Así como la carne fresca escaseaba mucho en aquellos, ahora, muy lejanos tiempos, no ocurría lo mismo con el pescado fresco. Al ser la población de Santa Cruz de la Palma menos numerosa que la de hoy, la abundancia de pescado proporcionalmente era mayor. Recuerdos de aquella vieja pescadería situada en la calle Álvarez de Abreu, donde el pescadero o la pescadera vendían a diario sus abundantes capturas. Al contrario de lo que sucedía con la salazón de carnes, en especial la carne de cerdo. La abundancia de pescado fresco a mediados del pasado siglo era más evidente... Hasta arriba, en el campo, ya cerca del monte, donde por entonces vivíamos muchas familias, llegaba el vendedor de pescado que nosotros llamábamos Luis, el del pescado.
Verdad es que pescado del exterior de la isla no nos llegaba fresco, aunque sí salado. Sin embargo, el pescado fresco estaba casi a diario... "en la puerta de tu casa”... Recuerdos de aquellas largas noches de verano en las que veíamos unas lucecitas, abajo, en el mar.
-Mañana hay chicharros -exclamaba el más viejo de la familia.
-¿Por qué lo sabes? -preguntaba el más joven.
-¿Ves aquellas lucecitas en el mar?
-Sí que las veo -contestaba el muchacho.
-Pues son hachos de tea encendida que tienen los pescadores cuando están pescando.
-¿Y qué pescan?
-Chicharros, hijo, chicharros...
-Mañana tendremos chicharros -se decía asinina la madre.
Efectivamente, ya muy temprano, casi a la primera luz del día, el pescador gritaba: “¡Chicharros frescos!”. Apenas tenías que salir a la puerta de tu casa para comprar los chicharros. Ese día el pescadero solo traía chicharros, pero la abundancia de pescado era tal que al siguiente día el mismo pescadero grita:
-Hoy hay sama o viejas, o… sargos…
Pescado secándose en Lobos
En otras muchas ocasiones no era el habitual pescador con su cesto el que vendía el pescado. Era un señor, que en un viejo y pequeño camión o furgón traía pescado fresco, y muy variado generalmente, procedente de Fuencaliente. A veces el pescador o vendedor del pescado, una vez que recorría el barrio, no podía venderlo todo. Entonces lo rebajaba de precio y volvía a recorrer lo ya recorrido, vociferando un nuevo precio… "¡Baratos!", gritaba. "¡Pescado fresco…!", gritaba y gritada el vendedor desde el camino… y seguía gritando...
-¿Qué traes hoy? -preguntaba la vecina.
Y el pescador, con cierta picardía, le decía el nombre del pescado que menos vendía. Si veía que la vecina no estaba muy interesada en comprar lo que él pregonaba, entones decía: "Por ahí queda unos… sargos o samas..."; de tal manera que ahora ya la mujer se veía comprometida a comprarle algo. Recuerdo que el pescado que menos se vendía era la caballa y la razón, según me contaron, era porque los médicos dijeron que era malo para la salud.
Cuando uno enfermaba, los médicos recetaban pescado blanco. Nunca supe cuál era la razón, pero lo que sí sé es que pescado había a la puerta de tu casa, casi todos los días. Tal era la afición y la libertad de pesca, que muchas familias, incluida la mía, íbamos a pescar los fines de semana; generalmente morenas, peces verdes, castañetas y algún que otro pulpo. Y era nuestra familiar pesca muy artesanal, ya que los tambores de pesca los fabricábamos en la misma casa paterna aprovechando latón viejo y otras viejas materias primas. Acordado el dia y llegados al amanecer, ya estábamos a la orilla del mar con la ilusión puesta en la gran cantidad de peces que íbamos a capturar ese día. Pero, ¡ah Dios! Llagaba ya la tarde y apenas habíamos pescado dos o tres morenas, unas pocas castañetas, algún pulpo y varios golpes en las nalgas recibidos de las olas que, aprovechando nuestros despistes, nos recordaban que estábamos… en el mar.
Aparte del consumo de pescado local, también comprábamos, pescado salado aquí, en Santa Cruz de la Palma, aunque supongo que en otros pueblos de la isla también lo había y, por ende, en toda Canarias; y mucho se vendía. De muy joven nunca supe cuál era la procedencia del pescado salado, ni tampoco estuve interesado en saberlo. Pero un día, por boca de no sé quién, me enteré de que el pescado lo salaban en África. Según me dijeron, era en la costa africana, frente a Canarias, y que los saladeros de pescado eran una "guarrada" habida cuenta de que, una vez puesto a la intemperie, se abría por la mitad, se le colocaba mucha sal y después las moscas se encargaban de visitarlo alternando las visitas con alguna avispa.
Hasta ahora tenemos dos formas de consumir pescado: el fresco comprado algunas veces día a día y el salado comprado, de tiempo en tiempo. En mi casa comprábamos pescado en conserva, que venía desde la Península, concretamente de la zona norte peninsular. Eran unas latas de conserva de sardinas muy grandes que la gente vulgarmente la llamaban tamboras, muy apreciadas para el consumo familiar.
Tampoco debemos obviar las sardinas saladas que se vendían en las viejas ventas de nuestros barrios. Venían estas sardinas, aun no sé de dónde, dentro de una especie de cesta redonda fabricada en madera. Rara era la venta o tienda en la que no se exponía al público la famosa rueda de sardinas saladas que la gente compraba por unidades.
En resumen, podemos decir que el pescado habitualmente se consumía en los almuerzos familiares, y la carne de cerdo, junto con el gofio escaldado, era para la cena.
-¿Qué comemos hoy? -se preguntaba la madre.
-Espera hasta ver qué pescado trae Luis...
Así que todos los días, o casi todos, por aquella época tenías el pescado fresco… en la puerta de tu casa...