Introducción1. La segunda mitad del siglo XIX supuso para España un periodo de cambios políticos, económicos, administrativos... que arrancaban con el asentamiento de un Estado liberal, en el que las elites eran el contrapeso a la frágil coyuntura de la sociedad civil.
En Las Palmas de Gran Canaria, el éxito del cultivo y exportación de la cochinilla generó saldos positivos en la urbe, lo suficientemente potentes como para que los propietarios de las cosechas y de los exportadores dirigieran el excedente de las rentas a las actividades portuaria e inmobiliaria, a lo que se sumó la implantación de las franquicias comerciales de Puertos Francos, como régimen de exención fiscal o aduanera. Ello trajo consigo la llegada de numerosas compañías extranjeras, en especial británicas, que establecieron sus estaciones en la ciudad, hasta el punto que monopolizaron las actividades portuarias, desde el suministro de carbón y los varaderos, hasta los pequeños astilleros y las consignatarias; hasta controlar otros sectores como las operaciones bancarias, los seguros, la exportación de productos agrícolas como el plátano y el tomate, y el turismo.
La expansión de la ciudad hacia el Puerto y el florecimiento turístico. Esta situación hizo que la capital grancanaria experimentase, desde mediados del XIX y en el tránsito hacia el siglo XX, un incremento demográfico que trajo consigo la necesidad de viviendas y de espacio para edificar, con el consecuente derribo de la muralla de Triana que marcó el inicio de la expansión urbana, siendo los sectores más afectados de aquella modernización, desde 1888 hasta 1906, las Huertas de Triana, los Arenales, el Puerto de la Luz y la Isleta. Pero, tal y como afirma Martín Galán, Las Palmas de Gran Canaria careció de un plan urbanístico general, porque el Plan de Ensanche propuesto por Laureano Arroyo a finales del XIX fracasó, aunque permitió fortalecer una nueva idea de la dimensión de la ciudad al mirar hacia el norte, hacia el Puerto, posibilitando que se pusiera en oferta una gran cantidad de suelo nuevo edificable. Aunque no sería hasta 1937 cuando se construyeron los muelles de La Luz, Santa Catalina, León y Castillo y Virgen del Pino, suponiendo la primera gran transformación del litoral y la construcción de los barrios que hoy se conocen como La Isleta o el de Santa Catalina (Martín, 2001: 327-342, 380).
Al crecimiento urbano se sumó el comercial e industrial, al instalarse en la zona que iba desde la actual Base Naval (antiguo muelle frutero Virgen del Pino, edificado sobre las ruinas del Castillo de Santa Catalina), hasta el comienzo del dique del Puerto de La Luz, la estación de tránsito para mover a los pasajeros de los barcos del puerto a la ciudad; así como una serie de factorías portuarias otorgadas a compañías, fundamentalmente extranjeras, que disponían de muelles o diques, oficinas, almacenes, carboneras... y a otras menores, como pequeños talleres o fábricas de hielo (casas consignatarias como Wilson Sons and Cía.; Elder, Dempster y Cía.; Elder and Fyffes Ltd.; Woermann-Linie; Miller y Cía.; Blandy Brothers y Cía.; etc.).
Aparejado a este crecimiento se unió la llegada de extranjeros, mayoritariamente británicos, que estaban en tránsito por negocios o que venían a Gran Canaria por motivos de salud (sobre todo enfermedades pulmonares), dadas las propiedades de su clima seco y cálido en invierno. Y, en consecuencia a estas llegadas, se abrieron las primeras fondas en el barrio de Triana o en territorios de las Medianías, como Tafira o El Monte, tales como la Fonda Europa, de Ramón López, desde 1876; o El Herreño; o Prats (Martín 2009: 146). Hasta que a partir de febrero de 1884 abriría sus puertas, en Triana, el Quiney’s English Hotel, que hospedaba a un tipo de huésped más exigente cuya llegada iba en paralelo al incremento del tráfico de barcos extranjeros, ingleses, alemanes, franceses, belgas o italianos, que llegaban al Puerto de La Luz con el fin de comprar carbón, agua o alimentos de camino en la ruta; para el comercio de exportación o para la descarga de artículos de consumo; o para dejar y recoger viajeros.
Desde 1886 el tráfico de buques en el Puerto de La Luz y la llegada de turistas conoció un acelerado crecimiento, en especial desde los puertos de Liverpool o Londres. Y, en consecuencia, en 1889 abrió las puertas a las afueras de la ciudad, por el norte el Gran Hotel Santa Catalina, primer hotel de lujo de la isla, inaugurado en febrero de 1890. A partir de esa fecha, el negocio turístico en la ciudad vivió una época boyante con la mejora de los transportes y las comunicaciones, y la apertura de nuevos establecimientos como The Imperial Hotel, la Fonda Francia, Hotel Metropole, Hotel París, Hotel Colón, Hotel Catalán y el Hotel Victoria, entre otros.
Hotel Rayo. Un establecimiento para el comercio y el turismo. De entre estas primeras instalaciones de hospedaje destaca la fonda El Rayo, que abrió sus puertas en 1897 bajo la propiedad de Manuel Cabrera González. El establecimiento pronto se convirtió en referencia de la zona del Puerto, hasta el extremo de que, a mediados de 1901, era punto de información de las casas que se construían y que se ponían en venta en la zona de Las Canteras.
En poco tiempo, esta fonda no solo aumentó su clientela sino que su perfil se fue volviendo cada vez más distinguido, por lo que en el segundo semestre de 1902 el establecimiento tuvo que aumentar su personal, que se sumaba al que ya tenía en servicio, contratando a un acreditado cocinero y a dos camareros bien formados. A la par, proyectaba su traslado a tres espaciosas casas que se estaban terminando frente al muelle de Santa Catalina, con el objeto de ofrecer a la clientela «… habitaciones amplias y bien ventiladas, reuniendo todas las condiciones exigibles para esta clase de establecimientos modernos, cuartos de baños, inodoros, etc. y de un hermoso mirador donde piensa el dueño del hotel insular instalar una magnifica biblioteca, y desde el cual se domina en conjunto todo el estenso caserío de La Luz y su tranquila bahía. Respecto á su mobiliario y servicio, el dueño no ha omitido gasto ni sacrificio alguno para ponerlos en las dignas condiciones que su nueva instalación requiere»2.
En abril de 1903 la vieja fonda se había trasladado a su nueva instalación que, en forma de hotel y con capital español, se había construido en un periodo de creciente apogeo para el turismo en las Islas, tras el desastre del 98 y la consecuente pérdida de los últimos territorios de ultramar. El Hotel Rayo ocupaba el número 1 de la actual calle Ripoche3, entre la calle Tomás Miller y los jardines públicos que se situaban delante del muelle de Santa Catalina, actual parque del mismo nombre, frente al muelle de desembarque de pasajeros. El edificio del hotel se ubicaba en un grupo de inmuebles de dos alturas, o de planta alta, característicos de la edificación en el ensanche; de las que las plantas bajas eran destinadas a almacenes o comercios, y la planta alta se destinaba a vivienda, resuelta en dos crujías paralelas con pasillo intermedio, escalera en segunda crujía, patios en la tercera y otro patio mayor de servicios al fondo.
La nueva construcción sirvió de carta de presentación del hotel, pero su mayor publicidad fue la nueva ubicación y cocina, anunciándose como «Hotel Rayo. Puerto de la Luz frente al muelle de Santa Catalina… instalado hoy en hermoso edificio junto al muelle de Santa Catalina, se sirve á la carta diariamente presentándose comidas especiales todos los días festivos, a cuyo efecto se anunciará la antevíspera de dichos dias, el menú, en esta sección». Así, en el establecimiento se servía una gran variedad de comida con respecto a lo limitado y repetitivo de otros establecimientos de la época, ofreciendo «... comidas, sopa de mariscos o juliana, huevos a la orden, pescado frito o a la vinagreta, paletilla de carnero con papas, arroz con pollo, hígado en salsa verde, chuletas de carnero empanadas o de cerdo al natural, riñones a la plancha, almejas a la gaditana, bacalao en puré de tomate, cerdo en adobo, lengua en salsa española, pierna de carnero al horno, lascas a la milanesa, rosbif, pollo asado, jamón al natural, buftek; de postres, dulce de cabello, guayaba en almíbar, pasta de guayaba, fruta del tiempo, café, té y tabacos habanos; y de vinos de mesa, Rioja Clarete, las Delicias, Cepa de Macen y licores variados». A través de su variada carta y a medida que transcurre el tiempo se aprecia cómo el local y la zona se internacionalizan ofreciendo platos como: «huevos high life, rehogado de jitipuan a la paricién, bacalao con patatas, filete de sama en salsa tártara, pescado en escabeche, arroz con pollo a la valenciana, pescado al ali oli, lomo de vaca mechada, chuletas de cerdo a la financier, calabacinos rellenos, riñones a la brochett, croquetas de pollo a la reina, chuletas de carnerola a la milanesa, pierna de cerdo asada, fricasé de pollo a la catalana, frituras de jamón a la minuta, roastbeef a la inglesa, beefsteak de bichillo; de postres y bebidas, dulces y frutas, café, té, vinos Rioja clarete, Monte coello, Las Delicias, Cognac Martel, Chactreuse, Benedictino, Brevas, Habanas, Brevas, Palmeras»4.
De esta forma, el Hotel Rayo se volvió a convertir, en su nueva ubicación y como ya había pasado con la fonda, en punto de información para el anuncio de las viviendas, solares y almacenes que se encontraban en venta o en alquiler en la zona. Pero sobre todo fue referente, gracias a su proximidad al puerto, como contacto con la ciudad o para hacer negocios en ella, ofertando modernas instalaciones, calidad de comidas, confort e higiene (disponía de amplias y ventiladas habitaciones, baños de agua dulce y salada, salas de recreo como la de billar, restaurant, barbería y lavadero); y de otro tipo de servicios variados, que iban desde la venta de mercancías (como una yegua de raza andaluza) hasta el arreglo de instrumentos por parte del compositor de pianos, señor Fariña5.
No obstante, y a pesar de las bondades del negocio turístico del momento, el Hotel Rayo no se caracterizó por ofrecer a sus huéspedes una variada y atractiva oferta social y cultural, posiblemente porque el tipo de público que alojaba no iba buscando entretenimiento y ocio. Aún así, existen excepciones en las que podemos vislumbrar cómo organizaba este establecimiento algunos actos especiales, como el celebrado en fechas navideñas en sus salones, en la noche del 20 de diciembre de 1906, en el que intervino el compositor y tenor Juan Gamisáns, que interpretó Las lamentaciones de la ópera y Tosca, contando con el éxito del público y la programación en otros círculos y hoteles de la ciudad. A escasos días de aquel acto la mala suerte se apoderó de su propietario, Manuel Cabrera, al vivir la desgracia del fallecimiento de uno de sus hijos pequeños; un triste acontecimiento que debió influir en el negocio, pues no disponemos de noticias ni anuncios que nos hablen de la trayectoria del hotel hasta un año más tarde cuando, el 25 de diciembre 1907, y nuevamente con motivo de las fiestas navideñas, se celebró un banquete del que la prensa se hizo eco. Pero la desgracia volvió a recaer en la misma casa y días más tarde de aquel acto la prensa anunció el fallecimiento de otra hija de Manuel, Aurora Cabrera Hernández; y otra más triste circunstancia volvió a hacer desaparecer el Hotel Rayo de las noticias, hasta que otro dramático suceso lo convirtió en foco de atención de la ciudad: el crimen, supuestamente pasional, que tuvo lugar en la zona en la noche del 15 de septiembre de 19086.
A pesar de los trágicos sucesos, por aquellas fechas el Hotel Rayo se anunciaba como uno de los mejores hoteles de su clase, por el lujo y el confort de sus instalaciones: «… 37 habitaciones y hermosos comedores para los huéspedes, abonados y el servicio público del restaurant. Cocina montada con todos los adelantos modernos; cuatro magníficos baños con agua fría y caliente, dos de ellos al servicio del público; tren de lavado y planchado. CAFÉ, surtido con las mejores marcas de bebidas, licores y tabacos. Servicio desde las 7 de la mañana á las 11 de la noche. Siempre los domingos se sirve la sopa de marisco y la del rayo, la especialidad del local. SALÓN de billar. SALÓN de peluquería. SALÓN limpia-botas. SALÓN de camisería, calzado, sombreros y novedades para señoras y caballeros...». Pero una de las grandes novedades del establecimiento eran los nuevos servicios que ofrecía y que ponen de manifiesto la influencia de los hábitos de la comunidad extranjera y su introducción en la población local, tales como: preparar el pic nic para las excursiones al campo; admitir encargos para la celebración de actos especiales y banquetes, ofreciendo refrescos y toda clase de repostería; e incluso el sistema de take away con motivo del estío, al ofrecer la comida a domicilio, a precios reducidos, para los veraneantes del puerto y de Las Canteras, contando por aquellas fechas con un número relevante de familias abonadas7.
El Hotel Rayo, sede del Club Británico. El entorno del hotel y el propio establecimiento fueron adquiriendo tal importancia entre la comunidad local y extranjera que algunos de los partidos de football entre la joven colonia inglesa y el club canario se celebraban en sus inmediaciones y en las del Parque Santa Catalina8. Y por ello no es de extrañar que, el 2 de octubre de 1908, el Hotel Rayo se convirtiera en la sede del Club Británico de la ciudad.
La idea de fundar un club social para los ingleses residentes, los numerosos visitantes y los capitanes de los vapores que llegaban al puerto no era nueva, pero fue en el Rayo donde se materializó, cuando un grupo de 36 residentes se reunieron en las oficinas de la compañía carbonera Grand Canary Coaling Company (fundada por Arthur Doorly, al lado del Castillo de La Luz) y acordaron qué aportaciones eran necesarias para que el proyecto arrancara.
El British Club of Gran Canaria se constituyó como lugar de reunión y de eventos, tanto para la comunidad británica de alto nivel adquisitivo que residía en la isla, como para la de otras nacionalidades o incluso de la población local, aunque acotando la participación de estos al diferenciar entre los socios de número y los residentes. En sus inicios contó con 57 socios (se encontraban, entre otros, J. J. Rankin, jefe de la Casa Africa & Eastern; y W. J. Croft, jefe de la Grand Canary Coaling Company), siendo su primer presidente Peter Swanston que, junto a Thomas Miller, impulsaron en la ciudad servicios portuarios de suministro. Swanston era un hombre con una gran presencia en el mundo social de la ciudad y de la isla, no solo por su condición de vicecónsul británico, sino también como miembro de otros colectivos como el Gabinete Literario que, desde finales del XIX, se había convertido en uno de los puntos de ocio más relevantes de la urbe (Naranjo, 2016: 219, 307).
A los pocos días de instalarse el Club en el Hotel Rayo, tuvieron lugar en el barrio de La Isleta las Fiestas de La Naval, en honor a la Virgen de la Luz, patrona general del Puerto. Esta festividad, la más antigua de la ciudad, rememora, de forma paradójica, la victoria sobre la flota inglesa del corsario Francis Drake el 6 de octubre de 1595, en la bahía de La Luz. Una batalla, bautizada como La Naval, en la que según la creencia popular los canarios evitaron que los ingleses desembarcaran en la orilla de la playa, gracias a la artillería y al amparo de la Virgen de La Luz. En el marco de esta festividad, populosa y muy variada en actos, aquel año de 1908 se llevó a cabo, en la explanada del Parque Santa Catalina, un macht de football entre los clubes Sporting y Asociación; así como un animado baile en el Hotel Rayo9. Pero desconocemos si fue el objeto de la fiesta, el cariz comercial y popular del puerto, u otros motivos, los que ocasionaron el descontento de los miembros del Bristish Club que, al poco de haberse instalado en el citado hotel, llegaron a la conclusión de que aquel establecimiento no se encontraba en el entorno más adecuado para sus fines; por lo que, después de alquilar por breve tiempo otro local, el Bristish Club se estableció el 1 de enero de 1912, a propuesta de la gerencia de la empresa Elder Dempster (Canary Islands) Ltd., en el edificio que ocupa hoy día (conocida como la Casa Brown), al lado del Hotel Metropole, en la actual calle León y Castillo.
1. Este artículo forma parte de la conferencia impartida por la autora, en 2020, en el ciclo de recorridos urbanos Vuelta a las andadas, andares de ciudad, impulsado por el Centro de Arte La Regenta, del Gobierno de Canarias. Disponible en https://lc.cx/G3QpyX
2. Diario de Las Palmas, 09-10-1902, p. 3; 10-02-1903, p. 4.
3. El origen de la calle Ripoche se debe a la familia del mismo nombre, asentada en la isla y muy vinculada al desarrollo portuario de la ciudad. Juan Bautista Ripoche Hernández (1818-1885) procedía de una familia francesa, originaria de la región del Loira Atlántico. Su padre, el marino Jean Ignace Ripoche, fue prisionero en Cádiz durante la Guerra de la Independencia y enviado, con otros soldados franceses, a Tenerife en 1809 y de allí trasladado a Gran Canaria, donde permaneció hasta 1814. Acabada la guerra volvió a Francia en 1815, pero como contrajo compromiso de matrimonio en Canarias solicitó el regreso a las Islas, donde se casó en el Sagrario Catedral con Cándida Hernández. El matrimonio instaló su residencia en la calle de San Pedro, cerca del pequeño comercio del escocés Diego Swanston, con el que Jean I. Ripoche establecería relación, hasta el punto de empezar a trabajar en aquel comercio y, posteriormente, entrar en el negocio de consignatario de buques. Del matrimonio de Jean I. y Cándida nacieron tres hijos: Miguel Domingo Félix, Juan Bautista Cándido y Josephine (López-Trejo, 2019: 174-175). La familia prosperó con sus hijos y, en especial, con Juan Bautista, que se convirtió en un importante comerciante y representante de la burguesía de la isla que, siguiendo los pasos de su padre, comenzó su carrera empresarial asociándose con Diego Swanston y Thomas Miller, para formar una compañía en 1847 (Ortiz, 2019: 97-100). Posteriormente, Juan B. aparece como propietario de una gran cantidad de fincas desamortizadas, hasta el punto que en 1882 ya era uno de los grandes contribuyentes de la provincia de Las Palmas, como importador y exportador y almacenista de carbón, madera, guano y frutos coloniales (Suárez, 2008: 174-175); y hasta que finalmente se convirtió en uno de los licitadores de las obras de construcción del Puerto de La Luz, iniciadas en 1883, en representación de los intereses de Diego Swanston, cuya compañía ganó la subasta.
4. Diario de Las Palmas, 21-04-1903, p. 4; 02-05-1903, p. 4; 03-08-1903, p. 4; 13-02-1904, p. 3.
5. España, 21-04-1903, p. 3; Diario de Las Palmas, 04-06-1903, p. 3; 04-09-1903, p. 3; 17-01-1905, p. 2; 23-09-1905, p. 3; 25-11-1905, p. 3; 12-05-1908, p. 2; 08-07-1908, p. 3; 18-09-1908, p. 3.
6. Diario de Las Palmas, 21-12-1906, p. 2; 02-01-1907, p. 2; 26-12-1907, p. 2; 30-12-1907, p. 2; 15-09-1908, p. 2.
7. Diario de Las Palmas, 18-09-1908, p. 3.
8. Diario de Las Palmas, 24-01-1908, p. 2.
9. Diario de Las Palmas, 13-10-1908, p. 2.