Construir timples, por ejemplo, es tarea que no está al alcance de todos. Es cierto que “cada maestro tiene su libro”; sin embargo, detrás de cada uno de ellos se puede apreciar no solo el valor de la vida, sino la filosofía misma de la existencia. He conocido a unos cuantos artesanos y/o constructores de timple y cada uno lleva su impronta, su sello, que va desde la vanidad más absoluta hasta la sinceridad que se mezcla con el trino de los pájaros. Y es ahí donde la sencillez adquiere todo su sonido con el timple recién nacido.
Un viernes de diciembre hemos ido a parar con Diego Montesdeoca González, en Gáldar, constructor de timples. Aunque también es capaz, muy capaz, de dar forma a bandurrias, laúdes, mandolinas, contras, cuatros… “Suelo utilizar para el mástil cedro rojo o caoba. Para la caja, palosanto de la India o de Madagascar, arce, nogal americano…”. Luego añadió: “la combinación adecuada para un buen sonido es la combinación entre la tapa y la caja. Suelo tardar unos quince días, más o menos, en construirlos. Y para que salga un timple medianamente bueno la calidad de las maderas ha de tenerse muy en cuenta, sin lugar a dudas; no es lo mismo una de primera que de tercera. También influye el grosor, tanto en la tapa como en la caja, para la durabilidad del instrumento”.
La distendida charla se mezclaba con nombres que enseñaron a Diego Montesdeoca a colocar las cosas en sitio (“Ángel López me inició en esto de los timples y Ñito Moreno, hijo de José Moreno, me prestaba los instrumentos de su padre y de ahí cogía detalles”). Y equivocándose y corrigiendo errores ha logrado, con tesón y esfuerzo, y una mirada dispuesta a aprender continuamente, alcanzar la meta final: el timple, el laúd, la mandolina… Ha encontrado Diego Montesdeoca la forma necesaria para que el tocador disfrute con el nuevo instrumento. “Cada timple es distinto a otro, aunque esté hecho con las mismas maderas”, nos recalcó este constructor ante la mesa de los timples nacidos de sus manos.
Y allí la charla fue tomando forma “desde la tapa hasta la caja”, como gusta decir Diego Montesdeoca. Lo cierto es que pasamos una mañana deliciosamente tranquila, al socaire de las palabras y del valor de la vida, donde los instrumentos musicales verificaban, de manera honesta y sincera, el sabor de las cosas bien hechas. Siempre es bueno aprender.
Es Diego Montesdeoca González una persona con las ideas muy claras. “Llevo veinte construyéndolos, pero no soy un artesano”.
Y, sobre todo, nos agradó porque tiene los pies en el suelo.
Y eso no todo el mundo lo consigue.