Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

'Investigación artística’.

Sábado, 09 de Marzo de 2019
Redacción BienMeSabe.
Publicado en el número 773

La muestra se inauguró el pasado jueves (7 de marzo) con la primera de las tres exposiciones que integran el proyecto.

 

La Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de La Laguna y el Vicerrectorado de Relaciones con la Sociedad de la Universidad de La Laguna (ULL) presentaron el pasado jueves 7 de marzo, el proyecto de uso de las salas de arte del exconvento de Santo Domingo como espacio para la investigación artística.

 

La iniciativa cuenta con el apoyo de la Unidad Departamental de Pensamiento Artístico y Prospectiva Cultural del Departamento de Bellas Artes y el patrocinio de la empresa Alcampo, que ha donado el equipamiento para la proyección audiovisual que requieren las muestras. La curaduría del ciclo corre a cargo de Adrián Alemán y Ramón Salas.

 

En el acto de presentación estuvo presente el Vicerrector el profesor de la Facultad de Arte y Humanidades de la ULL, Ramón Salas, y el jefe de Servicios Generales de Alcampo La Laguna, Federico Hernández.

 

El ciclo de tres exposiciones (la primera de ellas se inaugura este jueves 7 de marzo, a las 20:00 horas) se plantea como un episodio piloto que persigue dos objetivos básicos. Por una parte, dotar a la ULL de una sala de arte universitario, su programación es variopinta, y no se consagra en exclusiva al arte avanzado. Por otra parte, orientar parte de la programación cultural del consistorio lagunero a consolidar la vocación universitaria de la ciudad.

 

La primera de las tres exposiciones, denominada Historia(s): la vida secreta de los objetos, se expondrá hasta el 5 de abril y contará con la participación de los artistas: Serge Arzoumanian, Mike Batista, Karla Albuera, Lucía Dorta, Héctor Martín, Raul Pallarés y Abraham Riverón.

 

La segunda fase, que estará activa del 12 de abril hasta el 10 de mayo, tendrá como lema Imaginarios de síntesis: ¿de dónde son los nativos digitales? y la llevarán a cabo los artistas Sofía Alemán, Dailos Báez, Diego Cruz, Sara Garsía, Carla Marzán, Víctor Reyes, Mónica Serna y Eduardo Vega.

 

Cerrará el periplo, la tercera de las exposiciones, Intimidad(es): escenografías de la subjetividad, que se mostrará durante el periodo que va del 17 de mayo hasta el 14 de junio, y contará con las obras de Víctor Alemán, Stephi Blas, Vivi Déniz, Jorge Gallardo, Mabel Martín, Rocío Nosella y Lorenzo Silvestrini.

 

VIERNES, 8 DE MARZO DE 2019

 

Además, está prevista la celebración de una mesa redonda con los artistas y comisarios, para el viernes 15 de marzo (18:00 horas), así como una visita guiada por la exposición, el sábado 23 de marzo (12:30 horas).

 

Textos sobre los artistas de la primera exposición

 

Lucía Dorta

 

¿Qué será de mí, pueblo mío?

 

El desarrollo de las tecnologías de la comunicación ha acelerado e intensificado el proceso de globalización, facilitando y promoviendo la interacción e hiperconexión instantánea de personas e información. Bajo estas premisas, Lucía Dorta asume el entorno digital como un espacio de investigación artística. Las redes sociales, la realidad virtual, los videojuegos, el ensamblaje y el found-footage o el narcisismo digital son espacios privilegiados para el análisis artístico de las nuevas tecnologías de la identidad, pero también de la supervivencia de las inercias culturales y de las tradiciones asociadas a la historia de los vencedores. Una mezcla disruptiva de cronotopos heterogéneos crea un lugar radicalmente anacrónico –porque no se asienta cómodamente en el presente pero tampoco se reconoce en el pasado– idóneo para contar herstories, historias aún no contadas, historias de subalternidades y de perfiles de definición y demarcación. La mezcla sincrónica entre la alta y la baja cultura simplemente destruye las jerarquías y las referencias, pero la mezcla diacrónica entre imágenes artísticas desauratizadas e imágenes banales estetizadas, reproblematiza imaginarios que, como los del catolicismo, la tauromaquia, el nacionalismo, el machismo o la heteronormatividad, persisten en mutaciones mediadas por el prestigio del turismo, la identidad, la tradición, lo popular, la libertad sexual, la familia, la moda, el amor o la nostalgia.

 

Mike Batista

 

Coste de oportunidad

 

Cuando tenemos que valorar y elegir una opción entre varias, llamamos “coste de oportunidad” a aquello a lo que renunciamos tras tomar la decisión. Hermann Göring, líder militar del partido Nazi dijo: “los cañones nos harán fuertes; la mantequilla sólo nos hará más gordos”. En cualquier caso, la elección entre «cañones o mantequilla» se planteó como una cuestión de maximización de beneficios que le exigió a una nación definir sus gustos.

 

Las opciones incluso las más atractivas, entrañan una pérdida. Detenernos a pensar en cuestiones que pueden parecer triviales nos obliga a darnos cuenta de que el relato vital no es más que una sucesión de decisiones que implican discriminaciones. ¿Emigrar en busca de un futuro mejor para la familia o permanecer en una cómoda (por habitual) incertidumbre? Mike Batista reflexiona en este trabajo sobre sus disyuntivas maternas, bucea en su propio pasado y reconstruye la constelación de decisiones que les guiaron a él y a su familia en su plan de fuga a bordo del Iván Franko, el último crucero ruso que zarpó del puerto de La Habana, en 1991. A partir de una “anécdota personal” nos plantea que la subjetividad, como el futuro, no se anticipa, se determina, casi siempre mediante decisiones irreversibles.

 

Héctor Martín

 

Sin Título

 

¿Cómo pensar el espacio urbano cuando vivimos “naturalmente” en él? Esta es la pregunta que se plantea Héctor Moreno en y con su obra, en la que la deriva y el azar se convierten en herramientas para “desnaturalizar” los objetos y elementos con los que se encuentra a lo largo de sus itinerarios por la ciudad. Una simple señal de tráfico indica una dirección obligatoria, pero también la existencia de un estado, un pacto social, un deseo de seguridad, un modelo de movilidad, un miedo a la sanción… Cada elemento del paisaje urbano cuenta una historia, que el artista registra y reescribe en cuadernos y pizarras que varían como lo hace a diario la fisionomía de la ciudad. Sus paseos se detienen con frecuencia frente a los espacios urbanos indefinidos o “fuera de ordenación”. Paisajes desvinculados económica y socialmente del resto de la ciudad de la que forman parte. Grietas en un planeamiento urbano que, de nuevo repensadas, nos hablan de lugares al margen de lo establecido por el sistema. Traducidos en croquis, anotaciones, enmiendas y tachaduras murales, representan una ciudad concebida como discurso –en el amplio sentido de transcurso temporal, recorrido físico, reflexión intelectual, invención o ideación y posicionamiento especulativo–.

 

Serge Arzoumanian

 

El caballo y la «L».

 

La obra de Serge Arzoumanian gira en torno a tres conceptos: desplazamiento, diseño y agenciamiento. Sus obras se sitúan en el espacio liminar entre el arte y la mercancía, la apariencia y la funcionalidad, lo ya visto y lo desconocido, moviéndose sibilinamente por la sociedad del espectáculo. Altera la superficie de los objetos, suspende su reconocimiento y los traslada a un espacio de transición en el que las cosas mantienen lazos con la memoria, coquetean con los conceptos y seducen a la ergonomía visual invitando a respuestas somáticas disfuncionales. Nos hablan en estilo directo, nos tutean, pero no se dejan reconocer con las categorías de nuestro pensamiento: son abstractas y figurativas, estéticas e informales, simples y complejas, estrictas y lúdicas… desplazan, dislocan, fatigan amablemente nuestras categorías y sacan a la luz el sistema de dicotomías sobre el que asentamos nuestros reconocimientos.

 

Los sujetos ya no disponemos de categorías compartidas con las que someter a los objetos, su valor de uso se confunde con el de cambio, se han emancipado, han heredado nuestra elocuencia y se han apoderado de nuestras prerrogativas de sentido. Sin una definición cultural de lo necesario, el diseño se convierte en mera apariencia. Y el diseño moderno, que sólo pretendía dejar a la vista la función, en pura autorreferencia. En ese punto todo se parece con todo, todo nos recuerda a algo con lo que tampoco nos acaba de encajar, deja de ser lo que nunca había sido y se abre a explicaciones que no derivarán en el dominio de la cosa y a agenciamientos de sentido tan naturales como contingentes.

 

Abraham Riverón

 

Catastrografías

 

Había una vez una mujer trabajadora, hija de albañil y mujer de policía nacional, que le quitaba a sus hijos independentistas la bandera de las siete estrellas verdes porque su tela era, con diferencia, la que mejor limpiaba los cristales. La identidad se piensa con repeticiones pero se escribe con diferencias. Bien lo sabe el hermano menor, que estudió aparejadores en el estado del bienestar, que prometía al que se formara un trabajo estable en una sociedad de progreso incesante. Y sus padres, que costearon a sus hijos los estudios que ellos no pudieron tener, tras comprar su pequeña vivienda en construcción. Mal podían imaginar que sus descendientes, deseosos de independencia, seguirían en aquel pisito con sus treinta años cumplidos y un currículo que lo único que les asegura es el honor de ser la primera generación desde la caída del Imperio Romano que vivirá peor que la de sus padres. Catastrografía alude a la ruina, a la ansiedad, a la inestabilidad y la emergencia del tiempo en que nos ha tocado sobrevivir. Abraham Riverón, arquitecto técnico, construye su primer edificio pero no es capaz de tenerse en pie. Nace como ruina en el paisaje vernáculo del cemento, la industria hotelera, la autoconstrucción –arquitectónica y personal– y la “corrupción del carácter”, rodeado de una sociedad de desconocidos que huyen de sus patrias para emanciparse en un parque temático donde las kellys limpian las ventanas con banderas independentistas y los planos de emergencia les recuerdan constantemente “You are here”.

 

Karla Albuera

 

Esto no es un bodegón

 

El bodegón ya no es lo que era. Durante siglos, la burguesía vió en el bodegón un modo de representarse en una sociedad basada en el “tengo luego existo”. El bodegón fue desapareciendo como género pictórico conforme se expandía a la totalidad del hogar: en la sociedad de consumo vivíamos instalados en un bodegón. Pero la misma mercancía fue debilitando estos fuertes vínculos entre el objeto y su poseedor. Hoy el género del bodegón lo practican fundamentalmente las grandes superficies. ¿Quién colgaría en la pared de su casa el folleto con las ofertas de la semana? Componemos nuestros bodegones en el carrito del supermercado, con productos con fecha de caducidad. La mercancía se pudre a la velocidad de la obsolescencia programada, pero la imagen permanece. Los posburgueses ya no cifran su existencia en el tener, ni siquiera se preocupan por parecer, el prestigio es algo demasiado a largo plazo. En el mundo de la movilidad “aparezco, luego existo”. Seguimos fotografiando el plato de comida y la bandeja de bienvenida del hotel, pero inmediatamente las ponemos en circulación, las colgamos para que sustituyan a nuestra anterior “historia”, que caduca a las 24 horas. Hoy nuestro dispositivo por excelencia para componer bodegones es la bandeja del aeropuerto, en la que nos obligan a depositar nuestros monumentos a la movilidad: los líquidos y productos de belleza, el ordenador, el dinero, las tarjetas –de crédito y de embarque-, el pasaporte y, por supuesto, el móvil. Y el procedimiento pictórico la máquina de rayos equis, que somete los objetos a la ley de la transparencia. Lo que define nuestros bodegones es que se desplazan por una superficie rodante. Por eso Karla Albuera traduce el cuadro en una pantalla móvil de croma, en un Photocall que convierte objetos y sujetos en figuras de un tránsito constante por el flujo del aparecer. Hasta los Oscar te conceden 20 segundos de gloria, si te demoras, te pudres.

 

Raúl Pallarés

 

Hayma – ???? (soft biopower - close watch)

 

Raúl Pallarés utiliza un cronotopo concreto para desarrollar su tarea de investigación artística. Convertido en Flâneur, real e intelectual, rastrea las huellas del ingeniero aragonés que ideó, para la construcción de El Aaiun, una evolución de la jaima que adaptaba el imaginario del nómada a su inédito sedentarismo. Clasicismo y funcionalidad bioclimática y constructiva crearon una imagen identificativa tanto de una cultura islámica concreta como de la utopía abstracta del modernismo, en la paradójica capital de un pueblo cuya patria era una ruta en el desierto. Esa imagen pone en evidencia la complejidad de un conflicto poscolonial abierto desde 1942, en el que España perdió el último bastión de su identidad imperial. Pero también opera como metáfora de las contradicciones que conlleva tratar de habitar el nihilismo, de construir la propia subjetividad en el desierto del posfordismo, que avanza incesantemente desterritorializando. El soft-power ya no nos intimida desde el panóptico foucaultiano, nos seduce desde el bio-power, que difumina cualquier referencia estable, incluso la del vigilante. El autor, consciente como nadie de que el sujeto es un beneficio colateral de su obra, utiliza la prótesis típica del artista posmoderno, el cuaderno de bitácora, para convertirse en historiador de los pasos perdidos. Encuentra en esa deriva el modo de orientarse en la incertidumbre, la única referencia posible para la identidad del nómada.

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