Para Los Pinos Altos. Normalmente todos los años la familia, llegada la época del verano, trasladaba su residencia a Los Pinos Altos, donde poseían, casi en medio del monte, una casa que, según me dijeron, había construido el tío Esteban con mucho sacrificio a su regreso de Cuba. Cabe destacar por su singular importancia que los materiales de construcción, especialmente la arena, fueron transportados desde el fondo del barranco de Gallegos en mulos, y digo esto para que el posible lector compare el esfuerzo que se hacía antaño y el que se hace hoy en la construcción de una vivienda.
El día del traslado a Los Pinos Altos ya habían subido desde muy de mañana Lela, Pura y Gloria. El primo Estebita andaba por libre: tan pronto estaba en Los Pinos Altos como en la costa, pendiente de sus bueyes o de cazar algún extraviado conejo, para lo cual utilizaba una vieja escopeta que disparaba de casualidad. Los demás subían a preparar la casa para pernoctar, habida cuenta de que el tío Esteban y la tía Rosalina subirían al caer la tarde. Debemos recordar que en esta época solo había un teléfono en los Machines, nombre que se le daba al núcleo poblacional de Franceses. Digo esto porque el único medio de comunicación que existía entre vecinos y familiares alejados era o bien un silbato, un bucio o bien el humo, y en algunas ocasiones una blanca sábana. Por lo tanto, ese día de la subida el tío Esteban y la tía Rosalina quedaron desconectados de sus hijos, puesto que por mucho que se esforzaban en tocar el bucio o en hacer humo no había manera de comunicación.
Aquel día yo me había quedado con los tíos para subir con ellos por la tarde-noche. La tía Rosalina hablaba y hablaba, casi que hablada sola… que si esto no lo subieron, que si llevaron esto y no hacia falta, que si estas chicas están locas, que dónde habrán puesto aquello… El tío Esteban pacientemente escuchaba y escuchaba toda esta parodia y ni se inmutaba, cosa que a la tía Rosalina, al ver la pasividad de su marido, la sacaba de juicio, y repentinamente gritaba: "¡Pero, Esteban, tú… tan tranquilo, tú tan…!", y continuaba con su imparable retahíla...
Cuando al tío le pareció que ya era hora de subir, tranquilamente fue al pajero (un pajero de techo a dos aguas, muy antiguo, construido de madera) a buscar su mulo. Lo colocaba junto a la puerta principal de la casa, lo amarraba cuidadosamente y con el mayor cariño del mundo le pasaba la mano varias veces por el lomo, para terminar dándole dos palmaditas en el cuello, como diciéndole “¡tú, tranquilo!”. Luego iba a por la albarda, que guardaba celosamente en otro pequeño pajero que había junto a la casa... Una vez que el tío Esteban estaba seguro de que la albarda estaba bien colocada sobre su mulo, comenzaba a llenar dos sacos con los cachivaches que la tía Rosalina quería llevar para Los Pinos Altos, de tal manera que cada saco iba colocado a ambos lados constituyendo una carga bien compartida o equilibrada para que el mulo no sufriera por descompensación del peso. Entre un saco y el otro había un espacio vacío, de tal manera que una persona podía cabalgar colocándose sobre la albarda y acomodándose a su manera. Terminada la operación de carga del mulo, cerradas puertas y ventanas de la casa, se colocaba la llave debajo de una teja como lugar secreto que, a mi parecer, todo el pueblo sabía, y comenzaba el viaje cuesta arriba hacia Pinos Altos.
Era ya el atardecer, la luz del día nos decía adiós y la noche se venía encima. Dejamos a la izquierda la casa de la tía Eugenia, de gratos recuerdos; luego la de Angelita y Félix, y pasamos la de Tomasito... y así fuimos dejando las pocas viviendas que en aquella época existían. Casi en semioscuridad nos adentrábamos en pleno monte... El camino era cada vez más y más escabroso e inclinado. El agua de la lluvia se había llevado la mayor parte del empedrado, por cuya razón tanto el mulo como nosotros teníamos que sortear acusados desniveles; de tal manera que yo caminaba junto a los tíos y todos íbamos tras el mulo angustiados y compadecidos, al ver que el pobre a veces estaba a punto de ir "marcha atrás” y caer por tierra con toda su carga encima. La luz del día desapareció por completo y aún no habíamos llegado a los Pinos Altos...
La tía Rosalina constantemente se quejaba mucho de que ya no podía caminar. Decía que le dolía esto y lo otro. El tío Esteban le invitaba a subirse sobre el mulo colocándose en medio de ambos sacos, a lo que ella insistentemente se negaba. Oía yo el ris ras que hacia las herraduras del mulo al chocar contra las piedras del camino. En aquellos momentos, todos aguzábamos el oído para ver si percibíamos la llamada de las primas que, asustadas por la tardanza, nos esperaban con ansiedad y temerosas de que pudiera habernos pasado algo malo. "Pronto llegamos, Rosalina" -decía tío Esteban, pero Rosalina, se quejaba más y más… Atribuía todas sus desdichas al marido, pero este abría su acostumbrado paraguas y todo le resbalaba...
Rosalina se vio tan desvalida que optó por seguir los consejos del tío, y se subió en el mulo tras una peligrosa y arriesgada operación de aparcamiento que hizo el mulo, obedeciendo las órdenes del tío Esteban. Apenas el mulo había caminado unos cien metros cuando sucedió lo que yo ya me tenía... Un brusco resbalón del mulo provocó que este cayera por tierra con toda su carga, incluida la tía Rosalina. En medio de la oscuridad de la noche, todavía veo ante mis ojos las chispas que, cual fuego de artificio, las herraduras del mulo produjeron en su caída y en mis oídos quedaron grabados, para siempre, los horribles gritos de la tía culpando de todos su males al tío que, por esta vez, permanecía asustado, silencioso y temeroso de mayores represalias.
A decir verdad, el mulo no llegó a rozar su barriga por la tierra ya que, con sorprendente habilidad, se incorporó rápidamente dejando a la tía Rosalina bien sentada sobre las gruesas piedras del angosto camino. Los lamentos fueron tan altos que la oyeron sus hijas Lela, Pura y Gloria desde la casa de Los Pinos Altos. Al oír tales lamentos, prepararon a toda prisa el jacho, encendieron la tea y, asustadas, muy asustadas, acudieron al encuentro de su madre temerosas de que aquello no tuviese ya remedio.
-Esteban tuvo la culpa -decía, y repetía, una y mil veces Rosalina; y Esteban calladito, muy calladito, tranquilamente...
Después de aparcar el mulo, acudió a la casa en horas en las que ya la luna alumbraba. Buscó la batea y la llenó con un poco de agua; y acto seguido se lavó los pies. Apenas había terminado con el lavatorio cuando oyó una voz procedente de la cocina que decía: "¡Esteban, ya la cena está puesta!". Así que el tío Esteban se sentó (tranquilamente) junto a la mesa y comenzóa comer...
Fuera de la casa, en aquellos momentos la luna estaba iluminando todo aquel rural entorno y por ello el tío Esteban aprovechó el momento para sentarse en la terraza de la casa, sacar unas hojas de tabaco cultivadas por él mismo, y confeccionar un puro, prenderle fuego... Mientras veía las espirales de humo perderse a lo lejos, él descansaba, de nuevo, tranquilamente...

La vida en Los Pinos Altos. Algunas veces, cuando, el ajetreo de la vida actual me trastorna, me estresa y me pone muy nervioso, recuerdo la mansa, tranquila y apacible vida que en aquellos tiempos trascurría en Los Pinos Altos. En aquella época la casa, para mí, enormemente grande, aunque el comedor recuerdo que era muy estrecho. Recuerdo que estaba la pequeña cocina y, como suplente, otra cocina frente a la misma con una zanja excavada en la tierra y unas planchas de zin. Luego estaba la habitación de Estebita, el hijo. Por la segunda puerta se accedía a la habitación de las chicas. Antes de llegar había un pasillo, donde la tía preparó mi camastro. A la izquierda de dicho pasillo estaba el dormitorio de los tíos.
La casa, como todas las casas de la época, no tenía váter, y para hacer las necesidades había que salir al exterior. A campo abierto. Terminadas las necesidades, de inmediato aparecía por allí un hermoso gallo, y entre él y sus queridas gallinas dejaban el contexto limpio. Completamente limpio. Eran aquellas mañanas hermosas en las que te despertaba el canto del gallo, que pernoctaba en la ventana del mismo dormitorio. A continuación llegaban los mirlos con sus monótonos cantos, y después seguían incorporados al concierto el canto otros pájaros, de los muchos que abundan en los montes de Garafía.
Te levantabas y ya la tía Rosalina tenía preparado el desayuno. Leche recién ordeñada que desprendía el olor característico de los alimentos frescos. Se añadía el consabido gofio, un gofio muy especial, distinto del de Miraflores. Era otra mezcla hecha quizás con granos cosechados allí mismo, del trigo que abundaba en aquellos valles mezclado con poco millo, y supongo que algo de habas.
Terminado el desayuno, todo era libertad, en contacto con la naturaleza viva. Caminabas o paseabas por donde querías. Eras… libre, muy libre. Creo que nunca fui tan libre... Salías al patio de la casa y, junto a la hermosa jacaranda en flor, respirabas aire limpio y fresco; y, al momento, casi a la misma hora, oías las voces y los murmullos de los vecinos que subían camino arriba, que para el monte iban. Unos pacientemente andando y otros sobre sus mulos. Yo me acercaba al camino para verlos pasar. Eran buenas personas, muy cariñosos conmigo todos. "¿Tú eres hijo de Manuel?", me preguntaban. Y a mi respuesta afirmativa también me preguntaban por toda la familia. Algunos me invitaban a caminar con ellos al monte sobre sus mulos, pero yo prefería que pasara Tomasito, hijo de Tomás Pérez, con su hermoso caballo blanco. Tomasito (que dicho sea de paso tenía fama de Jorge Negrete, por su buen parecido) me ofrecía el rabo del caballo para que yo me asiera a él y así caminara casi suspendido del suelo. Yo seguía en tan plácido paseo, hasta el lugar en que el caballo tenía que estacionarse mientras Tomasito cortaba la hierba y hacía el feje para regresar a la casa con su caballo cargado de hierba.
Recuerdo mucho el balde del agua que estaba en la cocina. Ello se debe a que todos los días había que ir a buscar el agua allá, en la llave que estaba junto al viejo pajero, que dicho sea de paso servía de almacén de hierba seca, o paja, y tenía dos plantas. Era célebre por estar muy poblado de ratones... Recuerdo bien la escasez de agua y el tiempo que se tardaba en llenar el balde, y cómo no, los lamentos de la tía Rosalina por esta falta, así como las advertencias que daba a su hijas para que economizaran el agua. Procedía, según me informaron, de una fuente situada en Las Aguas, lugar que tenía frondosos manzanos. Desde Los Pinos Altos hacia diferentes paseos acompañando o bien al tío Esteban , a las primas o, a Estevita. Íbamos a Las Aguas en busca de manzanas, y a Los Marucos a cavar las papas. Alguna que otra vez acompañaba a la tía Rosalina hasta el lugar conocido El Río, a ver al tío Gregorio, Gregorio el de El Río, que así lo llamábamos.
La casa del tío Gregorio estaba situada en medio del monte, dentro de un valle muy frondoso, con abundante hierba y exuberante vegetación, y contaba la tía Rosalina que la familia del tío tenía como base de su alimentación carne de conejo que él mismo cazaba allí, casi en la puerta de su propia casa. A veces llagábamos hasta La Traviesa. Caminando siempre entre brezos y fallas y percibiendo constantemente ese olor, mezcla de tierra mojada, hierbas frescas, gasias y vinagreras.
