Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

El declive de una acequia histórica.

Martes, 23 de Abril de 2019
Pedro Socorro Santana (Cronista Oficial de la Villa de Santa Brígida)
Publicado en el número 780

El canal que transportaba desde la Vega de San Mateo el agua de la Heredad de Tafira se encuentra en estado de abandono junto a la vieja carretera del Centro ante la desidia general. El enclave tuvo un gran valor estratégico durante la histórica Batalla del Batán.

 

 

En la Villa de Santa Brígida (Gran Canaria) hay bienes del patrimonio que tienen una historia fascinante detrás, pero muy lúgubre por delante. Por ejemplo, la acequia de Tafira, un antiguo ramal construido en el siglo XVI que transportaba el agua desde una fuente natural enclavada en la Vega de San Mateo hasta el barrio de Tafira, no solo amenaza ruina, sino que los pocos tramos que han quedado para las actuales generaciones están a punto de desaparecer de la vista y de la memoria de la gente.

 

Encastrada en el territorio, junto a la carretera del Centro, la histórica acequia de Tafira pasa desapercibida ante los cientos de automovilistas que circulan a diario por esta vía insular. Esta joya del patrimonio hidráulico de la isla sobrevive a duras penas en el espacio urbano de El Monte, testigo mudo de un mundo agrícola que existía a su alrededor y que ha desaparecido. Fue una de las arterias principales que portaban desde el interior las aguas abastecedoras de la población y primordiales para el riego del conjunto de huertas más feraces de la isla, básicas para el continuo suministro de verduras y frutas frescas demandadas por la Real de Las Palmas. Pero también tuvo un gran valor estratégico durante la histórica Batalla del Batán, ya que en la mañana del sábado 3 de julio de 1599, cuando una columna de 4000 atacantes holandeses se dirigía a El Monte Lentiscal, los lugareños cortaron la acequia y enturbiaron las aguas a la altura del molino batanero. El sol abrasaba, el calor era sofocante. Las tropas holandesas, pesadamente dotadas de equipo y armamento y nada habituadas a este terreno, sufrían sedientas su dureza mientras intentaban avanzar.

 

Su origen se remonta a los años posteriores a la conquista, ya que los documentos más antiguos que obran en los archivos de esta comunidad datan de 1536, momento del reparto de tierras en las vegas de Tafira, cuyas nuevas cosechas de cereales y árboles frutales necesitaban su riego, y de la concesión o confirmación de una data de tierras en la Vega Vieja del Gamonal a Juan de Siberio Mújica, hijo del conquistador Juan de Siberio, el 15 de mayo de ese año y posteriores adquisiciones de tierras de sequero en la zona de Tafira y Barranco Seco, como el caso de Diego García de Nogales que en diciembre de 1537 adquirió 40 fanegadas a la viuda Inés Báez. El canal se construyó para asegurar el reparto y la medida del agua entre los partícipes de la comunidad de riegos, y adquirió plena identidad en pleno siglo XVIII, cuando los fraccionamientos de los partícipes se acentúan y se requería una mayor precisión en los repartos a las haciendas de los ricos propietarios que ya existían en el lugar, como la de Francisco de Montesdeoca, la de Marzagán, la de los Salvago, la del clérigo Matías Lorenzo Fernández, en La Calzada, luego del mercader de origen irlandés Diego O'Shanahan, o la de los dominicos del convento capitalino de san Pedro Mártir, enclavado en el mismo lugar donde luego se estableció el hotel Los Frailes. De este modo se fueron construyendo singulares obras hidráulicas para la conducción de las aguas a los distintos cultivos, destacando las acequias y acueductos como el de El Gamonal Bajo, con cinco ojos o arcos de medio punto, que salvaba las dificultades del terreno, o el acueducto de Tafira, ahora rehabilitado, hechos en cantería de mamposterías, con argamasa de arena y cal, que hoy son preciados bienes patrimoniales junto a un complejo sistema de cantoneras, ramales y machos de riego, lavaderos, estanques. Un legado hidráulico que representa una obra de arte etnográfica de distintos estilos que ha ido tejiendo desde los últimos cinco siglos un paisaje del alma, los caminos del agua, la mayoría de ellos perdidos por el abandono de la actividad y la maleza. 

 

Varias fotos del estado actual del acueducto de El Gamonal (fotos: Iraya Padrón)

 

El origen y derivación de la Acequia de Tafira, hecha en piedra y cal, entre 25 y 40 centímetros de ancho en distintos tramos, estaba en su naciente cumbrero, en el barrancode El Caidero (Vega de San Mateo). Desde aquel punto se recogían, barranco abajo, todos los minaderos y filtraciones hasta el lugar de Los Chorros, donde más tarde se construyó una presa de argamasa. A partir de allí sendirigía la gruesa del agua por la acequia para descender hasta el estanque de Tafira, ya en Las Palmas de Gran Canaria, cuyo depósito tenía por objeto recoger las aguas por la noche para regarlas con el día. El trayecto de la acequia tenía tres leguas en línea recta y atravesaba la calle del Aguande San Mateo, seguía su curso descendente hacia El Madroñal, serpenteando la carretera del Centro, en dirección a La Grama, San José de las Vegas, El Monte, pasaba por delante del Hotel Santa Brígida y seguía hacia la Cruz del Inglés, atravesando zonas agrícolas –hoy urbanizadas– en demanda de Tafira, donde se encontraban la cantonera de distribución de aguas y El Tanque (estanque), nombre que recibió esa zona próxima a la actual iglesia parroquial.

 



Niños acarreando agua de la acequia de Tafira, en la zona de El Tanque, en Tafira (fondo: Las Palmas ayer)

 

Una imagen del actual acueducto rehabilitado de Tafira (foto: Pedro Socorro)

 

Pérdida de muchos tramos. Según las ordenanzas de esta comunidad de regantes, aprobadas por Real Orden del 5 de marzo de 1880, la acequia tenía varias servidumbres para dejar tomar el agua a los regantes próximos al pueblo de Santa Brígida, como la casa del boticario José Santana Ramos el Cubano, hoy sede de la Casa del Vino, y al entrar a El Monte, a los propietarios de la finca de la Hoya de El Batán, donde se encontraba el molino de Bartolito, inactivo desde los años sesenta del siglo pasado. La Heredad contaba con una serie de trabajadores como repartidores, alcaldes de agua, celador, que era el encargado de vigilar la seguridad y la legítima distribución de las aguas para evitar hurtos, y el acequiero, dedicado al mantenimiento y limpieza de la acequia; labores estas que en el siglo pasado, y tras la Guerra Civil, correspondían a Paquito el del agua. Entonces era presidente de la Heredad José de la Rocha, y secretario Manuel Quesada. A maestro Paco le sustituiría maestro Pedro, repartidor entre las décadas de1950 hasta1979, que realizaba sus tareas junto a Antoñito, el Guarda, ambos dotados de uniformes, incluidos unos cinturones con el escudo de la Heredad. El último ranchero de la misma fue Cristóbal Ramírez Santana, nacido en la Vega de San Mateo y vecino de Santa Brígida, que trabajó entre 1966 y 1998, dedicado desde los primeros años a excavar las galerías con la empresa familiar, de la que su padre era contratista, terminando de maquinista en el pozo del Caidero. Cuenta su familia que todas las noches achicaba el pozo hasta que, en torno a 1982, el pozo dejó de producir. Aun así, la acequia seguía utilizándose, gracias al suministro de otros pozos y la lluvia. Hasta 1998, tanto el canal como sus infraestructuras estaban intactos, pero a partir de entonces comenzó el deterioro.

 

Lamentablemente,el viejo canal que dibujaba los contornos del Centro de la isla ha perdido gran parte de sus tramos y de su infraestructura tradicional, bajo el asfalto. Las instituciones públicas han carecido de interés, voluntad y de la correcta estimación de tales valores. La consecuencia de esa desidia es que, aunque esta acequia forma parte de la carta etnográfica del municipio desde 1994 y del Plan Estratégico del Ayuntamiento de Santa Brígida (2017), el cauce sigue esperando una actuación efectiva de protección y conservación del rico patrimonio, y esto a pesar de ser uno de los ejemplos más reconocibles de la tradición agraria de las medianías grancanarias. No ha tenido suerte la centenaria acequia en los sucesivos planes de la carretera insular GC-111, gestionados por parte del Servicio de Carreteras del Cabildo, para convertirla en un monumento vivo y de bienvenida a la Villa para los visitantes que se acerquen por esa vía alternativa. Pasan los años y ese canal de gran valor histórico y patrimonial, a la vista de todos y a la entrada de Santa Brígida, no ha logrado una iniciativa pública que rompa por fin la tenaza de la rutina y el espíritu burocrático y de abandono que nos invade.

 

Acequia de reparto del agua en El Gamonal (foto: P. S.)

 

Cubo del viejo molino de la Heredad, situado en el barranco de El Gamonal (foto: P. S.)

 

Mujeres lavando en la acequia de Tafira hacia 1958 (fondo: Fedac)

 

 

La sonoridad de un canal

En su histórica ruta la acequia llegó a mover hasta diez molinos harineros, con vida y personalidad propia, y en algunos puntos de su trazado ofrecía la posibilidad de lavar la ropa en la acequia cuando la lavadora aún no había sido inventada. En algunos tramos debía dar saltos, ir por debajo de casas y en otros la acequia tuvo que reforzarse con muros de piedras o con obra de fábrica en mampostería ordinaria. Para entonces, El Monte Lentiscal era una pasarela a la que aún no había devorado el tráfico. Un paseo plácido para los extranjeros y veraneantes que podían ver cómo las mujeres talayeras lavaban la ropa en la sonora acequia, en el exterior del Hotel Santa Brígida, o disfrutar de algunas compras en los puestos callejeros llenos de manteles y calados canarios, piezas de alfarería y otros souvenirs (pulseras, cucharillas y muñecas) que esos días atendían los cambulloneros desplazados hasta este lugar. Todo aquello formaba un verdadero espectáculo que atraía la atención de los turistas cuando todavía El Monte era un lugar entrañable que caminaba a otro ritmo, porque los coches no habían conquistado aún la carretera.

     La música junto a la acequia era un espectáculo vivo y en directo. Ir de belingo a El Monte equivalía a participar en un «tenderete», y además con el regreso asegurado, porque el carruaje debía permanecer en el lugar o acercarse a tiempo y poder subirse al coche de hora, como advertía el escritor Orlando Hernández. Ya los vamos de belingo, súbete que arranca el coche; trae la guitarra afinada, que no los coja la noche. Con guitarras, timples y bandurrias diversos jóvenes parranderos solían plantarse candorosamente ante las románticas ventanas de Tafira Alta y Monte Coello, en aquellas memorables serenatas estivales junto al arrullo del agua en la desaparecida acequia que, entonces, al estar a más altura que la carretera, servía para que aquella muchachada hechizada por la música se apoyara junto al leve riachuelo y se enardeciera con la música y el clamor de las voces. Entre aquellos adolescentes se encontraba el malogrado Orlando García Ramos, quien daba sus primerizos rasgueos de guitarra con tanto primor que pareciera que con los dedos se hurgaba en el alma. Por supuesto, mucho antes de cofundar el programa televisivo Tenderete, ponerse a investigar y escribir sobre Voces y frases de las Islas Canarias y convertirse en campeón de Canarias tocando el requinto.

 

 

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