La verdad es que el juez mostró gran formación y cualificación jurídica, unido a una sensibilidad humana y social, señalando los actores o protagonistas sociales que influyen y promueven la educación de los jóvenes, como son las familias, la escuela y profesores, los medios de comunicación social, etc. Apuntando, de forma muy aguda, como en la sociedad española, hemos pasado de una sociedad pre-democrática, dominado por el autoritarismo-entendida en clave dominación y poder- en todos los niveles (familiar, educativo, social, etc.), a una sociedad democrática o (mejor, decimos nosotros con el pensamiento actual) post-democrática o post-moderna (una segunda modernidad), donde la autoridad o responsabilidad que tienen estos diferentes actores sociales, como la familia y la escuela, los padres-madres y profesores, ya no son valorados por parte de los jóvenes, ya no son significativos para ellos, en una confusión o disolución de estas realidades y figuras, como es el ser padre-madre o profesor. Y presentando, con ejemplos prácticos de su desempeño profesional en su labor de juez, como las actuaciones jurídicas o judiciales tienen y deben ir encaminadas a la inclusión y promoción social del joven, al servicio o responsabilidad que debe tener dicho joven con la comunidad y sociedad., y no a la “judialización” o represión y venganza carcelaria-punitiva del infractor juvenil.
En lo más hondo de su planteamiento, de forma más o menos explícita, el juez Calatayud estaba detectando y reconociendo que la persona o el joven no nace o es (de forma natural-biológica o por designio divino) delincuente y violento (como nos quieren hacer creer algunas tendencias, de signo retrógrado o integristas), sino que, en su proceso de personalización y socialización, va siendo condicionado o influido y educado por diversas realidades e instituciones humanas, culturales y sociales, como la familia, la escuela o la opinión pública (tal como señalaba), que van forjando y conformando su carácter, conciencia y personalidad, que lo hacen vivir y actuar de una forma u otra, como puede ser en forma de una actitud despótica, dominativa y violenta. Esto que acabamos decir está hoy claro en lo mejor y más cualificado de la ciencias humanas y sociales (“es de manual”, como se suele decir).
En esta línea, tal como se le apuntó al juez en el debate y que este reconoció en sus aspectos fundamentales, se puede y debe complementar esta reflexión de E. Calatayud sobre los temas abordados, en una perspectiva más filosófica, ética y desde las ciencias sociales, para que el tratamiento de los mismos sea más integral y global, y no se queden en una visión algo sesgada o deformada de toda esta realidad. Porque la realidad social o sociedad, en cierta diferencia de lo que dijo el juez y alguna que otra persona en el debate, no es ni está compuesta sólo ni meramente por (la suma de) las personas o grupos sociales (los padres y madres, abuelos, profesores…), sino que, como nos enseña la ciencia social hoy, hay diversas instituciones, leyes, sistemas, mecanismos, estructuras…(de tipo culturales, políticas, económicas, etc.), que, una vez establecidas o instituidas, funcionan con cierta autonomía o independencia de la acción de estas personas o grupos sociales, a no ser que se incidan directamente sobre ellas, se transformen forma directa; y es que en este sentido, lo cual es muy importante y trascendental, estas instituciones y estructuras son el ambiente o clima y marco global, que rodea y en el que se insertan estos jóvenes, sus familias y la escuela, que se ven condicionados y configuradas por este sistema socio-estructural.
Por ejemplo, como ya se ha comentado, por mucho que uno eduque o quiera el bien para sus hijos y los suyos, estos -al igual que la familia y a la escuela- también se encuentran envueltos en la sociedad de la información (televisión, publicidad, video-juegos, internet…), que domina todos los espacios y ámbitos de la vida (de la ciudad, de la sociedad, etc.), estarán influidos por los valores, pautas y modelos de vida-sociales que difunde esta estructuración y organización social, a no ser que “los metamos -nos metamos todos- en una cueva” todo el día, cosa improbable. Si dicha estructura o sistema y red informacional-cultural, con los valores y modelos que transmiten, son perjudiciales, no son humanos ni éticos, para el joven, para la familia y la escuela, habrá que transformar directamente este sistema o estructura de la comunicación-cultural, creando a la vez otras, de forma humana y ética, si de verdad se quiere que los jóvenes se eduquen y socialicen de manera adecuada.
Porque, como hoy reconoce lo más cualificado de las ciencia sociales (por ejemplo, los Premios Príncipes de Asturias de Ciencias Sociales, J. Habermas, A. Giddens y R. Dahrendorf, o los Premios Nobeles de economía, A. Sen o J. Stiglitz), en una perspectiva humana y ética-crítica, hay estructuras o sistemas y poderes (políticos y económicos), como el actual y global neoliberal-capitalista, que mediante el mercado y el estado, colonizan el mundo de la vida (los valores, ideales, intereses, necesidades y capacidades de las personas y pueblos), que imponen su cultura individualista, competitiva, economicista, mercantilista, materialista…, el afán de tener y poder o conquista, del beneficio, ganancia o capital, la violencia y la guerra. Evidentemente, este sistema actual deshumaniza y aliena, crea desigualdad y empobrecimiento, paro y precariedad o explotación laboral, violencia y agresión, inseguridad y riesgo, patologías y adicciones, etc., en el que nos vemos afectados todos lo grupos sociales, ya sean (más o menos) ricos o pobres, aunque obviamente incide de forma especial en aquellos sectores o colectivos en situación o riesgo de marginación social, más empobrecidos y excluidos.
Una sociedad y su cultura, como la nuestra, como nos dicen autores y estudios cualificados, donde lo que prima es el individualismo y el hedonismo, la ganancia y la competitividad, el consumir o tener y el poder, la violencia y la guerra, pon encima de ser persona, del sentido y valores como la vida y dignidad de la persona, la fraternidad y la empatía o compasión, la solidaridad y la justicia (social), la igualdad y diversidad (cultural), la participación y protagonismo (ciudadano, social, política), la paz y la no violencia…, una sociedad así, decimos, es inhumana, patológica y enferma, oprime y subyuga a la persona, le obstaculiza su felicidad y realización personal-comunitaria, le impide su salud y desarrollo integral, le coarta su dinamismo de vida global , ética y sociopolítica.
Por ejemplo, como síntomas y símbolos emblemáticos de lo que venimos diciendo, ahí están patologías o enfermedades psico-sociales, como la depresión, la ansiedad y las adicciones. La cultura y el sistema social actual con sus tendencias de sociedad salvaje (darwinismo social), inhumana, individualista e insolidaria: deprime al ser humano, le reprime o amputa el sentido y significado de la vida, sus más nobles valores e ideales (el amor, la justicia, la paz…), sus dinamismo de vida, confianza y estima o esperanza, de una vida realizada y un mundo mejor, los sume en el vacío existencial y la soledad; produce una vida ansiosa y frenética, con un estilo y ritmo de vida (social, laboral…) insoportable e inhumano, basado en la competitividad, productividad y eficacia, que rompe al ser humano, lo acelera y desestabiliza, hasta tal punto, que no aguanta dicha presión salvaje; este vacío vital y falta de sentido en el ser humano, que lo evade y aliena, impulsado por esta sociedad de consumo y mercantilista, le lleva a refugiarse y sumergirse en las conductas adictivas-consumistas de todo tipo de productos, objetos y sustancias (legales o ilegales, naturales o tóxicas-químicas…), que conllevan el deterioro o destrucción de la salud y del desarrollo.
De todo lo anterior, como se habla hoy en la pedagogía actual, se deduce que lo que hace faltan son sociedades educadoras e inteligentes, donde las personas, grupos sociales, sistemas e instituciones o estructuras…eduquen y promuevan, formen y promocionen a las personas, a los/as niño/as o jóvenes, a la comunidad humana, en todos los valores, actitudes y claves (humanas, éticas, ciudadanas, sociales, políticas, etc.), como la solidaridad y la justicia (social), la paz y la no violencia, la promoción de la vida, dignidad y derechos humanos, de la ecología y de la diversidad inter-cultural, etc. Liberando y transformando, así, todos los valores o principios, actitudes y sistemas o estructuras, que impidan a la persona y al joven, a las comunidades, tener una vida humana, honda y con sentido, liberadora y comprometida o responsable con los otros, con la sociedad y el mundo, una actitud creadora y transformadora de más humanidad, vida, cultura, participación, justicia, paz, bondad y belleza en la historia.
Agustín Ortega Cabrera es Diplomado en Trabajo Social, estudios de Filosofía, Ética y Antropología, doctorando en Ciencia Sociales (formación del profesorado) en la ULPGC. Subdirector del Centro Loyola, profesor de ESO y del ICSE.