Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Mujeres rurales, elaboración de queso y recetas grancanarias (I)

Sábado, 17 de agosto de 2024
Manuel Díaz García
Publicado en el n.º 1057

Desde Juncalillo, en la Cumbre de Gran Canaria, nos llega este escrito empapado del saber de las mujeres rurales canarias, particularmente el vinculado a los procesos de la elaboración del queso, con el añadido de un gustoso y rico recetario.

Mujeres rurales grancanarias haciendo queso

Algunas de las personas presentes, las más jóvenes obviamente, dudarán de que sea cierto lo que les cuente a continuación, y en el futuro las generaciones venideras darán por hecho que estas historias de nuestra gente son leyendas de San Borondón...

En la hora del mediodía, el hombre era el que ordeñaba los animales. Al término, llevaba la leche para las casas cuevas. En la misma cocina de la casa, se vaciaba la leche en las jarras, que eran de barro, elaboradas por alfareros de la zona (algunas tenían capacidad hasta para 150 litros). La jarra estaba dentro de una cesta de mimbre, se incorporaba el cuajo y un poco de sal, se revolvía con una vara grande, que era únicamente para eso (podía ser de nogal, eucalipto, tasagaste, lo importante era que fuera resistente), se le ponía su tapa de madera y al final se abrigaba con una manta de lana, para evitar que se enfriara la cuajada.

A la hora y media se destapaba y se cortaba la cuajada, haciéndole una cruz a los diez o quince minutos, algo imposible de calcular. Según nos relatan, el momento era cuando la cuajada se cuarteaba... Se empezaba a sacar con una lata de aluminio, en la mayoría de los hogares, en algunos pocos con una cazuela de barro, y se empezaba a echar en el aro sobre la quesera, y a apretar, y a sudar, así toda la tarde. En algún caso, llegaron a ponerse hasta dos mujeres para apretar el queso; algunas mujeres se turnaban para que quedara bien sellado; otras llegaban incluso a hincar sus rodillas sobre las manos para apretar; otras tiraban de sus maridos y sus niñas a las que, a la vez que ayudaban a prensar, iban aprendiendo la labor.

Una vez terminado el proceso, se le ponía encima una piedra preparada para ello, que bien podía ser redonda o cuadrada. Alrededor de la hora y media, mientras cenaban y hacían otras labores y antes de irse a dormir, le daban la vuelta al queso, echando sal en la quesera y sobre el propio queso, para luego volver a poner la piedra. Ya por la mañana se sacaba, se lavaba y se ponía el queso a orear en el cañizo para o bien consumir tierno, en el menor de los casos, o -en la mayoría- para curarlo, comerlo duro o semiduro (semiduro quince o veinte días). Puesto en las entradas de las cocinas, los cañizos se iban ahumando con el humo que salía del fuego que encendían para hacer la comida diaria. Se rodaban siempre en el cañizo, el tierno por dentro; y cuando un queso llegaba ya a la esquina del cañizo, se pasaba a la cueva o a otros cañizos, donde podía estar meses hasta su consumo o su venta. En algunos lugares, para ahumarlo se cogían pitas entre secas y verdes, más bien amarillosas, y se ponían sobre brasas encendidas (sin prenderse) dentro de una cueva, dos o tres días, y se iba rodando el queso hasta que se quedase amarillito.

Cada quince días se untaba con un poco de aceite empapando un paño, para evitar que le entraran trazas. Del queso duro normal había variaciones: lo untaban con pimentón o con gofio, se echaba el aceite en una lata y luego uno de estos dos ingredientes, y se embarraba bien el queso. A todos les daban la vuelta cada día, y así hasta su consumo o venta. Algunos quesos llegaban a estar hasta un año en la cueva, y estos eran los más picones (lo llamaban queso duro quemado). Otra variación de untado era con tierra de Zamora: la dejaban como si fuese ceniza y se untaba el queso. Esto último era en Tejeda y quizás, según nos cuentan, en algún otro municipio del interior de la isla.

El calor de la mano influía en la calidad del queso, y sobre todo en las texturas. La leche se colaba con una talega de muselina para eliminar cualquier impureza. Todos los utensilios utilizados se lavaban con agua caliente y jabón lagarto. La jarra, después de lavarla, se escardaba con agua hirviendo: se echaba dentro y la revolvían entre dos mujeres. Luego se vaciaba, dejándola secar boca abajo. Una vez seca se ponía en la cesta, la manta de lana encima y lista para el día siguiente.

Aparte de hacer queso, nuestras mujeres eran las que plantaban la tierra que el hombre preparaba; parían y cuidaban a los niños, se encargaban de las casas, de zurcir la ropa, de hacerla, de lavarla en el barranco, de hacer de comer…

Mujer dando de mamar a un niño de la ubre de una cabra

De la memoria de Juan Cubas Montesdeoca.

Cha’ Pino la de Marente,
mujer de mucha razón
que vendía tabefe
a peseta y a tostón,
y el marido le decía:
"¡No vendas el tabefe, Pino,
que hace falta para engordar una cochina!".

Elaboración de la cuajada. En algunos lugares, antes de sacrificarlo, se jartaba el baifo. El animal se ponía aparte y no se dejaba que comiera tierra ni hierba, porque entonces no servía. En otros lugares, se le echaba un poco de leche en el payo para aumentar el cuajo, y en ambos casos se dejaba secar de un año para otro. Transcurrido este tiempo, se sacaba del payo y se molía en un almirez.

Para el cuajo de flor, se cogía la flor de la alcachofa de las pencas y se ponía a secar. Una vez seca, se sacaba la flor y se guardaba. Se cogía un puño y se humedecía en bastante agua, y luego se escurría sobre la leche. Este queso daba más trabajo porque el cuajo de flor dejaba más suelta la cuajada. Para los quesos de media flor, se mezclaban los dos cuajos.

Ahora les ofreceré un poema que he escrito para la ocasión.

Yo no alzo el puño ni levanto bandera,
no le canto al viento ni a la muerte que me espera,

yo mamé del pecho de mi madre lo que ella
del de la suya, llevamos en el alma la huella

de la tierra noble, en el corazón, de la raza,
el amor por lo nuestro y una historia que me abraza.

Con suero, cuajada, gofio y amor, la abuela
nos enseñó a sentir la vida y nos dio candela.

La abuela no conocía horarios, sólo labores,
despertaba al gallo y no la abatían sinsabores,

llevaba en sus entrañas la sangre de Andamana,
te animaba a afrontar la vida cada mañana;

yo diría que la abuela no era de este planeta
de lo que comía uno, cuatro, según su receta;

iba y venía al barranco a lavar ropa, a traer agua,
no sentía desaliento ni la agotaba magua

alguna; su pañuelo negro, su pelo blanco,
sus manos tiernas, ella sentadita en su banco

sobre la quesera haciendo aquel rico queso
y echando un pizco cuajada pa’l nieto travieso.

A continuación, pasaré a exponerles algunas de las recetas elaboradas por nuestras abuelas a partir del suero o la cuajada y el queso.

Masa con harina en el proceso

RECETARIO

Bollos de cuajada

-4 huevos.
-1 vaso de azúcar.
-1 vaso de aceite.
-Ralladura de limón.
-1 vasito de anís.
-Cuajada al gusto, pero sin pasarse.
-Harina.

Se desmenuza la cuajada con las manos dejándola bien escachadita, se baten bien los huevos y se mezclan todos los ingredientes a excepción de la harina, que se le va añadiendo poco a poco, hasta tener una masa sueltita, que se deje trabajar y que no se nos pegue en las manos; pero que no se quede dura, porque si no los bollos no se los comen ni las gallinas... Luego vamos cortando bolitas y las estiramos para dar forma a los bollos. Una vez terminado el proceso, empezamos a freírlos, y a comer (esperen a que se enfríen porque si no se jasan la boca).

En Fagajesto se hacía el mismo bollo, pero con requesón; se guisaba el suero como si fueran a hacer tabefe, pero sin llegar a hervir, se cogía el requesón, escurriéndolo bien y se incorporaba al resto de ingredientes, en lugar de la cuajada.

En Artenara no se utilizaba la cuajada, sino el queso tierno, según lo sacaban de la quesera. Cogían el que necesitaban, lo escachaban bien y el mismo proceso que los anteriores. También había algunas casas, aunque muy pocas, en las que le echaban un poquito de matalahúga. En otras, la dosis de azúcar era de tres cucharadas por huevo, y también echaban una pizca de sal.

Una muestra de deliciosos bollos del campo grancanario

Tortillas de carnaval con suero (receta de Tejeda)

-Medio caldero de suero.
-6 huevos.
-Harina hasta que la masa quede densa pero suave.
-Matalahúga.
-1 pizco de sal.
-Azafrán.

Se mezcla todo junto dejando una masa suave, se coge con el cucharón y se va poniendo en el sartén con aceite bien caliente. Se les da varias vueltas para que no se nos quemen y queden bien fritas.

Como dato anecdótico que me dio Paco Quintana, hay que decir que las tortillas que conocemos como de carnavales antiguamente eran el postre típico en las bodas. En Artenara también las hacían con beletén, que es la leche primera de los animales después de parir.

Torrijas de pan y queso (receta de Tejeda)

-Harina.
-Leche.
-Matalahúga.
-Azafrán.
-Queso triturado.
-Sal.
-Pan de varios días.

Hacer una mezcla consistente con todos los ingredientes, luego ir formando las tortillas en el sartén, con abundante aceite y bien caliente.

Arroz con suero (receta de Valleseco)

El último suero que se escurre del queso, que es el más blanquito, se incorpora al caldero con el arroz, una ramita de canela, cáscara de limón y una pizca de sal.

Plátanos con gofio y queso escachado

Manjar de dioses, según nos cuenta Lolita la Pastora (Telde) que, junto con su marido Paco, llevan toda la vida en esto. Lolita nos dejó también esta otra receta:

Pella de gofio con queso

-Agua.
-Sal. 
-Azúcar.
-Gofio.
-Aceite (poco, para que no ennegrezca o se quede ralo el gofio).
-Queso rallado.

Amasar los ingredientes, procurando trabajarlos bien, y no dejar la mezcla muy seca, porque después no hay dios que no se añurgue comiendo...

 

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