Señor alcalde. Autoridades. Amigos. Buenas tardes. Calurosas tardes.
Cuando el señor alcalde Luis Yeray Rodríguez me habló para expresar su deseo de que fuera pregonero de las fiestas de San Benito Abad 2023; y luego de plantearme el no por respuesta por la responsabilidad, o al menos eso creo yo, que esto suponía y mi convencimiento de que esta función la debe hacer alguien con una trayectoria social, cultural e incluso política que le diera entidad a una misión como esta... Pensé en la oportunidad que me brindaba para meterme de lleno en lo que podría ser una ruta apasionante, por ejemplo, el universo de las coplas laguneras a concurso, o simplemente darme un paseo por el recordatorio de los grandes cantadores que han cantado a San Benito, a su romería, a las labores del campo y su paisaje. Y me metí de lleno.
Siempre tuve la inquietud de escuchar, aprender y memorizar las coplas que cantaban los viejos y no tan viejos de la Punta del Hidalgo donde nací. Y más tarde comprobar que no era en la Punta donde único se hacían esos cantares y de cómo esas coplas eran. Y de cómo esas coplas se regaron por las Islas, muchas de ellas llegadas de la Península. Con los años me he ido convirtiendo en una especie de policía de las coplas y sus variantes, llegando a enfadarme conmigo mismo por haber caído en algún error sin saberlo. Más tarde me di cuenta de que tuve el mejor libro de consulta en mi madre, que a su vez lo había tenido en su padre y sus hermanos. Ella incluso me decía la autoría de algunas de ellas, despertando ese gusto por saber quién hizo qué copla, si es que eso podía saberse...
En la adolescencia comencé a surtirme de los libros de coplas que empezaba a editar el Centro de la Cultura Popular Canaria, en los que encontré muchas conocidas y alguna joya novedosa para cantar.... Y visto lo visto, está claro que acepté. Estoy aquí. Pero le pedí a don Luis Yeray que me pusiera en contacto con alguien que me facilitara el acceso a las coplas premiadas y me allanara el terreno a lo desconocido.
Yo, por mi parte, atesoraba un ejemplar de un librito editado en 1952 titulado Concurso de coplas y estribillos que, con el patrocinio del excelentísimo Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna, contenía las coplas premiadas y otras que el jurado consideraba “no desprovistas de algún interés”. Ya sabrán cuáles son las que no están desprovistas de interés, que se recomendaban para la concesión de terceros premios. Pero de eso hablaremos más tarde. Continuando con mi petición al señor alcalde, es cuando entra en escena don Julio Torres, al que conocía con anterioridad, y que me sumergió amablemente en la historia de la romería de San Benito, fotografiando programas, escritos, historias y anécdotas. De ellas hice acopio para este pregón que les digo hoy.
Una de esas primeras impresiones fue constatar que esa joya literaria en mi poder, ese librito a modo de Biblia que atesoraba, era la única ocasión en la que al menos, hasta donde hemos podido saber nosotros, se había hecho una publicación de tales características. Posiblemente la precariedad de esos años difíciles de la posguerra imposibilitó hacerlo con una asiduidad que habíamos agradecido los mitómanos actuales.
Con la información que me facilitó Julio y las pesquisas que realicé, conocí entonces la suerte de San Benito, al salir vencedor de un sorteo propiciado por el Cabildo de Tenerife allá por el año 1535, que a petición del campesinado lagunero se realizó con motivo de efectuar una rogativa a instancias superiores para que bendijera las cosechas, el ganado, y que velara por el destino de estos. Según un artículo consultado, de junio de 1950, en ese bombo se habrían metido los nombres de los santos que de algún modo ya tuvieran veneración en la isla, pues si no, dice el articulista, “ya tendrían que hacer los escribanos del Cabildo, si entraban en suerte todos los santos del calendario”.
Los barcos. Fue también en una publicación del mencionado Julio Torres donde supe el origen lagunero de los barcos. ¡Sorpresa! Gracias a la aparición de documentos que apoyan este hecho y que nos trasladan a 1699, a punto de pisar un nuevo siglo. El documento cuenta cómo el 8 de septiembre del citado año, y con motivo de la festividad de Nuestra Señora de los Remedios, se fabricaron unos navíos, los cuales se “efecturaron” (como dice el artículo del momento) con tanto primor y lucimiento que se dio. Para ese fin se hizo un castillo en la esquina de la plaza de esta iglesia desde donde se representaban loas para mayor devoción de dicha santa imagen y la alegría de los fieles. La iglesia de Nuestra Señora de los Remedios estaba situada donde actualmente está la catedral. No hay nada como refutar, o al contrario confirmar, hechos que cuenta la tradición, casos como el que enumera los pueblos principalmente de la comarca nordeste de Tenerife en los que se representaba esa librea, y se olvidan de Punta del Hidalgo, que en un artículo del año 27 se informa de los actos religiosos y festivos de la fiesta de San Mateo, entre las que se incluye la librea, además de la muestra de los corazones de los que hablaba mi tía Mercedes, y de los que no se ha encontrado foto alguna.
Estos barcos terrestres, como los designa un artículo de La Opinión de junio de 1906, se hicieron tan populares que pasaron a formar parte del paisaje romero, de la romería moderna, de la que nos ocuparemos dentro de un momento; e incluso fueron objeto de concurso, al considerarse cuál era el mejor engalanado, retándose los bueyeros a ver quién tenía el barco más veloz. Imagínense. "Se comenta por ahí que tu barco corre más que el mío. No puede ser". Esto último lo llamaban porfía. Resultado posiblemente del efecto del abundante vino que circulaba por las carretas durante la jornada, en la prerromería y durante el paseo.
Con respecto a la duración del paseo, otra sorpresa fue la reseña en el periódico El Día del año 53, que en su título aplaude y celebra que “más de una hora duró el desfile de la romería de San Benito”, lejos de las tres horas de duración de hoy. Y esperemos que no haya este calor, que San Benito se apiade...
Uno de los escritores y poetas que ha atesorado nuestro municipio con el paso de los años, Juan Pérez Delgado, Nijota, gran valedor de las romerías, hizo dos coplas a los barcos, que se publicaron también en algunos de los artículos que he citado. Dice:
No hay barco como el mío
pa bajíos y resacas.
Pues el viento no lo mueve,
sino mi yunta de vacas.
Y la segunda dice:
Barco es un buque terrestre
del que una carreta es quilla.
Y cuyos motores hacen
diez deyecciones por milla.
Las deyecciones ya saben lo que es: el arrojo que pisamos todos los romeros cuando vamos detrás de las carretas. Y que han dado nombre a un botín, que nosotros le decíamos botín de cuelvirada, y ahora se le llaman pisacacas.
Origen de las romerías y Diego Crosa. Todas estas cuestiones, algunas conocidas y otras ignoradas por mí, me han causado sorpresa y asombro, pero ninguna como la que obtuve al conocer el origen de nuestras romerías, en cuanto a su anteriormente citado paisaje, refiriéndonos a los elementos que la conforman hoy. En 1906, el Casino de Santa Cruz de Tenerife encarga a Diego Crosa (y aquí hace aparición un personaje decisivo para lo que nos ocupa esta tarde), uno de sus socios, la confección de una fiesta que se celebraría en la Plaza de Toros de la ciudad. El motivo era la inminente visita del rey Alfonso XIII y querían que se exaltara el mundo rural, que después de varios siglos considerado de gente ignorante y de muy baja condición, a principios del siglo XX, pasa a ser un mundo tenido en cuenta. Se le quería dar incluso un carácter romántico que lo enalteciera y que fuera tenido en cuenta, porque sus habitantes son dueños de muchas de las señas de identidad de nuestra región. Identidad que se va perdiendo, frente a la aceptación y preferencia de lo venido de fuera, ya sea social, literario o musical.
Así, este tal Diego Crosa organiza un desfile, en el que incluye todo aquello que haga ensalzar lo canario y muestre el ámbito rural. Para ello, manda a traer camellos del sur de Tenerife. Incluye los barcos anteriormente nombrados, carretas que imitaran esa costumbre antigua de ir de romería a pedir favores al santo de los lugares de peregrinación acostumbrados; Llevándose unos carros con techos de tela, unos toldos para preservar del frío, el sereno y la lluvia. ¡Las carretas de hoy!, pues la romería podía durar varios días, sumando la ida y vuelta. Dependiendo de cuál fuera la procedencia de los romeros. Imagínense de La Perdoma, en esas épocas. Este desfile es la semilla de las romerías tal y como las entendemos hoy, con la diferencia de que no tenía ninguna connotación religiosa. Este encargo a Diego Crosa estuvo acompañado de otros actos, y así él recomendó el engalanado de los balcones del centro de la ciudad. Cosa que se mantiene hasta en el presente. Y un concurso de coplas, en el que, años más tarde, sería uno de sus máximos exponentes.
Pero ¿quién era ese Diego Crosa? El 11 de abril de 1869 nacía en Santa Cruz de Tenerife Diego Crosa y Costa, un personaje tremendamente atractivo, a medida que uno va indagando en sus datos biográficos, o en lo que cuentan de él sus amigos y contemporáneos. En mi casa siempre fue un autor de buenas coplas, amigo de mi abuelo Manuel. Algo que idealicé junto con otras cuestiones siempre directamente relacionadas con el mundo de la tradición, sus cantadores y las coplas que elegían. Pero algo que desconocía era su increíble talento para la pintura, en especial para la acuarela. Los invito a darse un paseo por internet, que hoy en día es la forma más rápida y directa, para caer de rodillas literalmente ante los ejemplos que nos ofrece. Acuarelas donde se hace notar su gusto por el paisaje del campo isleño. Si no las han visto, búsquenlo porque es impactante realmente. Sobre todo teniendo en cuenta que uno pensaba que era solo un coplero, nada más y nada menos. Fue caricaturista e hizo publicaciones con sus dibujos recogidos en álbumes a los que espero tener acceso en lo sucesivo. Poeta, escritor y dramaturgo, se representaron en los teatros de la ciudad algunas de sus obras como Isla Adentro o Sendero.
Hay un libro de coplas, del que daremos cuenta a continuación, en el que Eduardo Zamacois (un novelista español nacido en Cuba que, a juzgar por la descripción que hace de su amigo Diego, lo era ciertamente y muy cercano) hace un prólogo maravilloso. Dice Zamacois que Crosa era una de las figuras más interesantes, más populares y al propio tiempo distinguidas de aquel Santa Cruz. El buen humor, la risa, el desgobierno y también aquella corrección dialéctica, fruto de un acabado dominio de sí mismo, constituyen la solera de su carácter. El novelista continúa haciendo una descripción de Diego Crosa, al que se refiere como solterón, travieso y artista. Lleno de amistades, al que el hogar es casi un accidente, por lo que no se le debe buscar en su casa, sino en la calle. Su nombre es una ganzúa que abre todas las puertas. La cuestión por la que llegamos a Diego Crosa, que lo citan hoy día para nosotros, es el libro de coplas anteriormente anunciado, titulado Folía, cuya primera edición está cumpliendo 100 años. Editado, pues, en 1923 y ampliado en su segunda edición de 1932, tenemos que decir que tras una primera lectura queda constatado que la aportación al coplero canario de este genial autor fue decisiva (esperamos que, simplemente por justicia, antes de su último aliento el 25 de noviembre del año 42 se le haya agradecido una y mil veces).
De este libro extraemos diez de las coplas más hermosas, y posiblemente las más cantadas de esta primera centuria. Como muestra les ofreceremos dos coplones, que diría nuestro añorado Dacio Ferrera. Dos coplones, que encabezan este santo grial y que son toda una declaración de intenciones de lo que nos vamos a encontrar en esta joya literaria. Empieza con estas dos. Los que son aficionados a la música tradicional las van a reconocer.
El honor de una mujer
puede una copla manchar.
Las folías no han de ser
no saben sino besar.
Esa copla la grabó Dacio con el Conjunto Acaimo, por ejemplo, con el abuelo de Frank, en un disco, y con mi madre, Olga, en el año 65. Y escuchen la siguiente.
Como ese Teide gigante
las canarias todas son.
Mucha nieve en el semblante
y fuego en el corazón.
... que grabó Olga hace algún tiempo. Pero es que no quiero dejar pasar la ocasión, porque hay algunas otras como la que cantaba mi tía Mercedes, que no es tan popular, pero yo creo que también es conocida.
Cementerio de Tegueste
cuatro muros y un ciprés.
Tan pequeño y sin embargo
cuánta gente cabe en él.
Hay coplas que yo ni siquiera sabía que eran de este hombre.
Un arorró cuando niño,
de joven una saltona.
Luego una folía triste,
ahí tienes mi vida toda.
Esa la grabó África Alonso, entre otras. A veces sufrían alguna transformación, que normalmente no cambiaba el sentido de la copla, pero sí, por ejemplo, esta que dice:
Tajaraste de mis fiestas.
Y arrorró de mi dormir.
Sin oírlos nuevamente.
No me quisiera morir.
La copla que yo conocía era con esta variante:
Folía triste, folía.
Y arrorró de mi dormir.
Con lo cual, la vuelta al origen, esa de la que hablaba Luis Yeray, pues de vez en cuando hay que hacerla. Y desandar...
Cuando el destino me aparte
de la hermosa tierra mía
toda el alma he de mandarte
envuelta en una folía.
Que la cantó Dacio, un millón de veces... Y coplas preciosas que no son conocidas, pero son historias de amor en cuatro versos.
En el Llano de los viejos
la vi por primera vez
aunque triste el sol moría
para mí volvió a nacer.
Mi madre siempre me decía: “no cantes esas coplas". Las coplas tremendas de la madre fallecida, de los hijos llorando detrás de la puerta.. "No cantes eso. Hay otras coplas”... Pero es que hay una, ¡que también es conocida!, que es muy buena, y ahora entiendo por ser de quien es...
En los brazos de su madre
el pobre niño murió.
Y creyendo que dormía
le cantaba un arrorró.
Es una copla preciosa... Esta la voy a dejar para el final, porque es mi copla favorita de todos los tiempos...
Está en el granero el trigo.
Está el mosto en el lagar.
Y mi corazón contigo,
todo se halla en su lugar.
Pero dejé para el final una que, como les decía, se puede hacer una película... Una copla que también se ha variado un poquito, pero no se pierde su sentido. Dice:
Cuando en la era nos vimos,
para la cumbre nos citamos.
[Que puede ser San Roque, la Mesa Mota, cualquiera de las montañas que rodean a La Laguna].
Cuando en la era nos vimos,
para la cumbre nos citamos.
Con cuánta prisa subimos
y qué despacio bajamos.
Hay una película ahí... Pues eso es: este hombre, Diego Crosa, el regalo que nos hizo, ¿no?