Para comenzar con una idea simple, la lechera o lechero, más frecuentemente ellas que ellos, era la denominación que adquirían aquellas personas que iban vendiendo leche por las casas, leche que podía ser de origen vacuno, caprino u ovino, aunque mayoritariamente era de vaca, las cuales podía ser propias o ajenas.
El éxodo rural desarrollado en los ámbitos agrícolas y cada vez más fomentado a medida que iba transcurriendo el siglo XX, fue produciendo que las formas de vida tradicionales y arraigadas en el medio rural durante centenares de años comenzaran a perderse junto a sus costumbres, apareciendo con ello la necesidad de abastecer a los nuevos núcleos urbanos desde el punto de vista alimenticio. Esto es debido a que muchas personas que se trasladaron a estos ámbitos abandonaron completamente sus medios de subsistencia, como era el caso, por ejemplo, de la cría de animales, además de otras actividades agrícolas como las plantaciones de cereales, legumbres, tubérculos, etc., que posibilitaban la supervivencia de la comunidad al cubrir las necesidades básicas de alimento. Una vez se iba desarrollando este proceso, los habitantes del mundo urbano necesitaban adquirir nuevos servicios que les permitiera obtener sus alimentos y, a su misma vez, los productores del mundo rural se vieron con la necesidad de crear nuevos servicios para vender sus productos y ganarse la vida de esa forma; con lo que fue un proceso que influyó tanto al mundo urbano como al entorno rural. Esto es lo que se produjo en núcleos poblacionales eminentemente cada vez más urbanos como Santa Cruz de Tenerife, ciudad a la que iba un gran número de personas a realizar sus oficios, caso de diferentes profesiones como limpiadoras, pescaderos, heladeros, afiladores, churreros, o el que incumbe en este artículo directamente, las lecheras, personas que no tenían otro fin que no fuera el de salir adelante en sus vidas.
La venta ambulante tradicionalmente ha tenido la función de subsanar las insuficiencias de las vías y canales de distribución, supliendo con ello las carencias de las localidades con respecto a productos de alimentación básica como el pan, el vino, aceite, frutas, queso, miel, carbón, etc. Estos trabajadores especializados, y con ausencia de local propio, abastecían a los barrios y pueblos mediante diferentes medios de transportes que podían ser a motor, o simplemente a pie, aspecto que le proporcionaba una capacidad autónoma para realizar sus ventas.
Nos encontramos en una economía de posguerra en la cual la obtención de alimentos y el acceso a ellos era muy difíciles, surgiendo la necesidad de tener que buscar una serie de soluciones que permitieran que los productos circularan en un mercado completamente destruido, con una economía paralizada y en una auténtica crisis. Es en estos momentos cuando el ingenio humano busca soluciones y crea oficios como el que vamos a tratar.
Desarrollo del trabajo y medios de transporte. Una vez recogida la leche en torno a las cinco o seis de la mañana, comenzaba la jornada. Aunque el ganado podía ser propio, había circunstancias en que llegaba a ser más rentable comprarle la leche a otros propietarios, puesto que el tener animales en propiedad conlleva su mantenimiento y en ocasiones las actividades de ordeño no solían ser demasiado buenas; con lo que debido a la necesidad de tener leche diaria para ir a venderla, gran parte del ganado del que se recogía la leche era ajeno (Berrocal Caparrós, 2008). Tras haber recorrido sus municipios y alrededores obteniendo una media de cuarenta litros de leche del ganado, se comenzaba la actividad, en la cual las lecheras -para poder llegar al domicilio de sus clientes- debían utilizar diferentes medios de transporte al encontrarse estos en localidades bastantes distantes a los suyos.
Una de las opciones era utilizar el tranvía que bajaba hasta Santa Cruz, que tenía un vagón denominado La Jardinera, nombre con el que era conocido por estas mujeres. Este vagón tenía entre sus características el color gris, sus asientos de inferior calidad y sus grandes ventanales sin cristales para que no se percibiera el olor de la lata de la comida del cochino que trasladaban las lecheras cuando volvían a sus casas, proveniente de las sobras de comida que les daban sus clientes. Los vagones iban remolcados desde Tacoronte hasta la capital, pasando por La Laguna. Este tranvía tuvo su proyecto aprobado el 12 de noviembre de 1898 tras haberlo redactado el ingeniero valenciano Julio Cervera, aunque la concesión de la obra fue otorgada el 4 de julio de 1899 al ciudadano belga Alexeis de Reus, miembro de la posterior Societé Anonyme des Tramways Électriques de Tenerife, de Bruselas, país pionero en la implantación de este medio de transporte por todo el mundo. Finalmente, el 7 de abril de 1901 entró en servicio este medio de transporte cuya línea iba desde Santa Cruz hasta La Laguna, estando la central generadora y cocheras en La Cuesta. Su aceptación popular fue tan positiva que años después la línea fue prolongada hasta el pueblo de Tacoronte, estando operativa a partir el 27 de julio de 1904 (Cedrés Jorge, 2013).
Por otro lado, existía otro tipo de transporte como era el caso de la guagua de las lecheras, la cual realizaba su trayecto por una serie de localidades próximas a los núcleos poblacionales más importantes e iba recogiendo a las mujeres, pudiéndose encontrar un transporte similar que realizaba esta misma función, pero que adquirió el nombre de guagua perrera al costar “un par de perras”, pero que igualmente transportaba a las trabajadoras desde La Laguna hasta el Mercado Municipal Nuestra Señora de África, comúnmente llamado La Recova, en Santa Cruz de Tenerife, en líneas que salían diariamente del municipio lagunero en torno a las cinco de la mañana en adelante. Este tipo de desplazamiento se empezó a implantar a partir de 1942 al introducirse en la isla la empresa Transportes de Tenerife S. L., la cual duraría hasta el 12 de enero de 1978, momento en el que se creó la actual Transportes Interurbanos de Tenerife S. A. (TITSA). Las guaguas hacían su recorrido desde diferentes lugares como La Esperanza o Las Mercedes, reuniéndose la mayoría en La Laguna para posteriormente bajar hasta Santa Cruz. Iban parando por distintos lugares mientras realizaban su recorrido; sin embargo, este medio de transporte solía tardar un largo periodo de tiempo en realizar el trayecto, aspecto que influyó en que una vez que adquirían una mejor situación económica, muchas de las mujeres que realizaban el oficio tomaran otras alternativas, entre las que se encontraba la compra de sus propios medios de transporte, como era el caso de camiones conducidos por hombres que iban recogiendo a las lecheras para llevarlas a su destino a cambio de un módico precio, permitiéndoles ir todas juntas a su destino final (Francés León, 2022).
Otras de las formas en las que las lecheras podían dirigirse a Santa Cruz a vender la leche sería mediante su propio medio de locomoción, es decir, andando. Esta forma de transportarse por diferentes caminos, senderos y veredas llevaría a cabo el denominado actualmente Camino de las Lecheras, que se convirtió en la principal vía de comunicación entre La Laguna y Santa Cruz para estas mujeres, teniendo una distancia de 16 km y estando su origen en la Iglesia de La Concepción de la ciudad de los adelantados, continuando su dirección por el barrio de El Bronco, cruzando el Valle de La Chozas, y tras pasar por las zonas denominadas como el Barranco de Carmona, el Monte de Las Mesas, el Barranco de Jiménez y el Roque y Boca del Andén, llega a las barranqueras de Las Goteras hasta finalizar en Cueva Roja en el municipio chicharrero. A partir de ese lugar, el siguiente paso era adentrarse en la ciudad pasando por diferentes barrios limítrofes de la capital como el Barrio de Salamanca o Duggi, y finalmente llegarían al punto donde se quisieran dirigir, que normalmente era el Mercado Municipal, la zona de la Iglesia de la Concepción de Santa Cruz, o los domicilios de sus clientes.
El camino, como es lógico, no tenía por qué empezar siempre desde el mismo lugar, pues si el objetivo era ir caminando hacia la capital y el domicilio de la lechera se encontraba más cercano que el punto de inicio mostrado, comenzaría a caminar desde donde se encontraba, sumándole que dicho camino lo iba a realizar cargada con los instrumentos de trabajo que tenían un peso considerable, aún más cuando iban llenos de leche, con lo que el interés era hacer el menor trayecto posible. Por esta cuestión, se suele relacionar el inicio del trayecto a lugares como el pueblo de Las Mercedes, Jardina o la zona del Valle de Las Mercedes en general, incluso otros municipios como Tegueste o El Rosario de la isla de Tenerife.
Parte del Camino de las Lecheras pasa a su misma vez por la denominada Cañada Verde de San Cristóbal de La Laguna o Cañada Lagunera, que fue una de las vías con mayor relevancia en cuestión a la actividad pecuaria desde la finalización de la conquista de Canarias a finales del siglo XV (Amigos de La Cañada, 2015).
La venta. El arte desapercibido. Una vez llegado al destino, las lecheras comenzaban la distribución y venta de la leche. Normalmente los clientes o feligreses solían comprar la misma cantidad de leche durante el transcurso de las jornadas, siendo necesario avisar con un tiempo razonable a la lechera en el caso de que el pedido fuera mayor o menor.
El negocio no se caracterizaba por su gran recaudación y beneficio económico, sino por todo lo contrario: su poco margen de ganancias. Los ganaderos, en el caso de que los animales no fueran de la propiedad de las lecheras, establecían un precio a la leche que debía de ser pagado, al que se le sumaba un cierto porcentaje para poder obtener algún beneficio, aunque sin excederse demasiado ya que si no perderían a sus feligreses. De igual forma, el pago de la leche dependía de cada lechera. Los fiados, los cobros diarios, semanales o mensuales, dependía de la forma de llevar a cabo el trabajo cada una, apuntando en libretas los cálculos o realizándolos mediante otras técnicas (Afonso Marichal, 2006).
Los clientes eran normalmente fijos y cada uno de ellos compraba a la lechera que quisiera puesto que no había divisiones por zonas entre cada vendedora, entrando en juego el carisma, la simpatía, la puntualidad, los precios, etc., de cada una a la hora de vender y conseguir clientes. Un ejemplo eran las lecheras de Las Mercedes, La Esperanza, El Ortigal o Los Rodeos, quienes fueron adquiriendo cierta fama.
Hay que ser consciente de que el oficio de las lecheras responde a la subsistencia de las casas canarias, siendo la leche un producto de primera necesidad y que se encuentra en la base de la alimentación de la población de las Islas, correspondiendo las lecheras a personas relevantes para la comunidad. Además, nos encontramos en una sociedad de posguerra en el que la economía pertenece totalmente desestructurada y estancada, y en la que los movimientos y transacciones comerciales son prácticamente nulos fuera de la economía sumergida que se caracterizaba por el “trueque” (Afonso Marichal, 2006).