Mi abuela decía que es de bien nacido ser agradecido. Y en esta tarde inolvidable e irrepetible comienzo proclamando mi gratitud a la exconcejal de Cultura del Ayuntamiento de la Vega de San Mateo, Isabel Peñate, que rescató del olvido mi proyecto martiano y que ha sido financiada por la consejería de Cultura del Cabildo, presidida por Guacimara Medina, que le ilusionó vivamente la idea; y al actual concejal de Cultura, José Déniz, y al técnico cultural Damián, quienes, con entrega y cariño, continuaron con esta primera fase del proyecto de alzar una escultura en recuerdo del abuelo de Martí en este pago que lo vio nacer. Y, por supuesto, al escultor Orlando Hernández, director de la Escuela Luján Pérez, por esta bella muestra de su arte que explica los sentidos de esa larga sintonía y vínculo emocional entre dos pueblos: La Vega y Cuba, hermanados por la sangre y la historia. Doy las gracias en mi nombre y el de miles de indianos que tuvieron como tierra de nacimiento a este lugar de las medianías.
Hoy es un día grande para la historia de San Mateo, y para la intrahistoria de este barrio de La Bodeguilla. La Vega de Arriba ha saldado con esta escultura una deuda de gratitud contraída con esa isla hermana del Caribe, que siempre ha estado en la mente y en el corazón de este pueblo. Este pequeño hito en la historia íntima de San Mateo es también un tributo a la memoria de un zapatero remendón nacido en 1791 en este pago, don Antonio Pérez Monzón, un personaje sencillo y humilde que decidió cambiar la lezna de su oficio por el tambor militar, para mejorar la fortuna de su familia, convirtiéndose con el tiempo en el abuelo materno de José Julián Martí Pérez (1853-1895), el más universal de los cubanos, el iniciador del modernismo poético con un vigor, colorido y osadía que iluminó nuestro idioma común en aquella otra orilla del Atlántico.


En esta plaza del barrio de La Bodeguilla, que brotó a la vera del camino real por donde, a lo largo de los siglos, han desfilado miles de seres que bajaron hasta el mar o que les devolvió a la Cumbre, inauguramos hoy este monumento de homenaje a un vecino al que revestimos de gran significado. ¿Cuál es el significado de este conjunto escultórico? Es un merecido gesto de agradecimiento con esa tierra de acogida que, a su vez, ennoblece uno de los sentimientos más identitarios de este pueblo: la emigración familiar y masiva de jóvenes campesinos que, con valentía y necesidad, desafiaron los límites de su tiempo para trabajar duro entre los maizales, las cañas de azúcar o los cultivos de tabaco, a fin de tener una subsistencia digna. La historia de San Mateo no puede explicarse sin la acogida de Cuba y sin las actividades agrícolas en la otra orilla, que alimentaron las bocas y las esperanzas de su gente. Ser indiano es parte del patrimonio cultural y sentimental de La Vega. A partir de ahora este bello rincón mantendrá viva la memoria de los sufrimientos vividos por quienes nos procedieron en tiempos de escasez, pero también será un acicate para los jovencitos actuales que desafían al destino y trazan su propio camino en busca de un mejor futuro, aunque sea extraviándose sin remedio. Un futuro que, si pudiera en él vivir de nuevo la vida –como decía Borges–, trataría de cometer más errores, tomaría muy pocas cosas en serio, no intentaría ser tan perfecto, haría más viajes, subiría más montañas y procuraría tener solo buenos momentos… Como aquel hombre sincero, / de donde crece la palma, y ahora sigo al poeta José Martí, que antes de morirme quiero / echar mis versos del alma.
La vida está llena de mudanzas y gracias a esa emigración canaria, principalmente a Cuba, pero también a Argentina o Venezuela, se creó en el tiempo un vínculo muy estrecho y entrañable entre ambas orillas. Todavía hoy, fruto de aquella "industria organizada" que exportaba a nuestros ancestros mar afuera, conservamos algunas tradiciones culturales, como la fiesta centenaria de Los Indianos, que hace unos días celebrábamos con una recreación que unía memoria y tradiciones; o la primera campana con la que contó la parroquia, de 1803, enviada por un grupo de emigrantes vegueros desde Cuba y que hoy puede verse en las ramblas de la iglesia. Esa influencia americana también ha sido ostensible en la riqueza de nuestra lengua, en las costumbres, en las artes, en los deportes, en la literatura, en la música –la décima o el punto cubano– que han nutrido el romancero, las canciones de trabajo y la tradición oral de Canarias y de Cuba que hablan de Camagüey, de La Habana, de Matanzas o Cienfuegos… No por casualidad el indiano Juan Perera Rivero (1902-1975) se trajo a su barrio de Las Lagunetas un repertorio de cantares y la nostalgia de sus días habaneros que constituyó para siempre el fondo musical de su vida… Las remesas de caudal americano potenciaron nuestra agricultura y dieron a los vegueros la oportunidad de comprar tierras, molinos, casas, vacas..., además de construir las enormes y perfectas paredes de piedras que permitieron cultivar nuevos cercados a ambos lados de las montañas, y que aún pueden verse en Utiaca, La Bodeguilla o Las Lagunetas. Mientras nombrábamos calles, celebrábamos hermanamiento con Cifuentes o se fundaba en el último tercio del siglo pasado el Taller Martí, verdadero foco cultural de este pueblo de la mano del poeta Rafael Franquelo y el escultor Miguelito el Herrero, entre otros.


Ni que decir tiene que las migraciones han sido una constante en el devenir del ser humano a lo largo de su historia. Incluso nuestros antepasados canarios que poblaron estas Islas llegaron desde el Atlas africano. De alguna manera, ya migrábamos antes de emigrar. La lucha por la supervivencia, las catastróficas sequías, las crisis agrícolas, pero también causas sociales y políticas, condujeron a miles de canarios a tomar decisiones drásticas y colonizar buena parte de las Indias, a salir hacia lo desconocido para virar para siempre el rumbo de su existencia. Pero, ahora, esta maleta cargada de raíces migrantes y de memoria, estos zapatos que caminan hacia el mar desandan el camino. Ahora, la verdad sea dicha, son los cubanos los que hacen la ruta inversa, quienes buscan con ansias el acta de nacimiento de sus abuelos para obtener la ciudadanía española. Su gente se afana y hurga en los cajones en busca de viejas fotos, cartas familiares o reconstruyen su árbol genealógico, por modesto que sea (hasta hace un tiempo era solo un pasatiempo de gente obsesionada con el linaje y la pureza de la sangre), para unir generaciones y geografías. Y se vuelven a enlazar familias lejanas de las dos orillas, como esa cadena emocional de seres humanos que llegan en pateras y que desean empezar una nueva vida, como aquel zapatero de La Bodeguilla que quiso ser músico militar, contrajo matrimonio en Tenerife y decidió cruzar el charco, junto a su esposa Rita Cabrera y su hija Leonor, de apenas 15 años, mientras entre las olas atlánticas y sus corazones crecían las incertidumbres y el rejonazo de la magua. No sé si eran conscientes de que en los caminos siempre es posible todos los encuentros. Y aquí, hoy, estamos al encuentro de su memoria.
El presente texto fue leído días atrás por su autor durante la inauguración de la escultura El abuelo de Martí, de Orlando Hernández, director de la Escuela Luján Pérez. Esta actuación forma parte del proyecto Ruta Martiana. Martí y la Vega de San Mateo promovido por el propio Pedro Socorro. La ruta se enmarca dentro del Proyecto COMEX Global y se vincula tanto al aspecto sociocultural como a la esfera del intercambio económico y de cooperación. Contempla la creación de otras rutas en Santa Cruz de Tenerife, donde se encontraba la casa natal de doña Leonor Pérez Cabrera, la madre de Martí e hija del veguero Antonio Pérez; en Cuba, con lugares históricos vinculados con José Martí y donde existen varios museos en su honor; y en Estados Unidos, donde se encuentran más enclaves vinculados a la figura de Martí, sobre todo en Tampa.
