Revista n.º 1043 / ISSN 1885-6039

Los fenómenos del canarismo: cultura insular y cultura extrainsular.

Sábado, 1 de octubre de 2005
Juan Rodríguez Doreste
Publicado en el n.º 72

Hoy les traemos una reflexión de este destacado ensayista, periodista, polítco e historiador.

Foto Noticia Los fenómenos del canarismo: cultura insular y cultura extrainsular.



No acabaremos nunca de glosar los aspectos del verdadero determinismo, del evidente influjo conformador que la isla ejerce sobre sus habitantes. Por mucho que las comunicaciones hayan acaecido los elementos "exógamos", como dicen los antropólogos, en el ámbito insular, por grande que haya sido la uniformadora alienación que, a través de los medios de comunicación masivos -televisión, cine, radio, prensa, etc.- sufran y sigan sufriendo los hombres que viven en islas atlánticas u oceánicas, son todavía visibles y tangibles los rasgos peculiares que ese medio geográfico, ese mundo circundante, imprime a los que lo ocupan y habitan.

Dentro de cada una de ellas, en sus respectivas "vases closes", en sus vasos cerrados, pueden jugar y de hecho juegan otros factores sociológicos, la sociedad puede estar compartimentada, las infraestructuras económicas pueden acarrear esos eventos de lucha clasista, de discriminación a distintos niveles, desde el proletario al femenino, pero el hecho específico insular, esa especial idiosincrasia, ese diferente talante, esa particular perspectiva con que el isleño contempla el mundo y asume su propia existencia son tan reales, cobran tan acusado bulto que negarlos es como repetir una vez mas el instintivo gesto del avestruz que quiere rehuir una presencia.

En el número anterior de esta revista, Lothar Siemens, con su aguda visión crítica teñida de su privativa ironía, o sorna humorística tan "a la canaria", comentaba con acierto la “insularización" del mundo de la actividad musical, comparándolo con un curioso archipiélago. Sus islas, y exagero la imagen para resumir, su pensamiento, se llamarían la isla de los organistas u organófilos, la de los operatistas, la de los pianófilos, la de los guitarrófilos, la de los coralistas, etc. A las que yo añadiría el islón, casi un continente por la masa que agrupa, de los aficionados a eso que con generalización abusiva y excluyente se llama la música moderna, la que va desde los "negro espirituales" que a mí personalmente me encantan, pasando por el "jazz", la canción melódica y melosa, en su doble sentido de dulce y de pegadiza, cuando no pegajosa como relentes de grasa, la "pop" , el "rock" , etc. etc. hasta alcanzar esas fronteras inaudibles entre el sonido pautado y el mero alboroto. Esas Islas genéricas que Siemens establece podrán encontrarse en cualquier latitud, pero aquí son más aparentes y claras porque las subraya ese bajo continuo del espíritu canario que es el fenómeno -aunque poco a poco vaya deviniendo epifenómeno- de la insularidad.

Pero además no estoy descubriendo el Mediterráneo. Desde muy antiguo se conocen bien las civilizaciones o culturas de valle, de meseta, de cuenca fluvial, de costa, corolario ineluctable del medio geográfico respectivo, y la isla oceánica, hasta hace pocas centurias inabordable o difícilmente accesible, constituye un claro medio físico con su peculiar "hábitat". ¿Qué ejemplo más rotundo y concluyente que el de las Islas Británicas? A su arisca insularidad deben muchas cualidades y defectos, unidos, claro está, a otros ingredientes de variado tipo, como el protestantismo religioso y su secuela puritana, la dureza climática, la historia, que es también hijuela insular, etc. Para mí el mejor producto británico es la genuina democratización de las costumbres y de la política, ese admirable "fair play" que prevalece en todos los planos de la vida colectiva y hasta de la vida privada.

El arraigo que la insularidad tiene en la conciencia de ese pueblo admirable, que ahora nos está descubriendo a los continentales, en esta etapa de apresuramiento hiperbólico una nueva forma de vida, lo han puesto de relieve, a los que estamos familiarizados con su lengua y sus latidos populares, dos hechos recientes: la incorporación al Mercado Común y la decisión de construir el túnel submarino bajo el canal de La Mancha. Tras la resistencia de los "Trade Unions" a aceptar la unión económica con la Europa de los seis, y tras los comentarios sobre el famoso túnel que aparecen en esa prócer sección que equivale en los diarios, potenciadas en cantidad y calidad, a nuestras cartas de lectores, arropado en otros razonamientos más o menos espaciosos (diferencias de nivel económico, temor a la competencia industrial y al aflujo y baratura de otra mano de obra, rotura del bastión defensivo de la isla, etc.) late, informulado claramente, pero perfilado en la intención, en el eufemismo, en el aura flotante de cada artículo, un solo y radical temor. El inglés medio tiene la entrañada aprensión de que estos anchurosos cordones, que son, más que umbilicales, esofágicos, van a quebrar su virginidad insular, van a trastrocar todo ese vago pero conexo sistema o trama de relaciones humanas, de conductas individuales, sociales, profesionales, en suma, esa delicada estructura inefable, intransferible, tan perceptible para ellos mismos y tan chocante o admirable para los extraños, que han venido constituyendo las vivencias temperamentales e históricas de la existencia británica ligadas a su eterna insularidad.

Toda esta larga digresión, que ya no me deja tiempo para más, viene por mor de que la insularidad no es precisamente un cuento viejo y manido que unos pocos escritores nos hemos sacado de la manga con fines retóricos, como quiso decirme pero no acertó a hacerlo, en cierta ocasión, un bisoño cronista no bien intencionado. La insularidad va perdiendo ciertamente sus acusados perfiles. ¿Qué cosa no los pierde cuando todo se uniforma y se achata ante esas invasiones que recibimos de continuo por mar y aire, corporales y espirituales? Pero ha sido, durante siglos, una constante del espíritu canario. Sobre esta afirmación, que no admite serias refutaciones, trato de asentar lo que hoy quería decir pero tendré que decir otro día: el fenómeno de la coexistencia en nuestras islas, ya en tiempos históricos, de dos culturas espirituales nutridas por diferentes raíces, la que se inerva con estímulos propiamente insulares y la que asoma sus tentáculos a ondas exteriores. En pocas palabras, la lucha paralela, a veces agónica, que vemos desarrollarse entre nosotros de una cultura insular y de otra cultura extrainsular para las cuales las islas son marco limitador o frontera rebasable.



Este artículo ha sido publicado en el número 46 de la revista Aguayro, editada por la Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria, en diciembre de 1973.

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