Revista n.º 1080 / ISSN 1885-6039

Las Lecheras de Tenerife. Un oficio singular (y II)

Sábado, 21 de diciembre de 2024
Edmundo González Marrero
Publicado en el n.º 1075

La venta de leche simboliza la conexión entre el mundo rural y el urbano en una época de transición. Las mujeres que ejercieron esta actividad desafiaron no solo las distancias, sino también las limitaciones económicas y sociales.

Lecheras de la posguerra en Tenerife

El ingenio de los negocios. En esta actividad de venta, nos encontramos, al igual que en otras actividades comerciales, intentos por parte del vendedor de obtener la mayor cantidad de beneficio posible. En el caso de las lecheras, podemos observar diversas picardías como era añadir agua a la leche. Obviamente, realizar este procedimiento no tenía otro fin que el de aumentar la cantidad del producto y, con ello, obtener un mayor beneficio. Por otro lado, hay que decir que dicha acción llegó a ser tan habitual que la idea general de las personas que compraban la leche era que la que se encontraba rebajada en agua era la verdadera, ya que al hervirla en el caldero no se derramaba y no se pegaba, caso que sí pasaba con la leche pura. Además, ciertos rumores de la cultura popular expresaban que la pura era demasiado “fuerte” para ser consumida al ser muy espesa y tener un sabor muy potente, con lo que la acción de rebajarla en agua era incluso hasta justificada por parte de las lecheras y bien visto por los clientes. En estos casos, lo que se demuestra también es la ignorancia que tenían las personas que jamás habían criado animales y no tenían conocimiento de lo que era la leche original del ganado; al contrario, estaban acostumbrados al consumo de leche aguada. Es aquí donde entraba la honradez de la vendedora, llegando a observar casos en los que se le añadía a la leche monedas de cobre, agua con bicarbonato, sal e, incluso orina, para darle peso y color a la misma; aunque, por otro lado, también influía lo que quería el cliente, puesto que en ocasiones en que se le mostraba el verdadero producto, renegaban de este y se quedaban con la rebajada en agua. En ciertos casos, la leche era rebajada por la propia mano del ganadero a la hora de vendérsela a la lechera y, posteriormente, vuelta a rebajar por la propia vendedora.

Lo que hay que pensar es que, como en todos los ámbitos de la vida, cada persona actúa de forma diferente y según sus principios, con lo que estas acciones no se pueden generalizar a todas las mujeres del oficio lechero, entrando en juego diferentes cuestiones como las dificultades económicas del momento, la situación concreta de cada una, la relación con el cliente, la confianza que podría tener con este, la honradez de cada persona, etc. (Afonso Marichal, 2006).

Este tipo de acciones supusieron que se llevara a cabo un mayor control por parte de las autoridades de la época con la intención de supervisar la venta del producto y su calidad; se pasó de ser una inspección más laxa en un principio, a posteriormente entrar el poder legislativo y, finalmente, ser prohibido el oficio; aunque la situación fue vivida de diferente manera en las zonas foráneas del núcleo urbano donde esta actividad profesional se mantuvo y desarrolló hasta la década de los 80 del siglo XX (Afonso Marichal, 2006). Así mismo, desde los años treinta, tanto en La Laguna como en Santa Cruz, se comenzó un control sanitario sobre la venta ambulante de la leche, llegándose a informar de las infracciones cometidas en los periódicos de la época (Francés León, 2022). A su vez, estas acciones se caracterizaban por la presencia de guardias (denominados popularmente como machos) en los lugares de venta, los cuales tenían como cometido pesar la leche y controlar que el trabajo se estaba realizando legalmente, procedimiento realizado mediante un instrumento llamado pesa leche o lactómetro, que con el tiempo fueron siendo de mayor calidad y precisión (Alemán, 1995).

Ejemplos de carnets de lecheras de San Cristóbal de La Laguna. Años 30 (Archivo Histórico Municipal de La Laguna)

También se puede observar este tipo de acciones en el poema del destacado escritor, poeta y dramaturgo del cancionero típico canario, Juan Pérez Delgado, comúnmente conocido como Nijota, en su “Interrogación a una Lechera” (Alemán, 1995):

Permite, gentil lechera,
que mi cuarto a espadas eche
en ese importante asunto
de la venta de la leche.

Se ha publicado en La Prensa
en muy reciente ocasión
un artículo de fondo
sobre esta eterna cuestión.

Tú sabes, gentil lechera,
que, en esta isla excelente,
con la lechita y el gofio
se alimenta mucha gente.

Por lo tanto, es importante
¡caray, y vale la pena!,
que la leche que se vende
sea siempre leche buena.

El artículo a que aludo
y que publicó La Prensa
dice algo que me causa
preocupación intensa.

“Se ha reducido el ganado
en treinta y cinco por ciento
y la leche que se vende
va cada vez en aumento”.

Si está algo escaso el ganado
en este peñón airoso,
¿de dónde sale ese líquido
tan saludable y sabroso?

¡Descifra, gentil lechera,
el misterio indescifrable!
-Agüita, mi jijo, agüita,
¡que también es saludable!

Con el paso del tiempo, las medidas se fueron recrudeciendo y una de las más características fue el caso de los fielatos, como se le conoce popularmente a las casetas de arbitrios municipales. Estos lugares adquirieron bastante fama e importancia durante los años 50 y 60 del siglo XX, produciéndose posteriormente su desaparición debido al crecimiento económico vivido durante la década de los 60. En el caso tinerfeño, y más concretamente en la zona de La Laguna y Santa Cruz, nos podemos encontrar diversos vestigios de la presencia de antiguos fielatos en zonas como Gracia, Las Canteras, San Benito, Tejina, Valle de Guerra, Vistabella, Puente Zurita, Las Moraditas de Taco, García Escámez, Cruz del Señor o en Las Ramblas, apareciendo por ello actividades clandestinas cruzando los montes a través de senderos y veredas que tenían como fin evitar el control de las mercancías. Este es el caso del Camino de las Lecheras, nombrado anteriormente.

Herramientas e indumentaria utilizada. Lo mostrado hasta ahora en el artículo ha representado, entre otras cosas, las diferentes formas de actuar que tenían las personas que realizaban el oficio lechero y las diversas técnicas que llevaban a cabo para obtener un mayor rendimiento de sus ventas. De esta manera, un ejemplo de estas técnicas utilizadas fue la diferencia del tamaño de los cazos según su función, siendo el de los destinados a la compra de leche un poco mayores que los destinados a la venta. La diferencia no era excesivamente desmesurada, no más de “un dedito o medio dedito” (Afonso Marichal, 2006: p. 256), pero suponía lo suficiente para poder obtener un cierto beneficio. Esta diferencia de medidas en los cazos utilizados por las lecheras venía de la mano de los latoneros, actividad desarrollada en Canarias hasta mediados del siglo XX con la entrada de la industria y su producción en serie. Los propios cacharros que transportaban la leche, denominados lecheras, estaban formados por tres cuerpos principales: el gollete, el capacete y el aro. El primero corresponde a la parte del cuello, el segundo a la zona del cuerpo y el tercero a la parte de mayor dimensiones de la lechera, encontrándose situada inmediatamente después de la base.

Por otro lado, había otros instrumentos como las cestas, las cuales, a diferencia de los cacharros de metal, tenían una vida más perecedera y de menor posibilidad de uso en el tiempo. Las cestas podían ser fabricadas en madera de afollados, de caña o de mimbre, aunque generalmente se pueden hacer en cualquier tipo de madera que permita su manipulación y cuyas características sean buenas para estas actividades. Normalmente tenían dos o cuatro asas, y en el recorrido de la jornada se solían dejar en alguna casa de confianza de algún cliente para no tener que cargarlas continuamente y evitar que el producto se pudiera estropear, puesto que la leche es una materia prima muy delicada y que se estropea (o corta) con facilidad al entrar en contacto con suciedad, cambios bruscos de temperatura o, incluso, con los propios movimientos bruscos, convirtiéndose los zaguanes de las casas y las entradas de los comercios en un espacio fundamental para el desarrollo del trabajo. Normalmente había un zaguán por barrio en el que realizaban la división de la leche en cacharros más pequeños y que fuera así el reparto más sencillo (Francés León, 2022).

Con respecto a la vestimenta, las lecheras se caracterizaban por desarrollar su trabajo comúnmente con lonas, un delantal de color blanco (obligado color en Santa Cruz, aunque en época de duelo podía ser negro) con bolsillos donde se guardaba, entre otras cosas, el dinero, y un sombrero en el que en su interior ponían un ruedo de tela para hacer menos molesta la carga de los cazos en sus cabezas.

En ocasiones, con respecto al calzado, estas mujeres llegaban a realizar su trabajo descalzas, pues las grandes carencias económicas de la época no permitían a la población contar con un gran número de zapatos, motivo por el que cuidaban con gran cariño aquellos pocos pares que tenían, llegando a realizar los trayectos descalzas para posteriormente ponerse el calzado cuando llegaban a su destino.

Lecheras cargadas de espalda

Conclusión. El oficio de las lecheras en Canarias es un claro ejemplo de cómo la adaptación y el ingenio humano surgen como respuesta a contextos económicos adversos y necesidades básicas de la comunidad. Más que una actividad comercial, fue un modo de vida que reflejaba el esfuerzo, la perseverancia y la creatividad de quienes, en medio de la economía de posguerra, buscaron sostener a sus familias y contribuir a la alimentación de la población urbana.

La venta de leche, con todas sus complejidades y matices, simboliza la conexión entre el mundo rural y el urbano en una época de transición. A través de sendas como el Camino de las Lecheras y medios de transporte rudimentarios, estas mujeres desafiaron no solo las distancias, sino también las limitaciones económicas y sociales, dejando una huella imborrable en la historia de la isla. Asimismo, este oficio resalta los contrastes entre la honestidad y las picardías necesarias para subsistir, y cómo estas interacciones moldearon la percepción popular sobre el producto. Finalmente, el control sanitario y las restricciones legislativas marcaron el fin de una era, pero no borraron el legado de estas trabajadoras, quienes, con su labor, conectaron generaciones y alimentaron cuerpos y espíritus en tiempos de gran dificultad.

El recuerdo de las lecheras, plasmado en sus herramientas, rutas y relatos, perdura como un testimonio de resiliencia y como un homenaje a quienes convirtieron una actividad humilde en un arte esencial para la vida cotidiana de la época.

Bibliografía

-Afonso Marichal, Aniaga. (2006). "Lecheras: las circunstancias y la vida". Tenique: Revista de Cultura Popular Canaria. N.º 7, pp. 237-268.

-Alemán, Gilberto. (1995). Lecheras, gangocheras y vendedoras. Ediciones Idea.

-Amigos de La Cañada. La Asociación. [en línea] [Consulta: 22/11/2024] Disponible en: http://www.xn--amigosdelacaada-9qb.org/la-asociacion/

-Berrocal Caparrós, María del Carmen. (2008). "El oficio tradicional de lechero-cabrero en la zona oeste del campo de Cartagena". Revista Murciana de Antropología. N.º 15, pp. 499-531.

-Cedrés Jorge, Rafael. (2013). El antiguo tranvía de Tenerife. Metropolitano de Tenerife. Cabildo Insular de Tenerife.

-Francés León, Belma. (2022). Las últimas lecheras de Tegueste: relatos de un oficio en la memoria. Ayuntamiento de Tegueste.

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