Revista n.º 1079 / ISSN 1885-6039

Donde las manos, poemario dedicado a los oficios manuales

Viernes, 10 de enero de 2025
Ramón Díaz Hernández
Publicado en el n.º 1078

Yolanda Díaz Jiménez ha ejecutado un trabajo hermosamente original que en más de medio centenar de poemas exalta el trabajo manual, reconoce la valiente épica de los oficios tradicionales e inmortaliza a las mujeres y hombres que los practicaron en tiempos difíciles.

La autora, durante la presentación, con Ramón Díaz y Checa

1. Manos, dedos y oficios

Las manos son una parte esencial del cuerpo. Todo lo hacemos con las dos manos. Sin ellas no habría podido evolucionar el género humano pues son esenciales para el trabajo productivo que nutre nuestra existencia. De acuerdo con estas consideraciones entendemos por trabajo manual el conjunto de labores que se desempeñan con las manos. Es decir, todas las tareas que hacemos aplicando algún esfuerzo o alguna habilidad de carácter físico.

En general, el trabajo manual está ligado a la producción o el mantenimiento de objetos físicos con o sin utilidad práctica. En la mayoría de los casos, nuestras manos realizan ejercicios que implican desarrollo de destrezas específicas para las que se requiere de aprendizaje, preparación, repetición o práctica. Los trabajos manuales más comunes suelen incluir los oficios tradicionales y profesiones como la carpintería, la herrería, el tejido, la construcción, la jardinería, la costura, la cerámica, la orfebrería, el cultivo de plantas, la recogida de la cosecha, el cuidado de animales y tantos otros, a cuál más necesario.

Los oficios tradicionales han pasado de significar todo, absolutamente todo, a ser actividades desprovistas de la esencia que tuvieron en el pasado y que ahora están abocadas a extinguirse con los avances técnicos. Evidentemente, no todas a la vez. Algunos oficios se resisten a desaparecer refugiándose en la artesanía aureolada de autenticidad, mientras que otros como el del afilador, el limpiabotas, el sereno, el arriero, etc. yacen en el olvido. No obstante, el deseo de sobrevivir y la bondad de una parte de la sociedad, que tiene una deuda impagable hacia los oficios, despiertan una conmovedora dualidad entre los que los defienden y los que se mantienen indiferentes. Estos últimos, según Borges, son los peores.

La Revolución Industrial, basada en la mecanización y la automatización, agudizó la diferencia entre trabajo manual y trabajo mental. Mientras que el trabajo mental se sigue viendo como algo sobrevalorado al asociarse al conocimiento teórico, el trabajo manual, en cambio, se percibe como algo desvalorizado y prescindible. Pese a todo, el manual sigue siendo fundamental para la sociedad, ya que permite la creación, reparación de productos, bienes, servicios y estructuras. Sin embargo, debido al esfuerzo que implica su elaboración y su perfecto acabado, en ciertos momentos de la historia (como los que discurren actualmente) no logra alcanzar una posición central y sigue siendo considerado como una actividad menor, un quehacer depreciado o una ocupación secundaria. Algunas creencias, filosofías orientales y religiones conceden al trabajo manual, ligado al esfuerzo físico, una cualidad purificadora, redentora, terapéutica o benéfica. Estas doctrinas o discursos tienen en común la consideración de lo manual como una actividad digna y gratificante, que perfecciona el espíritu a través del empeño del cuerpo.

De niño recuerdo escuchar relatos de personas mayores que se referían a épocas anteriores en donde la gente se identificaba por la callosidad de sus manos cuando aún no existía dni. Si las manos tenían callos pasabas a ser una persona trabajadora, un hombre de bien, un individuo decente y honorable en el que se podía confiar. En caso contrario, pasabas a ser un individuo sospechoso; y si eras forastero, te invitaban a abandonar el pueblo. Recuerdo, además, que los diferentes oficios eran visibles a los transeúntes debido a que los talleres daban siempre directamente a las calles y los maestros artesanos se sentían halagados de que la gente se parase a ver cómo trabajaban los amanuenses en sus respectivas mesas de laboreo.

Los oficios, pues, son actividades humildes, nada pretensiosos, por eso se nombran desde abajo, desde la sencillez más silenciosa. Cuando empezamos a pensar como adultos, me llamó mucho la atención palabras como almocrebe, que servía antiguamente para designar a la persona que, provista de carreta y animal de arrastre, era contratada para transportar cualquier mercancía de un lugar a otro. Más tarde, caí en la cuenta de que al almocrebe se le llamó arriero, que era igualmente la persona cuyo oficio es transportar mercancías en su carreta o en sus bestias de un lugar a otro1. Los oficios y los nombres con que se designan también evolucionan con el tiempo. Si preguntáramos hoy qué es un arriero dudo que encontremos alguien que dé con la respuesta exacta. Es posible que tampoco se acierte mucho con otros oficios como limpiabotas, molinero, hojalatero, afilador, aguador, acequiero…

El avance de las nuevas tecnologías invisibiliza cada vez más los trabajos manuales. Obsérvese que ya no se habla de manos, sino de dedos o dígitos. Hay una verdadera obsesión por digitalizarlo todo como si los dedos no estuviesen unidos a las manos de las personas que hacen fielmente lo que sus conexiones neuronales les dicta.

Portada de 'Donde las manos'

2. Donde las manos

Donde las manos es el último poemario escrito por Yolanda Díaz Jiménez dedicado a los oficios, que fue presentado en el Círculo Mercantil de Las Palmas de Gran Canaria el pasado día 21 de noviembre. Para su autora las manos, los oficios manuales y el sentimiento inmersivo que se ejerce mediante la escritura reflexiva constituyen tres elementos cruciales sobre los que pivota su propuesta poética.

a) En primer lugar, conviene aclarar que nuestras manos son obviamente el principal órgano con el que contactamos físicamente con el medio que nos rodea. En la punta de nuestros dedos confluyen millones de terminaciones nerviosas del cuerpo humano, que les aportan una altísima sensibilidad por donde la vida se suministra de toda la información del mundo táctil. En otras palabras, nuestros dedos son la principal fuente de información, por prensilidad y rozamiento, sobre el entorno y gracias a ellos podemos realizar casi todas las funciones esenciales, a través de las cuales nacen los diferentes oficios.

b) En segundo lugar, desde una perspectiva filológica, el empleo de la mano con fines prácticos ha creado el verbo manear, que se emplea frecuentemente como menear, de donde derivan los términos menestral (persona que trabaja en un oficio manual) y menesteroso, aplicado a quien no tiene lo necesario para vivir porque es pobre o necesitado (M. Moliner, 1990: 389). De lo que se infiere el hecho de que, gracias a las manos, la mayoría de las personas tenemos la supervivencia asegurada. De ahí la imprescindibilidad de las manos y la importancia de los oficios manuales en todas las sociedades que han transitado por la historia desde el origen de la humanidad.

c) Y, en tercer lugar, la más preclara obviedad: la poesía está en todas partes. Decía el escritor extremeño Luis Landero (Alburquerque, 1948) en Juegos de la edad tardía (1989) que “los bordados también son poesía y todos en el mundo somos un poco poetas”. De acuerdo con esta premisa, todo aquello que evoque sentimientos y tenga sentido lírico o posea una perspectiva estética elevada, puede ser considerado poesía. Sólo se exige una condición: saber ver lo que hay de poesía en las cosas que nos rodean, extraerla, sentirla o descubrirla y, luego, expresarla en palabras adecuadas que exciten el ánimo de los lectores, y faciliten además la conexión y el goce con ella, o a través de ella. Es algo así como el arpa dormida y olvidada en el rincón obscuro de la Rima VII de Bécquer, que espera una mano de nieve que sepa tañerla. Esa mano de nieve oportuna en este Donde las manos es el genio despierto y creativo que reside en el alma de Yolanda Díaz Jiménez, autora de los bellísimos poemas dedicados a los oficios manuales que se recogen en este luminoso libro. Y es también la mejor prueba de que su autora se ha pasado buena parte de su vida interiorizando la esencia de aquellos oficios que se hacen rutinariamente con las habilidades aprendidas y desarrolladas por las bien llamadas extremidades superiores. 

En contra de cierta indiferencia, a veces generalizada, estos poemas mezclan memoria personal, reconocimiento agradecido y homenaje merecido a cuantas artesanas y artesanos ejercen o ejercieron honradamente diversos oficios valiéndose de sus manos como único capital. Unas manos providenciales cuya finalidad consiste en ser dadoras de bien ("Estelero", p. 43). En estos 66 poemas Díaz Jiménez incluye pensamientos, deja caer sus recuerdos y sus palpitaciones emocionales junto a una cierta nostalgia del pasado y la invocación reverencial hacia las múltiples personalidades que han ejercido con dignidad y maestría los oficios de alfarera, salinero, costurera, zapatero, cuchillero, afilador, cocinera, barbero, plañidera, pinochero, aparcera, pregonero, lechera, pocero, cochinillera, yerbera, mielero, dulcera, campanero, zahorina, relojero, campesina, latonero, sombrerera, pastor, artesana de la seda, cambullonero, sardinera, carbonero, quesera, medianero, estelero, sastre… Porque, como ella misma dice, las manos son:

Acervo de lo que ha vivido,

soñado, sufrido.

La forma en que Yolanda Díaz Jiménez aborda en estos versos su percepción del mundo de los oficios parece reproducir los sabios consejos del estoico Marco Aurelio (121-180 d. C.):

¡Bueyero, castañera, lavandera! 

Encaríñate con tu oficio y descansa en él.

Una sentencia rotunda, aunque retórica porque es de todos sabido que la artesanía imprime carácter y predispone a la felicidad bien entendida entre la membrecía y su entorno. 

El canto a las manualidades, a los oficios de antes y de siempre, emana sencillez ("Campesina", p. 55). Se trata de unos textos unidos al mundo por una fina membrana que le sirve de vínculo a su autora para escucharlo, recrearlo y mantenerlo vivo en el centro mismo del pensamiento. Palabras que reflejan un mundo que no son solamente palabras escritas, unas detrás de otras, sino palabras habladas, sentidas, llenas de contenido y comunicadas en todas las formas posibles de la belleza; porque la poesía tiene la virtud prodigiosa de mostrar historias complejas y pensamientos densos que las demás artes no tienen.

Saboreando un buchito de café

canturrea viejos romances,

historiados amores,

cuentos de tejeduría.

*

Me pregunto qué no daría por destejer

el misterio que encierra Risco Caído ("Tejedora", p. 17)

La lectura de estos versos aromáticos entra en el cuerpo como dulces prendas que hacen que uno se pare y reflexione varias veces sobre lo que acaba de leer:

Habla del bienmesabe como si lo hubiera parido,

con una Paz que sabe a caramelo ("Dulcera", p. 81).

Público en la presentación de libro de Díaz Jiménez

Desde el primer poema, "Manos", hasta el último, denominado "Tendera" (dedicado a la madre de la autora), estas composiciones reunidas en Donde las manos tienen como destinatarios privilegiados a los diversos y necesarios oficios que han surtido de bienes y servicios imprescindibles a todos los hogares canarios. Hoy en día el acierto poético no reside tanto en descifrar los grandes enigmas de la existencia. El escritor o la escritora tienen también que bajar a la plaza pública y sumergirse en las inquietudes de la gente sencilla y entender lo que les pasa. De ahí que tenga sentido el que las preocupaciones del momento se filtren o inspiren los poemas que se escriben y publican. Y, sobre todo, sentir que esa poesía es útil y comprendida por todos. Decía Ida Vitale (Premio Cervantes 2018) que la poesía es un servicio comunitario.

Todo lo dicho hasta aquí lo encontramos en Donde las manos. Se trata, en efecto, de un trabajo hermosamente original que en más de medio centenar de poemas, casi todos breves, presenta un común denominador: exaltar el trabajo manual, reconocer la valiente épica de los oficios e inmortalizar a las mujeres y hombres que practicaron un oficio artesanal tanto en tiempos difíciles, de carencia de casi todo, como en los de ahora, en donde abunda la rapidez y el mal gusto. Los trabajos artesanales conviven ciertamente con grandes dificultades en un mundo de euforia tecnológica en que se adora irracionalmente a las máquinas y triunfan los objetos de consumo de masas estandarizados, a la vez que se infravalora la satisfacción por las cosas bien hechas y con paciente paciencia, los trabajos de autor, las obras irrepetibles y personalizadas. 

Yolanda Díaz Jiménez escribe estos versos a las manos y los oficios con calma, paciencia y lucidez. De ahí su austeridad expresiva, su intensidad emocional y su manejo del pulso interior. Poemas escritos con un estilo resuelto al margen de las estridencias verbales y las metáforas intrincadas; con un ritmo pausado, sereno y sin presión ambiental. Desde esa atalaya apacible invita a la reflexión y al pensamiento sosegado, que es el que ilumina unos versos radiantes.

Versos limpios, serenos, reflexivos, maravillosamente escritos. Y eso es algo que hoy en día es poco valorado y hasta relegado por mor de las prisas. Pero es, en definitiva, lo único que perdurará a través del tiempo. Estos poemas sin artificios recuerdan mucho el aserto de la escritora rumana Herta Müller (1953): Las frases verdaderas están siempre relacionadas con una herida profunda. Véase si no los versos con que termina el poema titulado "Tendera" (pp. 114-115).

Inaccesible, envueltas en luz,

aquellos ojos grandes, amorosos,

se desvanecen tras los estantes,

mis manos se alargan, buscan lo imposible.

***

En el aire, vacío, el deseo de acercarme

para darle un abrazo en la trastienda.

La autora de Donde las manos encuentra en la poesía remansada y reflexiva que cultiva una forma de conocimiento y una reivindicación de la vida vivida. Tiene motivos fundados para ello, pues si uno no reconoce su propio pasado, ¿de dónde va a sacar sus valores? (Toni Morrison, Nobel de Literatura en 1993). Al terminar de leerlos se llega a pensar que Donde las manos es también una elegía porque muestra la fugacidad de numerosos oficios que han desaparecido (limpiabotas, cambullonero, afilador, medianero, arriero, farero, acequiero, pregonero…); o que desaparecerán en un futuro más o menos próximo. Pero no importa, pues seguramente aparecerán otros oficios nuevos que los relevarán y así sucesivamente en un inagotable sinfín. Y, si ello no fuera posible, tenemos siempre a mano la justicia poética que inmortalizará a los oficios declinantes adhiriéndolos a estos versos o a otros que sobrevendrán y que terminarán incrustándose en la memoria colectiva del pueblo.

Las manos y los oficios son indicadores eternos como la misma historia de la humanidad. Donde las manos es el acta notarial de la fe de vida de los oficios a título perpetuo. Este libro es un mensaje inolvidable que deja a otros un relieve-testigo de lo que la tecnología ha suprimido hasta ahora y seguirá cancelando en la evolución darwiniana de la humanidad. 

No puedo dejar de mencionar en esta reseña apresurada el acierto de la editorial Canarias Ebook al publicar tan dignamente este poemario. Como tampoco paso por alto los grandiosos dibujos de nuestro querido amigo Antonio Cerpa Pérez que acompañan estos versos. Sus diez brillantes ilustraciones manuales salpimientan las páginas de este poemario añadiéndole arte, belleza y humor.

Por ello, termino felicitando a Yolanda Díaz Jiménez por este trabajo de madurez, oportuno y de justo reconocimiento a los oficios y artesanos, al tiempo que recomendamos su difusión y su lectura en la firme convicción de que nadie se sentirá defraudado.


1. Mi recuerdo emocionado a don Antonio González Morales (1928-2023), el último arriero de Arucas (Gran Canaria).

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