Revista n.º 1074 / ISSN 1885-6039

El nuevo retraimiento de Domingo Rivero

Lunes, 2 de septiembre de 2024
Juan Ferrera Gil
Publicado en el n.º 1060

Que Arucas, como lugar de nacimiento del insigne poeta, deba abanderar su eterno retorno y atraer parte del Museo Domingo Rivero capitalino a la Casa de la Cultura y que, además, logre reconocer la figura del profesor Eugenio Padorno.

Cabeza de la escultura de Domingo Rivero

Como lector empedernido que frecuentemente visita los libros, siempre nos ha llamado la atención la obra de Domingo Rivero (Arucas, 1852-Las Palmas de Gran Canaria, 1929): un poeta que viene y va, acaso como las delicadas olas que arriban frecuentemente a la orilla y que, desde su oficina, contemplara tiempo ha el escritor. Que el poeta Domingo Rivero vive “un silencio intencionado” no solo sirve para justificar su ausencia, sino que su presencia se acentúa al mismo tiempo que desaparece, desde hace ya algunos años, el Museo a él dedicado en Las Palmas de Gran Canaria. Demasiadas “casualidades”.

Gracias a la iniciativa personal de José Rivero Gómez, su nieto, el Museo vivió momentos de esplendor que en los últimos tiempos se han ido oscureciendo, como si se difuminaran paulatinamente en el lienzo de la bahía. Y, como no es el momento de lamentaciones, quisiéramos destacar que la presencia del poeta en la ciudad en que nació (Arucas, 1852, 23 de marzo) también, desgraciadamente, vive el sueño intencionado que sucesivas corporaciones municipales y políticas han ido dejando a un lado, como aparcando, bien por incompetencia manifiesta, bien por olvido voluntario, vaya usted a saber; bien porque la política del día a día destruye todo lo que tiene valor a largo plazo, bien, sencillamente, porque no se puede con todo y algunas cosas quedarán para siempre en el tintero, a pesar de querer solucionarlas.

Fachada del Museo Domingo Rivero

Pepe Rivero y Josefina Betancor al fondo

Y no es suficiente que haya una escultura del poeta en el centro mismo de la ciudad aruquense, en el denominado Parque Chino, si no se cuida y se la señala como es debido. A su mismo lado, la Casa de la Cultura, tan lejos y tan cerca, debería erigirse en un espacio de poesía que agrande la figura de Domingo Rivero, que pudo y supo trascender mucho más allá de su tiempo: sus versos, eternos, se han convertido en un claro ejemplo. Y debería difundirse más su palabra, su voz, su determinación, amén de interpretaciones sobre su vida: lo realmente significativo es su obra, que nos ha llegado en distintos momentos, como si flashes esporádicos fueran. Fue José Rivero un periodista significativo; sin embargo, en su madurez manifestó claramente el empeño de dar a conocer a su abuelo y devolverlo a las luces reales de la Literatura Canaria. Y a los ojos de una sociedad libre de toda imposición cultural. Y lo consiguió. Hoy el Museo capitalino vive sumido en el silencio y en la ocultación. Sin embargo, el paso del tiempo trae renovados intereses y resulta imprescindible que la figura de Domingo Rivero se reivindique desde aquellas instituciones pertinentes que con renovado aire fresco de juventud destaquen la imagen de un constructor de versos de altura y prestigio, que, pensamos, no puede, otra vez, caer en el olvido. Primero, porque sería algo tremendamente injusto, y, segundo, porque no es bueno para nuestra salud mental y literaria, y me refiero a la de todos los que habitamos estos lares, que el desconocimiento y la ignorancia dejen otra huella, a modo de impasse en el panorama literario canario. No, no puede ser. Ya tenemos acumuladas muchas cosas debajo de la tierra, ocultas bajo carreteras imprescindibles y otras intervenciones necesarias, como para ir sumando nuevas. Y no sería nada sano ni bueno que la voz de un poeta digno, serio y respetuoso con todos se vaya al cajón de la reserva y del secreto. El olvido será el siguiente paso en el baile. Y eso no está nada bien.

Y cada vez que nos acordamos del poeta, viene a nuestra memoria el magnífico trabajo que realizara en su día el prestigioso profesor universitario Eugenio Padorno (Domingo Rivero, Poesía Completa, Servicio de Publicaciones de la ULPGC, Las Palmas de Gran Canaria, 1994). Esta investigación seria y extremadamente rigurosa no solo permanece en el tiempo, sino que, además, nos devuelve recurrentemente instantes repletos de sensaciones y emociones a través de los versos del poeta. Que las palabras nunca mueren, sino que van dando vueltas por ahí circularmente, es una clara evidencia y muestra de que la Literatura sirve para algo y sabe, además, cumplir extraordinariamente la labor encomendada.

Es una inmensa suerte el haber podido contar con estas extraordinarias personas que, en distintos momentos, nos ofrecieron y regalaron sentidas muestras de generosidad. Es verdad que llenaron nuestras vidas de palabras, consideraciones y sensaciones. Pero eso, con el paso del tiempo, no solo se agranda, sino que viene a verificar que el pasado siempre regresa para ponernos los pies en el suelo. Y, acaso, solo lo logran aquellos que suelen vivir entre líneas, entre papeles en blanco dispuestos a soportar cualquier palabra y entre sentimientos sinceros y llenos de verdad. Cuando la vanidad no sirve para nada, surgen los verdaderos escritores, bien ideando, bien publicando, bien investigando. Y esa cualidad tiene mucho que ver con la Literatura Canaria: una tierra desmigajada y aparentemente rota que siempre sobresale en determinados momentos, como si un volcán emergente fuera. Y no hay más. Ni menos tampoco.

Que Arucas, como lugar de nacimiento del insigne poeta, deba abanderar su eterno retorno nos parece de una elementalidad tal que consiga, también, atraer parte del Museo capitalino a la Casa de la Cultura y que, además, logre reconocer la figura del profesor Eugenio Padorno, igualmente dotado de una mirada especial, cuya tesis doctoral vuelve a señalar recurrentemente a Domingo Rivero: hablamos de justicia universal, consideración y respeto. Por último, acaso, el instituto que lleva su nombre debería estar más presente no solo en la vida del poeta, y difundirla como se merece, sino en la ciudad misma que lo vio nacer y crecer en su primera infancia. Que Domingo Rivero logre traspasar las paredes de las aulas es un objetivo que hay que conseguir. Su nieto empeñado estuvo en ello ofreciendo continuamente y estimulando visitas escolares al Museo, entre otros tantos aspectos: presentaciones de libros, actividades culturales diversas, reconocimientos, encuentros poéticos...

Portada de la primera 'Poesía completa' de Rivero

No es posible que se vuelva a producir un nuevo “retraimiento” del digno representante de la Literatura Canaria. Queremos considerar, al menos, modestamente, que su presencia en la vida cultural de las Islas es tan importante como “el aire que respiramos trece veces por minuto”, en palabras de otro lejano poeta: “un poder que glorifica”.

Como empedernidos lectores que somos, no nos gusta ni apreciamos la reserva y el disimulo. Sin embargo, nos agrada sobremanera la paz, la tranquilidad y el sosiego. Y para ello las palabras de Domingo Rivero nos resultan imprescindibles. Como se trata de continuar en el camino, su figura se nos antoja mucho más que relevante.

Por eso esperamos, con renovada pasión, el giro de Domingo Rivero.

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