La hoguera de la Virgen, de encanto festivo a ilusión colectiva.
Al 'apardecer' se prende la hoguera de la Virgen. |
De antiguo, como si de un faro se tratara, la hoguera de la Virgen alumbraba y marcaba el camino a los peregrinos que, de madrugada, aprovechando la «fresca» se acercaban a gozar la misa del día de la Virgen. Por el valle se respiraba la convocatoria a fiesta. Con el repiqueteo de las campanas, los vecinos asentados en el casco urbano salían a las calles en busca de las hogueras de la Virgen. El humo traía aromas de tea, castaño, tomillo e incienso. Se expandía el aroma a humo y a monte. Era la señal inequívoca que señalaba, el primero de julio, la víspera de La Patrona.
En el programa de la Patrona de 1950, figura para el 28 de junio a las 7 de la tarde el acto siguiente: «La Bandera de la Virgen será conducida desde la parroquia Matriz, al castillo de Ntra. Señora de los Remedios, con acompañamiento de Autoridades y la Banda de música. Seguidamente se procederá a la bendición del castillo, de reciente construcción, en el mismo lugar donde se ha venido situando tradicionalmente». La iniciativa se debió, entre otros, a los hermanos Antonio, Cayetano y María Remedios Gómez Felipe, quienes cedieron los terrenos al Ayuntamiento. El proyecto, debido al aparejador José Antonio Santos, reproduce un viejo reloj de sobremesa propiedad de la familia donante. Como apunta la misma fuente documental, este castillo vino a sustituir al que anualmente se fabricaba ad hoc con papel, palos y rama y desde el que se procedía a: la izada de la bandera de la Virgen, el tiro de salvas de pleitesía con cañones y de los tradicionales fuegos artificiales, además de la suelta de globos aerostáticos. Su construcción atraía a todos por igual y especialmente la chiquillería colaboraba cargando ramas y palos.
La subida de la bandera era el primer acto con el que se abrían los festejos (y aún hoy lo sigue siendo). La insignia, de color blanco y estampación de la inicial mariana, era arriada en su mástil a mediados de julio, después de las novenas a la Virgen, coincidiendo con la recogida de los damascos y las colgaduras de la parroquia, nunca antes. Las fiestas de la Patrona terminan después de la celebración de los cultos estrictamente religiosos.
Desde ese balcón natural se iba divisando el prendido de las hogueras de Los Pedregales, del Retamar, de Triana, de Hermosilla, de Dos Pinos, de Tajuya, de La Laguna, de Las Rosas, de Los Palomares, de Pueblo Nuevo… y, muy a lo lejos, la de la montaña Rajada (en Las Manchas), otra que también se seguía encendiendo hasta hace muy pocos años. Eran decenas de pequeños focos de luz en la noche de la víspera de la Patrona.
Las hogueras en festividades de La Palma y el resto de Canarias.
De antiguo era costumbre en el Valle de Aridane el encendido de hogueras, con gran algarabía popular, en las vísperas de Corpus Christi, San Pedro, San Juan, San Miguel y Patrona. En la actualidad, han quedado relegados a San Juan, con gran profusión por toda la Isla, y la Patrona. Asimismo, desde tiempos inmemorables, en La Palma las hogueras han tenido connotaciones de alborozo y regocijo público. La hoguera es símbolo inequívoco de fiesta, ya fuera estrictamente religiosa o de carácter cívico. Así, para anunciar la venida de la imagen de la Virgen de las Nieves en la procesión general de 1765 (año de Bajada), la noche de la víspera, las monjas del convento de Santa Catalina de Siena habían dispuesto, además de velas para las luminarias de farolillos, siete reales y medio en «leña para las fogueras».
Años después, la noche del domingo 4 de septiembre de 1781, con motivo de las fiestas que celebraba el real convento de la Inmaculada Concepción de Santa Cruz de La Palma para solemnizar la prelatura de fray Jacob Antonio Delgado Sol como provincial de la orden franciscana en Canarias, en la plaza conventual «ardieron 30 fogueras, sobre los muros de ella muchas mas en vasos de alquitran; de forma qe. el llano, fachada del Convto. y campanario era una flammante Troya, cuias luzes gritavan el fuego del obsequio», según testimonio del autor de la crónica de los festejos, titulada Obsequiosos Lemmas, y Expreciones afectuosas de un amigo del Rmo. Pe. Fr. Jacob Anto. Delgado Sol.
Otros ejemplos los encontramos en Gran Canaria. En Recuerdos de un noventón, con prólogo del autor de 1895, Domingo José Navarro recoge que en las «vísperas de estos días (San Antonio, San Juan y San Pedro) se divertían mucho nuestros abuelos con las grandes hogueras que hacían en las calles y plazas con tanta profusión que la claridad y el denso humo parecían un incendio».
Referencias palmeras en el siglo XX las encontramos en los festejos de San Pedro de Breña Alta. En su edición de 27 de junio de 1949, Diario de Avisos publicaba íntegramente el programa de actos; entre ellos se encontraban, además de «los antiguos arcos de rama y racimos de sabrosos frutos», para la víspera, el 28 de junio, el encendido a las 10 de la noche de «las clásicas «fogueras» de San Pedro».
En su monografía La fiesta de San Juan en Canarias, el palmero José Pérez Vidal se refiere a esta manifestación popular de las hogueras canarias, a las que denomina rosas de fuego. Citando a otros autores, menciona que las hogueras estaban presentes en la antigüedad clásica durante las fiestas en honor del dios Baco y de otras divinidades, y que de allí pasaron al cristianismo. Por supuesto, no estuvieron exentas de la censura, como se hiciera expresamente en el concilio de Constantinopla (680), que las «prohíbe rigurosamente. Sin embargo, las hogueras, como hemos visto, han sobrevivido, y será muy difícil desarraigarlas de las tradiciones populares».
Aún con esta prohibición eclesiástica, la Iglesia asumió las hogueras como elemento integrador entre lo pagano -que el pueblo mantenía arraigado- y los elementos destacados de lo sacro-cristiano, llegando incluso a transformarse simbólicamente. En Los Llanos de Aridane conocemos al menos tres ejemplos concretos de lo que decimos. En el siglo XVIII, la costumbre de hacer hogueras en las festividades estaba plenamente enraizada, tal y como corroboran los gastos de la fábrica parroquial de Los Remedios en 1794 por rama y por «leña para las hogueras y quien la trajo». A mediados de la siguiente centuria, las hogueras continuaban alumbrando los festejos. En las cuentas de la misma parroquia constan «gastos en rama, leña para las hogueras, pólvora y gratificación a los que trajeron la rama para la misma función de la Patrona» en 1851 (como vemos, el coste de la traída de leña para las hogueras de la Patrona era asumida por la Iglesia). El tercer ejemplo lo hallamos en 1861, cuando la misma fábrica parroquial invierte en «flores, rama, leña para las hogueras, combustible…» para la Semana Santa, el día de la Patrona y otras festividades, lo que nos viene a decir que las hogueras estaban presentes en todo tipo de celebraciones religiosas aridanenses.
Probablemente ya fuera del pago de leña directamente por parte de la Iglesia, encontramos que el 15 de agosto de 1954, en la conmemoración del Año Mariano, la Virgen de las Angustias sube de manera extraordinaria a la parroquia de Los Remedios; su recibimiento fue acogido con «cohetes y bengalas. Fuegos Artificiales. Tradicionales Hogueras». Es la primera vez que encontramos el calificativo de tradicional; sin embargo, las noticias apuntadas demuestran que en el siglo XVIII eran práctica común en cualquier festividad.
Grupo de vecinos que mantienen la vieja tradición. |
La hoguera de la Virgen en La Palma: una tradición viva.
Volvamos a la hoguera de La Virgen. Hoy como ayer, un grupo de vecinos de la montaña de Tenisca -asentados en torno a las palmeras que bajan en pendiente camino hacia el barranco de Tenisca por el sur- se encarga de mantener viva la tradición. Fundamentalmente, se trata de tres familias: los González Hernández, los Ramos Hernández y los Rodríguez Martín (hoy conocidos por los de Bárbara en recuerdo de la vieja panadería con horno de leña que regentaba en este lugar, al menos desde 1946, Bárbara Rodríguez Martín). Se podría decir que los antepasados de estas familias son los fundadores del poblamiento de la montaña aridanense y que son ellos los que siguen manteniendo esta vieja tradición a la que se han unido nuevas generaciones y otros vecinos de la zona.
El barranco de Tenisca, que discurre por el sur de la montaña de su mismo nombre, propiciaba la recogida de maderas arrastradas durante kilómetros desde las cumbres de El Paso. En un buen año de lluvias, el barranco corría durante semanas y aportaba gran cantidad de leña y piñas de pinos destinadas, en primer lugar, a diferentes usos domésticos y, también, junto a rastrojos, pajones e incienso silvestre, a la hoguera de la Virgen. Como decíamos, desde la montaña se contemplaba el encendido de las otras hogueras. La última en prenderse era la de montaña de Tenisca. Se encendía cuando las otras ya iban disminuyendo su intensidad. Según María Remedios González Hernández, la hora elegida era exactamente al «apardecer», es decir, a la hora parda, cuando aún no ha llegado la noche. El grupo de vecinos revoloteaba por los cuatro puntos cardinales de la montaña buscando el resto de hogueras, escuchándose al tiempo los estampidos de los voladores, que hoy suenan solos. Cada año, cuando únicamente quedan los rescoldos -de color naranja encendido-, se oye un susurro y un suspiro de deseo anónimo, entremezclados con el humo oloroso a madera e incienso silvestre… El año próximo habrá quien mantenga la tradición heredada de la hoguera de la Virgen.
Autora de este trabajo en la hoguera de la Virgen. |