Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Gáldar es Historia. Letras tradicionales para el folklore.

Jueves, 09 de Mayo de 2019
Celso Martín de Guzmán
Publicado en el número 782

El tiempo ha querido que de su propio naufragio y de la proverbial apatía se salven para la posteridad estas letrillas, insignificantes, modestas e ingenuamente rimadas. En ellas, aunque de modo incompleto, está trasluciéndose la psicología colectiva de este pueblo canario, norteño, agricultor, festivo...

 

 

S. XVI. Antes de que sea demasiado tarde hemos recopilado una serie, diversa en los contenidos y en el tiempo, de los viejos cantares y decires, generados en torno a los distintos componentes sociales de Gáldar. No son en esta ocasión, los vestigios casi arqueológicos, milagrosamente salvados por el poeta Cairasco de Figueroa y oídos, probablemente, de boca de su propia abuela la princesa Tenesoya Vidlna, en las tertulias de las casonas galdáricas. Por entonces aún las voces del Infaca Doramas temblaban por los rincones de las vegas y las cuevas recientemente hispanizadas. La sangre, aún tibia por la mezcla de los mestizajes, iba dando vida a la nueva genealogía insular. La dulce fragua de una raza milenaria, protegida por el cristianismo, hablaba ya perfectamente el castellano y el latín. Ya estaban en pie, espléndidas en cales y artesonados, las ermitas de San Sebastián, Santa Lucía, y el Señor Santiago. Eran los albores del siglo XVI, a cincuenta años escasos de los tristes destinos del Atis Tirma, y cuando ya empezaba a correr la sombra de una imaginaria maldición, caída sobre el solar de Andamana, probablemente traída por el signo trágico de la muerte provocada del último dinasta de los Guanartemes, allá en la Laguna del Alonso de Lugo.

 

 

Guanarteme, Guanarteme,

parecen que han olvidado

que tú eres rey canario

y no un godo Adelantado.

 

Guanarteme, Guanarteme,

hijo de la raza guanche:

Guayedra grita en el cielo.

El nombre de Tamogante.

 

 

SIGLO XVII. Las denominadas florentinas de Gáldar, cantadas en las vísperas de Santiago, son unos de los más viejos testimonios de los pasacalles y rondas nocturnas, en las noches caniculares de julio, para celebrar las glorias de la patria chica, en otrora patria grande de todos los canarios:

 

 

Una estrella me encamina

a las torres de Sant Yago

la princesa Guaya Arminda

y la sombra de tus dragos.

 

Mi princesa Guaya Arminda

nieta de los semidanes

tuviste tu trono en Gáldar

y en Gáldar a tus faycanes.

 

Mi princesa Tenesoya

nacida en Cuevas Pintadas

diosa del pueblo canario

y del pueblo canario amada.

 

 

Pancho Platero

 

S. XIX. La catástrofe de Cuba repercutió en la sensibilidad insular (¿quién no tiene un tío en Cuba?). Tal es así, que la sabiduría popular supo interpretar en la figura señera y picaresca de Pancho Platero, personaje popular de primera fila, los distintos avatares de aquellos sombríos años de finales del XIX. Estas letrillas, hechas para cantar en tono de malagueñas, fueron conocidas como las coplas del 98 en recuerdo de la Guerra de Cuba, de la que fue testigo presencial el cabo Pancho Platero, más tarde gendarme municipal, encargado de alumbrado al gas de la entonces villa de Gáldar.

 

 

Cuando la Guerra de Cuba

en un gran barco se fueron

tres generales de España

y el cabo Pancho Platero.

 

Cebollas de las Quintanas,

quién te pudiera comer

con queso de los Caideros

y gofio de San José.

 

No vayas pa Filipinas

en ese barco de vela,

quédate aquí por Sardina

con tu novia Micaela.

 

 

S. XX. El tercer momento queda ejemplificado con la introducción del cultivo intensivo de las plataneras, que empezará a robustecer la arruinada economía de la comarca, hasta entonces sujeta a los cultivos ordinarios, y famosa también por la magnanimidad de sus cebollas. Aquí queda reflejada una cultura de tradición agrícola, y la dialéctica entre los poseedores de las tierras y los detentadores de la auténtica riqueza de la isla, que son las aguas:

 

 

Cachito de plataneras

no me alcanzas pa vivir,

el agua a dos mil pesetas

y la tronera en Becerril.

 

Casita de la Heredad,

llena de tiestos y macetas,

junta viene y junta va

y el agua a dos mil pesetas.

 


 

El tiempo ha querido que de su propio naufragio y de la proverbial apatía de muchos de los galdenses se salven para la posteridad estas letrillas, insignificantes, modestas e ingenuamente rimadas. En ellas, aunque de modo incompleto, está trasluciéndose la psicología colectiva de este pueblo canario, norteño, agricultor, festivo y que también conoce la ironía.

 

La recopilación de estos materiales fue hecha, siendo yo aún estudiante de Bachillerato en el colegio Cardenal Cisneros. El grupo de las coplas del XVI me fueron dadas a conocer por mi tío materno Juan Agustín, quien a su vez las aprendió de su retiro el sacerdote don Mateo Saavedra Martín, escultor aficionado. Eran conservadas en unas libretas que yo pude ver, hoy extraviadas, de puño y letra de Mariano Guzmán, tío-abuelo mío, y que murió soltero en Gáldar. Solía recitarlas, en las noches de verano, entre sus amigos, en el frontis de la iglesia, en compañía de José Batllori y Lorenzo. Las coplas del 98 fueron copiadas por mí, recitadas por el propio protagonista de los hechos, Pancho Platero, que murió de aproximadamente a los 100 años. Hablé con él en 1960. Mi amigo Juan José Batista López pudo obtener unas interesantes fotos de este personaje que ignoro si aún las conserva.

 

Y las últimas, pertenecen a la cosecha de don Antonio de los Ríos, nacido en 1900, cuya pintoresca compañía —bombín y rosa en la solapa— frecuentábamos siendo estudiantes en Gáldar. Me las recitó una sola vez. Volví a pedirle que me ampliara las letras, pero, conocido su carácter esquizotímido y poco propenso a la coacción, me fue imposible recabar más datos. Él también estuvo en África cuando la Guerra de Marruecos, por los años 20. Allí quedó fuertemente impresionado por el fragor de las armaos. Perdió lo que en los pueblos llaman el tino. Yo nunca he creído que estuviera vulgarmente loco. Se autotitulaba a sí mismo Usted de Majestades de Antonio de los Ríos de Grande Luxe del Alumbrare del Seré. Esta última magnificencia, el «climax» local y aislador que siempre es Gáldar, ha tenido mucho que ver en la elaboración de estos escapes entre líricos y emotivos, en cualquier caso patrióticos que, repetimos, sirven de alguna manera, para aproximarnos a los grados y al temperamento del pueblo motivo de nuestra pasión y, en su día, muerte.

 

Unas últimas palabras: justifican nuestra recopilación algunos hechos que ya también son historia. El nacimiento del grupo folklórico de Los Salbandeños en 1965, mismo año en que en la Universidad de La Laguna se fundaba la Colonia de Universitarios de Gáldar (entonces una veintena de pioneros), y que dentro de los criterios y limitaciones del momento intentaron reivindicar la raíz de lo canario, a través de la rehabilitación histórica de uno de los personajes más injustamente vilipendiados, enterrado en la ermita de San Cristóbal de La Laguna, DON FERNANDO DE GUANARTEME. Al homenaje, que tuvo repercusión en todo el Archipiélago, se sumaron la curia de la Catedral de La Laguna (el arcediano Delgado, el canónigo don Luis Van de Walle y el notario eclesiástico don Leopoldo Morales). El Dr. Elías Serra y el Dr. Hernández Perera, en el Paraninfo de la Universidad, pronunciaron documentadas conferencias para resaltar la patriótica iniciativa de los estudiantes galdenses. Entre las adhesiones al acto, la Asociación de Corresponsales de Guerra, presidida por el grancanario D. Domingo Navarro, por entonces muy prestigiado en los altos medios militares de España, prometió su apoyo, para en su día trasladar los restos, desde La Laguna a Gáldar, de don Fernando Guanarteme. Ya estaba en marcha un monumento que se levantaría en el viejo solar galdense en memoria de los guanartemes, y la idea, aplaudida por el pueblo, de dar definitiva sepultura a Tenesor Semidán en el templo de Santiago (que cumple ya 200 años de su construcción).

 

Una negativa reacción, del recién creado grupo Los Sabandeños, es la responsable de unas desafortunadas coplillas, alusivas al último rey de los canarios, donde una ligereza indigna de unos universitarios intentaban empañar, con malignas sospechas, el perfil histórico de uno de los canarios más universales, ya no solo víctima de los engaños de Pedro de Vera y Alonso de Lugo, sino de la dolorosa incomprensión de sus paisanos. No imaginamos a ningún grupo folklórico del mundo sobándose sobre la figura de un Carlomagno, un Cid Campeador o un Montezuma por el solo hecho, como Constantino, de haberse convertido al cristianismo y a la civilización. Solo quisiera que, en justicia, al menos esas infamias fueran olvidadas.

 

 

Este artículo fue publicado previamente en El Eco de Canarias el 25 de julio de 1978.

 

 

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