Han transcurrido muchos años desde que un grupo de jovencitos, entre los que me encontraba, allá por los comienzos de la década de 1960, nos trasladábamos caminando desde el pueblo de Ingenio (Gran Canaria), distante unos cinco kilómetros, hasta las tranquilas aguas de la playa del Burrero, con el fin de pasar el día dedicados al baño o a practicar la pesca submarina con gafas y tubo respiratorio que nos pasábamos unos a otros, por ser un lujo al alcance de pocos. Con una firga ensartábamos a los tapaculos que se encontraban camuflados en el fondo arenoso, mientras contemplábamos en los alrededores, a poca profundidad, la presencia de filas de cañones antiguos unidos y casi soldados al fondo, y uno separado; algunos apenas imperceptibles y otros que se apreciaban con bastante nitidez. La boca de uno de ellos era especialmente blanco de nuestras miradas, pues solía ser la “casa” de algún pulpo. Me llamaba especialmente la atención el que se encontraba separado hacia la orilla, sobre el cual hacía pie a marea vacía, sin dar importancia a su valor arqueológico o de cualquier otra índole, hasta que el entusiasta Tomás Cruz Alemán, a través de sus intervenciones y gestión, comenzó a darlos a conocer a partir de 1962, adquiriendo además importancia social y cultural; tema que ha sido suficientemente tratado en distintos medios, con la culminación de un reciente reconocimiento a su labor de hallazgo, información y recuperación, plasmado en el nombre de una avenida en el lugar y reproducción allí mismo de un cañón, motivo por el cual omitimos cualquier referencia a esta encomiable labor.
Localización. Se encontraban los restos de este pecio en aguas de la ensenada del Burrero a 27º 50' 6'' Lat. N. y 16º 23' Long. W., esparcidos desde poco más de un 1 metro en la bajamar (primer cañón extraído en 1962) y 4,85 m. con cierta alineación, lo que induce a pensar, sin que quede demostrado plenamente, que la embarcación pudo haber chocado primeramente contra el roque de Utigrande hasta encallar en la playa. Según una de las intervenciones, los restos del pecio corresponden a una corbeta de 30 m de eslora y 15 m de manga.
La playa del Burrero o de Utigrande. Es una pequeña rada o cala arenosa situada en el municipio de Ingenio, al abrigo de un saliente lávico conocido por punta o roque del Burrero en la actualidad, y desde tiempo inmemorial como punta de Utigrande, que la separa de otra pequeña cala arenosa conocida por playa de San Agustín, por el norte, llegando por el sur hasta la desembocadura del barranco del Obispo o Majoreras (hoy barranco de los Aromeros). Conserva valores de flora autóctona, restos arqueológicos de construcciones prehispánicas y cuevas artificiales de habitación, culminado por un pequeño montículo (montaña del Burrero o de Utigrande). Forma parte de un territorio costero más amplio conocido documentalmente desde el siglo XVI por Burrero o Altigranel. Las cuevas reutilizadas y pequeñas construcciones de piedra fueron habitadas por una pequeña comunidad de pescadores, y más tarde conformada por un caserío donde residían especialmente en época veraniega vecinos del cercano Carrizal. A partir de la década de 1960 se desarrolló en torno a la playa una amplia y moderna barriada.
Antecedentes. Algunos documentos antiguos nos hablan del desembarco de alguna tripulación para hacer aguada, posiblemente de las cercanas fuentes a la altura de la llamada Casa del Obispo en Carrizal. En una causa procesal juzgada por el Tribunal de la Inquisición en 1586, que se conserva en el archivo histórico de El Museo Canario, se acusa a un vecino del Carrizal por haber dado información a los ingleses después de haber sido capturado cuando se encontraba buscando carnada para la pesca en Arinaga. En el proceso aparece un pasaje sobre la declaración de un testigo: muchos hacían aguada en Utigrande, fueron al lugar pero no aparecía el buscado líquido, que allí solía salir agua, pero se había secado, pero un poco más arriba hallaron un charco con un poco de agua donde bebieron y se volvieron al barco.
El episodio de El Canario. No existen referencias históricas sobre el pecio, singladura, nacionalidad y circunstancias que lo llevaron a su hundimiento, tan solo algunas deducciones en torno a la observación y estudio de sus escasos restos y algún episodio histórico naval aislado. El más aproximado es el que se refiere a una embarcación inglesa hundida por la batería de la torre de Gando, al estar documentada a través de un relato de Viera y Clavijo ocurrido en 1741, cuando una balandra y una corbeta corsarias inglesas efectuaron un ataque en la bahía de Gando con intención de capturar al navío de guerra El Canario, que se encontraba en el lugar. Una andanada del barco español impactó en la corbeta inglesa matando e hiriendo a 70 hombres, produciendo algunos daños materiales en el barco. Tras el incidente la corbeta intentó retirarse a la playa de Arinaga, objetivo que no lograron alcanzar al producirse el supuesto o probable varamiento en el Burrero a consecuencia de los daños sufridos; si bien no se hace referencia a esta situación en el relato, mientras la balandra partiría mar adentro. Sobre el navío, el investigador Sebastián Jiménez Sánchez apunta hasta tres hipótesis y otras tres Sánchez Araña. No podemos, por tanto, hacer ninguna afirmación clara en este sentido hasta tanto no se aporten pruebas definitivas de datación con técnicas científicas y fuentes documentales contrastadas, si bien, a tenor de los restos encontrados en 2018 y el levantamiento planimétrico registrado, las conclusiones se acercan mucho a que pudiera tratarse de un navío de guerra acorde con la corbeta inglesa relatada.
Cañones rescatados del naufragio del Burrero en un museo de Santa Lucía
(Gentileza de Eduardo Grandio. Tomada el 30-10-2014)
Intervenciones. A partir del año 1962 se desarrollaron distintas intervenciones más o menos afortunadas. Puesto en conocimiento del Cabildo, el delegado provincial de Excavaciones Arqueológicas, Sebastián Jiménez, se desplazó al lugar con un submarinista en septiembre de ese año. Fueron localizados los antiguos cañones sobre un fondo arenoso en número de cinco construidos en hierro; uno a veinticinco metros de la orilla y paralelo a ella, otro en posición inclinada a cinco metros del anterior, y un poco más adentro, los tres restantes, formando un grupo compacto cubiertos de musgos, algas y concreciones calcáreas, con piedrecillas adheridas, además de un largo atacador de hierro, sobre 15 duelas de hierro y eslabones grandes de cadenas, de los que se logró extraer uno y dos trozos de duelas, a 25 m aproximadamente de la orilla, a 8 m de profundidad a pleamar, y de 3,5 o 4 m en la bajamar.
Por octubre hacen presencia en el lugar un grupo de submarinistas en una embarcación de la Aviación comenzando los trabajos. Desde tierra un gran camión-remolque de 12 toneladas tendió un cable de acero hasta uno de los cañones con el fin de arrastrarlo hacia la orilla. Pesadas picaretas y grandes cuchillos de inmersión no lograban desprender aquellos hierros sumergidos y pegados al fondo. La soga se rompía a cada tirón dado desde tierra y por carecer de cable resistente se dejó la faena por ese día, mientras desde tierra la multitud esperaba impaciente. El domingo 21 hubo un nuevo intento de los submarinistas para la extracción cargados con picos, palas, palancas e incluso con gatos hidráulicos ante un público expectante. Sobre el mediodía el vehículo pesado tensó el cable, que ya se encontraba perfectamente atado a la pieza, logrando llevar a la orilla uno de los cañones ante los aplausos del público presente. Las medidas dadas en la pieza recuperada fueron las siguientes: 2,45 de largo, 0,25 de diámetro en su parte anterior, 0,40 de diámetro posterior con calibre de 0,10 y con un peso aproximado de 700 a 800 kilos, medidas aproximadas ya que la citada pieza se encontraba totalmente cubierta de impureza submarina. Este cañón fue trasladado al Museo Naval de Madrid y posteriormente al Museo de la Armada en Ciudad Real.
Por 1965, Vicente Sánchez Araña obtiene permiso del Ministerio de Marina. En 1968 comienzan los trabajos de extracción lográndose de una forma poco ortodoxa desprender cinco cañones bajo los cuales se detectó la quilla de una embarcación. Se extrajo un trozo grande de madera con intención de datarla (nunca se llevó a cabo), además de varias balas de cañón que pesaban entre 7 y 10 kilos. Más tarde, empleando piquetas se desprendieron del fondo dos nuevos cañones y una bala de 12 kg, culminándose la extracción de un total de 15 piezas de artillería naval de distintos calibres, simultáneamente con balas de hasta 40 kg y varias plomadas de sondeo del barco. Una de ellas se mandó al Museo Naval de Madrid y las otras catorce fueron con destino al museo de Sánchez Araña en Santa Lucía, donde fueron depositadas y exhibidas. Actualmente están en elevado estado de deterioro y descomposición al no haberse sometido a tratamientos adecuados.
La presión popular, especialmente de los vecinos del Burrero, para que este tesoro submarino sea expuesto en algún lugar cerca de donde fue encontrado, ha hecho posible la intervención de las autoridades municipales de Ingenio con los herederos de Sánchez Araña, aunque no han fructificado en ningún sentido.
En 1994, con motivo de las obras para el reacondicionamiento y expansión de la playa, se efectuaron distintas denuncias de una plataforma vecinal por alterarse tanto el patrimonio arqueológico prehispánico como el de los restos submarinos. Con la intervención de personal submarino de la guardia civil, se detectaron restos del casco, aros metálicos de barriles, varillas de mosquetón, trozos de balas de cañón, cerámica a torno, sílex. En octubre de 1995 se da una nueva autorización para prospecciones a varios peticionarios antes de la llegada de una draga que aportaría toneladas de arena para la “regeneración de la playa”, tapando definitivamente los restos. En estos trabajos se recuperó un ancla.
Una cuarta actuación se llevó a cabo en 2008 y de forma indeterminada se estableció que el pecio correspondía a una nave construida entre los siglos XVI y XVIII. Se apreció la presencia de maderas estructuradas de unos 7 m de longitud por casi 2 m de ancho orientadas en la dirección en la que estaban dispuestos los cañones de hierro fundido expoliados.
La quinta y última intervención se produjo a principios de 2018. patrocinada por el Cabildo Insular y llevada a cabo por un equipo de tres personas al frente del arqueólogo sevillano (experto en intervenciones subacuáticas) Josué Matamora. Durante los trabajos se encontraron pipas de cerámica, cubertería de a bordo, vasijas de origen alemán imitadas en Inglaterra y piedras de sílex utilizadas como lastre, que fueron depositadas en el Club Náutico del Burrero para ser contempladas por las autoridades y público.
APÉNDICE DOCUMENTAL
Fragmento del facsímil del libro de José Viera y Clavijo Noticias de la historia general de las Islas Canarias, donde se narra el episodio de la corbeta inglesa