Publicidad y negocio turístico. A partir de 1907-1908 el destino turístico de la ciudad de Las Palmas comenzó a sufrir un retroceso progresivo del número de turistas que llegaban para la temporada de invierno, limitándose las estancias a una semana o a diez días como máximo debido, entre otros, a la ausencia de incentivos sociales y recreativos para el turista (Martín, 2009: 160). La publicidad se convirtió, una vez más, en una de las grandes aliadas para la captación de clientela y en la diversificación en la oferta de servicios y productos. Y así, a comienzos de 1910, la propaganda en prensa del Hotel Rayo nos da muestra de los avances en las obras de infraestructura en el puerto y en las comunicaciones con el otro lado de la ciudad. Por aquellas fechas, el establecimiento se anunciaba como «El Rayo. Gran Hotel Restaurant, localizado frente al muelle de Santa Catalina», contando «… cada cuarto de hora con servicio de tranvía para Las Palmas». El establecimiento anunciaba, por primera vez, sus precios en la prensa y poseía, en aquel momento, 52 habitaciones; y, aparte de las instalaciones, servicios y productos que ya ofrecía, se sumaban otros como las salas de recibo y de fiestas, el salón de peluquería y barbería que se había surtido de perfumería extra, un bazar para caballeros de calzado de lujo y novedades de París, y un bar con variedad de bebidas de las mejores marcas, ofreciendo con todo ello el «... confort que requieren las exigencias modernas» (sic)10.
Los anuncios del hotel en la prensa o en revistas especializadas como Canarias Turista aparecían de forma individualizada o junto a otros establecimientos como el Hotel Continental y el Café Jerezano, en las plazas de San Bernardo y en la de Cairasco, respectivamente. Pero en los anuncios de forma individualizada, no solo promocionaba sus instalaciones y servicios, sino también los otros locales de los que Manuel Cabrera era propietario: el Bazar el Rayo que, durante todo el mes de marzo de 1910, estuvo de rebajas ante la próxima llegada de existencias, poniendo en oferta el calzado, incluido el de niños, y artículos varios para hombre y mujer. Además, con la llegada del buen tiempo y el posicionamiento de la ciudad como estación de veraneo, los servicios del hotel empezaron a enfocarse hacia el hábito de la población local de trasladarse a la playa; y así, el bazar, en su campaña de aquel año, aprovechaba la inauguración de la temporada de baño y estío el 1 de julio en Las Canteras para anunciar, como Aviso interesante, una nueva sección de ropa de verano para caballero y niños a excelente precio; chalecos de fantasía, camisas y camisetas de pechera de piqué finísimo y cuerpo de franela y punto a 3´50 y 4´50 ptas.; calzoncillos de punto a 2´50 pesetas; y un nuevo surtido de calzado, sombreros, gorras japonesas y una colección variada de camisa y cuellos flexibles. Además, la temporada de veraneo y la cercanía del hotel a la playa también eran el gancho perfecto para anunciar sus habitaciones ventiladas y cómodas para las familias, así como las mejoras que se había acometido en los comedores y cocinas para servir a domicilio los pedidos, terminando con un exclamado “¡A las Canteras!, ¡A comer del Rayo!, ¿Quien no veranea?” (sic)11.
En las primeras décadas del siglo XX se impulsaron diversas medidas que pretendían mejorar la situación del negocio turístico en la ciudad, como la creación de una Comisión Municipal de Fomento del Turismo y la Junta de Turismo; el nacimiento de la Sociedad Fomento de Gran Canaria; se inauguró el tranvía eléctrico entre Las Palmas y El Puerto; se estudió la opción de hacer una Gran Vía litoral entre el muelle de Las Palmas y el Puerto de La Luz, hasta el muelle de Santa Catalina; y vieron la luz publicaciones como el semanario Canarias Turista, dirigido por el periodista y empresario Gustavo Navarro Nieto, y el libro Cultura y Turismo, del escritor y periodista Francisco González Díaz; entre otras (Martín, 2009: 166). Pero a estas medidas se sumaron, también, las acciones puntuales que hacían los establecimientos hoteleros, y El Rayo no fue una excepción. El Hotel ofrecía, con motivo del verano, una interesante oferta de productos, ocio y servicios para los clientes e interesados: sirvan de ejemplo la agenda ofertada para el domingo, 3 de septiembre de 1911, a las afueras del establecimiento, con música, paseo e iluminación, y sirviendo comidas desde las 17:00 h. en el hotel (lo que se tradujo, como era de esperar, en la contratación de un responsable de los comedores que, a ser preferible, supiera idiomas, por el carácter internacional de la clientela del establecimiento); o a finales de aquel año, cuando las habitaciones del hotel se habían incrementado hasta alcanzar el número de 60, ofreciendo por esa fecha otros servicios como una comida-regalo por el precio de 7´5 pesetas; o poner a la venta en el bazar (también conocido como salón de novedades) un surtido de juguetes por la proximidad del 6 de enero, celebración del Día de Reyes12.
No obstante, a pesar de estas variadas acciones, el retroceso del negocio turístico no se paró, hasta el punto de que el número de turistas y la reducción del tiempo de sus estancias se redujo, a partir de 1912, al máximo de un día, por la escala de buques de crucero en el puerto (Martín, 2009: 164-170, 172). Ello se debió, en gran medida, a las necesidades de mejoras en los servicios de la zona, lo que quedó de manifiesto en el verano de aquel año en la reunión que los vecinos del barrio de La Luz celebraron en las instalaciones del Hotel Rayo, con los concejales del Puerto, con el objeto de llevar a cabo gestiones que permitieran dotar al entorno de algunos servicios y mejoras: el jardín, Parque de Santa Catalina, no disponía de alumbrado; las fuentes públicas del barrio necesitaban abastecerse; y se carecía de un plano de urbanización del Puerto, hasta el barrio de Arenales, que permitiera establecer las necesarias reformas urbanas. Los problemas se mantuvieron hasta tal extremo que la población del lugar decidió unirse formando la Liga de Amigos del Puerto de La Luz, cuyas reuniones tenían lugar en el Hotel Rayo, para tratar cuestiones como problemas de higiene (la prensa del momento se refiere a la trasera de este establecimiento como un evacuatorio) y la urbanización de los distritos de la zona. Así y con todas, El Rayo se mantenía en pie gracias al resto de servicios que ofrecía, como el restaurante con sus comidas por 3´50 ptas., con vino, café, licor y tabaco; la dulcería del mismo nombre, con despacho en el local y servicio a domicilio, para bodas y bautizos y su especialidad de turrones con motivo de la Navidad; y a la variedad de productos que vendía en el bazar, sumando a la ropa, zapatería y juguetería una variedad de complementos que incluía sombreros de fieltro y maipol, cuellos, corbatas, gorras inglesas y japonesas, calcetines y botonaduras, etc.13
En 1913, la coyuntura económica de la isla mejoró por los buenos resultados de las exportaciones de productos agrícolas (plátanos, tomates y papas, principalmente), que habían aumentado notablemente, alcanzando precios en los mercados de Europa muy favorables. Esto trajo consigo que el tráfico de barcos en el Puerto de La Luz aumentase, lo que se tradujo también en el aumento de la construcción hotelera en la zona, como el primer proyecto de hotel (posteriormente Hotel Fargher o Alhambra), elaborado por el arquitecto Fernando Navarro, para turistas y veraneantes en la parte central de Las Canteras. Pero no todo fueron bondades, porque otras instalaciones como el Hotel Metropole echó el cierre en aquel mismo año, por la falta de clientes y fruto de la crisis que arrastraba desde su incendio en 1908. De esta forma, los problemas en el negocio turístico de la ciudad surgieron antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, por la falta de un giro en la oferta turística, las malas comunicaciones de interior y el mal estado de las carreteras, especialmente la que iba del Puerto al centro de la ciudad, que imposibilitaban el aumento de la llegada de viajeros o la ampliación de su estancia. Así, en 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el tráfico en el Puerto de La Luz cayó drásticamente y con él la llegada de turistas, lo que ocasionó el cierre de varios hoteles al año siguiente y, en especial, los ingleses (sobrevivieron abiertos algunos como los de la plaza de San Bernardo, el Continental y el Inglés de Charles B. Quiney), porque los españoles continuaron abiertos a duras penas.
El Hotel Rayo, como no era el prototipo de establecimiento del turista de ocio o de salud, pudo soportar, no sin inconvenientes, la embestida del momento gracias a la diversificación de sus servicios y a su fantástica ubicación para las tripulaciones que llegaban o salían del Puerto. Tal y como fue el caso, en 1914, de la tripulación del Emma, que naufragó en la costa de Telde y que se hospedaba allí; o el de los jugadores del equipo del Club Marítimo de Madeira que, en el vapor Eleonore Woermann, visitaron la ciudad de Las Palmas para jugar dos partidos de foot ball, con motivo de la inauguración del campo de deportes de la citada Liga de Amigos del Puerto en las proximidades del Rayo donde, con total probabilidad, se hospedarían14.
Pero, afortunadamente, a los pocos días de acabar la guerra empezaron a llegar los primeros vapores británicos al Puerto con mercancías, aunque los hoteles ingleses tardaron en volver a recibir huéspedes, hasta el punto de que algunos, durante años, sólo abrieron puntualmente para celebraciones de banquetes, bailes o Tea Danzants. Así, tras la guerra, gran parte de los clientes que se alojaban en los hoteles eran habitantes de las Islas que, adinerados, alquilaban habitación en alojamiento para pasar la luna de miel; o para pasar unas semanas de veraneo. Y gracias a esta nueva perspectiva el Hotel Rayo se mantuvo en pie, bien fuera por el servicio de hospedería que servía al turismo local y nacional, o por su barbería y café. En este último comenzó a ofrecer, aparte de sus productos habituales (repostería, vinos, licores, pastas, helados, refrescos, etc.), una oferta de ocio y cultura compuesta por números de variedades que tenían lugar los miércoles y los viernes de cada semana, con la actuación de artistas como el dueto Les Fiory o el conocido guitarrista grancanario, afincado en Tenerife, Carmelo Cabral Llarena; y los domingos ofrecía óperas y diversas piezas de un trío que dirigía el profesor de música Agustín Hernández. En paralelo, el propietario del Hotel Rayo diversificó sus negocios, con el kiosco que montó en el Parque de Santa Catalina y en el que ofrecía refrescos, fiambres, tabacos y licores a todas horas, anunciándolo como “… hermoso sitio para el descanso, embellecido y aromado con multitud de flores”; o a través de otras iniciativas como la solicitud que presentó al ayuntamiento, a comienzos de 1921, para pedir autorización para instalar un tiovivo en la calle Sagasta, también en la zona del Puerto15.
El periodo de entreguerras y la calle Ripoche, hasta la segunda mitad del s. XX. Tras la gran guerra, la actividad turística se incrementó con los primeros cruceros que llegaban a los puertos de las Islas, especialmente los que organizaba la empresa británica Cunard Line, que hacían una ruta atlántica con origen en el puerto de Southampton, sur de Inglaterra, con escalas en Santa Cruz de Tenerife y en Las Palmas de Gran Canaria.
Al contrario que en la etapa anterior, el turismo de placer comenzó a identificarse con el turismo de invierno y se puso de moda el baño en las playas, con la consecuente urbanización de los enclaves costeros. En la ciudad de Las Palmas se construyeron un gran número de pensiones y de hoteles en el istmo de Guanarteme, junto a la playa de Las Canteras, y se generalizaron las excursiones a otros lugares de las islas que trajeron la creación de otros establecimientos asociados al afloramiento de las aguas termales (balneario de Los Berrazales, en Agaete, o el de Azuaje, en Firgas). Pero la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial supusieron una nueva paralización de esta actividad turística, aunque su impacto no fue tan intenso como el de la Primera Guerra Mundial, y a partir de 1945 se reanudó lentamente la afluencia de visitantes y el negocio turístico, retomándose la construcción de hoteles y poniendo en explotación nuevos espacios geográficos (Domínguez Mujica, 2008).
En este contexto convulso y de cambios, la calle Ripoche se vio, a partir de los años treinta, directamente afectada por la transformación urbana, al tratarse de un eje comercial central próximo al Parque de Santa Catalina. Por un lado, se acometieron obras de mejora como la reforma del alumbrado, con las primeras solicitudes para la instalación de los primeros luminosos en la vía; y se habilitó el espacio para la construcción de nuevas viviendas en la primera línea, frente al Parque Santa Catalina, dejando detrás el Hotel Rayo (caso de la actual Farmacia Parque Santa Catalina Ldo. Joaquín Sanz Blanco, construida en 1930, con la intención de albergar en su planta baja tienda y oficinas, y en el resto una vivienda por planta; o la vivienda donde hoy está la Tabaquería La Esfinge, actual calle Ripohe, 1). Pero también comenzaron a proliferar todo tipo de negocios y establecimientos en la calle, que iban desde el comercio de granos de siembra o la venta de cementos, del importador Pedro Morales Rodríguez; pasando por el Colegio Cervantes (impartía desde la primera enseñanza hasta todos los cursos de la Escuela de Comercio, Bachillerato, contabilidad...); la venta de carne, en el Sindicato Agrícola Pecunario de Gran Canaria; hasta la apertura de nuevos alojamientos hoteleros como el Hotel Regina, la Pensión Iberia o la Pensión Olga.
Tras el estallido de la Guerra Civil española, desde 1937 y hasta 1970, se produjo la transformación casi completa del litoral de la ciudad de Las Palmas, finalizando el proceso de crecimiento conjunto del puerto y de la urbe. Esta etapa se caracterizó por la construcción de grandes explanadas que pasaron a formar parte de la trama urbana, mediante concesiones vitalicias (Club Metropol, Avenida Marítima, Parque San Telmo...) y, a partir de 1970, se produjo la unión entre el puerto y la ciudad, que adquirió un carácter más lúdico y recreativo. Este cambio urbano también trajo consigo que la actividad del entorno del Parque de Santa Catalina se fuera ampliando, entre los años cuarenta y cincuenta, aumentando el número de kioscos; la venta de productos de artesanía local y nacional o marroquinería; la instalación de pastelerías y bares; el establecimiento de tertulias culturales o públicas (caso de las celebradas en la casa de los Millares, en la zona de la Peña la Vieja; o las tertulias porteñas improvisadas, que surgían en el entorno del Parque Santa Catalina, entre la población local y los visitantes que venían a pasar sus vacaciones de invierno en los hoteles de la zona); y las consecuentes mejoras en la zona, como el arreglo y reorganización de los jardines, la instalación de la Casa de Turismo (inaugurada en 1945), el campo de mini golf, la instalación de baños públicos o las mejoras del pavimento (Ramón y González, 2019: 131-132).
Una época a la que la vieja calle Ripoche y el Hotel Rayo, a pesar de los periodos convulsos, llegaban con plena vida y actividad, como una torre de Babel en la que confluían distintas nacionalidades, con carritos, pensiones, bares y cafés y alimentados por su proximidad al confluido Parque de Santa Catalina y su denso trasiego. Una vía llena de vitalidad, que fue descrita magníficamente por el periodista y escritor Leandro Perdomo Spínola (Lanzarote, 1921-1993):
La calle es una calle vieja, antigua; es casi un callejón. Es una calle "tronco". Es, aun con sus brotes modernos de vistosas plantas, una calle anciana. Tiene, a ciertas horas, un olor de vejez, de algo que se ha limpiado miles de veces y siempre huele. Huele a vida apretada, amontonada, superpuesta. Huele a humanidad compacta. Porque esta calle, que es la calle Ripoche —nadie lo pondrá en duda—, por su enclave partiendo esa gran plaza imantada de este Puerto de muelles y playas, ejerce de evacuadero integral. El parque recoge a todo el que llega y todo el que llega sale, traspone por Ripoche. Ripoche es el cruce, la salida. El parque, con sus betuneros, desplaza hacia allí todo lo que le sobra y aun —muchas veces— lo que le falta. Los Cafés del parque incluso invitan a los Cafés de Ripoche con muchos clientes. Pero la calle Ripoche, evacuadero de la circulación que le brinda el parque, con sus carritos, es estacionaria, sedimentaria. Con sus múltiples Cafés y Pensiones la calle Ripoche bate el récord mixto de forastería emplazada, exótica, y ciudadanía. Porque las Pensiones acogen al viajero, pero los Cafés a todos. La calle Ripoche tiene horas pintorescas. Es ese atardecer de enorme cola doblada como rabo de perro echado. Cuando han cerrado las oficinas y los oficinistas aperitivan. Cuando los negociantes de negocios inconcretos aparecen y desaparecen. Es cuando "Gilda" con su eterno carnaval luce sonriente las luces de sus colores prestados, orates y anacrónicos, esperando, acaso, también su guagua. Cuando el ciego de garganta pletórica vocea en la esquina su última canción y saca siempre otro número. Cuando "Mandarria", con su cachucha, duerme. Mas... la calle de Ripoche tiene sus horas tranquilas, sosegadas. Allí el trabajo, también, pulsa la vida, como en el parque. Porque hay un negocio de parque y un negocio de trasparque. Como hay un juego. Hay un juego topo, de sótano; un ajedrez topo y una porra topo, de parque; y una porra y un ajedrez de trasparque. Y hay una baraja y hay un dominó. Y hay momentos —los tiene la calle— en que se puede parodiar al poeta y decir: "La calle franca. Ni materia ni espíritu. Pasó —ella— queda y suave. Llevaba una ligera inclinación de nave y una luz matinal de claro día"… Esta, señores, es la calle Ripoche, corazón, arteria, vena del Puerto, calle vieja, antigua, enjuta. Llena de Pensiones y Bares. Alegre y triste. Oliente. Que tiene sus horas tranquilas y sus horas agitadas. Que ya está vieja y con su vejez llama la vida, la estaciona, y le da paso...16.
El rastro de la importancia que ha tenido la calle Ripoche y el Hotel Rayo en el desarrollo comercial y social de esta parte de la ciudad ha llegado hasta nuestros días, no solo a través de la prensa escrita, los estudios históricos de la zona o el imaginario cultural; sino, también, en forma literaria. Sirvan de ejemplo, en este sentido, la novela de intriga Misterio en Ripoche Street (1992), de Jaime Rubio Rosales, que narra las aventuras del detective aruquense Mike Marrero y de cuyos capítulos uno se desarrolla en esta vía. O el relato de Eduardo Reguera que, titulado “Hotel El Rayo”17, recrea el ambiente del establecimiento a mediados de enero de 1912, desde la mirada de un periodista que se hospeda en él y que resalta de su estancia lo confortable de sus habitaciones, los baños con agua caliente, sus salones (el de billar, el de fiestas, la peluquería y la barbería…), el restaurante y el bar, el bazar de calzado de lujo, el perfil solidario de su director Manuel Cabrera González, las vistas hacia la bahía de Las Palmas, el sonido de las sirenas de los barcos, el trasiego de mercancías y de pasajeros, los limpiabotas, el tranvía delante del establecimiento que conducía desde el Puerto hasta Las Palmas…; y, como telón de fondo, el muelle de Santa Catalina, que comparaba con una prolongación del Canary Wharf, el complejo de negocios londinense que, entre 1802 y 1980, fue considerado uno de los puertos más concurridos del mundo.
En definitiva, Ripoche y el Hotel Rayo han actuado como un apéndice del Puerto de la Luz y de toda su actividad, siendo testigos de primera línea de la entrada de mercancías y pasajeros a Gran Canaria; y, junto al Parque de Santa Catalina, del cambio social que ha vivido la ciudad con la llegada del turismo, portando una cultura con nuevos ritmos de vida, ruido, nuevas infraestructuras, cambios alimentarios, vestimenta y ocio (playa, cena en los restaurantes, discotecas y salas de fiesta), y la aparición de profesiones acordes a este modelo económico.
Fuentes y bibliografía
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Notas
10. Canarias Turista, 01-02-1910, p. 18.
11. Diario de Las Palmas, 22-03-1910, p. 3; 19-04-1910, p. 3; 28-06-1910, p. 3; Canarias Turista, 01-10-1910, p. 2.
12. Diario de Las Palmas, 02-09-1911, p. 2; 10-10-1911, p. 3; 23-12-1911, p. 3.
13. Diario de Las Palmas, 21-12-1912, p. 2; La Provincia, 03-01-1913, p. 4; 01-02-1913, p. 1; 02-02-1913, p. 6; 12-02-1913, p. 1; 24-02-1913, p. 2; 27-03-1913, p. 2; 28-07-1913, p. 2; 23-08-1913, p. 2.
14. La Provincia, 04 y 05-05-1914, p. 7 y 1; 17-07-1914, p. 2.
15. El Defensor de Canarias. Diario Católico de Información, 03-11-1920, p. 4; 18-11-1920, p. 3; 04-03-1921, p. 2; 07-03-1921, p. 2; Acción, 28-02-1936, p. 13.
16. Falange, 15-03-1953, p. 5.
17. Canarias7, 18-01-2019. <https://www.canarias7.es/canarias/gran-canaria/las-palmas-de-gran-canaria/hotel-el-rayo-CK6396040>, consulta 08/04/2024.