sí mismo» (Barreto Vargas, 1993: 510). Del mismo modo que sucedería con las tapadas, en el caso de las mascaritas también se da transgresión de género y conductas sexuales disidentes:
La máscara tenía un encanto especial, aquella careta o aquel antifaz de raso es algo inolvidable. Todo se quedaba en la incógnita. [...] Muchas veces había un pequeño escarceo, lo que se dice un ligue. Hubo quien tuvo un ligue con su propia esposa y otros que tuvieron un estupendo romance con una máscara con volantes y antifaz que después resultaba ser un mariquita. Se ponían morados en los carnavales con lo de la mascarita y tú tenías que salir por patas (testimonio visto en Barreto Vargas, 1993: 513). |
Así pues, la «mascarita» canaria representa no solo un elevado grado de ambigüedad en la expresión de género –con la consecuente problematización y medidas represivas para evitarlo–, sino que se constituye en la figura carnavalera encargada de cometer los más atrevidos engaños. Por consiguiente, su existencia se sostiene sobre la falsedad y la mentira. Un hecho que las «mascaritas» celebran –celebramos– con risas burlonas frente a quienes tratan de definir lo que se esconde debajo del antifaz o la máscara. Apropiarse de la acusación normativa de «falsedad», de ser una «impostora» que se disfraza o de la «intrusa» que ocupa espacios no autorizados, así como de la hibridez y la monstruosidad, se constituyen como una poderosa estrategia de resignificación. Su objetivo sería el de desarticular los discursos que operan en los imaginarios colectivos y marcos representacionales en torno a la disidencia sexual y de género planteados a lo largo de este texto. Es la misma lógica que hemos aplicado para términos como «marica», «camionera», «travelo», «bujarra», «tortillera» o «maricón con tetas». Asumirlo para abrazarlo y llevarlo a un lugar de significación que los constituye no en herramientas lingüística y conceptuales que encarnan opresión sino, en su lugar, emblemas con los que reivindicar la propia existencia a partir de cómo el relato hegemónico nos define.
Ilustración digital de Daniasa M. Curbelo (2023) publicada en híbridas impostoras intrusas (Ed. Bellaterra)
Bibliografía y webgrafía consultada
. Galván Suárez, Sara y Rodríguez Santiago, Jesús (2014), Historia del Carnaval de Gran Canaria. Alumnos de la Facultad de Geografía e Historia de la ULPGC en prácticas en la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria (FEDAC).
Más información del libro:
Daniasa M. Curbelo híbridas impostoras intrusas Ed. Bellaterra, 2023 Cap. «Mascarita, la vida es un carnaval» (fragmento) págs. 162-169
https://www.bellaterra.coop/es/libros/hibridas-impostoras-intrusas Disponible en librerías de Canarias
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