Estoy aquí con ustedes por culpa de la calle Dr. José Guerra Navarro y una decisión municipal que, miren por dónde, tiene mucho que ver con la fiesta que pregonamos hoy, el Día de La Isleta, y el profundo vínculo del barrio con el (hoy) Puerto de La Luz y tiempo atrás Bahía de las Isletas o Bahía de La Luz.
Esa es una de las razones principales por la que Mesa Pro-Patrimonio Cultural de La Isleta y la Asociación Día de La Isleta 26 de Febrero promovieron la iniciativa y consiguieron establecer esta fecha rememorando el comienzo de las obras del Puerto de La Luz allá por el año 1883, para celebrar la isleteridad como seña de identidad del barrio; y una ocasión para fortalecer la comunidad y dinamizar la vida de los vecinos/as, así como conseguir mejores cotas de progreso económico, desarrollo social, cultural y, en suma, bienestar colectivo.
Celebramos, por tanto, la fiesta que vincula al barrio con el Puerto y, 142 años después, las gentes de La Isleta tienen que seguir luchando para que ese nexo no se rompa y este barrio singular y único, asentado en la pequeña península de La Isleta, siga conectado con el Puerto. Y (lo que son las cosas de la vida) ese nexo debe ser a través de la calle dedicada a don José Guerra, el Médico de los Pobres, lucha que los vecinos/as sostienen viva, para su reapertura y salida a la autovía.
Muchos de ustedes no saben que la dedicación de esta calle al Dr. José Guerra Navarro fue también fruto de una iniciativa vecinal de La Isleta promovida por varias Asociaciones de Vecinos: El Salvador (Nueva Isleta), Tomás Quevedo (Puerto) y Timonel (Isleta Baja), entre otras. De ahí mi gratitud, aquí esta tarde, a Saturnino Martínez Vázquez, comisionado del Distrito, a José Enrique Ojeda Reyes como secretario de esta comisión vecinal por la Federación de Asociaciones de Vecinos El Real de Las Palmas, y a D. Antonio, presidente de la Asociación Timonel, que -representando el sentir de La Isleta- consiguieron que la comisión de gobierno del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, el 26 de noviembre de 1998, aprobase (casi 25 años después de su fallecimiento) la nominación de esta vía como recuerdo a la dedicación en La Isleta del Médico de los Pobres. Él es el verdadero pregonero de este día del año 2025, y yo sólo estoy aquí (soy su hijo) poniéndole voz a más de 40 años de entrega, dedicación y cuidados a la gente de este barrio, con la que se identificó y a la que amó profundamente. Pero vamos por partes.
Mi padre en La Isleta. También estoy aquí hoy por culpa de algunos/as amigos/as que me embarcaron en esta aventura y me embullaron para compartir con ustedes esta rumantela: son muchos y no hay tiempo para señalarlos a todos, pero nombro al menos a Conchy Villalba, Paco Reyes, Esther Quintero, Vicente Llorca, Félix Alonso, Paco Villanueva, Pepe el Uruguayo, Cristóbal del Rosario… Quiero decirles que a mí no me hacía falta que me animaran mucho para ello...
Viví algunos años llevando a mi padre a visitar a los enfermos y recorrer las calles (mi padre tenía el mapa de La Isleta en su cabeza), y conocía las casas, las familias y sus problemas asociados a la pobreza, la vivienda (muchas de ellas sin agua corriente y sin luz), el alcohol, la violencia y el maltrato a las mujeres, la desnutrición infantil; y cuando enfermaban por las malas condiciones de vida, sin dinero para pagar las medicinas, en muchas ocasiones mi padre se las facilitaba, además de atenderlos gratuitamente. Años muy difíciles en La Isleta para la supervivencia y la vida diaria con papeles destacados de las mujeres isleteras, baluartes en defensa de sus familias trabajando día y noche dentro y fuera de sus casas, en una época que no les permitía ni facilitaba estudiar ni acceder a una formación laboral. Ellas se casaban siendo niñas, daban a luz y criaban un hijo tras otro mientras se sacudían como podían las actitudes y comportamientos machistas en esos tiempos tan duros. Los Relatos isleteros, que ha publicado el equipo de Esther Quintero, Paco Villanueva, Juan Montesino y Félix Alonso, entre otros, han permitido mantener viva la memoria colectiva de este barrio extraordinario y en él se muestran magníficas historias de vida cargadas de vivencias, experiencias y relaciones que reflejan el alma isletera.
Había otros barrios aún más pobres como El Confital, La Punta, Las Coloradas (con infraviviendas, chabolas y refugios habitacionales indignos e inhumanos). Mi padre conocía bien las parroquias de La Luz, El Carmen, San Pedro, San Pío X y las tareas asistenciales que estas prestaban a los vecinos más necesitados. También las fiestas populares y la participación del pueblo llano, agarrados a la fe y las creencias religiosas para seguir protegidos bajo el manto de la Virgen del Carmen en la supervivencia de la lucha cotidiana. Tuvo una cercana y estrecha relación con los párrocos. Con ellos compartía los problemas y necesidades de las familias más próximas. Por cierto, se ahorraron bautizar a niños y rezar por las madres recién paridas, que escapaban -gracias a don José Guerra- de partos difíciles y nacimientos complicados para las criaturas, por la precariedad o no disponibilidad de medios. Con él quedaban bautizados o bendecidos, siendo los párrocos posteriormente avisados para el oportuno registro parroquial.
Mi padre se entregó a La Isleta casi 40 años, entre los años 1937 y 1974, cuando falleció. En 1937 se le nombra Médico de Sanidad en la zona del Puerto de La Luz y trabaja inicialmente en un local situado en el mismo corazón del parque de Santa Catalina. Luego estableció su consultorio en la calle Juan Rejón, esquina con Pérez Muñoz. Sustituyó a mi abuelo materno, Juan García de Celis y Manso, con cuya hija Loli García de Celis, mi madre, se casaría. Ella le ayudaba haciendo tareas de secretaria y enfermera, en estrecha colaboración para ayudar a la gente como si fuera una auténtica trabajadora social. En la casa de Luis Morote, donde nacimos todos los hermanos Guerra García de Celis, tuvo mi padre el despacho profesional la mayor parte de estos años de entrega, y allí trabajó hasta su último aliento.
Ya en 1943 fue el primer médico de la incipiente Seguridad Social (Seguro Obligatorio de Enfermedad), y la Beneficencia Municipal, de toda la zona del Puerto de La Luz, que abarcaba desde Las Alcaravaneras-Guanarteme hasta la totalidad de La Isleta. Las gentes del barrio devolvieron con mucha gratitud y con creces a nuestra familia el compromiso y los cuidados de mi padre, y podría contarles muchas anécdotas al respecto. Se integró como uno más en la cuadrilla de las cacerías dominicales junto a Pepe Castellano (tendero procedente de Fontanales), Felipe (taxista), Tabares (estibador del muelle), Salvador (trabajador de la Fosforera en Guanarteme), Adolfo y otras conocidas gentes del núcleo vecinal. Pepe el Limpiabotas, los hermanos Miro (cambulloneros), Eusebito el Cabrero, los padres de Cristóbal del Rosario, Los Parrilla, y las tiendas (Casa Rosa, El Repetío, Eusebita Bravo, El Barato, Casa Margot, la Tienda de Alfalfa, La Vaquería...) eran testigos y agentes sociales de la vida, de las condiciones y modos de vida de la población que conformaba este singular espacio y la comunidad que en él se asentaba.
Mi padre me marcó mucho y fue un referente extraordinario por sus valores humanos, muchos de los cuales aprendió de La Isleta:
-su generosidad y entrega a sus pacientes y enfermos le valió el título de Médico de los Pobres (¡vaya legado y qué fortuna heredamos!).
-su amor a nuestra tierra y a sus gentes, su canariedad.
-su sencillez y humildad, compatibles con su sabiduría y profesionalidad.
-su creencia en la amistad y la lealtad.
-sus creencias religiosas y su práctica del Evangelio de las Bienaventuranzas y de los Pobres.
-su sentido de la Justicia y la equidad. No toleraba los abusos y atropellos en ningún ámbito de la vida.
¡Y a mucha honra! Han pasado muchos años desde entonces y La Isleta no es ya el barrio que era y que fue al final de siglo XIX, en los primeros años del incipiente Puerto de La Luz. En aquellos años, la población, unos 3000 habitantes, compartía viviendas de mampostería o casetas de madera, y procedían de otras zonas de la ciudad, del resto de Gran Canaria, especialmente de Telde, Arucas, Agaete y Guía; de Lanzarote (Haría, Arrecife y Teguise) y de Fuerteventura (Puerto de Cabras, Antigua y Pájara). El asentamiento anterior lo constituían unas cuantas familias aborígenes dedicadas a la pesca, el marisqueo, el pastoreo y la recolección de leña, producción de sal, orchilla y barrilla, caza de conejos y la extracción de piedras y áridos.
Sin embargo, y a pesar de estos importantes cambios y transformaciones, La Isleta conserva una identidad y singularidad que la acreditan como un barrio diferente, del que sus vecinos/as se sienten orgullosos por su peculiar forma de ser; y de ahí la expresión ¡De La Isleta, y a mucha honra! El barrio sigue siendo alegre, divertido y dicharachero, de carácter dinámico, emprendedor y luchador y siempre abierto, acogedor, tolerante, solidario, amable y cordial. Un barrio plural y multicultural que sigue teniendo carencias en infraestructuras básicas como la de saneamiento, ausencia de zonas verdes y equipamientos deportivos, recreativos, sociales y culturales.
Este es un barrio con una altísima densidad de población que ha de afrontar los problemas derivados de la accesibilidad y la movilidad tras el cierre de dos accesos a la autovía, uno el de la calle Dr. José Guerra. La gentrificación (y la despersonalización que conlleva) expulsa a los/as vecinos/as por los altos costes de los alquileres y el descontrol de los precios; un barrio sin aceras adecuadas que permitan la movilidad de personas mayores y con discapacidad. La Isleta es hoy, en buena medida, un núcleo en el que prima el urbanismo y la construcción de torres de viviendas que van a colmatar aún más su reducido espacio; que se ejecutan sin contemplar contraprestaciones y equipamientos que faciliten la vida y la convivencia de vecinos y vecinas.
No podemos olvidar tampoco la amenaza de la construcción de la regasificadora en el Puerto con importantes consecuencias para la Salud Pública, entre otros retos pendientes y oportunidades para el presente y el futuro que han de pasar necesariamente por la siguiente consideración: LA ISLETA NO ES NI PUEDE SER EL TRASTERO DE LA CIUDAD. La Isleta aún espera por el cumplimiento de revertir el espacio militar del Canarias 50 y destinarlo a zonas verdes, deportivas, culturales y sociales. La Isleta, generosa y solidaria ante la alerta migratoria, aceptó compartir temporalmente ese espacio, pero no olvida esa reivindicación: ser un pulmón para el barrio. La Isleta no entiende el SILENCIO, el NO por RESPUESTA a sus demandas y necesidades, y quiere SOLUCIONES a sus justas demandas. El lema de este Día de La Isleta del año 2025 es Unión y Lucha por la mejora del Barrio, y precisamente ese es el camino que siempre implica la tradición isletera, la lucha que prima la defensa de lo colectivo, de lo público, de la comunidad, de la participación, de la democracia. Este es el sentido de dedicar cada año, un día como el de La Isleta, abierto a las sugerencias de cuantas personas nacidas, residentes e interesadas en el barrio para defender unidas las mejoras colectivas.
La historia la hacen los pueblos. Sus iniciativas, costumbres, tradiciones, sus hechos configuran y caracterizan la idiosincrasia, la personalidad de una comunidad como la asentada en esta parte de la ciudad. Celebramos hoy los valores humanistas y sociales que mi padre aprendió y compartió con La Isleta y que me contagió para que sintiese el orgullo de pertenencia e identidad con su gentes.
Una canción para La Isleta. En 1977, terminando mis estudios de Sociología en Madrid, tras la dictadura de Franco y en el contexto ilusionante de reestrenar la democracia tras el paréntesis desde los tiempos de la Segunda República, se me ocurrió componer una canción dedicada al “Barrio de La Isleta”, que así llamé. Con medios precarios la grabamos un grupo de amigos y para mí refleja la singularidad y la idiosincrasia del enclave. La letra se contraponía a la maravillosa canción “Campanas de Vegueta” creada por el poeta José M.ª Millares, inspirada en el sonido de las campanas de nuestra catedral. Con la música de Campanas de Vegueta. Y dice así:
Barrio de La Isleta,
barrio de tradición,
de gente del campo
y del cambullón.
Las más diversas historias
de allí les podré contar;
emigrantes de otras Islas
vinieron a trabajar.
Allí, allí,
la ciudad es distinta, allí.
Es pueblo y hombres del mar,
obreros y jornaleros
no es gente de capital.
Allí, allí,
la ciudad, la ciudad, allí.
Barrio de La Isleta,
barrio muy luchador,
solidario siempre
desde el corazón.
No vuelve nunca la cara,
él sabe lo que es sufrir,
el pueblo siempre es el pueblo,
en él está el porvenir.
Allí, allí,
la ciudad, la ciudad, allí.
BARRIO DE LA ISLETA.
Aprende, canario, aprende,
La Isleta delante va
mostrándonos el camino,
camino de libertad.
Hace casi 50 años de esa composición que ponía en valor un barrio singular, un espacio con personalidad propia y un lugar de residencia, trabajo, ocio, cultura y demás vivencias; distinto al resto de la ciudad por el fuerte arraigo, sentido de pertenencia al territorio y la intensa vertebración social y comunitaria entre sus habitantes. Una de las grandes fortalezas de La Isleta se resume en el lema elegido para esta edición 2025: ¡Unión y Lucha por la mejora del barrio! Unidos sin bajar la guardia y luchando en las distintas asociaciones, colectivos y foros para recuperar el espíritu de las primeras sociedades de trabajadores, el ánimo y determinación al frente de tantas luchas populares, solidaria con otros barrios y pueblos, al lado de los más débiles y menos poderosos, y orgullosa siempre de su canariedad. Ese es el mensaje del pregonero que aprendió y compartió con La Isleta el Amor a lo propio. La Isleta, siempre La Isleta.
VIVA el DÍA de LA ISLETA
VIVA LA ISLETA