Esta Agrupación, como tantas otras del mismo tipo, comenzó en un grupo de amigos que se reunían a tocar y cantar, comerse unos pejines, caracajas o viejas jareadas y asadas, regándolo todo con unos vasos de malvasía, el riquísimo vino de la Isla.
En el año 1960, y con ocasión de las fiestas veraniegas: El Carmen, San Ginés, Las Nieves, Virgen de los Volcanes, etc., tomó carta de naturaleza como tal Agrupación, aunque sólo musical; en el año 63 incorporó el Grupo de baile y en el 64 se integraron en la Organización Sindical de Educación y Descanso. Actualmente forman una Agrupación completísima, joven, y con buenos instrumentistas y estupendas voces, ágiles bailarines y atractivas bailarinas. Con sus pintorescos trajes típicos, constituyen un espléndido cuadro de arte y color que encanta a propios y extraños, sobre todo estos turistas que quedan prendados de su encanto y pureza típica.
Sus interpretaciones son folklore puro, sin mixtificaciones; isas, folías, malagueñas, polca y sorondongo, arreglo éste del entrañable D. José María Gil; salen, brotan de sus instrumentos y gargantas como si de la misma tierra brotasen, y esas seguidillas lanzaroteñas, tan distintas de las que se oyen en el resto del Archipiélago, nos hacen estremecer, vibrar con su ritmo y expresión.
Al oírlas vemos pasar ante nosotros todo lo que constituye la maravilla sobrecogedora de «La Isla de los Cien Volcanes»; Cueva de los Verdes, Jameos del Agua, Montaña del Fuego, Islote de Hilario. El Golfo, Malpaís de la Corona; todo un paisaje ennegrecido, atormentado y estremecedor, con la incrustación esmeralda del Valle de Haría, la de las diez mil palmeras; la filigrana, arabesco, de las viñas de la Geria; la nieve salada del Janubio y ese rosario de playas blancas que ciñen la isla, haciéndola resaltar en un mar siempre transparente y azul. En este paisaje, los pueblos, pueblos blancos, blanquísimos, nos dan el tremendo y maravilloso contraste del blanco y el negro, día y noche, gloria e infierno, con sus nombres, evocadores de no sabemos qué extrañas mitologías: Guanapay, Teguise, Acatife, Ye, Soo, Teguesite, Timanfaya, Yaiza, Famara y, reinando sobre todo ello, el viento, ese incansable soplo del mitológico Eolo, alegoría de la Isla, ante quien todo se doblega, todo, menos la férrea voluntad del campesino lanzaroteño, que lo vence una y otra vez; a costa de un trabajo de siglos, ha proporcionado a su Isla el escudo necesario para ello, moldeando al propio tiempo el paisaje, haciéndolo único en el mundo; acaso este trabajo silencioso, tenaz, continuo, defensa contra un enemigo invisible, no tangible, pero implacable, haya moldeado también el carácter de sus gentes haciéndolo como es, serio, tranquilo, fatalista; ojos entrecerrados que miran a través de uno, más allá, lejos; pero acogedor y abierto a todos, como abierta está su Isla a todos los vientos y mares, como abierto está el vientre de su tierra por las heridas de sus cien volcanes.
Es una Agrupación digna de la Isla, y la Isla es incomparablemente hermosa, trágica, estremecedora; pero con esa hermosura de las cosas únicas que se ven y ya no se olvidan, ansiando volver a verlas de nuevo.
Ángel Pazos García
Las Palmas, septiembre, 1966.