Toda fiesta conlleva un sentimiento de júbilo, de alegría, de compartir, que no puede por menos que instituirse en un verdadero mensaje de paz y buena voluntad, aunque sea al menos de forma momentánea, que la historia da muchas vueltas y luego nos trae más de una decepción.
Ese sentimiento de encuentro y entendimiento entre culturas y gentes de muy diversa procedencia lo encontramos sin duda alguna en los días del Carnaval, cuando unos y otros viven y disfrutan estos ancestrales festejos desde sentimientos, costumbres y entendimientos muy diversos, pero que confluyen todos en un departir y compartir sano y fecundo del que no puede derivarse otro sentimiento y otra aspiración más indiscutible y adecuada que la de la Paz.
Algo de ello ocurrió en Las Palmas de Gran Canaria en las carnestolendas de 1783, en especial cuando el 27 de febrero llegó la noticia del acuerdo de paz alcanzado entre España, Inglaterra y Francia, con el que se ponía fin a una guerra que mantenía en vilo a la isla desde hacía ya tiempo. El cronista Isidoro Romero y Ceballos recogía en su Diario como ... cuyos preliminares se habían publicado en París el día 15, y en Londres el 18 de enero de 1783..., con lo que el incidente con la balandra inglesa, que había sido cañoneada por los artilleros del reducto de Santa Isabel, en Vegueta, dos días antes se produjo ya con la paz firmada, aunque aquí aún no se habían enterado. Por ello, como recoge en sus Memorias otro cronista, Lope Antonio de la Guerra, ... se supo que en Canaria fueron muy célebres estas carnestolendas, porque con la noticia de estar ajustada la paz (con Inglaterra) se iluminó la ciudad por las noches y habiendo llegado allí algunos operantes hubo conciertos, saraos, máscaras y otras diversiones...
Los textos de cronistas y diaristas de los siglos XVII y XVIII ya recogen muy diversas noticias y relatos relacionados con la celebración desde aquel afamado baile de máscaras y disfraces que en 1574 se celebró en casa de un canónigo llamado Pedro León, con motivo de festejar el matrimonio de Matías Cairasco, con una concurrencia que abarrotaba salas y patios, fue, como destacó el escritor agüimense Orlando Hernández: … la primera noche de un Carnaval con memoria para siempre, mientras en la monacal Vegueta, las serpientes de los disfraces parecían retazos de estrellas perdiéndose entre la salmuera gloriosa de las callejuelas.
El Carnaval había nacido para siempre en Gran Canaria... Unas décadas antes, y como ha señalado la investigadora María Reyes García Gómez en su historia del caballo en Gran Canaria, sobre 1521, ya se habían nombrado a una serie de caballeros locales para que se encargaran de programar los festejos de la ciudad, en especial los de carnestolendas, encendiéndose esos días luminarias y organizándose entonces incluso fiestas de toros, juegos a caballo y otras alegrías, en una población que, pese a su juventud, y quizá por su estratégico enclave como puerto del Atlántico, recibía ya gentes ávidas de todas esas diversiones.
El Carnaval y la Paz son dos conceptos hermanados en la alegría de mirar al futuro, al porvenir, desde la seguridad que da el poder entenderse confiadamente con propios y foráneos, dos conceptos que han estado muy presentes en Gran Canaria a través de los siglos y que deben coronar el mismísimo blasón de sus sentimientos y de su identidad. No olvidemos como el propio José de Viera y Clavijo, en aquel ilustrado siglo XVIII, ya decía a propósito del Carnaval isleño: ... Mirad que viene ya de Momo el coche tirado de raposas y panteras, corriendo por el aire a largo trote; el Carnaval le guía, en una mano empuña la Marota o palitroque con muñeco encima, y con la otra la máscara se quita, se la pone. Por donde pasa todo es alegría, todos son juegos, diversiones... como lo es en este Carnaval de 2020. ¡Que lo disfruten!
Artículo publicado previamente en la sección Efemérides de la ciudad, de la revista Crónicasgc (ene-feb 2020).