Relacionada con la historia del monje escocés San Brandán de Clonfert, del siglo VI, que viaja en busca de la isla Aprósitus, Encubierta o Non Trubada. Este San Brandán navegaría por el Atlántico hacia el Sur, en busca del Paraíso, principio del mundo cristiano en Occidente hacia el cual peregrinar. De ubicación imprecisa: se trata de una isla que se avista en el horizonte y que se escabulle o de un gran pez con lomo boscoso: Jasconius, el primer Leviatán. En la Edad Media, las islas atlánticas eran desconocidas para los mediterráneos y, sólo tras la colonización europea de los archipiélagos, empieza a hablarse de San Borondón. Geográficamente, estaría situada al S.O. del Archipiélago Canario, a unas treinta millas náuticas de su extremo más occidental. La fe medieval hacía que se identificasen las Islas como tierra de promisión. Los mapas consignan muchas islas inexistentes, o que se decía que existían. Repetidos testimonios históricos insisten también en su existencia, y pretenden ubicarla en unas coordenadas precisas, entre los archipiélagos portugueses y españoles del Atlántico. Mapas europeos de los siglos XIV y XV certifican su existencia; lo mismo que hay referencias en los textos descriptivos e históricos dedicados a las Islas Canarias. Desde antaño se hablaba de la existencia, en la Macaronesia, de una isla móvil, seguida y perseguida por los navegantes; los propios reyes portugueses o castellanos la concedían a quienes consiguieran encontrarla. Colón, en su Diario, cita a un marino de Madeira que ya buscaba San Borondón en 1484. Quienes decían haber llegado daban datos aparentemente muy concretos de la misteriosa isla. Los primeros que dan testimonio de haber desembarcado en ella, entre Madeira y Gran Canaria, son marinos franceses: que estaba despoblada, que había restos de haberse hecho fuego, y que se aprovisionaron antes de seguir viaje. En 1539, Olaf Magnus (Upasala) refleja en sus mapas a San Brandán y los suyos, anclados en el lomo de una ballena; en 1570 Ortelius, sin embargo, la localiza al Norte de Inglaterra, cerca de Terranova. Torriani cita el viaje de un portugués, en la ruta de Lisboa a la isla de la Palma, que se ve obligado a recalar en San Borondón; habla de que se organizó, incluso, una expedición para buscarlo, sin resultado alguno; y también que un tal Ceballos afirma haber estado varias veces allí, y dice que hay selvas y pájaros, playas y gigantes. John Hawkins asegura que sólo expertos y arriesgados marineros pueden alcanzar dicha isla, dadas las difíciles corrientes marinas que la rodean. Fray Bartolomé de Casanova, que la avista desde Tenerife, asegura que la isla está conformada por dos grandes protuberancias, mayores que el Teide, separadas por un barranco. En 1570, Hernando de Villalobos, regidor de la isla de La Palma, cuenta cómo, a medida que se acercaba a la isla, más se alejaba ésta de su alcance. Del mismo año es el testimonio de Pedro Velho que asegura haber desembarcado en ella, a su vuelta de Brasil, y que hubo de soportar allí tormentas y temblores de tierra violentísimos, pasados los cuales se levantó una densa niebla tras la cual desapareció la isla. De ese mismo siglo XVI es el testimonio de Marcos Verde, muy similar: de regreso a Madeira, desde Brasil, a la altura de las islas Salvajes, lo sorprende un temporal y se desvía hacia las Canarias occidentales; allí, al parecer, encuentra otra isla a la que arriba con los suyos para reparar el aparejo; y la describe también con árboles y gigantes, y con dos montañas prominentes separadas por un barranco. En 1604, el piloto español Gaspar Pérez de Acosta organiza una expedición para localizar San Borondón, pero resulta infructuosa. Maurice Sacard aseguraba, ya en 1700, haber arribado a la isla, donde sólo habitaban manadas de cabras salvajes. La expedición de la nave San Telmo, capitaneada por el tinerfeño Juan Franco de Medina, confirmaba haber avistado la isla que, desaparecida nada más acercarse a ella, reaparecía en otro lugar. Viera y Clavijo* recoge en su Historia la descripción que un franciscano de La Gomera hace de la misteriosa isla; y a lo largo del siglo XVIII aún hay testimonios de apariciones de San Borondón, avistada desde El Hierro. San Borondón -explica María Rosa Alonso*- sustituyó los claros mitos clásicos, mediterráneos (…) por otro mito oscuro, impreciso, oceánico y celta de una isla brumosa, cubierta y arrebatada por las tempestades, en cuanto sus orillas tentaban la codicia del misterio.