Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

Un artesano de la piel. Domingo Salcedo Ravelo, guarnicionero.

Viernes, 27 de Abril de 2012
María Dolores García Martín
Publicado en el número 415

Pocos son los artesanos reconocidos que trabajan la piel. Un oficio muy vinculado a la ganadería, pues son los artesanos encargados de realizar coyundas, cabezadas para bestias, colleras... todos los elementos que se elaboran con cuero.

 

En la actualidad, la mayor parte de los mencionados utensilios son de origen industrial, a excepción de las colleras; éstas deben pasar por manos artesanas ya que, además del trabajo de la piel, deben colocarse las esquilas, hebilla, adornos...

 

Domingo Salcedo, natural de Tacoronte, nacido en el Barranco Las Lajas, cuenta actualmente con 40 años, siendo el más pequeño de cinco hermanos: yo fui un capricho de mis hermanos...; hay una diferencia de 10 años con su única hermana, quien lo precede, y de 20 años con su hermano mayor. Comentó que trabajó como carnicero con uno de sus hermanos, obligado por su padre: mi padre no quería parásitos en casa, fui carnicero a la fuerza, me obligó a trabajar en la carnicería de mi hermano (…).

 

Bordado de espigas en torno a las esquilas de la collera

 

Su verdadera vocación la encontró trabajando la piel: aprendí, y tengo mucho que agradecerle a Tomás, el zapatero de El Cardonal (La Laguna), con él aprendí la técnica para trabajar la piel (...) el primer cuero que destrocé era de Tomás, le rompí mucha piel. Después ya fui autodidacta, me fijaba en las que estaban hechas (...) hice collares para mis cabras, para mis perros, y una cabezada para el caballo.

 

Como en Canarias no disponemos de peletería, la piel la trae de la Península, pero, además, todos los complementos: pagamos mucho la insularidad, no tenemos nada, todo viene de fuera, hasta los adornos... Recoger pieles de aquí no vale la pena porque no se les puede dar el tratamiento que lleva para que duren. Este artesano piensa que ese oficio se ha abandonado porque es muy pesado, porque el trabajo no es pago. Para coser a mano lo hace con unas pinzas de madera, de forma ovalada; y que, como muestra la imagen, se sujetan entre los muslos y presiona la zona de la pieza a coser, para realizar el cosido, acciona con dos agujas: para que no queden huecos, si no tengo que volver patrás. Los adornos brocados los hace también manualmente; así, confecciona cintos, collares para perros, cabezadas... y, cómo no, las colleras. Éstas últimas pueden también llevar bordados y diferentes motivos que las embellezcan, a gusto del cliente.

 

Domingo trabajando con las pinzas para coser

 

Domingo cuenta en su taller con multitud de herramientas -específicas para el trabajo del cuero- con las que realiza los diversos encargos de su, cada vez mayor, clientela.

 

Sus trabajos destacan por el nivel de detalles y perfeccionismo que lo caracterizan. Ha sido capaz de restaurar antiguas colleras, cambiándoles el cuero y limpiando las esquilas, dejándoles un brillo que parece que se usan por primera vez. Se puede afirmar que hace colleras espectaculares, no solamente por el trabajo vistoso que se puede observar en ellas, también en el remate interior, forrado con un tejido suave que le resulta más confortable al animal. Normalmente se confeccionan por encargo; por tanto, el número de esquilas, el color del cuero, hebillas, tachuelas... son a gusto del cliente.

 

Resulta interesante el proyecto que le ronda por su cabeza, como es poder conseguir  piel de aquí, aunque trabajada fuera, accediendo a ella con la garantía de que son cueros de ganado vacuno de Tenerife y con ellos elaborar las coyundas y otros elementos que, de forma tradicional, se han hecho en la isla.

 

Domingo  Salcedo  quiere  aprovechar este espacio que la revista le ha ofrecido para agradecer a todas las personas que me han ayudado, tanto cuando empecé, y a quienes lo están haciendo ahora.

 

Y desde esta revista de la Cooperativa de La Candelaria, deseamos que tenga un buen futuro y que el oficio de guarnicionero no se pierda en las futuras generaciones.

 

 

 

Artículo publicado en la revista El Baleo (nº. 65).

 

 

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