Revista n.º 1123 / ISSN 1885-6039

Mis recuerdos en Franceses (Garafía). Una historia familiar (II)

Martes, 21 de octubre de 2025
Manuel García Rodríguez
Publicado en el n.º 1119

La situación del cuarto de baño era inmejorable, detrás de unas tuneras. Al no existir agua corriente, el váter forzosamente tenía que estar fuera de la vivienda.

Campesinas de Garafía sobre 1950 (foto: facebook de Josefa Falcón Abreu)

(Viene de aquí)

Nuestra familia de Garafía. Debo decir que mis tíos y primos eran como mis segundos padres y hermanos, respectivamente. A tío Esteban (hombre tranquilo, horrado, cariñoso y excelente padre de familia) lo recuerdo en muchos momentos de su vida: lo veo por la mañana preparando su mulo, el mulo blanco o cano para ir a trabajar en uno de los muchos trozos de terreno que tenía distribuidos por Franceses, y creo que hasta en Las Tricias... Tengo en mi mente grabadas dos frases que me dijo el tío Esteban en distintos momentos de su vida...

En aquellos días le comentaba yo lo triste que era perder una o varias cosechas por culpa de las enfermedades de las plantas. Creo que ello fue a raíz del mal de Panamá que azotó las plataneras de nuestra Finca de Miraflores y que motivó la pérdida de todos los plátanos. Le comentaba que jamás se podría volver a cultivar plátanos aquí, y el tío me miró con asombro, y me dijo: “Manolo, ya he visto en Cuba perderse cosechas enteras a lo largo de años, y pasado el tiempo volverse a recuperar el terreno, y todo seguir normal...”. En otra ocasión, hablando de pobres y ricos, me comentó:

-Yo soy muy egoísta.

-¿Por qué? -le pregunté yo, muy extrañado.

-Porque quiero que todos sean más ricos que yo para así no tener que darles a ellos y también porque siempre me salpica algo.

Llega la tarde y la tía Rosalina está atareada... Comenta y comenta todos los acontecimientos del día. Los repite una y otra vez... En la cocina se lamenta y vuelve a lamentar siguiendo la misma retahíla, dale que dale... El tío Esteban permanece allí, como siempre, impasible, sentado junto a la mesa a veces y en el exterior de la casa en otras ocasiones.

Tranquilo, y muy despacio, saca sus hojas de tabaco del fardo y -con toda la ceremonia del mundo- comienza a fabricar manualmente su puro. Parece que nunca va a terminar y… al final la llama del fósforo hace su aparición. Un humo blanco se esparce por doquier y a la luz de la luna, sentado en su banco de siempre, el tío Esteban disfruta del sabor de su tabaco, muy orgulloso de haberlo cultivado y elaborado él mismo. Lentamente lo va consumiendo en espera de que llegue la hora de irse a la cama...

La tía Rosalina (mujer activa, dicharachera y trabajadora) habla y habla... Tanto habla que ni ella misma sabe lo que dice... "¿Qué estaba diciendo yo?", se pregunta y repregunta, una y otra vez, y no encuentra respuesta... La recuerdo preparando la comida. Aquellos almuerzos que cuidadosamente colocaba en un limpio cesto de mimbre, fabricado a mano por el tío, para luego llevarla a pleno campo, donde los hombres cavaban y cavaban la cosecha anual de papas. Aún percibo ese olor a mojo de azafrán y el queso fresco que se desprendía del cesto que la tía preparaba para los trabajadores.

Gloria, la mayor de mis primas, era sufrida y cariñosa: creo que nunca la oí protestar por nada. Acudía con frecuencia a la casa de sus tíos en Miraflores. Cuando llegaba, mi madre se ponía muy contenta y entre las dos entablaban interesantes conversaciones. Yo aprovechaba para hacer alguna de mis diabluras...

Lela, como nosotros la llamamos (María Aranda para otros), era trabajadora, emprendedora, muy buena persona, educada, respetuosa y siempre amante de complacerte. Virtud esta que heredó de su madre, la tía Rosalina. Tuvo Lela, al igual que yo, un desgraciado accidente. Eran tiempos de duros trabajos en el campo. Se vivía por y para él porque era lo que daba de comer... Me contaron que fue, como todas las tardes, a buscar a la cabra que, en una huerta contigua a su casa, permanecía estacada. Parece ser que, al soltar la soga, esta se enredó del brazo de Lela, la cabra tiró fuertemente y -sea como fuere que pasó- su brazo se fracturó a la altura del codo. Comentando yo este accidente con Lela, me explicó que no fue exactamente así... pero que, en cualquier caso, la protagonista fue la cabra, y la pobre víctima Lela...

Pecaría yo de ingrato si no hiciese aquí una especial mención a la bondad de la Tía Rosalina... Fue tan buena mujer que aún después, cuando todos éramos mayores, acudía a visitarnos a nuestras casas obsequiándonos con sus famosas almendras garrapiñadas.

De Pura solo sé que estaba a las órdenes de Lela, cosa que era muy natural habida cuenta que esta es mayor. Aunque intuyo que Pura no le hacía mucho caso... Cuando yo abandoné por última vez Franceses, Pura creo que aún no tenía novio. Después llegó la noticia de sus relaciones con Antonio Herrera, y así se formó otra nueva familia...

La Patrona palmera en Franceses, en 1964 (foto: proyecto Historia de Franceses, de Mauro Castro)

Estar enfermo... En aquella época, viajar enfermo a Santa Cruz de la Palma era una aventura. Te llevaban en mulo hasta Los Sauces, si es que estabas enfermo y la enfermedad no era de gravedad; porque si lo era, te trasladaban en camilla acompañada o acompañado por voluntarios vecinos. Se iba por caminos de herradura, bajando y subiendo las inclinadas laderas de los profundos barrancos de Gallegos. Ya en Los Sauces, si el médico lo indicaba, te transportaban en una guagua destartalada o bien en un viejo taxi que daba más brincos que un caballo relinchando.

Dentro de este contexto llevaron a Lela hasta Santa Cruz de la Palma. Fue atendida en la Clínica Camacho. Creo que era el único centro hospitalario que existía en la isla por aquella época. Perduró durante muchos años más. Consecuencias de los adelantos del momento fue que el codo de Lela casi perdió la movilidad. A raíz de este accidente, ella estudió todo lo que pudo... Aprendió corte y confección y estableció una academia de este tipo en Santa Cruz de la Palma. Trabajaría en Madrid, donde acompañaba a una señora de la capital palmera. Más tarde haría estudios sanitarios y trabajó en la Seguridad Social como ayudante de enfermería, o algo similar...

El único varón de la familia de Garafía fue el primo Estebita. Era un remolino que no paraba de trabajar... Que si ahora hay que sembrar las papas, que si ahora hay que cavarlas, que los bueyes no tienen comida, que si hay que ir a las gacias... Se quejaba mucho, muchísimo, lamentándose siempre del trabajo pendiente. Caía la tarde y Estebita llegaba a la casa dando órdenes y más órdenes para el próximo día. "Lela, tienes que hacer esto…", "Gloria, tú vas a…", "Rosalina, falta de esto y de lo otro...", y seguía con su cantaleta.

Realizó Estebita el servicio militar en África, creo que fue en Sidi Ifni, cuando era español. Allí adquirió muchos de los conocimientos y destrezas que después contó con inigualable imaginación y frecuencia a lo largo de toda su vida. Cosa que, por desgracia, hoy ya no puede contar, por culpa de una horrible enfermedad que borró todo el contenido de su mente y que mucho después, posiblemente, fuese la causa de su muerte. También Estebita sufrió las consecuencias de la ingrata vida del campo, que forzosamente había que vivir para sobrevivir en aquella época muy, muy distinta a la de hoy, por suerte... 

Esta vez fue el mulo el que le agredió sin piedad, soltándole una coz de tal violencia que le produjo una horrible herida en un labio, con gran hemorragia de sangre y la pérdida de algunos dientes. Y otra vez, mal herido, vimos cómo lo transportaron en mulo atravesando barrancos y más barrancos hasta llegar a Los Sauces. Después al médico, una cura y otra cura, y días que Estebita pasaba en casa del tío Manuel acompañándonos y contándonos de su vida allá, en Garafía...

La prima Pura, como decía, era muchacha muy pacífica. No protagonizó ningún acontecimiento de importancia y, gracias a Dios, tampoco fue víctima de ningún grave accidente. La recuerdo muy guapa y -al igual que mi hermano José Luis- siempre tuve la impresión de que eran ellos los protegidos de la familia por ser los benjamines.

Guagua en puente de madera de barranco de Los Hombres, en torno a 1960 (archivo de Fernando Fernández, facebook 'Planeta Garafía')

Bailes. En esa época, allá en Franceses mis primas me llevan al baile. El salón estaba más abajo, pasada la casa de la tía Martina. Consistía este salón de baile en una habitación alargada con un pequeño estrado donde los músicos, en este caso con acordeón en mano y algún que otro instrumento, tocaban y tocaban el famoso pasodoble. Según me contaron, era Nicomedes, un personaje que años después conocí como comerciante en Santa Cruz de la Palma, el director de acordeón. 

Los mozos de la época invitaban a las primas a bailar y yo, alguna que otra vez, me beneficiaba de los brindis que a ellas le hacían los mozos del lugar cada vez que la invitaban a bailar. Era esta una costumbre de la época, y parece ser que respondía a la aceptación que la moza daba al aceptar el baile: cuantos más mozos las invitaban a bailar, más brindis había y más comía yo aquellos dulces que traían desde La Cantina para el niño, que era yo...

Tenía la familia por aquel entonces dos casas: una situada cerca de la costa, y que llamaban La casa de los Castros, y la otra en el monte, en un lugar conocido como Los Pinos Altos. Era la casa de los Castros pequeña y muy antigua. La parte alta consistía en un salón dividido por un tabique, con techo de tea muy bien conservado. Poseía una pequeña ventana orientada hasta Barlovento, la cual siempre me llamó la atención por lo pequeño que era su cristal, que serbia de tragaluz. Desde esa pequeña ventana se podía contemplar el lomo de enfrente, donde vivía don Tomás Alonso, un señor muy respetable, de singular figura, que pasados los años resultó ser el suegro de Estebita, por ser padre de Dilia, su esposa, y abuelo de nuestra Dalia Rosa, hermanas y primos de Gloria y de Pura, madre de Antonio Herrera García, con quien mantengo estrechos lazos de familiaridad y a quien profeso grandes agradecimientos por varios motivos.

Situada la casa al margen derecho bajando por el -podemos decir- camino real, la separaba de este una terraza a la cual daba el frontal, que estaba constituido por dos puertas. Piso de tea, siempre con ese olor característico que tiene la tea cuando constantemente le friegan. Parte baja de la casa: otras dos habitaciones destinadas a dormitorios y amuebladas por cajas. Esas cajas, también de la misma madera, que contenían tantas y tantas cosas y a las que perfumaban las famosas y olorosas manzanas de Garafía. Frente al lateral derecho de la casa, la cocina-comedor, que estaba impregnada de ese característico olor a leña que, ardiendo en el fogón, se mezclaba con el de las coles del potaje sazonada con la manteca del cerdo y, aderezada con el azafrán de la tierra, invitándote, por medio de una subida repentina del apetito, a acercarte ya a la mesa. 

El agua se extraía de el aljibe, en el margen izquierdo de la casa. Un balde y una soga, y mucha habilidad (para que no se te quedara dentro del aljibe), eran los medios de habituales para proveerse del agua que, llegado el verano, había que restringir su uso al máximo. También existía una tubería que bajaba desde el monte, pero a veces poca agua traía; y a veces, la mayoría de ellas, ninguna.

La situación del cuarto de baño era inmejorable. Estaba ubicado detrás de unas tuneras, muy bien protegido de la vista de los posibles curiosos que intentaran escudriñar su situación. Esta situación era casi obligatoria ya que, al no existir agua corriente, el váter forzosamente tenía que estar fuera de la vivienda. Hay que tener en cuenta que, pocos años después, la casa de la costa fue reformada por el tío Esteban, que le construyó nueva cocina y un baño ya actualizado.

Debes indicar un comentario.
Debes indicar un nombre o nick
La dirección de mail no es valida

Utilizamos cookies, tanto propias como de terceros, para garantizar el buen funcionamiento de nuestra página web.

Al pulsar en "ACEPTAR TODAS" consiente la instalación de estas cookies. Al pulsar "RECHAZAR TODAS" sólo se instalarán las cookies estrictamente necesarias. Para obtener más información puede leer nuestra Política de cookies.