Cuando en su día aparecieron estas estampas aruquenses sobre los años 40, 50, 60 y 70 del pasado siglo, en el diario electrónico arucasdigital.com, pensé para mí que deberían ser recopiladas en un libro y ofrecerlas a la comunidad para que sirvieran de testimonio a las nuevas generaciones sobre cómo vivieron nuestros antepasados, cuáles fueron las principales vivencias infantiles y juveniles de muchos de nosotros y con qué preocupaciones vitales afrontábamos los días. Incluso, se lo comenté a algunos amigos y cargos públicos con el ánimo de que intentaran editarlas en el formato que fuera posible, con tal de que no se perdieran en el olvido. Comprobar que aquel deseo es hoy una feliz realidad que se completa con esta segunda entrega de Desde mi solana y que he sido yo la persona privilegiada para prologarla, mi satisfacción se desborda sin límites. Ante lo cual no puedo por menos de mostrar mi inmensa gratitud a su autor, Rafael Álvarez Álvarez, así como a los miembros de la revista BienMeSabe.org y a Jorge Liria, los coeditores, por permitirme escribir la presentación de estos bellísimos relatos recogidos en el presente tomo.
El tomo II de Desde mi solana: estampas aruquenses de los años 40, 50, 60 y los 70 del siglo XX nos ofrece más de cien pequeños relatos de personas y de hechos que tuvieron lugar en Arucas y que, como decíamos, fueron escritos por Rafael Álvarez Álvarez (en adelante RAA), ahora recopilados en un hermoso libro de cientos de páginas editado con todo primor por Beginbook Humanidades en un formato fácil de manejar.
Desde mi punto de vista, aunque RAA nos dé la impresión de ver retrospectivamente los hechos acaecidos en Arucas a lo largo de su vida desde su confortable atalaya de La Solana y desde una lucidez octogenaria, nada más lejos de la realidad. RAA baja a la arena y se moja brindándonos un haz de relatos en parte autobiográficos y en parte pasados por el cedazo de una memoria selectiva, capaz de inmortalizar con palabras momentos irrepetibles de la vida y de las cosas cotidianas de nuestros vecinos, con escaso margen para la ficción. Estas pequeñas narraciones, enteramente verídicas, fluyen sin más pretensión que la de un manantial inagotable y humilde como son los lugares conocidos por todos, la gente que los habitó y los avatares normales de la vida que acontecieron en Arucas desde posguerra hasta los años setenta del pasado siglo XX, de los que él mismo fue testigo directo, en los que participó presencialmente y que describe o sobre los que tuvo información fidedigna a través de la tradición oral.
Los pasajes del libro describen con elegancia, precisión relojera y sobre todo con respeto reverencial a personas concretas y acontecimientos reales. Estas pequeñas narraciones han sido escritas con mucho amor, sin estridencias y empatizando plenamente con nuestra gente y sus condicionantes, trasladándonos a un pasado inmediato. En el fondo y en la forma, este libro habla de la vida de nuestros abuelos, de nuestros padres y de nosotros mismos, de la gente de tamaño normal y corriente, de las acciones típicas y triviales del quehacer cotidiano y sin pretensiones literarias trascendentales. Y en eso reside la grandeza de estos escritos. RAA nos ofrece la cara amable de aquellos hechos con la mayor sencillez posible en concordancia con la pachorra con que discurría la vida de toda aquella gente que, aparentemente, parecía que nunca tenía prisa, en contraposición a nuestros días, en que vivimos esclavizados por la inmediatez y el estresante ajetreo. Una sencillez expositiva, repito, de las experiencias reales que sucedieron en Arucas entre los años cuarenta y setenta, empleando un formato narrativo adecuado que es al mismo tiempo el más eficiente y el menos arrogante posible.
Portada del tomo I
Proponiéndoselo o no, RAA amalgama en estas pequeñas historias varios géneros literarios (prosa, ensayo, memoria, crónica y relato corto), junto con distintas disciplinas sociales que incluyen la etnografía, la sociología y la historia local, cuyos enfoques le dan la posibilidad de estructurar un esquema descriptivo ameno, creíble y atrayente. Y añadiría una cosa más: la prosa poética. RAA, en su segundo tomo de Desde mi solana, ha conseguido rescatar la historia local del costumbrismo puro y duro, alejándose de canarismos pintorescos, elevando la altura intelectual de estas crónicas retrospectivas a una categoría literaria superior; no solo como suministradora de información válida e incitadora de la toma de conciencia histórica e instrucción intergeneracional, sino como recordatorio de unas estampas populares que fotografiaron con palabras sentidas la existencia vital de la gente que resistió los difíciles años de la posguerra hasta la llegada del tardofranquismo.
La fórmula empleada en la elaboración de estos artículos ha consistido en trasladar la experiencia acumulada por una memoria prodigiosa y atenta a la licuadora del corazón y del instinto para extraer el néctar de unos jugosos relatos bien escritos, dotados de un lenguaje fluido que lleva a emplear palabras acertadas y comprensibles, al mismo tiempo que distanciado de la pedantería académica. Estamos, pues, ante una manifestación espontánea de escritos activados por la memoria y seleccionados con una ternura primaria y humana, evocadora y nostálgica de aquel pasado resiliente que, aunque fue durísimo en términos generales, no por ello transcurrió sin dejar una hermosa huella en el imaginario colectivo por el intenso calor humano que desprendían las relaciones armoniosas de sus protagonistas; pero también la sensación de que, a pesar de todas las adversidades propias de un momento extraordinariamente difícil, con carencias y limitaciones de todo tipo, aquella gente, es decir, las generaciones que nos precedieron y las personas añosas que aún sobrevivimos, no dejó ni un momento de sentirse inexplicablemente afortunados a su manera, como acertadamente se recoge en el relato titulado “Y a pesar de todo, se era feliz”. Lo que demuestra una vez más que la felicidad no siempre está en tener de todo o disponer de una vida regalada, sino en la capacidad resiliente frente a las circunstancias de cada momento.
Desde mi solana es, a mi juicio, la versión más popular y auténtica de la verdadera Historia contemporánea de Arucas, escrita con la piadosa intención de salvar del olvido aquella parte de nuestro pasado más inmediato que, por su naturaleza doméstica y menos heroica, se ha quedado fuera de los focos antropofágicos del discurrir del tiempo; pero también por centrar la atención en la gente corriente que nunca suele aparecer en la bibliografía sesuda de las elegantes monografías. Como es sabido por todos, los rijosos documentos oficiales custodiados en polvorientos archivos suelen desdeñar por sistema al pueblo llano y menesteroso, el mismo al que con desdén se le denomina populacho.
Al autor de estos episodios le mueve la romántica pasión por mantener el árbol ligado a sus raíces, razón por la cual traza un puente sanguíneo imaginario con la ilusoria pretensión de regar el agreste campo de la pereza inercial de las nuevas hornadas con la sangre vivificadora de un pasado emotivo y conmovedor esperando que se produzca el milagro de la continuidad intergeneracional. No es concebible en ninguna parte que la experiencia de una familia, una aldea, un barrio u otras formas de congregación social más amplia no se deslice por su propio peso hacia el recuerdo microhistórico. En otras palabras, hacia una historia local desarrollada en relatos cortos, bien dosificados, abarcando situaciones y hechos diversos en donde aparezcan reflejadas de manera inequívoca las formas de vida con que se revelaba nuestra propia existencia en tiempos anteriores al presente; de cómo funcionaron familias, vecinos y la misma comunidad en su más amplia acepción municipal en espacios pequeñísimos compartiendo servicios y auxiliándose mutuamente de múltiples maneras, solidariamente, en medio de tantas carencias como se sufrieron durante la larga postguerra. Estos episodios invocan una geografía deficitaria y esquiva en la provisión de recursos con que poder suavizar los momentos más ariscos de la existencia, o sobre cómo nuestra pequeña comunidad municipal luchó por sobrevivir fingiendo encontrarse bien, o esforzándose en poner buena cara a la adversidad celebrando sus fiestas patronales con febril entusiasmo, como rezan varios de estos relatos. La gente llana, la gente de abajo no fue nunca bien escuchada. Tenemos que esperar a que historias de la cotidianeidad como este libro le den voz a los que jamás tuvieron voz en un formato literario cercano, entendible por todos, a modo del rescatando la memoria en el que, a lo mejor, sirve poco para hacer, pero sí mucho para ser. Quizá desde una formalidad equidistante estas narraciones no construyen, pero instruyen… ¡Y tanto que instruyen!
La historia local o microhistoria es la existencia misma; es la vida percibida por el mismo que la vivió, según Luis González González (académico mexicano de la Historia). En un pasaje escrito por el padre de esta disciplina (Herodoto), aparece el exiliado Hipias soñando que está acostado junto a su adorada madre, de donde deduce que volverá un día a su tierra natal, a su querida Atenas. En esta pequeña referencia aparecen en un mismo plano la tierra originaria y el amor de madre, es decir, la tierra natal como matria.
Ese pequeño mundo que nutre y sostiene al microhistoriador se transfigura en la imagen de una madre acogedora, una madre dulce, tierna, generosa y espiritualmente ensanchada. Arucas es en estos episodios una matria indiscutible. El amor incondicional hacia el terruño natal es del mismo orden que el amor que se siente por una madre. Es la razón del por qué estas más de cien piezas textuales manan de una ferocidad amorosa hacia nuestras raíces y de un amor filial melancólico –equiparable al amor de madre– hacia la patria chica.
Paradójicamente encuentro en esta obra, a partes iguales, rasgos inequívocamente conservadores como revolucionarios, machihembrando una contradicción aparente y una combinación renovadora. De una parte, el autor lucha con entusiasmo por salvar del olvido las creencias, las costumbres y las formas tradicionales de nuestros mayores. Y de otra parte introduce subrepticiamente un objetivo revolucionario consistente en favorecer entre los coetáneos la toma de consciencia del pasado con la finalidad de vigorizar el espíritu y enaltecer su orgullo de pertenencia a esa pequeña comunidad que fue Arucas, para blindarlo y hacerlo más resistente a esa especie rapaz de imperialismo globalizador que arrasa por doquier las nobles peculiaridades culturales y amenazan con despersonalizar minisociedades que aún conservan su identidad y su historia. Nada es más saludable en esta vida que la toma de conciencia histórica porque, entre otras aportaciones, provoca una auténtica catarsis; una liberación de la insoportable pesadumbre de no saber en verdad quiénes somos, a dónde vamos o de dónde venimos. Existen indicios ciertos de que todo pueblo conocedor de quién es, y de cómo ha llegado a serlo, se siente más capacitado y más libre; crece y vuela sin miedo; se reproduce con aplomo y produce creativamente desprejuiciada, eludiendo condicionantes que interfieran su progreso. Sirva lo expuesto hasta aquí para subrayar la importancia de la microhistoria o historia local, del que este libro es una honorable representación.
Una inmersión sucinta en los contenidos nos permite apreciar que son las fiestas patronales dedicadas a San Juan Bautista las que tienen en este segundo tomo de Desde mi solana un protagonismo altamente significativo. Nada menos que unos 40 relatos se refieren a las fiestas en sus diversas facetas. Desde mi solana nos muestra que antaño las patronales no eran cualquier cosa, pues consistían en ser un acontecimiento extraordinario que concentraba toda la atención de los aruquenses, despertando en ellos ansiedades y expectativas de todo género: desde “una novia bonita de un padre que tenga agua en el albercón” hasta otros muchos deseos confesables e inconfesables. Los relatos abordan además todas las facetas integradas en la programación de los actos religiosos y profanos. El anuncio de las fiestas, el programa, el pregón radiado por la emisora sindical, los pregoneros, las casetas de los feriantes y las bulliciosas tómbolas, las vistosas hogueras de la noche mágica de San Juan, la pirotecnia de los Dávila siempre tan espectacular, la diana floreada en la madrugada del día 24 de junio, la elevación de globos aerostáticos, la elección de la reina de las fiestas, los deportes, “la copa de la ciudad” para los equipos de futbol participantes, pero también para las liguillas de balonmano, baloncesto y las agarradas de lucha canaria, las verbenas, las carreras de cintas, los gigantes y cabezudos, las veladas artísticas y musicales, los desfiles de variedades, las exposiciones de animales y la feria de ganado, la función religiosa y la procesión, la música folklórica, las parrandas y la Banda de Música con el maestro Herrera al frente, el arco, la batalla de flores, los juegos florales, los juegos infantiles, exposiciones de fotos, plantas y flores, pintura y escultura, charlas, conferencias, coloquios y la revista hablada Palabras. Y sigue: ballet, danza, recitales poéticos y teatro. Sin dejar atrás la romería popular que, desde 1976, se da cita puntualmente con sus ofrendas, exhibición de trajes típicos y música folklórica, reivindicando la canariedad. RAA explica el significado de la fiesta y de cada uno de los actos con todo detalle, incluso recurriendo a referencias escritas que teorizan sobre la fiesta canaria desde diversas perspectivas, etnográfica y ontológica.
Momento de la presentación del primer volumen (Fuente: Canarias7)
Incluye dentro de esta temática la revitalización de las fiestas del Carmen con la llegada del nuevo párroco Lorenzo Aguiar Molina desde Arrecife de Lanzarote, y la activa participación de los jóvenes de Acción Católica. Habla también del recogimiento sobrecogedor que se producía en Arucas con motivo de la celebración de la Semana Santa, con sus procesiones y su ritual de sermones, misas, lavado de pies, rezo del rosario, viacrucis, predicaciones, confesiones, etc.
Para cualquier lector desinformado, tal vez el espacio destinado a las fiestas patronales y su importancia real en la vida de los aruquenses le resulte un tanto incomprensible. Probablemente porque desconoce que, en otros tiempos, cuando todavía no existían vacaciones obligatorias y pagadas, las condiciones laborales eran durísimas, con jornadas interminables de hasta doce horas diarias. Por ello es que la Iglesia, para mitigar los rigores laborales, impuso el descanso obligatorio mediante la creación de numerosas festividades de guardar en las cuales estaba terminantemente prohibido trabajar so pena de excomunión o de rigurosa amonestación. Esas vacaciones encubiertas, además de la autenticidad de un pueblo devoto, hacían las fiestas más interesantes de lo que son hoy en día.
En Arucas la tradición impuso como fiestas de guardar, además de la del santo patrón, día y medio en Semana Santa, las festividades de Navidad y Reyes, San Antonio, San José, Corpus Christi, San Sebastián, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora del Rosario, la de Todos Los Santos y las Ánimas del Purgatorio, San Pedro, Santa Lucía, El Cristo de la Salud y El Corazón de Jesús, y entre una cosa y otra sumaban algo más de medio mes. Eran días festivos en que se suspendían las actividades productivas, y el tiempo libre –después de cumplir con las obligaciones religiosas– se destinaba al descanso y a la sana diversión dentro de las costumbres tradicionales.
Las profesiones y las actividades económicas inspiran una quincena de relatos, que acogen temas como los productos del país, las dulceras de la calle Marqueses, la venta callejera de pescado salado, el cupo de plátanos de plaza, la pequeña industria de cebada como sucedáneo del café, las gasolineras de la plaza de San Sebastián, la zapatería de Patachica, la carpintería de Pepito Batista, los sastres, las labores a domicilio, la venta de leche por las casas, el reparto del pan, los animales domésticos en el corral, traspatio, azotea o solar, el arriero, los camineros o los mayordomos, el kiosco de las tocatas de la plaza de San Juan y el de madera que se instaló en el parque de San Sebastián, las paradas de los piratas y los coches de hora… Se trata de una muestra representativa de la variedad de actividades, y sus circunstancias imprescindibles, para el buen funcionamiento de la comunidad. Y cuando los cauces ordinarios fallaban, entraba en funcionamiento la Beneficencia que se practicaba también de forma muy peculiar. Entre los años 40 y 70 del pasado siglo, la división del trabajo y la aparición de las profesiones son hechos constatables, aunque en nuestro caso particular, al tratarse de una sociedad premoderna, se imponían los rasgos de autosubsistencia o autarquía, que denotan todavía la influencia del aislamiento de España durante los primeros años después de la guerra civil (1936-1939).
Apreciamos en otro grupo de episodios la importancia que el autor concede a las costumbres, decires y dichos populares, los gustos de la gente, las tradiciones, las modas, las relaciones sociales entre vecinos y vecinas, las canciones populares, las diversas diversiones y las picardías o travesuras. A través de esas escenas vemos a los jóvenes que tienen que medirse para hacer el servicio militar, la mujer que le pide prestada una escudilla de gofio a la vecina, los lunes como día de descanso para ciertas profesiones, las trapacerías y picarescas de algunos y algunas, lo mal visto que era el hombre con el pelo largo o con falta de pelar, cómo ciertas conductas eran previsibles en determinadas personas, para bien o para mal; la vocación innata de algunas familias para el comercio, la inmadurez de ciertos individuos que no mejoraban con la edad, las tertulias y lugares de reunión de las mujeres, las noches que salían los fantasmas con su mensaje subliminal incluido, el correo, el uso de la bicicleta, el coche de los novios, vestir bien con terno y corbata, la aparición de los primeros conjuntos musicales de rock con nombres anglosajones a la moda, precedidos del artículo the en inglés (The Speeders y The Rangers); y la imaginación de los niños cuando se fabricaban sus propios juguetes. En estas pequeñas narraciones, tanto los hechos como las personas que aparecen reflejados son siempre tratados con exquisita dignidad, desprendiendo respeto, empatía y una visión humorística impregnada de autenticidad y ternura.
El cine como fábrica de sueños fue en esos años el principal competidor de las fiestas, y fue el espacio preferido por los aruquenses para la distracción. Por ello el Teatro Circo-Cine Viejo, como decano de las salas de Arucas, aparece nada menos que en siete relatos por diversos motivos. Por las matinés infantiles de los domingos, por las sesiones continuas o féminas con dos películas al precio de una, los estrenos, las películas en blanco y negro, la llegada de las imágenes en color y el cinemascope, los NODOS (noticieros), los cortes y la censura, el descanso, los dulces y chuches de Cesita y Aurelita, los acomodadores, los ligues, los besos prohibidos, los furtivos apretones de las últimas filas y por algún escándalo más con motivo de ciertas películas calificadas moralmente con el número 4, gravemente peligrosas y totalmente prohibidas por la Iglesia. El Teatro Circo-Cine Viejo era el más antiguo de los cines de Arucas y en donde, además de la exhibición de películas, se representaban obras teatrales, zarzuelas, festivales musicales, veladas artístico-musicales, desfiles de variedades, conciertos, espectáculos de magia y otras artes circenses. Además de los tres cines del casco, contaron con salas de exhibición de películas los barrios de Cardones, Santidad y Bañaderos.
La enseñanza está también recogida en estos pasajes por doble motivo. Los maestros que ejercían su labor en esta localidad, en unas condiciones poco recomendables y mal pagados, solían reunirse o mantener entre ellos tertulias, para hablar de sus cosas, porque la sindicación independiente no existía entonces. También se hace referencia al antiguo colegio de La Salle en la Carretera Nueva (hoy calle Alfredo Martín Reyes), a la escuela de niñas en la Hoya de San Juan o a la Casa del Niño que, aunque no era exactamente un centro educativo, tendría que haberlo sido. Los juegos infantiles y la forma en que los niños y las niñas de entonces afrontaban la carestía y el desabastecimiento fabricando o imaginando sus propios juguetes.
Otra temática preferida de estos relatos es todo lo que se refiere a la labor de las instituciones, como la inauguración del Parque Municipal, la importancia de la comisaría, el cuartelillo o la inspección de la Policía Municipal. Otros episodios describen el funcionamiento de la autodenominada Democracia Orgánica (eufemismo con el que se pretendía blanquear la dictadura) hegemonizada por la Falange y su Sección Femenina de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. Estas organizaciones, junto a la Jefatura Local del Movimiento Nacional y el Sindicato Vertical, fueron los organismos vicarios del totalitarismo gubernamental encargado de monopolizar el poder local en aquella farsa conocida con ese nombre. Desde aquellos poderes se controlaban los espacios de relación social, laboral, económica y política, al tiempo que hacían de vivero de mandos, de reclutamiento e instrucción dentro de las estructuras franquistas, que funcionaban de forma estrictamente jerarquizada en una labor propagandística y proselitista.
Aparece también en algunos episodios de Desde mi solana la Acción Católica y la Adoración Nocturna como organizaciones civiles tuteladas por la Iglesia. La Acción Católica tuvo dos etapas claramente diferenciadas, por decirlo de alguna forma. Una primera revitalizada por D. Francisco Hidalgo Navarro (El Cura Chico), que presentaba un carácter nacionalcatolicista y funcionaba dentro de unas coordenadas eminentemente pietistas propias del conservadurismo reinante. Más tarde se produce otra etapa auspiciada por el párroco D. Lorenzo Aguiar Molina, más aperturista y abierta a la sociedad, a la que intentaba llegar mediante actividades culturales, festivas y deportivas. De ambas etapas da cuenta el presente libro en varios relatos, especialmente en los que se refiere a las renovadas fiestas de Nuestra Señora del Carmen, que intentaron emular a las fiestas patronales. Del incipiente asociacionismo ciudadano poco se puede decir, salvo las pocas asociaciones de cabezas de familia y de padres de alumnos que funcionaban toda vez que las asociaciones vecinales tuvieron que esperar a los años setenta para hacerse más visibles y disponer de un mayor protagonismo. Estas entidades cívicas no siempre fueron bien vistas por las jerarquías gubernamentales. En Arucas, como bien se refleja en la presente publicación, existió una Asociación de Amigos del Club Deportivo La Isleña que fue una de las pocas que funcionaron en aquellos años.
Otra gloriosa institución reflejada magníficamente en esta publicación fue la Banda Municipal de Música y sus tocatas o conciertos populares al aire libre, algunas veces sobre el kiosco que se había levantado en una esquina de la Plaza de San Juan. Pero la mayoría de las veces los conciertos de nuestra banda representativa tuvieron como marco la desaparecida plaza de San Sebastián, los Jardines Municipales en la plataforma en donde se erigió el busto de José María Vargas Machuca, a la sombra de los bambúes, y finalmente al pie de la escalinata que había enfrente de la antigua farmacia Barbosa, en la referida Plaza de San Juan. Son excelentes las remembranzas de las composiciones musicales y sus letras, realizadas por autores como Antonio Herrera, Juan del Río Ayala o Néstor Álamo, que aludían a Arucas y sus fiestas patronales, himnos y pasodobles. Son interesantes los capítulos dedicados a las verbenas populares, los llamados asaltos en las sociedades y casinos, los bailes de juventud y las fiestas del Carnaval en Cardones, amenizadas por competentes orquestas y afamados vocalistas.
La Arucas viajera (o los aruquenses ausentes) también ocupa un espacio importante en este libro con dos pasajes dedicados a la emigración en tiempos difíciles, sobre los que se marcharon de nuestro municipio buscando un mejor porvenir. Fueron miles los aruquenses que tuvieron que buscarse la vida en otra parte (Venezuela, Cuba, Sahara Occidental, Guinea Ecuatorial, en otras Islas o en otras localidades dentro del propio Archipiélago). En estas narraciones no podían omitirse los medios de locomoción gracias a los cuales los aruquenses se movían o transportaban mercancías de un lado para otro. Además de una flota de taxis, en Arucas funcionaban los piratas y los coches de hora (Compañía de Viajeros Melián, luego convertida en AICASA). Fue muy popular la utilización de la bicicleta, las camionetas, los triciclos y las primeras motocicletas marca Guzzi-Hispania de 65 cc que ya empezaban a verse con cierta frecuencia en nuestras calles, caminos y carreteras. Y para los que no tenían medios o llegaban tarde a la cita, también estaba el famoso coche de San Fernando o el coche recogedor de novios demorados de nuestro recordado Antonio. Se incluyen además otras piezas curiosas como cuando en Arucas se filmó una película, sobre el cráter de la Montaña de Arucas y sus usos más frecuentes para suelta de palomas mensajeras, juegos infantiles de pelota, guirreas o echadas de cometas, así como los dedicados al algarrobo y los misterios que encierran las numerosas cuevas de nuestra localidad.
Debido al modelo de desarrollo impuesto en nuestras sociedades occidentales, en los últimos años se han producido dos fenómenos importantes e inevitables que dificultan enormemente la vinculación emotiva de las personas a la tierra que les vio nacer, o a la que se pertenece por razones residenciales, como son la desruralización y la globalización.
En el primer caso, asistimos después de quinientos años a una pérdida del mundo campesino, de sus valores tradicionales, junto a la desidentificación de la patria chica que tradicionalmente eran elementos generadores de un modo de ser, unas manifestaciones culturales y una cohesión social comunitaria que convertía a su gente en un foco de resistencia frente a las desigualdades sociales, los abusos del poder y los atropello por parte de los poderosos. En segundo lugar, se ha propagado una globalización bajo fórmulas hiperhedonistas que promueven un estilo de vida desligado del medio natural con la homogeneización cultural, la desmemoria y el totalitarismo consumista que desdeña el bagaje acumulado por minisociedades como la nuestra. Además de lo expuesto se ha agravado la cuestión por dos razones añadidas: a) la reciente incorporación a nuestra localidad de muchísima gente que viene de otros lugares con una mochila experiencial diferente a nuestra idiosincrasia, y sin el conocimiento suficiente de la peculiar forma de ser y de la cultura compartida en esta localidad; y b) las nuevas generaciones, bajo el efecto de la globalización, se han ido desarraigando al adoptar otros patrones de pensamiento y de comportamiento diferentes a los que rigen en nuestro entorno. Ello ha supuesto una pérdida de las señas de identidad y un debilitamiento del sentimiento de pertenencia a este lugar concreto que es Arucas y a la comunidad que allí vive. El resultado es que no todos los que están empadronados en este municipio sienten como suyas nuestras tradiciones y todo lo que ello lleva consigo. Por lo que tenemos que hacer un esfuerzo cohesionador para que todos podamos sintonizar con lo que hemos sido y somos; y percatarnos de la importancia que concedemos a la forma de ser de nuestra gente, y de esa forma recuperar el vínculo afectivo con el lugar en el que se nace o al que pertenecemos.
Trabajos como Desde mi solana contribuyen a esa empresa reeducadora y ciudadanizante que a la larga reportará muchos conocimientos básicos hacia una reconciliación del pasado con el presente, desde un plano cognitivo y emotivo, para desde ahí llegar a preparar un futuro integrador e igualitario.
Por todo lo expuesto hasta aquí, no me queda más que expresar mi gratitud por esta aportación a la memoria histórica de Arucas y felicitar a las personas que han hecho posible la edición de estos relatos. En particular, a RAA por el esfuerzo de escribir estos episodios aruquenses que ahora se ponen generosamente a disposición de nuestra gente. Y, cómo no, me gustaría animar a los lectores a disfrutar leyendo estos contenidos y difundirlos como auténticos valores comunitarios que deben ser compartidos y desarrollados entre todos.