Junto a la higiene, el otro elemento fundamental para medir el estado de una población son las epidemias catastróficas que sacudían históricamente las ciudades y pueblos del Planeta causando verdaderos estragos. Durante el siglo XVI no tenemos constancia de epidemias en La Palma debido, en parte, a las buenas condiciones higiénico-sanitarias, con controles efectivos de los buques que llegaban del exterior. En este sentido, en 1625 arribó a la Isla un barco procedente de Inglaterra con peste bubónica y fue interceptado para que nadie pusiera pie en tierra.
En el siglo XVII sí tenemos constancia de contagios. Así, el 16 de octubre de 1659 la Isla se ve afectada por la viruela, falleciendo en la ciudad 145 personas, en su mayor parte niños. En otro momento, las autoridades no tomaron las precauciones sanitarias necesarias y permitieron la entrada de un buque francés que arribó al puerto capitalino el 1 de agosto de 1669. El barco venía infectado, desembarcando tres cadáveres para que fuesen enterrados y un enfermo grave que fue trasladado al hospital, donde falleció una semana después. La enfermedad no se llegó a propagar.
Según Juan Bautista Lorenzo, durante el siglo XVIII, La Palma se vio afectada por seis epidemias importantes: la viruela de 1720 que causó 104 fallecimientos entre el 17 de abril y el 19 de junio; el brote epidémico desarrollado entre el 25 de agosto y el 17 de noviembre de 1759, falleciendo 81 personas, niños en su mayor parte; la epidemia conocida entonces como la puntada o pulmonía desatada en 1763, sin que conozcamos el número de víctimas mortales; la que afectó entre el 25 de noviembre y el 18 de marzo del año siguiente, muriendo 39 personas. Nuevamente, el 21 de diciembre de 1767 empezó la epidemia catarral que duró hasta el 16 de marzo de 1768, falleciendo 490 personas, de las cuales 115 fueron en la ciudad; por este motivo se baja la Virgen de Las Nieves el 2 de enero del mismo año. Nuevamente la viruela causa estragos en la población insular, en 1789; desde el 17 de octubre hasta el 18 de diciembre murieron en la ciudad 145 personas, en su mayoría niños.
Ya en el siglo XIX se han registrado, en noviembre de 1888, casos de fiebres tifoideas en el barrio de San Telmo (Santa Cruz de La Palma) y viruela en el pago de Tazacorte. Poco después, se declaró oficialmente la existencia de fiebre amarilla. Para prevenir sus efectos, el Boletín Oficial de 14 de noviembre establece la incomunicación de la Isla, con vigilancia en las costas con varias parejas de la Guardia Provincial, impidiendo cualquier desembarco de pasajeros y mercancías en puntos de la costa donde no haya puertos habilitados; incluso se organizan rondas de vecinos que ejercen de inspectores para impedir los desembarcos clandestinos.
En estos momentos, Santa Cruz de Tenerife está padeciendo una epidemia grave; por ello, un número considerable de ciudadanos palmeros, mediante una carta, también publicada en la prensa, realizan una serie de ruegos al Sr. Gobernador de la Provincia para que no se obligue a admitir pasajeros sin someterlos a cuarentena en el lazareto, que se permita seguir fumigando la correspondencia y que los vapores-correos interinsulares administren un buque con garantías de no estar contagiado.
La desaparición de la mortalidad catastrófica originada por brutales epidemias (peste, viruela, tifus, fiebre amarilla, cólera…) se nota sustancialmente en la isla de La Palma. Las enfermedades infectocontagiosas transmitidas por el aire, el agua y los alimentos comienzan a combatirse con las mejoras nutricionales, médicas e higiénicas. En este sentido, Santa Cruz de La Palma toma una serie de medidas higiénico-sanitarias, aunque poco efectivas y eficaces por los malos hábitos de la población, pero sembraron las bases de futuras actuaciones en calidad de servicios y modernización.
Superada ya la reseñada mortalidad catastrófica y sin ser determinante en el cómputo poblacional de 1901-1910, merece la pena mencionar los escasos conatos de epidemias que se dan en la isla de La Palma. La primera referencia que hemos podido encontrar la tenemos en Tazacorte, en enero de 1901, donde se desencadenó una alarma por los elevados casos de pulmonía, de tal manera que el médico titular de Los Llanos tuvo que permanecer todo un día completo en el pago, y en constante vigilancia, con frecuentes visitas en días sucesivos. En enero de 1902, el periódico El Grito del Pueblo, en su primer número, relata la preocupación que existe en Santa Cruz de La Palma por una epidemia de sarampión. Poco después, en octubre del mismo año, se desatan fiebres tifoideas que afectaron a la población de Mazo (Velázquez, C, 1999).
Hospital de Dolores de Santa Cruz de La Palma (mundolapalma.com)
La máxima expresión de estas enfermedades lo representaba la tuberculosis, probablemente la enfermedad más temida en aquellos primeros años del siglo XX. Más de 70 000 personas murieron en España por esta enfermedad, en 1901. Cuando se registraban casos en cualquier punto de la Isla, la gente se movilizaba y algunos huían para evitar el contagio. En los pueblos es habitual encontrar gente flaca y encorvada, jóvenes raquíticos y amarillentos, con el pecho deprimido, los ojos hundidos y andares inseguros. Muchos palmeros y palmeras llevaron encima la enfermedad durante largos años hasta la muerte.
En El Heraldo, 17 de febrero de 1903, se denuncia la aparición de dos casos de viruela en El Paso, algo grave que ocurre por el completo abandono de la higiene en toda la Isla, así como la enfermedad del crup, muy habitual entre los niños debido a una clara falta de higiene; es una epidemia frecuente, a lo largo de todos estos años, que asola a la infancia sobre todo de la ciudad.
La Fiebre Amarilla se declara oficialmente por los médicos el 15 de noviembre de 1906 en Santa Cruz de La Palma, detectándose tres casos. Automáticamente, se toman las medidas oportunas para evitar el contagio, prohibiéndose cualquier entrada de personas en la Isla y se extrema la vigilancia por parte de la Guardia Civil y de grupos de vecinos, que se turnan día y noche, para evitar los desembarcos clandestinos. Una circular extraordinaria que publica el Boletín Oficial del Gobierno Civil de la Provincia de Canarias, el 15 de diciembre, crea la alarma en toda la isla de La Palma.
La causa-efecto entre la higiene y la enfermedad es el tema a tratar en diferentes conferencias populares que se celebran en Santa Cruz de La Palma, como la impartida el 7 de enero de 1905, en la sociedad “Amor Sapientiae”, por el médico Julián Van-Baumberghen. Este doctor, según publica Fénix Palmense, en su edición del 10 de enero de 1905, solicitó hace unos meses establecer una clínica gratuita de niños pobres y otra de niños sanos, dar conferencias sobre asuntos de higiene, en particular a embarazadas y paridas, higiene infantil, profilaxia e higiene de la instrucción en las escuelas. El escaso interés por la higiene en la población es causa de epidemias y enfermedades; de ahí, la preocupación del cuerpo de médicos por tratar sobre los efectos sanitarios de la posición social, las enfermedades profesionales, higiene corporal, pauperismo, higiene de la habitación, alimentos, alcoholismo y medidas de sanidad pública.
La falta de higiene en la ciudad de Santa Cruz de La Palma es señalada por la prensa de aquellos instantes de 1907 como la causante de nuevos brotes de viruela. Según publica Tierra Palmera el 14 de abril de 1909, desde julio de 1908 se empiezan a detectar nuevamente casos de viruela en Santa Cruz de La Palma, aunque la denominación oficial de la enfermedad fuera «tifus exantemático», «sin que las autoridades hagan nada por erradicarlos.» La alarma se extendió nuevamente en la Isla y el virus empezó a causar estragos entre los que moraban en los lugares más sucios, cuyos cadáveres se enterraban de noche con verdadero sigilo. Al frente en la lucha contra la enfermedad se encontraba el doctor Julián Van-Baunberghen. La viruela es una enfermedad muy antigua, padecida por los humanos desde hace 10 000 años, encontrándose pruebas tangibles de su padecimiento en diversas momias egipcias. Las primeras descripciones de la enfermedad se realizaron en China en el siglo IV. A Occidente la plaga llegó en el siglo XVI, y basta una muestra para determinar el fuerte impacto ocasionado en la Europa de finales del siglo XVIII, en donde sucumbían unas 400 000 personas por la viruela cada año. En España, en 1901, murieron por viruela unas 7000 personas, reduciéndose las cifras paulatinamente hasta los 3500, en 1910. En muchos lugares de la Península todavía se dieron algunos contagios de fuerte virulencia como lo demuestran las 4 809 776 de muertes oficiales por enfermedades infecciosas, entre 1901 y 1910.
Otras enfermedades comunes que se padecían en la isla de La Palma son las fiebres gastrointestinales (hepatitis), resfriados, bronquitis, neumonía pleuresía, disentería (todo tipo de diarreas), anginas, sarna, tifus, reuma, tétano, gangrenas, erisipela, piemia, septicemia, oftalmías, lepra, sífilis, cutáneas y viriasis.
La situación médica tampoco ayudaba mucho; según el periódico Crónica Palmera de 3 de agosto de 1903: “En Santa Cruz de La Palma había 6 médicos y 1 farmacéutico; en Los Llanos, 1 médico y 1 farmacéutico; en Tazacorte, 1 médico y 1 farmacéutico; en El Paso, 1 médico y 1 farmacéutico; en Mazo, 1 médico y 1 farmacéutico y en San Andrés y Sauces, 1 médico”. El único hospital que existía en la Isla se encontraba en la ciudad capitalina, atendiendo a los que necesitaban ayuda sin apenas contar con subvenciones nacionales ni provinciales, que llegaban en pequeñas cantidades y a destiempo; subsistía sobre todo con las ayudas municipales. Así, por ejemplo, a principios del siglo XX, Santa Cruz de La Palma aportaba 9000 pesetas y 39 céntimos para cubrir las atenciones, el resto de los pueblos contribuía con 24 094 pesetas y 25 céntimos. Muchos casos que presentaban gravedad o que en la Isla no se podían tratar se enviaban al Hospital Provincial. Desde aquí, se mandó un oficio a la Alcaldía de Santa Cruz de La Palma para que no envíen más enfermos. Y desde esta se contesta que la Diputación le adeuda al Hospital palmero 68 332 pesetas y 82 céntimos. La polémica es patente y constante en los medios de comunicación escritos.
Tampoco se encontraban en buena situación los cementerios en la Isla, tanto en el de Los Llanos como el de Santa Cruz de La Palma, con lo que las quejas habituales se agolpan en la prensa del momento al corroborar que siempre están en obras, sucios y abandonados.
Miguel A. Martín González es historiador, profesor y director de la revista Iruene.