Cuando hablamos de cerámica nuestra mente viaja, indefectiblemente, al pago alfarero de La Atalaya, en donde las loceras talayeras elaboraban al abrigo de las cuevas vasijas, tallas, bernegales, tostadores y otros sencillos cacharros con una finalidad utilitaria y doméstica. Pero hoy quiero contarles la historia de un artista holandés nacido en la villa grancanaria de Santa Brígida, Jan van Stolk, considerado uno de los mejores ceramistas del mundo, que creó un universo propio con sus manos a partir de las piezas de barro que moldeaba con gran esfuerzo y tenaz dedicación, pero desconocido en su pueblo natal. La cultura tiene a veces olvido imperdonables, quizá por desconocimiento, pero para saldar esa deuda con la memoria y satisfacer una curiosidad que nos ha acompañado durante años, esta crónica la dedicamos a conocer algo de la biografía de nuestro alfarero más internacional, cuyas obras decoran hoy el Museo Stedelijk de Ámsterdam o de Italia. Y es de justicia dejarlo escrito.
Su familia se estableció en la Villa de Santa Brígida poco después de concluir la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Juan van Stolk vio la primera luz en nuestro pueblo, a las ocho de la mañana del 11 de marzo de 1920, en una vieja casona de El Castaño, que permanece erguida junto a la carretera, que es el recuerdo más vivo que queda de la estancia de este artista en la Villa. Sus padres eran Pieter Adrian van Stolk (1883-1926), natural de Rotterdam (Holanda), entonces de 37 años y estudiante de Medicina, y la pintora Sofía van der Does de Willebois (1891-1961), de 28 años, natural de Heerhugowaard (Holanda). El niño fue inscrito en el registro civil de Santa Brígida tres meses después, y se le pone el nombre de Juan. Entre los testigos del acta de nacimiento figuraban Juan Krui Feri, comerciante natural de Porto Re, en Yugoslavia, y José Afonso López, labrador de El Castaño y socio fundador de la Sociedad La Amistad (el antiguo Real Casino). Tras su matrimonio, la pareja Stolk-Does decidió establecerse en el pueblo durante un largo año llevada por el consejo médico de que Pieter Adrian, afectado de una enfermedad pulmonar, se sometiera a una larga cura de salud en la esperanza de que el clima benigno de estas tierras y el apoyo de su familia obraran un milagro que a todos debía de antojarse como imposible. Recordemos que una de las razones por las cuales se desarrolló el turismo en Canarias fue la salud. A partir de la década de los ochenta del siglo XIX miles de enfermos europeos empezaron a disfrutar de retiros invernales principalmente Las Palmas, El Monte de Santa Brígida y el Puerto de la Cruz y La Orotava, en la isla vecina, en donde se establecieron los primeros hoteles, para curar o aliviar enfermedades de tipo reumáticas, cutáneas, pero sobre todo respiratorias, entre las que destacaba la tuberculosis. Pieter Adrian, como estudiante de Medicina, debía de estar al tanto de aquel turismo terapéutico y quizá se había asesorado con algunos compatriotas médicos de las condiciones climáticas de este lugar para su convalecencia.
De modo que aquel lejano año del que les hablo, esta familia de los Países Bajos disfrutó del encanto del paisaje y la extrema belleza de El Castaño, a la sombra que proporcionaban las frondas y el olor balsámico de los eucaliptos y en medio de una pendiente que de vez en cuando se veía pasar un carricoche o carruajes aún tirados por animales. A su espalda se abría un vasto valle con algunas casas aisladas, el barranco y terrenos de cultivos que aprovechaban los terraplenes y donde podía divisar las imponentes montañas del interior. Prefirieron esa casa de campo a una estancia en el Hotel Santa Brígida, tan de moda en la época entre la burguesía europea e isleña, que pasaba allí sus temporadas con el juego de tenis y los bailes, además de disfrutar de los menús y las excursiones al pago alfarero de La Atalaya o al imponente volcán de Vandama. Ya entonces, Sofía se dedicaba a la pintura, aunque desconocemos si trabajaba la cerámica. Lo cierto es que algunas de sus futuras obras parecen haberse inspirado en las mujeres que acudían a por agua al barranco o a las fuentes públicas ataviadas por ese manto que llevaban o cubretodo y la talla a la cabeza.
Pieza pintada realizada por Sophie van der Does, madre del ceramista
Nuevos retos. La pareja abandonó el pueblo en la primavera de 1921 cuando la pintora estaba embarazada de su hija, Romualda Bogaerts, que vino al mundo el 20 de junio de ese año y que seguirá los pasos de su madre, convirtiéndose en una reconocida pintora y escultora. Se casó en con el pintor Pieter Bogaerts (1920-1983). En 1925, la familia estaba establecida en Vietri sul Mare, cerca de Nápoles. Allí, Sofía se hizo cargo de una empresa de mayólica, Manufertura di Fontana, de cerámica vidriada decorada con colores sobre un fondo blanco; pero en medio de la ilusión por la nueva aventura artística y comercial, su marido murió en 1926 de la enfermedad pulmonar que le aquejaba. Poco después Luigi de Lerma (1907-1965) se incorpora a la empresa como técnico ceramista. Con Lerma aprendió a experimentar con el barro, moldeando sus infinitas posibilidades de formas, pues Sofía era más pintora de cerámica que alfarera, y supo insuflarle magia al objeto cotidiano, fruto de sus estudios de pintura en la Rijksacademie voor Beeldende Kunsten de Ámsterdam, donde recibió lecciones del pintor Richard Roland Holst. Dos años después, Sofía decidió cerrar la empresa y regresar a los Países Bajos. Entretanto, Lerma se convirtió en director de la empresa Cerámica Icara, en Rodas. En 1930, Sofía se marchó a Rodas con sus hijos y un año después contrajo nuevas nupcias con su antiguo compañero de trabajo Luigi de Lerma. En 1934, la familia se instaló en los Países Bajos, en Groenekan, y allí abrieron un taller de alfarería. Se especializaron en platos decorados con peces, pájaros y plantas, de gran funcionalidad. Sus hijos también participaban en sus talleres y aprendían de su padrastro la técnica del oficio hasta que terminaron por dedicarse a lo que querían.
Con apenas trece años ya trazaban la senda de lo que iba a ser su vocación y su destino, estimulados por una madre que les llevaba a museo y trabajaba en casa la cerámica. El satauteño Juan comenzó realizando pequeñas esculturas de figuras femeninas que buscaban la belleza elemental, al tiempo que cursaba sus estudios en el Genootschap Kunstoefening de Arnhem (Países Bajos), que lo hicieron transitar más hondamente por variadas técnicas. En 1951, abrió sus propios estudios en la ciudad holandesa de Nimega, convirtiéndose en un alfarero autónomo, y dos años después comenzaba a despertar en Oosterbeek una gran expectación por sus trabajos cerámicos. Hasta 1970, fue profesor en la Academia Libre de Nijmegen. Tuvo varios alumnos y asistentes, como Wim Fiege y Marianna Franken. Se cuenta que en los primeros trabajos de Van Stolk es reconocible la atmósfera mediterránea. Más tarde estuvo trabajando con decoraciones grabadas, a menudo sobre un fondo negro. Desde la década de 1960 también realizó varias esculturas en cerámica de gran belleza. Entonces comenzaba a deslumbrar con sus obras, a las que imponían su propio estilo.
Los primeros trabajos de Van Stolk muestran mucho la influencia italiana de su padrastro, aunque años más tarde comenzó a centrarse en la decoración arraigada, a menudo sobre un fondo negro. También en este periodo se crearon unas figurillas que podían servir como candelabros y campana de mesa. A mediados de la década de 1960, daría paso a piezas más figurativas, incluidos animales grandes y primitivos, fuertemente ejecutados en arcilla de chamota grande. El 20 de diciembre de 1997, el célebre ceramista holandés falleció en la localidad de Oosterbeek. En los aproximadamente 50 años de carrera activa, Juan el ceramista dejaba una gran cantidad de obras de arte, participó en muchas exposiciones y tuvo una gran influencia en un grupo de artistas jóvenes, especialmente del área de Arnhem/Nijmegen, dejando una huella duradera en la historia del arte y del diseño cerámico.
Cerámica canaria reinventada. Entretanto, en su pueblo natal, donde la alfarería se lleva en su ADN, la cerámica artística vuelve a estar de moda. Hay un interés por las piezas hechas con simple barro o arcilla, pero ahora con torno y acabados con esmaltes de uso culinario, gracias a la presencia de un taller en la Cruz del Gamonal número 164, en donde los artesanos ceramistas Rocío Torres Álvarez y Gustavo García Cruz realizan desde 2018 un trabajo vanguardista y difunden ideas modernas que en el extranjero eran ya una realidad. Sus obras, originales y creativas, reinan en las mesas de los restaurantes más prestigiosos o de particulares, así como en la decoración de casas y hoteles. Esta nueva generación de artesanos que reivindican y actualizan el oficio alfarero defiende una marca Mira Cerámica Contemporánea con productos de calidad y diseños asequibles que buscan romper barrera y abrirse paso fuera de nuestras fronteras con obras señeras utilizando el material cerámico como medio de expresión. Innovación, artesanía y diseño vuelven a la villa para darse la mano. A veces la modernidad nos llega del pasado…
Un plato de cerámica decorado con un dibujo por van Stolk (fondo: Ger de Ree van Capriolus)
Bibliografía, fuentes y agradecimiento
-SOCORRO SANTANA, P. / RODRÍGUEZ SOCORRO, M.ª P. (2012). El Hotel Santa Brígida. Historia de un emblema del turismo en Gran Canaria (1896-2012). Anroart Ediciones. Madrid.
-Archivo del Registro Civil de Santa Brígida. Partida de nacimiento de Joan.
-Agradecimiento especial a Ger de Ree van Capriolus por la colaboración prestada de datos y fotos del artista.