La cruz no aparece como objeto de culto hasta los últimos años del siglo IV, asociándose a ella las imágenes de la Dolorosa y San Juan Evangelista a partir de finales del siglo VIII hasta el X. A partir de entonces, este motivo iconográfico se irá enriqueciendo e irá presentando algunas variantes basadas en la moda y la época. Así, el arte románico de los siglos XI y XII nos presentará -por influencia de las Deesis bizantinas- un Cristo vivo, mientras que a partir del XIII, el arte gótico comenzará a recrearse en el sufrimiento del Señor, dejándose llevar, como diría Calero Ruiz, por las dramáticas historias contadas por los místicos; la imagen del Crucificado se humaniza y pierde su carácter hierático, cubriendo sus caderas con un paño de pureza… La Deesis -o Déesis- es un tema nuevo en el arte bizantino tras la revolución iconoclasta que representa a María y San Juan Evangelista ante Cristo. Es un motivo surgido como una piadosa costumbre ya que en el Medievo, la Iglesia no permitía mostrar la desnudez de Jesús en la cruz, a pesar de que era una práctica común por aquel entonces. Será más tarde, a partir del Renacimiento, sobre todo el Quinientos, cuando el Crucificado se convierta en un tema de estudio anatómico y prototipo de belleza. Así, los artistas usarán la excusa de plasmar un bello cuerpo sin ropajes y de perfectas proporciones en los que también destaca su magnética serenidad. En el Barroco, el tema vuelve a cargarse de intenso dramatismo a fin de conmover a los fieles a través del dolor del martirio del propio Dios hecho Hombre.
Este excepcional Crucificado está entronizado en la Capilla del Cristo o de Las Ánimas, situada en la nave de la Epístola, en la Parroquia Matriz del Salvador de la capital palmera. Fue instituida antes de 1556 -como muchas de las grandes fundaciones realizadas en la segunda mitad del Quinientos-. Fue puesta originalmente bajo la advocación del Evangelista San Marcos por el conquistador Marcos Roberto de Montserrat y por su esposa Jerónima de Benavente Cabeza de Vaca. El desaparecido investigador palmero Fernández García nos recuerda que ambos habían instituido capellanía de tres misas rezadas a la semana que se celebraban los lunes, jueves y viernes con señalamiento de 30 doblas con limosnas de las mismas. Posteriormente éstas se verían reducidas a dos semanales, a razón de tres reales cada una. El patronato pasa a una hija de los fundadores, Beatriz Benavente Cabeza de Vaca y de ésta a su hijo, Fernando de Castilla. Distintos pretendientes tuvo la capilla -nada menos que cinco-, entre ellos, tías y hermanas de Fernando. Martín Rodríguez aclara que deciden establecer un pleito que el obispo Rueda decide fallar a favor de aquél. Más tarde la capilla pasará a llamarse del Cristo. La capilla recibió diversos nombres debido a las diferentes advocaciones que allí se veneraban hasta que se trasladó a ella el Calvario. Así se declara en el testamento de aquél, hecho ante el escribano Domingo Pérez el 30 de enero de 1556.
Es curiosa la también denominación de la capilla, tal y como se aprecia en el testamento de Sebastián de Almeida, Regidor de La Palma, fechado el 29 de septiembre de 1614. Allí se dice que poseyó un arrimo con dos sepulturas en la parroquial de El Salvador entrando por la puerta principal a la mano derecha que esta junto a la capilla que dicen de los Roberto.
La capilla se sitúa en la nave de la Epístola y tenía la particularidad de tener una entrada independiente desde la plaza, al hacerse la nueva fachada unos años después. Martín Rodríguez nos informa de que aún queda parte de un arco gótico. Así mismo, el retablo pintado que allí se albergaba presentaba como tema los pasos de la Pasión de Cristo, y entre ellos había un Descendimiento de la Cruz.
Según el magistral estudio de la investigadora Gloria Rodríguez, se trata de un retablo neoclásico, obra sin documentar, aunque debe de ser del primer cuarto del siglo XIX. En esta época se renovaron, con mejor o peor acierto, todos los retablos del templo. El banco sirve de plinto a los dos pares de columnas de fuste liso y capitel compuesto que enmarcan la hornacina central del retablo cuyo arco de medio punto descansa en ménsulas. El cuerpo único del retablo se corona con arquitrabe y cornisa de dentellones y frontón curvo partido con pedestal y jarrón en el centro. Todo él es de madera pintada imitando mármoles de tonos azules y naranja, lo mismo que el frontal del altar. Esta decoración fue abonada a Santiago Rodríguez de León en 1831, según consta en el Libro de la Cofradía de las Benditas Almas del Purgatorio.
La única gran hornacina del retablo donde se encuentra ubicado el Calvario tiene de fondo un paisaje pintado. Es muy tétrico y está lamentablemente muy deteriorado.
El Crucificado tiene 174 cms de altura y 179 cms de brazos. La representación de Cristo con los brazos ampliamente extendidos, significa que murió por todos los hombres, es el Cristo católico, al tiempo que el Crucificado con los brazos poco abiertos, o estrechos, sería el jansenista, que reserva la gracia a unos pocos elegidos (A. Gazier). Sin embargo Réau nos informa de que esta denominación es errónea, puesto que los brazos en posición perpendicular aparecen a finales de la Edad Media, mucho antes que Jansenio y su doctrina de la gracia, y suele encontrárselos en los pintores del siglo XVII auténticamente católicos y hasta vinculados con los jesuitas, tales como Rubens (Museo de Toulouse), Van Dyck y Le Brun. Es de madera tallada, policromada y pintada que ha sido catalogado entre la escultura de origen flamenco del primer tercio del siglo XVI. Algunos historiadores, al hablar de esta magnífica pieza devocional, decían que se trataba de un Cristo de nueve cabezas, es decir, más grande de lo acostumbrado, ya que la longitud estándar era de ocho cabezas de medida. No en vano se considera el Crucificado flamenco más grande de los llegados a Canarias. A los pies de la cruz se encuentra una cartela donde aparecen los símbolos de la Pasión, como el gallo, la columna y el látigo.
Dos imágenes acompañan al Cristo conformando el conocido como Calvario de Los Mulatos desde mediados del siglo XIX. Una es la efigie de San Juan Evangelista, que lleva en su espalda una inscripción con la posible fecha de su realización, 1666. La otra espectacular talla procesional corresponde a Nuestra Señora de Los Dolores, de autor anónimo del siglo XVI, que desfila procesionalmente acompañada por su Cofradía de Damas de los Siete Dolores en la noche del Viernes de Dolores de la suntuosa Semana Santa capitalina.
Precisamente esta Dolorosa había inaugurado las procesiones de ese día en la edición de 1955. Desfiló procesionalmente en otras épocas y, según varios artistas e investigadores, podría ser de finales del siglo XVI, aunque sobre su data no hay acuerdo aún. El siglo XVII también es centuria probable por la grabación que aparece en la espalda de su “compañero” San Juan. Rodríguez González o Lugo Rodríguez, por ejemplo, atribuyen la autoría de la Virgen a Pedro Álvarez de Lugo y Usodemar (1628-1706) e incluso a Manuel Hernández -el Morenito-, lo que situaría a las imágenes en el siglo XIX, aunque trabajara cabeza y manos sobre armazones más antiguos. También, según la opinión del investigador Fuentes Pérez, ambas imágenes no deben de ser tan antiguas y piensa que su autor fue el mencionado Manuel Hernández.
Mientras se confirma su autoría, ambas efigies deben de ser consideradas como obras anónimas de vestir o candelero y miden 155 cms. Sólo tienen de talla la cabeza y manos. Actualmente están cubiertas por ricos ropajes de terciopelo bordados en oro.
Como curiosidad, digamos que estas dos tallas de Pasión acompañaron al Señor Yacente durante la procesión del Santo Entierro entre 1912 y 1923. Esto fue debido a los graves incidentes que ocurrieron durante el Miércoles Santo de 1911 entre los Padres Paúles establecidos en el vecino monasterio dominico de San Miguel de Las Victorias y las hermandades de ese cenobio. La solemne y multitudinaria procesión se había trasladado a El Salvador en 1912 y, por eso, la Dolorosa y San Juan de los Mulatos reemplazaron las imágenes de misma advocación del mencionado convento.
Este Crucificado que nos ocupa aparece en la iglesia desde los primeros inventarios conservados en 1603. Lo que ha cambiado es sólo su ubicación. Inicialmente se encontraba en el arco de la capilla mayor (en 1603), pasando a rematar en 1625 un desaparecido retablo de la Transfiguración, concretamente en el testero de la misma. Desde 1648 ya poseía su propio altar. Cuarenta años después constaba haberse erigido en la Capilla de Santa Ana, colateral del Evangelio, con el consentimiento de su patrona, doña Lucía Díaz Pimienta. Estaba encargada de su custodia la Cofradía de las Ánimas, por cuya cuenta corrieron los gastos de hechura de las potencias y clavos de plata sobredorados (1768).
Como preludio del verdadero altar, el calvario encaramado sobre el arco triunfal o toral aumentaba el carácter triunfante de la capilla mayor en unión con la imagen central del cristianismo: la redención del hombre mediante el sacrificio de la cruz. Nuestro Crucificado, como vimos, se hallaba sobre una gran traviesa de madera o tirante de la techumbre que albergaba -al igual que en ejemplos peninsulares- decoraciones pintadas y talladas en cuya zona central se ubicaba entre la Virgen y San Juan, como en el arco de la capilla mayor que nos ocupa. Ocurría lo mismo en el arco principal de la desaparecida ermita de Santa Catalina de Alejandría, también de la capital palmera.
En ningún momento se dan datos que indiquen un cambio de imágenes; sólo en 1615 (según el Libro de Mandatos) se ordena la restauración de las tallas secundarias por estar muy indecentes. Esta obra se ejecutó inmediatamente, pagándose a un pintor por dorarlas y darles barniz (Fábrica I, 104. Visita de 1616). Es probable que su estado empeorara con el tiempo y más tarde, siguiendo con nuevas modas, se aprovecharan sus partes principales para hacer las imágenes de candelero en la fecha que lleva el San Juan. En 1784 el Cristo fue retocado por el escultor palmero Marcelo Gómez Carmona, ajustado en 30 pesos. Sin embargo, recibió 50 pesos por componer de madera y barnises la escultura, a causa de haber encontrado la santa ymagen mucho más deteriorada de lo que se le adbirtió.
Los retablos que figuran ahora en las cinco capillas de El Salvador fueron hechos en la primera mitad del s. XIX, siguiendo modelos muy semejantes, que se repiten en las dos de la cabecera y en las dos laterales, respondiendo a la inspiración neoclásica de la que era tan devoto en Beneficiado Díaz, rector de la iglesia en esos años e inspirador de toda la polémica reforma realizada en el magnífico templo. Esta afición habría nacido al contacto con el ambiente neoclásico reinante en La Orotava, frecuentado durante su destierro en Tenerife, y en su gran amistad con el escultor Estévez del Sacramento.
El Crucificado ha sido catalogado como exquisita pieza flamenca del siglo XVI -concretamente de un taller de una provincia del Norte de los Países Bajos-, a pesar de que, según algunos investigadores, es difícil discernir si su procedencia original es Flandes o el medio flamenco sevillano. Esto se debe a que con ambas corrientes artísticas comparte características: la calma majestuosa de su expresión, la disposición de los miembros y el paño de pureza o perizoma, muy ceñido a los muslos y cayendo a ambos lados del cuerpo…, aspectos que coinciden con los modelos flamencos. Sin embargo, su anatomía responde a un tipo más avanzado que refleja ya la corriente renacentista. Estos estudiosos incluso relacionan la obra con talleres sevillanos como el de Juan Giralte, de acentuado carácter flamenco, que sigue en sus obras un tipo humano semejante. Otras características destacadas del Señor de Los Mulatos es, quizá, su postura tendente a la verticalidad, la dolorida expresión de su semblante mitigada por la muerte, el trazado de sus cabellos y la barba en someros mechones recorridos por profundas acanaladuras curvilíneas y el plegado duro y anguloso de su paño de pureza…
La profesora Negrín Delgado compara esta extraordinaria imagen cristológica que nos ocupa con otras piezas de misma temática talladas en los Países Bajos a fines del XV, como por ejemplo, los Crucificados de San Pedro de Lovaina, del Museo Comunal de la misma ciudad, o el del Museo del Louvre de París. La investigadora es tajante al afirmar en su profundo estudio sobre la escultura flamenca que … todo ello confirma el origen flamenco de esta imagen impregnada de goticismo y su datación en torno al primer tercio del siglo XVI”. El profesor Galante Gómez escribiría: “En la capilla de Marcos Roberto de Montserrat destaca un magnífico Cristo gótico-flamenco, de los mejores de Canarias, flanqueado por una imagen de San Juan Evangelista, del siglo XVIII, de profunda expresión barroca, y por la figura de la Virgen.
De Coone nos informa de que se pueden encontrar obras similares en los trabajos lovanienses del maestro de las figuras del Cristo Crucificado, como es el caso del Cristo de la abadía de Premonstraten en Heverlee. Esta profesora de la Universidad de Lovaina (Bélgica) también nos indica que la posición de los brazos de esta impresionante imagen es la misma que la mencionada obra, aunque algo más alzados que la línea horizontal. Continúa asegurando que, en cambio, son diferentes el perfilado de la caja torácica, que no es tan preciso como en los ejemplos de Lovaina, el cabello del Cristo de Los Mulatos, que no se une en un solo rizo en su caída sobre el hombro, y el paño de pureza que cae en un pliego entre ambas piernas.
Pérez Morera y Rodríguez Morales informan en su estudio artístico de que también de factura nórdica, y más concretamente amberina, realizados en esos primeros años del Quinientos deben ser el Cristo del Amparo del Santuario de Las Nieves y el de los Mulatos de la parroquia de El Salvador… En la misma línea, para Calero Ruiz, su esquema recuerda las figuras nórdicas de igual temática talladas en los Países Bajos; teniendo en cuenta sus características formales parece haber sido tallado en talleres neerlandeses, datándose en el primer tercio del siglo XVI.
Esta escultura de madera policromada se ciñe al tipo iconográfico gótico del Cristo muerto y sufriente en la cruz con su cabeza coronada de espinas cayendo ladeada sobre el hombro derecho, que queda cubierto por el cabello; los ojos están cerrados; la llaga sangrante del costado… interpreta el Evangelio de San Juan enriqueciéndolo con las dramáticas descripciones de la literatura mística medieval, creadora de aquella tradición de las caídas en su ascenso al Monte Gólgota que inspira la representación de esas amoratadas heridas de sus rodillas (Negrín Delgado). Los abdominales están muy marcados y la caja torácica está algo elevada y por ello se distinguen las costillas. El paño de pureza está anudado a ambos lados. Su rígido cuerpo, modelado con cierta despreocupación anatómica, apenas se arquea para posibilitar la superposición de los pies traspasados por un solo clavo -el pie derecho aparece clavado sobre el izquierdo- y sus brazos tampoco se inclinan demasiado con respecto al patibulum o madero horizontal, por lo cual la figura da la sensación de ingravidez a pesar de su corpulencia.
El bellísimo Cristo poseía dos potencias laterales de plata sobredorada, que siguen un mismo modelo formado por rayos rectos y flameados dispuestos en forma contraria: en una el rayo recto va entre dos flameados; en la otra, uno flameado entre dos rectos. La potencia central era de ráfagas que parten de un centro. Por su tipología corresponden a dos épocas distintas: las primeras podrían ser las inventariadas en 1686 (Visitas, 122), mientras que la central sigue un modelo del XVIII, más propio de la época en que se hicieron de nuevo y se doraron (Libro de la Cofradía, cuentas de 1757 a 1768). Es posible que al rehacerlas se copiaran en parte las antiguas. En una fotografía que ilustra el magnífico trabajo de Rodríguez-Lewis sobre nuestra Semana Santa podemos apreciar al Cristo con las potencias. Actualmente se le coloca una aureola que, bajo mi punto de vista, no se adecua al conjunto.
Cofradía. La mencionada Cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio se hallaba establecida en esta Parroquia Matriz y fue fundada en el año de 1615 a solicitud del Teniente de Gobernador así como de innumerables personas particulares del pueblo. Su objeto era hacer sufragios por las almas del Purgatorio, celebrándose misas cantadas y procesiones con la asistencia del Beneficio todos los lunes, y aniversario general en la conmemoración de los Difuntos. Tenía esta Cofradía a su cargo el aseo del altar del Santo Cristo y poseía varios tributos y fincas que pasaron al Estado.
Existió otra Cofradía, llamada del Santísimo Cristo Crucificado, establecida en la Parroquia en el año de 1708, con despachos legítimos y en forma de confraternidad. Se componía en su mayor parte de pardos o mulatos, así libres como esclavos, aunque también ese inscribían otras personas, tanto eclesiásticas como seculares. Su objeto principal era la fiesta de la Exaltación de La Cruz, cada 14 de septiembre. Por este motivo se denominó popularmente la Cofradía de Los Mulatos, alcanzando el título al propio Cristo.
En esta Cofradía se habían agrupado los negros esclavos y libertos que desde 1602 habían dejado la fiesta de su patrono San Benito, Patrón de Europa en el Convento Real y Grande de la Inmaculada Concepción, resentidos por una plática ofensiva del predicador fray Fabián de Casanova. El religioso les había dicho que esa fiesta no era aceptada por Dios porque la hacían con el dinero robado a sus amos. Rodríguez-Lewis también recoge esta anécdota en su obra. Muy ofendidos por esa calumnia y con ocasión de la procesión con la imagen del santo, echan a correr con el trono y lo llevan a El Salvador, donde hacen la fiesta anual a partir de entonces. La imagen de San Benito -curiosamente representado como un santo negro- aún se conservaba en la iglesia de San Francisco de Asís.
Estas cofradías propias de negros y mulatos existían en el Archipiélago desde el siglo XVI. Lobo Cabrera, Rodríguez-Lewis y Barreto Vargas, entre otros investigadores, nos informan de que en general, las mismas proporcionaban a sus miembros un sentimiento de serenidad espiritual y de mayor imbricación en la sociedad en la que se insertaban.
Se ha podido apreciar la impresionante talla en la ciudad tinerfeña de La Laguna, donde ha viajado conjuntamente con muchas magníficas obras flamencas que se custodian en varios templos de la capital palmera. El motivo fue el de su participación en la polémica exposición de arte sacro titulada Lumen Canariensis. El Cristo de La Laguna y su tiempo. Permaneció allí hasta el 15 de enero de 2004.
Es lamentable su actual estado de conservación, al igual que el de todo su retablo neoclásico. Es preocupante el estado de deterioro de su antebrazo izquierdo. Cerca del hombro de este lado es perfectamente visible un gran surco muy profundo. Es probable que acabe partiéndose si no hay una rápida actuación. Es hora ya de recuperarlo del olvido e intervenir con urgencia para rescatar su talla y su fiesta del 14 de septiembre. De esta forma podríamos admirar esta joya de Flandes en todo su esplendor y volver a verla desfilar procesionalmente por las calles del centro de la histórica ciudad.
El Santísimo Cristo de Los Mulatos se entroniza efímeramente en la capilla mayor para presidir los actos anuales de la Cuaresma a partir del Miércoles de Ceniza, tras lo cual es colocado nuevamente en su retablo. La sobrecogedora imagen resalta por la sobriedad del trono de madera oscura sin flores. Su silueta es proyectada por unos focos de luz en la gran tela morada que cubre todo el testero del altar mayor. Otra oportunidad única para admirar de cerca de una de las piezas flamencas más importantes que se conservan en la vieja Europa.
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