Por experiencia sé bien que presentar un nuevo libro no siempre es una tarea fácil. Mucho más cuando se trata de un buen libro, producto de una entrega agregada y de una paciente labor de muchos años investigando en diferentes archivos y bibliotecas. Pero tenía tres buenos motivos para acceder a lo solicitado: a) la admiración que siento por este autor cuya trayectoria y maestría no hacen más que acrecentarse en todas las facetas del saber que cultiva (poesía, prosa, ensayo e historia); b) la originalidad de la temática histórica que trata en esta nueva publicación; y c) el especial aprecio que siempre he sentido por el municipio de Firgas, un aprecio que me motivó siendo joven a escribir y publicar tres estudios monográficos sobre las vicisitudes de este pueblo a mediados del s. XIX.
Por otra parte, Firgas: alcaldes, toponimia y otras cuestiones (siglos XVI al XIX) es un relato histórico dotado de una unidad temática bien delimitada en cuya elaboración se ha empleado una rigurosa metodología aplicada que puede inscribirse cómodamente dentro de la tendencia conocida por microhistoria, al referirse a una pequeña localidad como es Firgas en donde ha fraguado una comunidad que se ha ido construyendo en un período de tiempo acotado de más de cuatrocientos años. Que nadie piense que la microhistoria es una hermana menor de la Historia o un enfoque vergonzante de asuntos intrascendentes. Todo lo contrario: la microhistoria (en sus variadas acepciones mexicana e italiana) es una rama necesaria e indispensable del saber científico y de las ciencias sociales sin la cual la elaboración de la Historia con mayúsculas sería una tarea carente de sentido, incompleta y seguramente sesgada.
¿Pero qué se entiende por microhistoria? La microhistoria, para explicarlo en pocas palabras, es una variante de la historia social de reciente desarrollo que analiza cualquier clase de acontecimiento, abordaje de personajes significativos o el estudio pormenorizado de fenómenos que sucedieron en el pasado, preferentemente ubicados en el contexto de localidades pequeñas que, en cualquier otro tratamiento general o a gran escala, pasarían completamente desapercibidos. La razón por la que la microhistoria despierta interés entre los actuales estudiosos de la historia se debe a diferentes razones: a) al tratarse de hechos acaecidos en lugares periféricos o rurales en donde ciertos eventos, considerados cotidianos o poco habituales, aportan pese a ello información singular o puntos de vista inéditos cargados de interés que, por esas mismas razones, solían tacharse injustificadamente de ahistóricos o de menor relevancia; b) la reciente valoración de la igualdad empodera ciertos aspectos de la vida social considerados indebidamente de nimios e intranscendentes dando voz a los que hasta ahora han adolecido de ella; y c) la microhistoria es también una reacción contra el elitismo académico que de forma un tanto caprichosa ha consagrado enfoques y metodologías canónicas sin más justificación que una jerarquización obsoleta.
No es una cuestión de conformismo, pero las cosas que en este libro se cuentan han sucedido de una cierta manera porque tenían que suceder así. Entonces el oficio de historiador es ir a buscarlas, ordenarlas, analizarlas y contarlas de la forma más didáctica posible poniendo atención por conducirse el máximo rigor. Este nuevo libro, en palabras de su autor, nace como una lógica manifestación de gratitud al pueblo de Firgas en donde ejerció como docente durante muchos años, el tiempo suficiente para cultivar amistades incondicionales entre alumnos, padres y vecinos de La Villa, capital del municipio más conocido de Canarias por la bondad de sus aguas minerales. Pero esta última publicación, al igual que las anteriores, no se puede disociar de la innata inquietud y desmedido interés de Juan Francisco Santana Domínguez, de su apasionado compromiso ético y profesional con la historia por desvelar todos aquellos aspectos que se refieran a nuestro pasado histórico y, en este caso concreto, al de Firgas, una tierra pródiga en acontecimientos memorables y una fuente inagotable de egregias personalidades públicas y cívicas.
En Firgas: alcaldes, toponimia y otras cuestiones el lector va a tener la oportunidad de hacer desde su cómodo sofá un largo recorrido desde el siglo XVI al XIX, pudiendo identificar los nombres y los hechos de las personalidades públicas que ostentaron el poder local en calidad de alcaldes ordinarios, reales y constitucionales de aquel lugar habitado desde el instante mismo de la conquista por las tropas peninsulares hasta el ocaso del siglo decimonónico. En el antiguo régimen, el cargo de alcalde recaía casi siempre en un vecino del lugar que hubiera alcanzado cierta notoriedad, se distinguiera por su conducta intachable o que tuviera las dotes suficientes para ejercer la jurisdicción ordinaria y garantizar el orden público. En determinados momentos, estos alcaldes gozaron de la firme protección de la Audiencia de Canarias ante la desatención de los Cabildos por los lugares poblados debido a que sus regidores estaban más preocupados por lo que sucedía en las capitales insulares (De la Rosa, 1978:91). El alcalde, cualquiera que fuese su nombramiento o elección por los vecinos con derecho a votar, presidía una junta compuesta por un fiel de fechos o escribano y, a partir del 5 de mayo de 1766 en adelante, con dos diputados del común y un personero auxiliados por un alguacil como predecesores directos de las corporaciones municipales de los modernos ayuntamientos. Sus competencias eran obviamente limitadas, pero solían atender asuntos relacionados con el abastecimiento de la población, la higiene pública, la seguridad de las personas, la salud, la prestación de granos para la siembra, las escuelas y las obras públicas en colaboración con los tribunales de justicia, los regidores cabildicios, la jerarquía religiosa, el corregidor de la Isla y la autoridad militar.
Acotado el tema central consistente en ordenar cronológicamente a los antiguos alcaldes ordinarios, reales y constitucionales que ha tenido la Villa de Firgas; realizada igualmente una suscinta relación de personalidades firguenses que precisaban de un conocimiento más profundo por su reconocida significación social, económica y cultural; y, por último, la detección de numerosos topónimos que fueron apareciendo en las escrituras, testamentos y contratos (de los que no siempre se conocen bien sus orígenes, importancia y evolución o las razones de por qué se han caído del lenguaje habitual; a lo que debe añadirse que muchos de esos nombres de lugares menores están hoy en día en desuso). Todos esos aspectos son lo que nutren esta nueva monografía de Juan Francisco Santana Domínguez.
Estructurado el puzzle e iluminados razonablemente los documentos consultados en el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas de Gran Canaria, los resultados obtenidos fueron luego ordenados delicadamente en formato libro y de modo asequible para que el público lector, desde ahora en adelante, pueda leerlo y entender esos mismos hechos, datos y detalles de personajes públicos y cívicos que, en su momento, fueron los principales protagonistas del curso de los tiempos, dirigiendo con mayor o menor fortuna los destinos de esta parte de Gran Canaria.
Firgas: alcaldes, toponimia y otras cuestiones (siglos XVI al XIX) es una importante aportación de Juan Francisco Santana Domínguez a la historiografía de la Villa de Firgas que, sin duda, contribuirá a ampliar el conocimiento culto que los lectores (especialmente de los firguenses) tienen de su propia tierra, elevando con ello los lazos de identidad y de pertenencia a la “patria chica”, siguiendo el ideal proclamado desde el humanismo renacentista y la Ilustración. Con estudios así se reaprende a convivir con el territorio, se potencia el orgullo de ser de donde se es y refuerza el compromiso de respetar las leyes de la naturaleza y el bienestar de todos sus habitantes, tanto del presente como del futuro. Son premisas fundamentales que si se asumen bien y se aplican adecuadamente ayudan, sin la menor duda, a gestionar el sentimiento de autoestima que no convierte a las personas en superiores o inferiores a los demás, sino que las hace sentir personas que se comportan como auténticas conquistadoras de la igualdad ciudadana integrando la diversidad en todos los aspectos de la palabra y de la vida.
Convencido de todas esas buenas intenciones que se han expuesto hasta aquí, no me quedan más palabras que recomendar vivamente la lectura del libro Firgas: alcaldes, toponimia y otras cuestiones (siglos XVI al XIX), invitar a leerla y difundirla. Finalmente deseo felicitar a su autor, Juan Francisco Santana Domínguez, por sus muchos y relevantes méritos y por esta nueva publicación histórica dedicada al municipio de Firgas.