Revista nº 1036
ISSN 1885-6039

Perspectivas de la ceguera de Galdós.

Sábado, 04 de Enero de 2020
Manuel Herrera Hernández
Publicado en el número 816

Desde 1911 Nougués tenía que escribir lo que le dictaba don Benito. Es asombroso que, solo mencionando los Episodios Nacionales (Amadeo I, La primera República, De Cánovas a Sagunto y Cánovas), que comprenden cerca de mil trescientas páginas, se escribieron alumbradas desde las oscuridades de su casi ceguera.

 

 

En una visita habitual de Gregorio Marañón a la casa de Galdós, siendo aún estudiante de Medicina, como se quejase don Benito de su vista la examinó y le dijo que solo tenía la vista cansada. Pero, al salir, Marañón explicó a José Hurtado de Mendoza que su tío sufría una catarata bastante avanzada, que exigía inmediata intervención. Pienso que, previamente, tuvo que haber consultado su problema ocular con el médico de la familia y, especialmente, con sus amigos los doctores Manuel Tolosa Latour y Enrique Diego Madrazo. Galdós escribe a Lorenza Cobián y a su hija María, desde Santander, el 27 de julio de 1905, que «para otra carta, les diré la fecha en que me harán la operación [...]. Esto no importa nada, con tal que después quede bien como dicen».

 

Ese mismo año Galdós, que ha cumplido sesenta y dos años, sufre después del verano una hemiplejía transitoria y, a partir de aquí, don Benito tendrá que escribir con lápiz. ¿La pérdida de visión y la hemiplejía tenían una etiología común? ¿Cuál era la causa? El doctor Alejandro San Martín, catedrático de San Carlos, era entonces el médico de la familia Galdós y aconsejó también que le viera el profesor Manuel Márquez. Este diagnosticó que Galdós padecía una iritis y cataratas más acentuada en el ojo izquierdo aconsejándole que tuviera paciencia y que le operaría a su tiempo. Más tarde, en la última semana de 1907, Galdós tomó a Pablo Nougués como secretario privado, debido a que la pérdida de la visión le hacía difícil proseguir sus trabajos literarios. Se quejaba con amargura de la situación difícil que era dictar a un secretario porque, decía, «la pluma es nada más que la prolongación del alma del escritor, que deja una parte de su ser en las páginas de su manuscrito». Nougués, a quien Galdós llamaba cariñosamente don Pablífero, se dio cuenta de que don Benito no veía bien y que los ojos, así como sus pupilas, eran pequeños. También advirtió que al caminar tropezaba con frecuencia y que al escribir no siempre guardaba una línea recta ni mantenía una altura uniforme en las letras de una palabra. Y llegó a la conclusión de que la vejez no era la única causa. Al mismo tiempo Galdós se quejaba de un dolor lancinante en las regiones temporales y de irritación en el ángulo del ojo izquierdo, pero hizo que Nougués le prometiera no revelar nada y le insinuó que podría ser solo a causa de las cefaleas intensísimas que sufría desde unos pocos años antes.

 

Cuando Galdós tiene sesenta y cinco años sus padecimientos son permanentes y cuando no son los catarros bronquiales, que él califica casi siempre como gripe, son afecciones neurálgicas diversas o el reuma; otras veces es el flemón dentario y la progresiva falta de visión, así como la dificultad al andar y los dolores en las piernas. Pero nada impide su vida íntima ni la pasión por su trabajo de escritor. Se acercan los últimos años de Galdós. En sus cartas a Teodosia Gandarias le comunica repetidamente su pérdida de visión y los tratamientospara la irritación a los ojos con lyorana y colirio de pilocarpina que el doctor Márquez le había recetado como remedio para su enfermedad.

 

En 1911 Galdós estaba concluyendo con mucho esfuerzo su Episodio La primera República. Por fin, el día 25 de mayo de 1911, en la biblioteca de su casa de la calle de Alberto Aguilera, 47, se realizó la operación de extraerle la catarata del ojo izquierdo por Manuel Márquez. Uno de los accidentes que pueden sobrevenir durante la operación de la catarata propiamente dicha es la luxación del cristalino en el espacio del cuerpo vítreo, donde desparece y se hace muy difícil extraerlo. Esto, desgraciadamente, es lo que ocurrió durante la operación de Galdós. El doctor Márquez advirtió que existía el riesgo, después de la laboriosa operación, de infección con la inflamación consiguiente. La infección fue tratada con inyecciones intravenosas de cianuro de mercurio, usado en aquella época no solo como antisifilítico sino también como el más poderoso antiflogístico que se conocía. Sin embargo, apareció una obstrucción de la pupila a causa del exudado que no pudo reabsorberse.

 

La convalecencia fue insoportable para el enfermo y su familia. A pesar de los esfuerzos del profesor Manuel Márquez, Galdós precisaba a Pablo Nougués como escribano. Desde 1911 Nougués tenía que escribir lo que le dictaba don Benito. Es asombroso que, solo mencionando los Episodios NacionalesAmadeo I, La primera República, De Cánovas a Sagunto y Cánovas, que comprenden cerca de mil trescientas páginas, se escribieron alumbradas desde las oscuridades de su casi ceguera. Ahora los días y las noches parecían inseparables y Galdós calificó su existencia como una sombra que llenaba una caverna profunda. Además, si observamos su escritura, esta es cada vez más vacilante, movediza, irregular y la grafía más desmesurada. Por otro lado, Márquez no dijo, pienso que por temor, que la catarata en el ojo derecho, una vez ya recuperado de la operación en el ojo izquierdo, precisaba una pronta operación.

 

Con todo, la operación no resultó satisfactoria y perdió la vista en ese ojo. En este verano de 1911 se acentuaron, además de la distimia de Galdós, otros síntomas como un caminar inseguro, apoyándose en el bastón más que antes y no andando derecho sino haciendo eses. Es importante subrayar que, en el Nouveau Traité de Médicine, de Brouardel et Gilbert, en el capítulo «Maladies de la Moelle Épiniére» par J. J. Dejerine, professeur de la Faculté de Medecine de Paris, dice Dejerine que «los tabéticos caminan haciendo eses». Según Joseph Jules Dejerine en la tabes: «[...] la escritura es como el gráfico de la incoordinación; es temblorosa, irregular, las letras mal ensambladas, desigualmente distantes, de dimensiones variables, las líneas demasiado delgadas o demasiado gruesas». Como observamos, describe exactamente la escritura de Galdós.

 

Por otro lado, es cada vez mayor la falta de vista en el ojo derecho.Y, por fin, en la casa de Hilarión Eslava,7, fue operado de catarata de este ojo el 30 de mayo de 1912. La catarata era también de gran tamaño, comparable a un altramuz voluminoso, con puntos negros pigmentarios en su superficie. La operación fue realizada por el profesor Márquez y actuando como ayudante su esposa, la doctora Trinidad Arroyo. El resultado operatorio fue bueno y don Benito recuperó la visión por su ojo derecho. Pero tuvo menos paciencia en el postoperatorio que la vez anterior y, al tercer día, se quitó la venda y exclamó a su secretario: «¡Victoriano, que te veo y me veo en el espejo!». Victoriano Moreno logró colocarle la venda nuevamente, pero informó a la doctora Trinidad Arroyo de Márquez cuando esta fue a visitarle. Después de esta segunda operación Galdós quedó menos hablador que nunca y su voz sonaba monótona y opaca. La expresión inmóvil de su cara ocultaba sus pensamientos y daba a todo él una apariencia de estatua.

 

En el verano de 1912 Galdós llegó a Santander el 22 de julio. Este verano Galdós está lleno de optimismo y cree que su falta de visión es debida a que precisa de otras lentes. También escribe al doctor Márquez para que, a su regreso a Madrid, le cambie los cristales porque cada vez ve menos. Meses después de haberse operado del ojo izquierdo don Benito comenzó a notar amargamente que también la visión en el ojo derecho disminuía. Desanimado acudía con frecuencia a la consulta del doctor Márquez y doctora Arroyo por lo que estos, finalmente, le hicieron un examen del fondo del ojo derecho y encontraron la papila de color ceniciento afirmando que era un síntoma manifiesto de reblandecimiento. Las consultas a oftalmólogos fueron numerosas. En 1912 su amigo Rodrigo Soriano Barroeta-Aldamar, escritor y político que estuvo desterrado con Unamuno en Fuerteventura en 1924, le sugiere que le vea también el doctor Rafael García-Duarte,catedrático de Oftalmología en la Facultad de Granada, porque «es especialista en la enfermedad de la vista que usted padece». Recordemos también su amistad con los especialistas doctores Delgado Jugo y De los Albitos.

 

Galdós marcha, como de costumbre, ese verano de 1913 a Santander para descansar en su palacete de «San Quintín» y allí cumple el tratamiento con los yoduros y colirios y lava sus ojos con agua boricada. En su correspondencia (11 de agosto de 1913) con Teodosia Gandarias encontramos que explica que «la irritación de los ojuelos se ha quitado ya, gracias al ácido bórico. De la vista voy bien; se aclaran visiblemente la visión de los objetos lejanos y próximos». Por desgracia a final de 1913 Galdós estaba totalmente ciego y ya siempre se le veía acompañado de su lazarillo que, en ocasiones, era Pablo Nougués y, con más frecuencia, Victoriano Moreno o Paco Menéndez. Desde entonces don Benito definitivamente también tenía ya que escribir todas sus obras con la ayuda de Nougués. La reacción espiritual de Galdós a su «cataclismo» ocular fue de resignación. Nunca se quejó de lo ocurrido, ni consintió que nadie censurase al doctor Márquez. La ceguera no le quitó su sencillez, su bondad, ni su carácter candoroso e infantil. Galdós, ya cerca de los setenta y cuatro años, viejo y ciego, se esforzó aún para no abandonar ni su trabajo ni sus paseos. Y realizó misteriosas salidas con su guía Victoriano Moreno a través del distrito de Pozas o hacia la Puerta del Sol y sudeste de los Barrios Bajos. A causa de su ceguera él no podía ocultar ya totalmente la clase de búsqueda en ciertas calles, pero los buenos madrileños delicadamente respetaron sus secretos.

 

El 29 de septiembre de 1917 Galdós, por consejo de Marañón, regresaría a Madrid desde Santander, ciudad en la que ya no volvería a veranear. A veces tenía caprichos y su carácter se volvía irascible e intratable. Paco, su criado Francisco Menéndez, cierto día ayudó a levantarle de su sillón y don Benito permaneció de pie durante algún tiempo. Intentó avanzar unos pasos, pero sus zapatos parecían pegados al suelo. Estaba ciego y titubeaba, perdía la estabilidad, y comprendió que era incapaz de guardar el equilibrio. Recordemos que el profesor Dejerine dice que «el atáxico no puede permanecer de pie con los pies juntos y los ojos cerrados; el enfermo no puede, a pesar de sus esfuerzos, conservar la inmovilidad, y esto es la primera manifestación del signo de Romberg». Y continúa que, agarrado a un bastón o a un brazo, el atáxico conserva aún una cierta marcha acompasada; pero, abandonado a sí mismo, es incapaz de avanzar, los pies parecen pegados al suelo. En fin, en un grado extremo, la posición vertical y la marcha llegan a hacerse completamente imposible y el enfermo es confinado en la cama.

 

Entre 1913 y 1920 Galdós parece la figura de El abuelo: es un anciano alto, huesudo, pálido, un poco encorvado. Camina torpe y arrastrando los pies. El bigote amarillo de nicotina le cae sobre la boca. Le queda una pelambre canosa y lacia. Unas gafas negras le enternecen los ojos ya sin luz. Viste con descuido prendas sumamente holgadas: un abrigo largo, una bufanda arrollada al cuello, un flexible dejado de cualquier modo sobre la cabeza. Su mano derecha se apoya en un viejo bastón, su garrote. La izquierda se coge al brazo de quien le sirve de lazarillo. Así se le veía asomarse a los escenarios entre los actores; y en El Retiro sentado en los peldaños de piedra sobre los que el escultor Victorio Macho asentaría su estatua; y, en el hotelito de la calle de Hilarión Eslava, en un sillón antiguo, abrigado con una manta sobre las extremidades por su sensibilidad al frío, inanimado como una esfinge, sin atender, al parecer, a la charla de cuantos amigos acudían a darle tertulia. Únicamente ciertos temas, recuerdos y cantos de su infancia canaria lograban atraerle. A Galdós, además, tenían que sostenerle porque no podía bajar o subir por sí mismo al piso superior de su casa. Es decir, que J. Dejerine describe en su Tratado exactamente lo que le ocurrió a don Benito. Este, tres semanas más tarde, estaba recluido definitivamente en su dormitorio. Y, poco después, el 13 de octubre de 1919, sufrió una crisis grave de uremia y ya le fue difícil levantarse de la cama. Las últimas salidas habían sido el 20 de enero de 1919 para la inauguración de su estatua labrada por Victorio Macho en el Parque del Retiro y el 22 de agosto que dio un paseo en coche.

 

Pienso que Galdós padecía sífilis terciaria (o tardía) manifestada por neurosífilis tabética y sífilis ocular, que fue la causa de su ceguera y, además, arterioloesclerosis con nefrosclerosis e hipertensión. Los datos epidemiológicos del siglo XIX indican la gran prevalencia de la sífilis. Publicó El Fígaro, diario de Madrid, el mismo día de su muerte que un familiar, al preguntarle por la causa de esta, dijo que «don Benito padecía de arteriosclerosis y reblandecimiento medular». Curiosamente esta enfermedad Galdós la había descrito en su novela Lo prohibido, donde cuenta la vida licenciosa de un solterón. Por otro lado, disponemos de la aportación del doctor F. Javier Cortezo-Collantes, que afirma que el profesor Marañón diagnosticó una iritis que, según Marañón, en aquella época su causa más frecuente era la sífilis. El doctor Márquez asistía a la clínica, de fama mundial, Allgemeinen Krankenhaus, en Viena, atraído por las enseñanzas del profesor Ernst Fuchs. El juicio que se hizo del resultado de las operaciones de cataratas y los comentarios adversos impulsaron al catedrático Manuel Márquez a invitar al profesor Ernst Fuchs a disertar en la Real Academia de Medicina sobre la tabes dorsal. En su conferencia «Relaciones entre el ojo y la tabes», dada en la Real Academia Nacional de Medicina (Madrid) el 24 de febrero de 1920, afirmó que la conducta diagnóstica ante una tabes requiere, en todos los casos, «además de un examen cuidadoso general del enfermo», realizar el «examen de la sangre y del líquido intrarraquídeo según el método de Wassermann».

 

Finalmente, recordemos que Galdós falleció el 4 de enero de 1920 en su domicilio de la calle de Hilarión Eslava, 7. Marañón, su médico de cabecera, había luchado denodadamente con un proceso urémico y la hipertensión arterial que, en diferentes momentos, había puesto en peligro la vida del ilustre escritor. Como dijo Tomás Morales, en Las Rosas de Hércules: … «abuelo glorioso vais marchando con la sombra a cuestas como una pesada cruz». Con este estudio he querido descorrer la cortina que ocultaba la causa de la ceguera de Benito Pérez Galdós y aportar claridad. Así, he querido honrar también al mayor novelista español junto con Miguel de Cervantes.

 

 

Manuel Herrera Hernández es Académico de Número de la Real Academia de Medicina de Santa Cruz de Tenerife. Foto: Galdós con Margarita Xirgu.

 

 

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