A casa por Navidad. Un reclamo comercial de una empresa muy conocida, lanzó hace unos años esa frase, tan expresiva y tan adecuada para las fiestas navideñas... Al terminar cada año, en un rito religioso, social y familiar, las familias se reúnen para -junto a la mesa- degustar los exquisitos platos navideños preparados para la ocasión. Así manda nuestra tradición cristiana, y así se conserva la costumbre heredada de las generaciones que nos precedieron, y que las actuales tratamos de dar continuidad, inculcando a nuestros hijos y nietos que sigan imitándonos.
Son fechas también propicias para el retorno de los que viven lejos, de esos familiares, hijos, nietos... que han tenido que buscar en otras tierras el ansiado puesto de trabajo para desarrollarse social y laboralmente. Por eso en estos días hemos tenido en casa a nuestro hijo Donacio, que -residente en Londres- vino a compartir esos días con sus padres, hermanos, sobrinos, su abuela y sus amigos. Ya ha regresado a su trabajo, pero esos días pasados en familia le dan fuerzas para ir soportando la nostalgia que supone vivir lejos de la patria, y aunque Gran Bretaña es un país superior, donde los jóvenes tienen la oportunidad de formarse profesionalmente en una dimensión más universal, no deja de ser cierto también que a ellos, esos jóvenes profesionales, les hubiese gustado haber encontrado en su patria la respuesta laboral a sus aspiraciones, de acuerdo a sus conocimientos.
Mi condición de emigrante, y conocedor de las dificultades que supone tal situación, me hicieron esforzarme intensamente, junto a mi esposa, para darle a nuestros hijos los conocimientos necesarios que le permitieran pasar por la vida sin ser emigrantes, y desarrollarse profesionalmente en su patria; pero no ha resultado así, y aún con formación académica adecuada, no han encontrado en su patria el puesto de trabajo anhelado, y se ha repetido la misma historia del emigrante canario y español de otras épocas... Si bien, claro está, en situaciones no tan penosas como nos tocó vivir a nosotros. Esperemos que las cosas cambien y esa legión de jóvenes pueda volver a vivir en su patria, que aparentemente va remontando con lentitud las consecuencias de la crisis profunda y duradera de estos años.
El mundo es cambiante, los últimos acontecimientos sociales y económicos vuelven a demostrarnos que el futuro nadie lo sabe ni puede predecir, ahí tenemos el estado de postración y miseria en que se halla Venezuela, aquel próspero país, receptor de inmigrantes, donde todos cabíamos, donde su moneda era un referente mundial de estabilidad y garantía, y donde hoy mueren a diario muchos niños y mayores a causa del hambre y la desnutrición.
Los extranjeros residentes en Venezuela, y los venezolanos que sueñan con abandonar el país, se encuentran cada día al amanecer con una devaluación galopante del bolivar, que le hacen imposible disponer de recursos para emprender el viaje, pues hasta las líneas aéreas han dejado de volar a Caracas, y la verdad es que todos nos preguntamos hasta cuándo los venezolanos tendrán que estar condenados a vivir en situaciones tan extremas.
Aquí en nuestra patria, que también en el pasado año soportó la amenaza de un conflicto interno de grandes proporciones, y que esperemos no se recrudezca, va camino de la recuperación económica tan necesaria. Dios lo quiera y así lo esperamos.