Revista n.º 1094 / ISSN 1885-6039

Les hablo, ustedes. Memorias de una Phoenix canarienses

Miércoles, 19 de marzo de 2025
Carolina Pérez García
Publicado en el n.º 1088

Somos longevas y esbeltas, propiedad insólita, símbolo vegetal de Canarias, por eso exotizan nuestros cuerpos, como han fetichizado su acento isleño, nos cosifican; somos ornamentos en jardines de ricos... como el buen salvaje de Rousseau.

Palmeras gomeras en diálogo con casas humanas

Ya habíamos estado aquí, hace miles de años, pero nos fuimos y volvimos; dicen que nos reintrodujo un viverista. Se ha traficado mucho con nosotras: muchas de las enfermedades que sufrimos hoy son plagas fruto de ese tráfico marítimo secular, barcos y barcos cargados de nosotras.

En realidad, hemos recorrido el planeta, nuestras hojas y raíces encierran muchos saberes. Escúchennos bien: planeta, planta, planta del pie, plantología, y todavía no se dan cuenta de sus propias raíces. Tela de araña, ratón de biblioteca, cagas como las apupúes, aquí estamos como dos aves tontas, ¡qué pasó, bicho!, mira los cebolleros, los lagarteros y los cochineros, fuerte coneja, se me fue el baifo, cógete el pájaro, estás como una jaira… y tantas otras expresiones que decimos, pero muchos siguen sin leer estos entramados multiespecies de seres vivos.

Somos longevas y esbeltas, propiedad insólita, símbolo vegetal de Canarias, por eso exotizan nuestros cuerpos, como han fetichizado su acento isleño, nos cosifican; somos ornamentos en jardines de ricos y así, estáticas, no evolucionamos, como el buen salvaje de Rousseau. No nos conocen, algunos no nos diferencian de una farola. En el medio urbano es aún peor: no tenemos espacio, nos lucen por las autopistas, no somos bosque, somos plantaciones higienizadas y nos ponen en fila.

En un barranco gomero

Sin embargo, hubo un tiempo, hace siglos, en el que no había ceguera vegetal y los animales apreciaban a las otras especies; con nuestras ramas hacían sogas, alfombras, cestas, colmenas para las abejas melíferas, comían nuestros frutos, las támbaras, y extraían con cuidado nuestra savia para convertirla en guarapo, la miel de palma. Esas gentes antiguas sabían cómo tocarnos sin destruirnos, pero ya pocos humanos miran tan alto, pocos saben trepar sin dañar, sin violentar los cuerpos o el medio que pisan. Todavía hay algunos que realizan estas prácticas, saben comunicarse con nosotras desde esa otra manera más saludable: no todos están tan ciegos.

Al principio era distinto: fuimos agua, manando de muchos tipos de suelo. También fuimos montaña, vasta y grande. Después bajamos, fuimos río, río Draa, y recorrimos kilómetros y kilómetros de continente. Ahí empezamos a ver a las ya creadas, las vimos en todo su esplendor, en las orillas del río, salpicadas y despeluzadas, libres y sin filas, aruñando el aire para dar agua a nuestros frutos color cucaracha. Nos dijimos adiós unas a otras, nuestro viaje era por otro ramal. Somos una familia migrante o aventurera, como ustedes quieran decirlo, como menos les duela. Llegamos al océano y vimos un mar de islas a lo lejos, un archipiélago grande y uno chinijo y quisimos germinar en este territorio atlántico norteafricano. Emprendimos un viaje, algunas por anemocoria, otras por zoocoria…, y nos asentamos en la isla más vieja de dunas canosas, la que nació hace unos veintidós millones de años, y ahí, en Las Peñitas de Fuerteventura, creamos nuestro primer hogar. Desde este lugar, viajamos al resto de las Islas. Este Archipiélago es nuestro medio natural.

Famoso cangrejo que forma el mapa de Canarias de Torriani

Dicen que somos catorce, catorce hermanas Phoenix repartidas por el mundo, tantas como islas e islotes tiene este Archipiélago Canario donde vivimos. Recuerdo a Torriani pintando su mapa isleño... muchas lo vimos. Dibujó un escorpión con trece cuerpos, trece islas e islotes, un número peculiar (pensó al crear ese dibujo geográfico). Parece que Canarias es un archipiélago enigmático, mágico como un oasis; también han exotizado a estas islas, como a nosotras, como el drago del Edén del Bosco. Pero también había otra isla: nosotras la veíamos a veces, las hermanas más altas pudieron verla, y a veces la seguimos viendo, allá afuera, flotante, chica y espectral. Su cuerpo etérico aparece y desaparece, diría que no es cuerpo físico y real como el de las demás; no diría que es irreal, existe y su imagen alimenta el alma y nos puebla de mitos, a nosotras y a los humanos. Ella es la decimocuarta isla, el cuerpo translúcido, la realidad soñada. Estamos inmersas en una cartografía isleña con forma de escorpión, vivimos en islas plutónicas.

Nuestra madre es Dactylifera, es ella quien alberga uno de los frutales más antiguos que se conoce. Pero eso a casi ningún animal humano le interesa, mirar hacia atrás da miedo, prefieren quedarse en el pasado más pintoresco, el del tenderete y la foto; el pasado más cultural y etnográfico obliga a pensarse mejor, a rascar con conciencia, y así salen muchos malos olores no resueltos. No nos protegen, ni siquiera saben mirar desde una visión biológica; todavía algunos no se dan cuenta de que aquí contamos todos y todas; todos los reinos, todas las especies.

Sí, les hablo a ustedes, humanos, a algunos de ustedes, los que tienen una lente muy superficial, los que llevan muy poco tiempo en la tierra, los del sesgo cognitivo y la ceguera cultural: esa mirada imperial no nos representa, ni nos puede ayudar.

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