Revista n.º 1121 / ISSN 1885-6039

¿Quién es Manuel Alemán Álamo?

Lunes, 19 de mayo de 2025
José Antonio Younis Hernández
Publicado en el n.º 1097

El presente texto fue leído en TEA (Agaete, Gran Canaria), el pasado viernes 16 de mayo, por el catedrático de Psicología Social de la ULPGC José Antonio Younis, amigo y persona cercana a la vida y la memoria del autor del conocido Psicología del hombre canario.

Perfil de Manuel Alemán Álamo

Quiero empezar deshaciendo equívocos sobre la identidad personal y social de Manolo. Para saber quién es el hombre que está detrás de la obra hay que conocer y desplegar sus contextos de identidad. ¿Qué son los contextos de identidad?

Los contextos de identidad son aquellos ámbitos de la vida donde una persona se juega quién es y quién quiere llegar a ser. Son tan importantes que cualquier problema en ellos puede afectar profundamente su autoestima y provocar una crisis personal. Los contextos de identidad de Manolo fueron los de educador, psicoterapeuta y la práctica política. Estos tres contextos de identidad fueron los más centrales de su vida.

Pero antes de hablar, muy brevemente a la fuerza, de sus contextos de identidad personal y social, hay que adelantar que el hombre que llegó a escribir Psicología del hombre canario, con la foto de una mujer en su portada, lo hizo a partir de un profundo sentimiento de militancia compasiva. La militancia compasiva es una forma de compromiso activo orientada al acompañamiento, a la ayuda y a la defensa de personas o grupos que sufren, movida por la empatía, la sensibilidad al dolor ajeno y la voluntad de sanar heridas sociales. Su motivación central no es ideológica ni doctrinal, sino ética y afectiva: nace del contacto directo con el sufrimiento humano y del deseo de aliviarlo. A Manolo le dolía Canarias, le dolía el pueblo y las injusticias sufridas a lo largo de su biografía histórica como pueblo, y es desde esta personalidad de militancia compasiva que se nutren todos sus contextos de identidad: el de psicólogo, el de educador, el sacerdotal y el político. No se puede entender cabalmente Psicología del hombre canario, ni sus contextos de identidad, sin esta urdimbre constitutiva de su militancia compasional o compasiva.

Younis y el público asistente a TEA, que abarrotó el local

En primer lugar, de forma recurrente se presenta públicamente a Manolo como teólogo y como educador. Lo leo en muchas presentaciones públicas de su figura. Y, si bien es cierto, no define con justicia los contextos de identidad personal donde Manolo desarrolló y desplegó su vida. Nunca se dice que fue psicoterapeuta, cuando fue un contexto central en su vida, mientras que lo de teólogo y sacerdote se fue convirtiendo en algo muy secundario. En esto, como en otras cosas de envergadura, Manolo era un valiente, la honestidad bañaba su valentía, tanto que, desde dentro de la Iglesia y públicamente, criticaba el Día de la Hispanidad o Día de la Raza (12 de octubre). Para Manolo era el día de la violencia colonial y tenía mucho que ver con la configuración de la identidad canaria. Manolo tenía mucha razón al decir que el Día de la Raza formaba parte del franquismo.

Y sí, Manolo era también sacerdote. Pero nunca utilizó la sotana para hablar en público ni la autoridad religiosa para dar valor a sus palabras. Su fe era silenciosa, encarnada en la ética, en el respeto, en su opción radical por los últimos. Porque creía, sobre todo, en la dignidad humana. Hoy, sin embargo, algunos tratan de proyectarlo como lo que él nunca quiso destacar. Quizás por afecto, o quizás por necesidad de encontrar referentes. Pero creo que debemos ser fieles a su verdad, de la que participé como un miembro más de su familia, la familia Alemán, con la que tanto me une. Y su verdad era esta: Manolo no necesitaba nombrar a Dios para servir a los demás, ni exhibir símbolos para practicar la justicia. Su espiritualidad era el compromiso. Su Iglesia, la humanidad sufriente. Su liturgia, la palabra precisa, la escucha honda, la rebeldía lúcida.

En segundo lugar, cuando hablaba de la Iglesia lo hacía desde la teología de la liberación, haciendo críticas profundas a la Iglesia conservadora y limitante, la que no estaba cerca de los pobres, de las injusticias y de las desigualdades opresivas, especialmente en Canarias. Estas críticas, respetuosas, por otra parte, pero críticas profundas, eran producto de un contexto de identidad central en su vida: el político. No militaba en ninguna organización política, pero su corazón y su cerebro estaban al servicio de Canarias. De hecho, debe llamar la atención que las figuras políticas con las que se identificaba plenamente fueron sacerdotes atípicos, como él mismo: el cura guerrillero Camilo Torres; Monseñor Romero, asesinado de un tiro en su iglesia (declarado santo por el papa Francisco en 2018, como mártir de la Iglesia católica); también se identificaba con Ignacio Ellacuría y con Ignacio Martín-Baró, dos destacados intelectuales jesuitas asesinados en El Salvador por su compromiso con la justicia social y su denuncia de la violencia estatal. De todos estos sacerdotes hablaba mucho Manolo, y todos ellos tenían algo en común por lo que dieron sus vidas: haber denunciado activamente la pobreza, las violaciones a los derechos humanos.

En tercer lugar, de Manolo tampoco se habla tan expresamente de su militancia política, no porque estuviera afiliado a ningún partido, sino porque era nacionalista canario y defendía la identidad desde su militancia compasiva. Él llegó a la identidad por una descubierta actitud política a favor del pueblo canario y las injusticias materiales y simbólicas que sufre, sufrió y sufrirá este pueblo. No es casualidad que un cierto periodismo miserable de nuestra tierra canaria lo hiciera noticia como cura comunista, junto a otros sacerdotes. No lo asesinaron, pero intentaron desprestigiarlo porque era nacionalista. Sin embargo, quiero recordarles que su altura de gigante moral doblegó a un periódico de las Islas durante las primeras elecciones democráticas yendo personalmente a hablar con su director y denunciarle a la cara que no querían recoger la publicidad política de partidos nacionalistas. Manolo no tenía miedo ni del agua fría. Consiguió que el periódico publicara la publicidad de los partidos nacionalistas.

En cuarto lugar, Manuel Alemán no fue un filósofo de torre de marfil, ni un teórico de abstracciones desarraigadas. Era un pensador, sí, pero un pensador con los pies hundidos en el barro de su tierra y el pulso pegado al dolor de su gente. Su obra, especialmente Psicología del hombre canario, no era un ejercicio de intelectualismo estéril, sino un acto de militancia compasiva: una psicología hecha desde las grietas de la identidad colonizada, una filosofía que olía a salitre, a tierra agrietada por la sequía y a silencios impuestos por siglos de historia rota. No escribía sobre conceptos, sino sobre heridas: la neblina psicológica del canario, el trauma de la conquista, el mestizaje como identidad arrancada y rehecha. Su pensamiento era un mapa para descolonizar el alma isleña, no un tratado para especular sobre el ser en abstracto. Por eso duele y por eso importa: porque Alemán no pretendía ser neutral.

Portada de 'Psicología del hombre canario'

Palabras de Manuel Alemán en las protestas por un cambio de modelo en Canarias

En quinto lugar, el oxímoron es una buena definición de la personalidad de Manuel Alemán. A Manolo no se le aprehende en sus diversas identidades si no es a través del lenguaje sutil de la poesía del oxímoron en cada uno de los contextos de identidad donde desarrolló su vida y su personalidad. Manolo era el hombre del silencio atronador. Manolo no era un hablador gratuito, ni un parlanchín alocado, era todo lo contrario. Manolo te prestaba tanta atención que te hacía sentir único y eso lo hacía desde un silencio atronador, un silencio que te hablaba, un silencio que te proponía, con un arte sin igual, explorarte, que te introdujeras en tu propio silencio y dialogaras contigo mismo. No era un silencio cualquiera el que te proponía para enseñarte a ponerte en contacto contigo mismo, sino ese silencio que recordaba la diferencia establecida por el filósofo vitalista Ortega y Gasset en el Hombre y la gente: pintaba Ortega y Gasset la escena simiesca del mono en el zoológico, siempre vertido hacia el exterior, sin mucha vida interna, por estar siempre atento a estímulos externos. El mono no tiene mucha vida interna, es decir, que practica poco el ensimismamiento porque siempre estaba alterado. Pues bien, Manolo, con su silencio atronador, te daba la oportunidad de descubrir que hay que pensar la acción y para ello es necesario ensimismarse, de ahí la propia dialéctica de su personalidad de oxímoron por la funcionalidad de los silencios que te interpelaban. El silencio que viene del ensimismamiento de Manolo nos llevaba a nuestro propio ensimismamiento. Podemos decir que este oxímoron define uno de los más importantes contextos de identidad de Manolo: el de psicoterapeuta. Los silencios de Manolo eran silencios fertilizantes, silencios fértiles, silencios de mayéutica socrática creativa.

En sexto lugar, Manolo era un Marco Polo. Manolo era más parecido a la personalidad de Marco Polo pensador que al dudoso y alicorto emperador Kublai Kan, según el relato de Italo Calvino, Las ciudades invisibles, que Manolo leyó con ocasión de una conferencia que impartió en la inauguración de la Casa de la Cultura de Telde, el 23 de abril de 1981, durante las primeras fiestas patronales de San Juan tras la restauración democrática en España. Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.

–¿Pero ¿cuál es la piedra que sostiene el puente? –pregunta Kublai Kan–.

–El puente no está sostenido por esta piedra o por aquella –responde Marco–, sino por la línea del arco que ellas forman.

Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:

–¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco.

Polo responde:

–Sin piedras no hay arco.

Este relato que tanto gustaba a Manolo sugiere que él comprendía la importancia de los elementos concretos y cotidianos —las piedras— que sustentan las grandes ideas, proyectos o comunidades —el arco—. A diferencia del emperador, que busca solo la visión general o el símbolo final, Manolo sabía que, sin la atención a las personas, los detalles, los procesos y las luchas del día a día, no hay proyecto colectivo que se sostenga. Era un pensador al estilo de Marco Polo: no un líder distante, sino un observador comprometido que entendía que cada pieza importa, que cada ser humano cuenta. En esta metáfora literaria encontramos la militancia compasiva de Manolo: la relación entre la influencia psicosocial de las fuerzas sociales sobre los individuos, trasfondo de su libro emblemático, donde la palabra psicosocial aparece diez veces, porque individuo y sociedad interaccionan constantemente, porque para Manolo no hay cóncavo sin convexo en la historia de Canarias. Manuel Alemán, en Psicología del hombre canario, dedicó su vida intelectual a desenterrar las piedras invisibles que sostenían —y aún sostienen— el alma colectiva de un pueblo silenciado. No se conformó con analizar el arco de una psicología genérica, universalista, descontextualizada. Fue a buscar las piedras ocultas: el miedo heredado, la resignación aprendida, la humillación interiorizada bajo siglos de dependencia. Comprendía que no basta con hablar del arco de la sociedad o del arco de una persona. Que sin mirar las piedras —las historias particulares, las condiciones materiales, los gestos íntimos de resistencia o de dolor— no hay comprensión posible, ni ayuda real. Su psicología era una psicología situada, encarnada, ética. Una psicología que no huye de la historia ni del conflicto. Y si Manolo decía que al hombre canario había que ayudarlo a reapropiarse de su voz, practicaba esa reapropiación cada día: ayudando a otros a nombrarse, a saberse valiosos, a descubrir que no están rotos, sino silenciados por un arco que no siempre los representa. Como Marco Polo, Manolo sabía que sin piedras no hay arco. Y que algunas piedras, aunque estén ocultas, sostienen mundos.

Sandra González lee un fragmento de Alemán en TEA (foto: Lary Barroso)

En  séptimo y último lugar, como psicoterapeuta, Manolo sabía que una persona no se sostiene por un solo rasgo ni se define por una etiqueta diagnóstica: se sostiene por el arco invisible que forman todas sus partes, incluso las más frágiles. Como ciudadano comprometido, entendía que las luchas por la justicia no son ideas abstractas, sino la suma de pequeñas resistencias, de nombres y rostros concretos. Manolo era exactamente eso: alguien que sabía ver las piedras que los demás no veían, que sabía nombrarlas y darles su lugar en el arco. Esa sensibilidad suya, tan lúcida como humilde, hacía que uno se sintiera comprendido desde la raíz, no como un todo amorfo, sino como alguien cuyas piezas importaban. Él sabía que sin piedras no hay arco. Que sin personas no hay comunidad. Que sin verdad no hay justicia. Y nos enseñó, con su vida, a mirar como se mira un puente: no por encima, sino por debajo, donde late la tensión que lo sostiene. Como psicólogo, no te clasificaba: te escuchaba. Como ciudadano, no proclamaba ideas abstractas, sino que se comprometía con luchas concretas, con injusticias reales. Como amigo, no te juzgaba por lo que parecías, sino que te sostenía por lo que eras. Como seguramente diría Manolo: la despersonalización comienza cuando un pueblo deja de ser sujeto de su propia historia. Para Manuel Alemán recuperar la voz, el rostro y la dignidad es condición para cualquier liberación.

Eso hacía nuestro Manolo. Ayudaba a las personas —en su consulta, en el aula universitaria, en la vida, en los grupos de jóvenes estudiantes cristianos— a recuperar su voz. No hablaba por encima de nadie. No ofrecía respuestas prefabricadas. Escuchaba, acompañaba, y devolvía a cada cual el derecho a ser sujeto de su propia historia. Una piedra más en ese puente frágil pero necesario hacia la dignidad.

Con mirada de psicólogo social, alma de antropólogo, pensamiento de filósofo político y corazón de terapeuta, supo como nadie dar sentido al arco que nos sostiene: son las piedras diversas, juntas, las que dan forma al puente. Su voz ha sido para Canarias el arco del puente que ha buscado unirnos desde la base de las piedras, con ternura atronadora. Manolo sabía del árbol que escondía la semilla y por eso a muchos, a tantos, nos ayudó a nacer.

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