A su paso por Canarias, la división internacional de la riqueza y el trabajo nos ha impuesto una forma de vida que no hemos elegido. Su intervención feroz en nuestra orografía, usos y costumbres nos ha dejado una herida indeleble en la conciencia. Para enhebrar sus puntos de sutura es necesario hablar de turistificación.
La transformación ha sido tan grande que tenemos la impresión de que nuestra realidad no puede enmarcarse más allá de una palabra totémica: turismo. De algún modo nos han convencido de que es suficiente con enunciar el modelo productivo que reina en nuestra economía para vencer cualquier adversidad. Poco importa que el problema al que nos enfrentemos sea una crisis económica, una pandemia o un volcán. Pase lo que pase el espectáculo debe continuar.
Algo se esconde, sin embargo, en el reverso de esta retórica totalizante en que quieren que depositemos tanto afecto. Además de una fórmula de desarrollo voraz que no reparte sus abultados beneficios, el turismo en Canarias es hoy una promesa imposible de felicidad, un horizonte sin tiempo al que dirigen su deseo no solo turoperadores, hosteleros y políticos. También lo hacen quienes nos visitan y, especialmente, quienes mantienen con su esfuerzo diario el negocio a flote, muchas veces en condiciones de explotación y precariedad. Puede afirmarse, por tanto, que el turismo es parte esencial de una potente ideología que, hasta hace poco,apenas recibía contestación en el Archipiélago.
El problema con las ideologías, como advierten las fecundas teorías del conflicto, es que su objetivo es hacernos inteligible el mundo. Como un velo para la conciencia compuesto por símbolos y sentimientos, estas presentan cuanto nos rodea imbuido en el hecho ideológico, con el propósito de contribuir a un tipo concreto de orden social. Por ello, si alguien se pregunta por qué durante todo este tiempo ha transcurrido la vida en las Islas con cierta tranquilidad, a pesar de sus terribles datos de pobreza, la respuesta la encontrará en el funcionamiento de estos mecanismos de producción y control de la realidad.
Como se sabe, además de contribuir a la paz social, la ideología dominante también puede volvernos insensibles. Por ejemplo, si desde determinados centros de poder se predica que solo el turismo salva al turismo, esto significa que cuanto queda en sus márgenes se debe ignorar. ¿O acaso el éxito de destinos como Canarias no está basado en que la miseria que hay en el territorio no cabe en su promesa de felicidad?
Hace apenas dos años hemos sido testigos directos de cómo esta ideología se sostiene en la pura segregación social. Fiel a su anclaje en la colonialidad que atraviesa el Archipiélago, ha sido encubierta la experiencia traumática de miles de personas afectadas por el avance de la erupción del Tajogaite en La Palma. En su lugar se ha resaltado la espectacularidad de un fenómeno natural resignificado en tiempo récord para su encaje en el mercado del ocio. Así pues, es un hecho constatable que ha sido la élite económica y política, junto a los medios de comunicación, quienes han cultivado esta mirada indolente sobre los acontecimientos.
Por esta razón somos nosotras, la parte sin parte de esta historia, la mayoría social del Archipiélago, la única con capacidad para cambiar las cosas. El primer paso que podemos dar es denunciar cualquier intento de obtener beneficios de nuestras desgracias. A nadie se le escapa que la explotación laboral, la muerte de miles de personas en nuestro mar, la destrucción de la naturaleza, la imposibilidad de acceder a una vivienda, el alza de precios de los alimentos, la saturación de la sanidad…, son todo episodios trágicos. Rechazar la fantasía turística que plantea que en Canarias no hay hueco para la infelicidad, ni siquiera cuando somos nosotras las que la padecemos, es una labor indispensable. Nuestros problemas importan y no se pueden tapar con la excusa de que espantan al turista.
La negativa a que existan espacios donde se pueda cuestionar la relación que guarda este negocio con la deshumanización de nuestras clases trabajadoras, de las personas migrantes o cualquier otra condición que atente contra su rentabilidad, delata el alcance de su delirio extractivista, encarnado en las posiciones de poder de quienes nos han arrastrado hasta esta situación. Canalizar, insisto, todo ese malestar es el papel que debemos cumplir como sociedad, pues nos estamos jugando el futuro.
Atravesar el espejismo turístico que envuelve las Islas implica revelar las verdades que se esconden tras su fachada de goce: un capitalismo insostenible contra el que urge pensar y también actuar. Esta tarea es impostergable para secar los afluentes de desigualdad que padecemos en el Archipiélago. Si la historia aquí, contraviniendo al filósofo, no se repite dos veces sino siempre, debe ser porque nuestra farsa, nuestra auténtica tragedia, ha sido turistificarlo todo. Aun así, Canarias tiene un límite y vamos a ponerlo nosotras, su mayoría social.
Esta es una versión del artículo "Turistificarlo todo", publicado por La Provincia el 24 de septiembre de 2021.