A juzgar por los numerosos hallazgos efectuados durante décadas, este sector costero muestra indicios de un importante asentamiento prehispánico aprovechando las numerosas cuevas y oquedades abiertas por efecto de la erosión en los materiales de proyección aérea y en los planos de contacto entre coladas basálticas masivas acumuladas sin solución de continuidad. Se trata de un importante apilamiento de niveles lávicos y piroclásticos correspondientes a la Serie III, que ha sufrido los efectos de la erosión marina y de fenómenos locales de deslizamiento gravitacional, provocando el retroceso del frente acantilado. Las alturas medias superan los 200 m, caracterizándose por la verticalidad del terreno y las dificultades para la antropodinamia, con presencia de escasos senderos y veredas que lo recorren.
Las cuevas documentadas en la zona se caracterizan por una funcionalidad doble -habitacional y funeraria- dependiente de su accesibilidad, amplitud, condiciones de habitabilidad, orientación y proximidad a fuentes de recursos diversos. En general, las cuevas de habitación suelen aparecer en el tracto superior del acantilado, más fáciles de acceder, o en aquellos sectores menos abruptos. Los enclaves funerarios correspondientes a estas áreas de ocupación estable aparecen siempre en su entorno inmediato -incluso intercaladas en el ámbito habitacional-, aunque mediatizado por las propias condiciones de las cuevas y su posible uso.
El tramo acantilado comprendido entre el Barranco de Guayonge y el límite municipal con El Sauzal se caracteriza por la presencia de numerosas cuevas, aunque de acceso extraordinariamente difícil, por lo que cabe admitir la posible existencia de yacimientos -principalmente funerarios- en mejor estado de conservación. Asimismo, el citado cauce alberga numerosas oquedades -algunas de gran amplitud-, constatándose la tradición de que en el mismo se localizaba el auchón del mencey de Tacoronte.