En aquellos ahora lejanos e inolvidables tiempos, los enanos, cada cinco años, venían a verte, y tú sentado, o de pie, allí, en la acera, pacientemente esperabas la llegada de aquellos “tus enanos” que, repito, venían a verte a ti y a cientos de otros que, como tú, pacientemente esperaban allí, repito, sentado o de pie, junto a la acera, su llegada... Los tiempos han cambiado, mucho, muchísimo, y ahora si quieres ver a “tus enanos” tienes que ir a donde ellos están...
-¿Se han hecho unos gandules...? ¿O los han hecho “enanos gandules”? Más bien lo segundo...
La espera en la calle era, en aquellos tiempos, era, repito, larga, muy larga; entre otras razones porque todos queríamos ver en primera fila a “nuestros enanos” y para ello, ya desde el atardecer de ese mismo día, yo estaba sentado allí, junto a la acera en la calle Real. Espera y espera y cada vez la espera se hacía más larga… mucho más larga… larguísima. Nos mirábamos atentamente, los unos a los otros, nos estudiábamos desde la cabeza a los pies, y sacábamos nuestras propias conclusiones. "¿Qué viejo está Pedro? ¿Qué arrugada está Cristina?". "¿Dónde habrá comprado el traje Luisa? ¡Qué mal le sienta!"; y mientras te quedas pensativo y el otro, al verte despistado, aprovecha la ocasión para colarse...

Estas ya cansado de esperar lo esperado. Con la vista recorres y recorres todo, una y otra vez. Allá ves al otro que disimuladamente y muy despacito empuja al de delante, para él poder ver mejor. Protestas por aquí y por allí. Voces alteradas procedentes de aquellos que reciben empujones y más empujones y ahora, otra vez, más protestas por allí porque aquel está fumando y molesta el humo... Empujones porque le empujó el otro... El otro muy nervioso comenta, casi a gritos, a su amigo:
-Me estoy meando -logré oír que uno le dice al amigo-.
-Coño, vete a “los primas del muelle”, yo te guardo el sitio. Pero no tardes.
La gente espera y desespera. Estamos todos muy nerviosos porque no llegan “nuestros enanos” y ya es tarde, muy tarde... Todos miramos en la misma dirección.
-Sí, vienen por abajo, por la entrada de la calle Real -comenta alguien que miente a sabiendas-.
Unos, intencionalmente, engañan a los otros… y se ríen de ellos, porque se lo creen.
-¡Ah! ¡Ya se ven! -exclaman unos a sabiendas de que no vienen-.
-Son mentiras -gritan los de enfrente-.
-No se ve nada -comenta la mayoría-.
Por fin, ahora, parece que sí... Sí que se ven llegar, pero… ¡ah!... no, solo es la Caseta de los Enanos. La tranquilidad vuelve a reinar en aquel lugar de espera, sentado sobre la fría acera unos y de pie otros. La genta se calma, pero solo un poco, y espera ansiosa, y muy nerviosa su llegada... El ambiente está tenso, muy tenso. Solo murmullos se oyen, a intervalos... Otra vez hay un repentino silencio. Todos miran en la misma dirección, pero no se ve nada… de nada. Por el medio de la calle tranquilamente va un perro. La gente lo observa, pero… no dicen nada. Un niño, desde la acera, le ofrece al perro su pan. El perro se le acerca, pero la nerviosa vieja lo espanta, y con miedo abandona rápidamente la calle.
-¡Mira! ¡Llega la Caseta! -exclaman y repiten y repiten hasta la saciedad los demás- ¡La Caseta!
Sí, La Caseta, por fin, llega… pero los enanos… no. Hay otra larga, larguísima espera. Unos tranquilamente miran a los otros, y con la vista los estudian y escudriñan bien, muy bien, de arriba abajo… de la cabeza hasta los pies. Al final una vieja exclama en baja voz: “Pa todo está este... ¡El muy presumido!".
-¿Qué ves en la acera de enfrente que tanto te llama la atención?" -me pregunta Teresa, mi mujer-.
-Creo conocer a alguien -le respondí-.
El tiempo pasa y pasa. La gente desespera. Unos miran su reloj y sacuden la cabeza, en señal de protesta. Otros disimuladamente miran y remiran, una y otra vez, a los otros y aquellos a los otros. Hay tiempo para todo. Una vieja, media vieja, analiza detenidamente, con la vista, a otra vieja que frente a ella está. Desde la cabeza a los pies. La recorre lentamente con la vista. Es Hermenegilda, la observada... "No piensa sino en pintarse y repintarse", se dice asimismo su vecina Petra, mientras la vuelve a mirar y remirar una y otra vez… sin cansarse. Otra vieja, que un poco más allá está, se ve más tranquila porque se le han terminado los retortijones de barriga que la tenían atormentada. Respira profundamente. Parece haberse olido asimismo, escupe y mira al viejo que a su lado está como acusándole a él del tan mal olor reinante allí. El viejo capta la mirada y piensa: “¡Jo! Este desgraciado está medio podrido. ¡ Cómo huele... coño!

La Caseta sí que está aquí… pero los enanos no... Hay comentarios para todos los gustos. Unos comentan que a un enano le sobrevino una gastroenteritis y lo tuvieron que llevar al baño. Así que, entre vestirlo y desvestirlo, tardaron más de dos horas. "Como le repita, tú verás -piensa una vieja, en voz alta-.
-De aquí no salimos -comenta la otra mujer, ahora muy nerviosa-.
Vestidos con guayabera blanca y pantalón azul, instrumento en mano, llegan los músicos. Ya parecen cansados. "No les queda nada..." -pensé yo-. Sí, ahora sí. Es verdad. Son ellos. Vienen en un camión porque, dada su vestimenta, no pueden caminar a paso normal. Caminan muy despacito, muy despacito, con pasitos muy cortos... ¡Como dando saltitos! ¡Son graciosos! Esta vez van vestidos de nazarenos. Con sus bastones en forma de velas. Ahora aquella multitud, que hace unos minutos chillaba, hablaba y gritaba, ahora, como digo, está en el más absoluto silencio. Hasta la respiración del vecino se oye perfectamente.
Se termina la función, y dentro de cinco años volverán otra vez los enanos… Y volverán, pero ya no verás los enanos en la calle Real de Santa Cruz de La Palma. Ya nunca más los esperas, junto a la acera. Ya nunca más oirás los cometarios de la vecina o del amigo. Ya nunca más te gritarán "¡… Ya vienen los enanos!“.
Ahora, dentro de unos meses, tú no los esperas a ellos. Ellos te esperan a ti, mi amigo, abajo en el muelle...
