Que aparezca un libro de Cairasco editado (más bien desmenuzado) por Antonio Henríquez, o un estudio de Antonio Henríquez sobre la obra de Cairasco, viene siendo ya un hecho cotidiano en el panorama cultural de Canarias. Dejando aparte alguna contribución publicada en BienMeSabe.org, desde que este estudioso nos sorprendió con un acercamiento novedoso a La esdrujúlea en la revista Estudios canarios de 2012 hemos podido seguir su investigación sobre la obra del canónigo en la revista Vegueta en 2014, de nuevo en Estudios canarios en 2015, en el Anuario de estudios atlánticos de 2018, y sobre todo en tres libros: la Comedia del recibimiento al obispo Vela en 2019, el Teatro en 2020, y unas deliciosas Novelerías, también impresas 2020, en las que Henríquez rastrea, entre otras cosas, la apabullante influencia de Cairasco en innumerables autores contemporáneos a él y de los siglos posteriores, una influencia que contradice de forma incontestable el sorprendente ninguneo al que fue sometido nuestro Cairasco por parte de la crítica del siglo XX.
Además de la próxima edición de La esdrujúlea que también está preparando Tamaimos, los que tenemos la suerte de seguir de cerca el trabajo cotidiano de Antonio Henríquez sabemos que en toda esta retahíla de ediciones falta una fundamental: el Templo militante. El profesor tiene ya terminado, desde hace algún tiempo, el fastuoso trabajo de microcirugía al que ha sometido esta obra. No creo pecar de exagerado si digo que se trata del estudio definitivo sobre la monumental composición literaria de Cairasco (como mínimo, será la base sobre la que se fundamenten todos los estudios cairasquianos de las próximas décadas), pero tampoco peco de pesimista si creo que al pobre don Antonio le va a costar trabajo encontrar un editor dispuesto a estampar no solo el Templo militante, que ya por sí solo ocuparía un par de gruesos volúmenes, sino todo el aparato crítico y filológico, que podría exceder en extensión a la propia obra del canónigo.
Antonio Henríquez sueña (lo repite con frecuencia) con ganarse una lotería para costear de su bolsillo esta aventura, un anhelo que, más allá de constituir una anécdota que pendulea entre lo cándido y lo cómico, refleja el triste panorama de la investigación humanística en nuestra sociedad. A pesar de ello, tal vez no debamos perder la esperanza de que los diversos estudios, tanto suyos como ajenos, que se están publicando últimamente sobre Cairasco allanen el camino para que finalmente aparezca el editor ansiado.
Precisamente para entender en su justa medida el poema Vita Christi tenemos que ser conscientes de la grandeza del Templo militante y de las motivaciones que tuvo Cairasco para componerlo. Calcula Antonio Henríquez que don Bartolomé se puso a trabajar en su obra magna en la década de 1580, después de conocer el Flos sanctorum nuevo de Alonso de Villegas, una colección de hagiografías en prosa que Cairasco se empeñó en versificar.
Cairasco debió de tener una capacidad de versificación extraordinaria, un agudizado sentido del ritmo, de la métrica y de la rima, que seguramente tendría relación con su faceta de músico y que le permitiría escribir versos prácticamente improvisando a partir de una idea, como han hecho tradicionalmente en Canarias repentistas y verseadores y como hacen hoy día algunos raperos. Pero, como bien saben raperos y verseadores, no basta con el talento. También hace falta un poso cultural formado por la decantación de miles de lecturas y referencias externas. Por eso Cairasco, que tomó de base a Alonso de Villegas, no se conformó con el Flos sanctorum, sino que recurrió a las fuentes de las que el propio Villegas había bebido y las completó con cuanta información pudo leer sobre la vida de cada uno de los santos hagiografiados.
El resultado es una obra en la que la lectura de Antonio Henríquez ha identificado la influencia directa de decenas de autores, y, por tanto, quien queda retratado en el Templo militante, mucho más que los santos a los que se dedica, es el propio Bartolomé Cairasco de Figueroa. El estudio pormenorizado de los versos revela una intertextualidad de tales dimensiones que nos vemos obligados a reconocer al autor como una de las cabezas mejor amuebladas de su tiempo, por no hablar de la extraordinaria capacidad de trabajo que la obra demuestra.
En resumen, gracias a Antonio Henríquez sabemos que Cairasco es mucho más que un autor extravagante que desarrolló enormes retahílas de versos esdrújulos, tan difíciles de leer para los lectores de los siglos siguientes.
Algo más fácil de leer es el poema Vita Christi. No tenemos datos suficientes para fijar la fecha en la que fue compuesto, pero parece muy convincente la idea de que se trata de un ensayo general antes de emprender el empeño de versificar el Flos sanctorum de Villegas y crear el Templo militante. Esta teoría, apuntada por el profesor Henríquez, se ve reforzada por el hecho de que la obra de Villegas comienza relatando, precisamente, la vida de Cristo.
En los 913 versos de la Vita Christi experimenta Cairasco algunas de las estructuras que van a ser recurrentes en los más de 100 000 que tiene el Templo militante: a veces utiliza la silva, que combina versos endecasílabos y heptasílabos, al gusto italiano, creando pasajes discursivos, casi didácticos:
Do Pedro miente, se perjura y niega,
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Otras veces presenta una sucesión de octavas reales, que aportan un poco más de musicalidad a los pasajes más dulces del relato, como son los que corresponden al nacimiento de Cristo, la circuncisión o la adoración de los pastores y los reyes:
Pastores, que a los reyes prepotentes |
Y en ocasiones, aunque con menos profusión de lo que cabría esperar de la imagen tópica de Cairasco, el autor ensaya también el uso de sus famosos esdrújulos, que incluso se sitúan en posición de rima en los pasajes más agrios, como la negación de san Pedro o el terrible episodio de los azotes. Lejos de ser una extravagancia, los esdrújulos son aquí un hallazgo sonoro que permite, por ejemplo, sentir el chasquido rítmico del látigo en la punta de cada verso:
Levanta el par cismático |
Es cierto que la lectura de esta literatura de tintes barrocos no es cómoda para lectores del siglo XXI, pero es evidente que no podemos dejarnos engañar por el estilo enrevesado y aparentemente inextricable de la poesía de este tiempo. Quizás el mayor enemigo de la memoria literaria de Cairasco sea un cambio de actitud ante la lectura: los lectores fuimos acomodándonos a medida que los autores dejaban de exigirnos una implicación tan estrecha con los textos. Pero Cairasco no fue así. Cairasco imponía a cada lector la obligación de coordinar todas sus capacidades para llegar directos, sorteando todos los vericuetos literarios del barroco, al corazón mismo de la literatura.
Antonio Henríquez nos demuestra en esta edición de la Vita Christi, como en el resto de sus estudios sobre Cairasco, que nos encontramos ante un literato de primera fila, con una pulsión poética que se desborda incluso en obras consideradas menores, como es este caso.
Y en contraprestación, esta edición de la Vita Christi, como el resto de las obras estudiadas por Antonio Henríquez, nos demuestra que nos encontramos también ante un filólogo que es pura pulsión investigadora. Es algo que ya sabíamos, hasta tal punto que resulta imposible disociar la imagen del profesor Henríquez de la sala de lectura de El Museo Canario, a la que acude cada día de cada semana, desde hace varias décadas, y en la que desarrolla su trabajo pacientemente, metódicamente, e incluso mecánicamente, como el personaje de Chaplin en Tiempos modernos, que apretaba tuerca tras tuerca en una cadena de montaje, empeñándose en no dejar atrás ninguna de ellas aunque se topara a cada momento con los escollos más inesperados.
Esta es la forma de trabajar de Antonio Henríquez, que no deja atrás ningún dato por comprobar, ninguna fuente por consultar, ningún manuscrito por comparar, ninguna coma por transcribir…, todo ello con un tesón y una disciplina que rara vez se aprecian en otros investigadores.
El resultado de su trabajo, en suma, son productos como la recién nacida edición de Vita Christi, obras fundamentales para nuestra filología en las que no solo se aborda, como sugiere el título de la colección, el rescate de un antiguo autor naufragado, sino que también recogen el legado de un investigador de excepción y, por qué no decirlo, de un hombre extraordinario.
Este fue el texto leído por su autor en la presentación del libro, el pasado jueves 26 de mayo, en la Biblioteca Insular de Gran Canaria, junto a Juan Gómez Pamo y el editor Antonio Henríquez Jiménez.