En él podemos apreciar más de cien visiones distintas en las que el autor, con una mirada detenida en un tiempo que ya no existe, nos descubre, o más bien nos refresca, aspectos de una Arucas que hace tiempo que ha mudado en su forma de ser, sentir y vivir. Y Rafael Álvarez no solo lo lleva a cabo con discreción, sino que su testimonio camina en compañía de sus paisanos que han estado y están a su lado. Para los aruquenses de hoy, lo que el libro muestra es el rescate de un tiempo y de una ciudad. Y la hazaña de BienMeSabe.org es más que un gesto: es la necesidad de atrapar instantes que se han desvanecido y una forma de vida que ya solo se sustancia en la imaginación de los que la conocieron. Si algunos utilizan el cine para plasmar los recuerdos de la infancia, Álvarez, que dedicó su vida a la enseñanza, lo hace de la manera que mejor sabe: poniendo las palabras en el tiempo. Y, ahora, todas ellas quedan hilvanadas en este libro, que abarca un intervalo de Arucas que se inicia en la década de los años cuarenta del siglo pasado y llega hasta mediados de los setenta. Y en este dilatado período ha habido de todo: calles, personas, fiestas, bandas de música, juegos infantiles, navidades, belenes, carretones, bicicletas… y otras tantas percepciones que el autor desea atrapar y dar a conocer.
Y tengo para mí que cuando escribía, en la soledad de su solana, se quedaba ensimismado en la memoria convertida en palabra. Porque a Rafael Álvarez lo que le interesa es transmitir emociones, sensaciones, risas, costumbres… Y todo lo introduce en el zurrón de los recuerdos para que algunos lo conozcan, los más jóvenes, y otros tantos evoquen situaciones parecidas a las suyas. Por eso este libro es más que un libro. Álvarez les abrirá y avivará la imaginación. Y lo hace hasta cierto punto: el lector ha de completar lo que no se dice. Y no es que los textos estén incompletos, ni mucho menos, sino que el autor es un jugador más en la partida que mantiene con el futuro y desconocido lector.
En su momento, estos artículos gozaron de predilección por parte del público de Arucasdigital, y ahora ocurrirá lo mismo. Estamos convencidos. Y si antes encendíamos el ordenador para entrar en una ciudad distinta, ahora haremos lo mismo con el libro: cada vez que lo abramos sentiremos que Álvarez ha elegido lo mejor de su vocabulario y con él consigue que visionemos, como si de una película se tratase, unos momentos de felicidad que recorren vidas y situaciones inolvidables. Y que con el paso del tiempo adquieren un valor único y universal.
Decía, y dice, Gabriel García Márquez que “la vida no es la que vivimos, sino cómo la recordamos para contarla”. Y eso es justo lo que ha hecho nuestro escritor. Nos presenta una ciudad más pequeña y una isla más grande. Cuenta lo alejado que estábamos de la capital y de cómo la vida interior de la ciudad llenaba, con sus costumbres y anécdotas, y formas de ser y vivir, no solo un espacio vital sino una trayectoria donde la ciudad, siempre la misma, cambiaba a medida que íbamos creciendo con intereses renovados. Nuestro autor, con llaneza meridiana, presenta unas tarjetas postales que miran al corazón del lector, y lo zarandea, en el buen sentido del término, como queriendo tener un cómplice a su lado. Así que los lectores-cómplices que lo adquirirán no lo hacen por simpatía, que también, ni por amistad, que también, sino porque son conscientes de que quien lo compra lleva implícito el afán de que perdure en su librería, o estantería, o en su mesa de noche. Y desde ese preciso instante deja de ser un producto de consumo porque, sencillamente, el lector lo ha convertido en un objeto de deseo y permanencia.
Así que la propuesta de Rafael Álvarez es tan permanente como la vida, y tan sincera como sus palabras. Ya dijimos antes que ejerció la docencia. Y continúa en la noble labor. Porque un maestro lo mejor que tiene son las palabras que sirven, además de para explicar, para soñar y llevarnos en volandas por la historia más cercana y entrañable. Si leen con detenimiento, podrán descubrir paseos, música, un Mercado Municipal abierto desde las seis de la mañana y una Plaza bulliciosa de gente, coches y comercios. Y bares, muchos bares. Y una librería: la de Yaya. Recorrerán la pequeña Vegueta que es Arucas, donde las tarascas, los carretones, las guirreas, los deportes y los juegos infantiles brillarán en las imaginaciones perdidas en aquel parque de San Juan. Y descubrirán que el béisbol llegó a nuestra ciudad ni se sabe bien cómo y las ventas callejeras, junto con los ruidosos triciclos, animaban una sociedad mayoritariamente pobre. Y verán que hay esquinas que, a pesar del paso de los años, siguen siendo núcleos de conversación distendida, de charla cotidiana. Y el fútbol y las jiras. Y los teatros populares. Y el circo. Y explica también un tiempo distinto: las cartillas de racionamiento, el estraperlo, las procesiones y el estricto control de la Iglesia, que era quien, desde su elevada autoridad, concedía los permisos para poder trabajar en domingo.
En el libro hay de todo: desde las fábricas de alpargatas hasta lavar la ropa en las acequias, pasando por Marcial, el transportista, los piratas y los coches de hora. Y, sobre todo, habla de un embrujo: la Plaza. Verdadero centro neurálgico de una ciudad llena de gente. Además, servía para todo según los momentos, los días de la semana o las fiestas patronales. La Plaza era el centro no solo del casco, sino también de los barrios. En la Plaza se vivía, se bebía, se formaban las parejas y corrían los chiquillos en el paseo. La Plaza. Por eso, hoy, cuando la vemos desierta, sentimos un desasosiego porque, con lo bien que nos hace la tecnología, también nos recluye en nuestras casas para vivir solo una vida virtual. Y no es lo mismo mirar una pantalla que reír con el amigo cuando lo miramos a los ojos. No, no es lo mismo. Pero eso no lo dice Rafael Álvarez: eso se deduce de sus palabras. Como tantas otras miradas que se volcarán en estas páginas más que interesantes. Está bien que lo negro sobre lo blanco traspase la posteridad. Está bien que no necesitemos pantallas, ni enchufes, ni baterías: solo las manos de un desconocido lector y una mirada detenida. Sí, sí: una mirada para escudriñar, descubrir, avanzar. Porque lo que desea nuestro autor no es morir de viejos recuerdos. Como maestro que es, pretende que avancemos y aprendamos. Y este primer tomo es una buena muestra de ello.
Cuando usted, lector, avance en su lectura, escuchará los ecos lejanos de un tiempo. Pero, por encima de todos ellos, la voz de Rafael Álvarez que, como si fuera un susurro débil y profundo, lo llevará de viaje. Porque es perfecto conocedor del valor que las expresiones encierran. Y siempre supo que un día todas ellas, o casi todas, vivirían dentro de las páginas. Y los maestros no solo aman la lectura, sino, consecuentemente, los libros, los que albergan la sabiduría y donde se aprende. Porque lo que ansía no es que muramos de borrachera nostálgica, sino que aprendamos cómo fue esta Arucas de nuestros amores. Y nada más. Y nada menos.
Como ven, improbables lectores, la propuesta es clara. Si lee un artículo por día, este libro les durará más de tres meses en sus manos. Y en su imaginación. Y el autor les runruneará al oído lo deprisa que va esto. Y es posible que cuando lo haya terminado, otro prologuista ocupe este sitio para presentar la segunda parte de un sonido peculiar, único, cordial y limpio. Porque escritores como Rafal Álvarez hay pocos. Siempre tiene algo que decir, que gustará más o menos, allá cada uno, y escribe desde el cariño y la pasión por las palabras que sugieren y no engañan. Palabras verdaderas. Como es nuestro querido y entrañable escritor.
Este rescate de un tiempo y una ciudad tendrá una segunda parte, que esperamos con ganas de lector empedernido. Porque los que estamos acostumbrados a leer sabemos que el tiempo es una entelequia, una ilusión, donde la inmediatez no tiene lugar. La lentitud del lector es lo más parecido a la felicidad. Y, además, en estos tiempos asirocados, es una forma de rebeldía. Leer. Siempre leer. Por eso este prólogo (o casi) se titula “La vida interior”: la de una ciudad y un tiempo que se ha ido desvaneciendo.
Y que los aruquenses de entonces llenaron con sus voces, penas y alegrías.
Una rica vida interior. Sí.
Prólogo del libro de RAFAEL ÁLVAREZ ÁLVAREZ, DESDE MI SOLANA (I), Estampas aruquenses de los años 40, 50, 60 y los 70 del siglo XX, Beginbook Ediciones, Madrid, 2021.