Presentamos una pieza de marcado valor patrimonial. Se trata de una silla victoriera o vitoriera. Fue donada al Museo de Historia y Antropología de Tenerife por D. Agustín Guimerá Ravina, dentro de una colección de objetos de carácter etnográfico y de uso doméstico, procedentes de una propiedad familiar ubicada en El Sauzal, junto al antiguo camino real, magnífico ejemplo de una antigua hacienda de viñedos en el norte de Tenerife que fue fundada en 1696 por el comerciante José de la Santa y Ariza, regidor del antiguo Cabildo de la isla y alcaide del castillo de Paso Alto, en Santa Cruz.
Las sillas victorieras son una modalidad de sillas robustas y prácticas que tuvieron mucha popularidad durante los siglos XIX y XX. Forman parte de los muebles denominados de soporte o asiento. Son conocidas bajo ese nombre por La Victoria de Acentejo, municipio donde comenzaron a fabricarse. Hoy por hoy se elaboran también en otros lugares de las Islas, conservando no obstante su original denominación. Presentan como principales características su duración y fortaleza, ya que utilizan maderas resistentes para su construcción, además de su sencillez, carencia de talla y que las piezas que la forman se ensamblan unas con otras con espigas o cuñas de la propia madera, sin necesidad de clavos ni elementos metálicos.
El origen está en relación con la importante influencia de los comerciantes ingleses en la isla de Tenerife desde el siglo XVIII. Así, su tipología surge por influjo de la más sencilla de las sillas de estilo inglés denominada chippendale. Comparada también con la silla inglesa estilo menorquín y la de estilo colonial, la silla victoriera es una interpretación en el ámbito insular de este estilo inglés, pero caracterizada por una mayor sencillez y funcionalidad. El estilo chippendale se desarrolló durante el barroco y rococó inglés de mediados del siglo XVIII, favoreciendo su expansión el comercio con las colonias.
Las maderas utilizadas para su realización son las maderas duras del entorno insular, elegidas también por su policromía, especialmente las de la isla de Tenerife, donde tradicionalmente se ha recurrido al haya, al brezo y al castaño. Sin embargo, en la actualidad, debido a las dificultades para obtenerlas, se simultanean con otras de probada eficacia como el roble, la morera o el sapelli. Para su acabado se utiliza un sutil fondo de barniz mate, de tal forma que se mantenga el color de la madera elegida.
Esta silla es protagonista de una singular producción mueble en todas las Islas Canarias. La técnica mediante la que se fabrica ha sido objeto de protección a través de la incoación de un expediente de declaración de Bien de Interés Cultural (en la categoría de Bien Inmaterial) por tratarse de una tradición artesana muy arraigada en el norte de Tenerife, especialmente en el municipio de La Victoria de Acentejo, que ha perdurado desde finales del siglo XVIII, generando un modelo de silla muy característico dentro de las variaciones que históricamente se han ido forjando en el seno de esta labor artesanal.
Composición. Cuenta con un asiento de forma trapezoidal, patas rectas, unidas las traseras a las delanteras por una traviesa y amarradas a otra central, perpendicular. Las patas traseras se hallan a su vez imbricadas entre sí por una traviesa, algo más elevada que la central. Todas ellas destacan por lo bajo de su colocación respecto al asiento. La unión de la pala al copete se realiza de forma que queden en el mismo plano. Dicho asiento está engarzado y encolado en el rebaje de las traviesas con biselado de sus aristas, confiriéndole un aspecto almohadillado. La sección de las patas es igualmente trapezoidal y todo el conjunto de la silla se refuerza con el juego de traviesas dispuestas en forma de H. El respaldo está formado por la prolongación de las patas traseras, ligeramente abierto en la parte superior y rematado por una línea en ballesta de una o más curvas según el modelo. El motivo decorativo más difundido de este respaldo es el conocido calado o haz de flechas con tres óvalos en su base, de una sola pieza, rematado en un juego de curva central y contracurvas laterales. Como característica final destaca la ausencia total de elementos metálicos, ya sean clavos o tornillos, e incluso encolados, llevando a cabo las diversas uniones por encajamientos y tarugos. En la silla se suele incluir la marca distintiva de los diferentes maestros silleros, identificando las obras con su creador según la forma del mismo. El cabecero se construye de una pieza enteriza, con una forma peculiar en curva, que se eleva de manera acentuada en su parte central. Se ensambla practicando dos perforaciones en los extremos de su cara inferior, en los que se encajan las espigas de los dos varales principales del respaldo.
Este mueble de asiento ha hecho uso de diversas ornamentaciones a lo largo de la historia, con respaldos resueltos con mayor o menor número de curvas y contracurvas, pero respondiendo siempre a la tipología de silla victoriera, iguales en cuanto a su entramado, forma constructiva, maderas utilizadas y talleres de los que proceden y diferenciándose únicamente dos tipos por razón de sus dimensiones, ya que existe una de menor tamaño.
Sin duda, constituye un testimonio singular y destacado de nuestra cultura y ha formado parte del mobiliario doméstico de muchas casas durante generaciones, no sólo en Tenerife sino en el resto del Archipiélago. Hoy está también presente en el inventario de nuestra casa, que es la de todos: el Museo.