A este siguieron: Siempre ha pasado algo, de Carlos Pinto Grote*, poeta que fue valedor primero de la colección; El tiempo habitable, de Fernando Garcíarramos*; Mar humano, de Manuel González Barrera* y Para decir en abril, del propio Eugenio Padorno, este ya en 1965. Al trasladar Padorno su residencia a Las Palmas de Gran Canaria, siguió al frente de la colección que cambió entonces de formato: de los ejemplares en octavo, con muy sobria tipografía, se pasó a volúmenes en cuarto y mayor esmero en la presentación, cambio que ya se había iniciado en el último de los volúmenes citados. Fundamentalmente dedicada a la poesía (pues quiso ser, con la colección Tagoro*, órgano editorial de la generación poética insular de esos años), Mafasca publicaría también Las primeras horas, de Emilio Sánchez-Ortíz, volumen que pretendió iniciar una serie de narrativa que no llegó a consolidarse. En 1967, se publica Elegía y testimonio, de Alfonso O’Shanahan* y, al año siguiente, Geografía e historia, de Jorge Rodríguez Padrón*. En ese año la colección dejó de publicarse.