Revista n.º 1060 / ISSN 1885-6039

Mujo.

Lunes, 28 de agosto de 2023
Pablo Estévez Hernández
Publicado en el n.º 1007

Recuerda Severiano: “… y después cuando pasábamos hambre y había menos que comer en verano, porque había menos comida, íbamos a coger mujo. Con eso hacíamos el yodo... lo extendías, cuando ibas por la mañana y bajaba la marea, hacías una alfombra…

Punta Brava en imagen de Lili Ana Ramos.

 

 

Mi amiga Candy me dice que una prima suya vive en las casas de la zona que antes denominaban El Lazareto, cerca de la plaza Manuel Ballesteros, en el barrio de Punta Brava en Tenerife. Los días de mar fuerte, por las noches, el agua entra en los recovecos de las cuevas subterráneas, justo debajo de donde esas casas fueron construidas. El ruido esas noches es algo más que ecos o música. Son aullidos que sólo puedo imaginar si los comparo con la mar que he oído al romper contra los riscos cuando se pone lo que llaman la Marea del Pino. Pero también es más que eso, pues es diferente a contemplar y escuchar la mar de frente, siempre en un horizonte. ¿Qué debe ser tenerla dentro, bramando desde las profundidades, casi como si fuera una parte de la casa y de ti? ¿Acaso no es eso como si te poseyera?

 

Severiano, el padre de Candy, me dice poco del mar. Es como si le diera la espalda con respeto. Me dice que casi toda su vida en el barrio de Punta Brava, antes de salir de ahí y pasar por muchos trabajos relacionados con el turismo (como cuando fue barman del hotel Interpalace), la pasó con los animales: con las gallinas y las palomas, cuando todavía se hacía en el campo de fútbol el tiro al pichón. Y con los cochinos que había en el barranco, donde trabajaba su abuelo -que era “analfabeto total”- sacando tierra. Su abuela nació en Gáldar y de jóvenes se vinieron a Punta Brava (su abuela tuvo diecinueve hijos). El padre de Severiano conoció a la misteriosa María Jiménez (la mujer, posiblemente prostituta, o alcaldesa de facto, que dio el primer nombre al barrio) y me cuenta también que saltó al mar para socorrer a la gente del naufragio del vapor noruego en 1910, cuya ancla se encuentra ahora en la plaza de arriba del barrio. Su tío abuelo José era jornalero en una plantación de plátanos cerca de Punta Brava. Me resulta el personaje más interesante de la familia. De él dice que era muy guapo, “guapísimo”. También que era un “golfete”. En esa plantación conoció a una mujer inglesa, familiar de los propietarios del terreno. Se llamaba “Wai”, dice el padre de Candy, “Esnouwai”. Aunque Esnouwai (Snow White, para las y los entendidos) estuviera enamorada de José, él nunca la correspondió. Pero el nombre sí caló y acabó siendo el de la hermana, la abuela de Candy: Blanca Nieves, que tuvo siete hijos.

 

Siete hijos en una Punta Brava donde las calles eran de polvo y piedra, con un gran muro en la finca de Víctor Machado, donde ahora está Loro Parque, y con un pequeño transformador de luz, aunque en los años tempranos de Severiano no había ni electricidad. Para eso hubo que esperar a que el alcalde del Puerto, oportunamente llamado Isidoro Luz, se encargara de ampliar el tendido eléctrico en 1963. En todos los momentos que atraviesan las generaciones de la abuela y el padre de Severiano, el trabajo en las plantaciones agrícolas suponía un modo de vida duro, marcado por el jornal y por el analfabetismo de los que allí trabajaban bajo el dictado de capataces a las órdenes de empresarios mayoritariamente británicos. Yeoward es el nombre que más resonaba en la zona (Richard J. Yeoward, hombre de negocios británico que tuvo varios terrenos; algunos pocos de ellos, tiempo después, a través de operaciones de su hijo, fueron reconvertidos en el campo de fútbol Antonio Yeoward, donde Severiano y uno de sus hijos entrenarían a distintos equipos del UD Longuera-Toscal).

 

La gente recuerda esos años, marcados por el monocultivo del plátano, como “los tiempos de esclavitud”. Manuel Lorenzo Perera contó que un inglés, Mr. Baillon, mandaba al capataz de su finca en el Puerto de la Cruz que se abstuviera de “leerles el periódico a la gente durante las horas del almuerzo, porque a nosotros -decía Baillon- nos interesa que el obrero no sepa leer ni escribir”. Y además nos informa que en ese ambiente proletario del campo, un ambiente duro y sufrido, “una gran caracola, el bucio, a la que se extraía la sustancia comestible y se cortaba la punta, hacía sonar alguno de los trabajadores de la finca: pu pu pu pu”, marcando con el sonido las horas de comer y de faenar.

 

Cuando eso, cuando sonaban los bucios, antes de que llegaran campanas y sirenas, ni siquiera se llamaba Punta Brava el lugar, sino María Jiménez, como recuerda Severiano: “Yo cuando nací… Me decían ¿de dónde eres tú? ¿Yo? De María Jiménez. Yo no decía de Punta Brava. Punta Brava se decía por lo brava que está la punta”. Cuando me cuenta esto repara en que sí hay un momento en el que bajaba al mar, cuando en el verano estaba más en calma: “… y después cuando pasábamos hambre y había menos que comer en verano, porque había menos comida, íbamos a coger mujo [se refiere a la acumulación de algas marinas, principalmente rojas y pardas en la zona]. Con eso hacíamos el yodo. El yodo viene del mujo… Pues mi madre iba, tú ibas y cogías el mujo, lo extendías, cuando ibas por la mañana y bajaba la marea, hacías una alfombra… y si llovía, se jodía el mujo, se ponía blanco. Y después derramabas mujo… tenías que ir a vigilarlo… [Había] mujo negro, el otro era rojo… Mi madre se levantaba a las cinco de la mañana a coger mujo y después ya se iba a trabajar”.

-¿Y dónde trabajaba tu madre? Le pregunté…

-Eh... limpiando bares y cosas de esas.

-¿En el turismo?

- Sí.

 

Mujo en la playa de Punta Brava.

Fotografía del autor, 2021

 

 

Este texto forma parte de una colección de “reportajes” etnográficos del autor, realizados entre 2020 y 2021, intentando captar el extraño momento pandémico y al tiempo reflexionando sobre turismo, naturaleza y vida cotidiana. La colección será publicada como libro este año por Ediciones Tamaimos con el título Brava está la punta.

 

 

Foto de portada: Lilia Ana Ramos (2021)

 

 

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