Revista n.º 1079 / ISSN 1885-6039

Las tomateras de Tamaraceite

Sábado, 7 de diciembre de 2024
Esteban G. Santana Cabrera
Publicado en el n.º 1073

Las tierras que habían alimentado a tantas familias se transformaron. En lugar de tomateras, comenzaron a levantarse bloques de edificios, centros comerciales y carreteras. Tamaraceite y Los Giles dejaron de ser zonas rurales.

Mujeres de la zona de Tamaraceite en una zafra

El cultivo y la exportación de tomates desde las Islas representa una página importante de la historia económica y social de Canarias. A mediados del siglo XX, la actividad tomatera en nuestra zona cobró gran relevancia con empresas como Bonny SA, que inició operaciones en 1956, exportando a mercados internacionales como el Reino Unido, Canadá y Países Bajos. Fue una empresa innovadora utilizando nuevos métodos de cultivo, como los invernaderos o los sistemas hidropónicos.

Bonny es un negocio familiar liderado por Juliano Bonny Gómez. Puso en marcha varias plantaciones de tomate en el extrarradio de Las Palmas de Gran Canaria y comenzó a exportar frutas frescas de invierno a su hermano Antonio, quien se estableció en Inglaterra. Desde entonces, Bonny pasó de ser un negocio individual a una empresa de exportación internacional siempre dirigida por sus hijos Juliano, José Juan y Antonio Bonny Miranda, así como por su sobrino Agustín Bonny Martinón.

En Tamaraceite y sus alrededores tenía arrendada varias fincas, algunas a los Betancores, para explotar este cultivo en un lugar accesible al transporte y al muelle, como era la periferia de Las Palmas de Gran Canaria. En esta zona podía encontrar mano de obra, sobre todo femenina, que no solo pudiera trabajar en la aparcería, sino en los almacenes de empaquetado.

Había que trabajar desde muy pequeños

Las mujeres aparceras y las empaquetadoras de tomates se convirtieron en un símbolo de esfuerzo y resistencia femenina en un contexto de condiciones laborales precarias. En Tamaraceite había varias empaquetadoras: la de la Suerte de tomates y las de plátanos, como las de la Cruz del Ovejero o la que estaba en la Carretera de San Lorenzo. Las mujeres empaquetadoras de Tamaraceite se enfrentaban a largas jornadas de trabajo, salarios bajos y a la falta de derechos laborales básicos. A pesar de esto, jugaron un papel esencial en la industria, asegurando la calidad y presentación de los productos para la exportación. Estas condiciones llevaron a huelgas como la de 1978, que marcaron un hito en la lucha por mejores condiciones laborales para los trabajadores.

La producción, la selección, el empaquetado y el transporte del tomate estaban destinados al Muelle de La Fruta. Fue utilizado hasta finales de los años 40 del siglo pasado, cuando una orden del Ministerio de Marina promueve la ocupación de dicho muelle, que era el de Nuestra Señora del Pino (aunque conocido popularmente como Muelle de La Fruta), convirtiéndose en una base que inicialmente era para hidroaviones y al final se quedó como Base Naval.

Londres era uno de los puntos más importantes de la llegada del producto canario. Y tal fue la trascendencia que allí, en la llamada Isla de Los Perros (hoy una zona muy moderna llena de edificios emblemáticos de negocios y financieros, y de las más caras de Londres), desembarcaban los productos que llegaban de Canarias, razón por la que actualmente se denomina Canary Wharf (Muelle Canario).

El cultivo del tomate llevó también al desarrollo de nuevas vías de comunicación en la isla. Concretamente en la zona de Tamaraceite, la carretera desde Casas Blancas, en Jacomar, a Los Giles se hizo para que pasaran los camiones de los Betancores desde las fincas hasta la ciudad.

Jóvenes en el trabajo tomatero de Tamaraceite

Durante décadas, el tomate no solo fue un sustento para las familias de la zona, sino también una razón de orgullo. Aquellos frutos rojos viajaban desde estas tierras hasta las mesas de Europa, llevando consigo el aroma y la riqueza de Canarias. Pero, como todo en la vida, esta época de esplendor llegó a un final. Aquellos terrenos que estaban llenos de tomateros, poco a poco se irían abandonando y convirtiéndose en fruto de la especulación urbanística, en una época en la que ya no había suelo en el centro de la ciudad y no había otra que salir a las afueras. Con la entrada de Marruecos y otros países al mercado europeo, los productores de tomate comenzaron a notar una creciente presión competitiva. En esos lugares, los costos de producción eran considerablemente más bajos: la mano de obra, el agua y los fertilizantes costaban una fracción de lo que implicaban en Canarias. Mientras tanto aquí el agua escaseaba y se volvía cada vez más cara. Las tomateras, que antes habían sido símbolo de prosperidad, comenzaron a convertirse en una carga insostenible para las empresas.

La Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea también jugó su papel. Aunque se ofrecieron subsidios a los productores canarios, no eran suficientes para competir con las ventajas que tenían los tomates de otros países. Las ayudas, a menudo, llegaban tarde o con requisitos que los pequeños agricultores no podían cumplir. Así, las fincas de Los Giles y Tamaraceite comenzaron a vaciarse de plantas y trabajadores, y la mujer se vio obligada a acudir a otros trabajos como el sector servicios, concretamente al turismo.

Las mujeres que trabajaban en las empaquetadoras fueron las primeras en notar el cambio. "Ya no llegan tantos camiones", decían unas a otras. Las largas jornadas de trabajo, a pesar de ser duras, eran también momentos de camaradería y conversación. Pero cuando las empaquetadoras cerraron sus puertas, muchas quedaron sin empleo en un contexto donde no era fácil. En 1978, algunas de ellas participaron en huelgas, reclamando mejores condiciones laborales. Aunque sus esfuerzos marcaron un precedente en la lucha por los derechos de las trabajadoras, el declive de la industria ya era irreversible. Las máquinas y los bajos costos de otros países terminaron por desplazar el cultivo por el turismo y las viviendas.

Mujeres en la zafra

En la zafra de Tamaraceite-Los Giles

Con el tiempo, las tierras que habían alimentado a tantas familias se transformaron. En lugar de tomateras, comenzaron a levantarse bloques de edificios, centros comerciales y carreteras. Tamaraceite y Los Giles dejaron de ser zonas rurales y pasaron a formar parte del entramado urbano de Las Palmas de Gran Canaria. Para algunos, fue un cambio necesario que trajo nuevas oportunidades; para otros, fue el fin de una época en la que el tomate, que había sido símbolo de sustento, quedó relegado a los recuerdos de los mayores. Algunos todavía hablan con nostalgia de aquellos días en que la vida giraba en torno a las cosechas.

Hoy, pocos rastros quedan de aquella época en Tamaraceite. Tal vez algún terreno baldío, o una empaquetadora abandonada y convertida en taller o ferretería, recuerdan lo que fue una vez el sustento de muchas familias de Tamaraceite y sus barrios. Y así, entre historias y recuerdos, el legado del tomate en Tamaraceite sigue vivo, no en los campos, sino en la memoria de sus gentes.

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