A la memoria de Juan José Acosta de León,
empleado público del Ayuntamiento
Solo sé, de manera definida,
que en esta noche de la duda incierta,
tengo una puerta que orienté a la Vida
y una ventana a lo Infinito abierta...
Sirva este pensamiento poético del escritor y periodista tinerfeño Luis Álvarez Cruz para que el pregonero agradezca, en primer lugar, la oportunidad de serlo; y afronte el trance con decidido afán tanto de estar a la altura de las exigencias de lo que la fiesta simboliza, como de corresponder a quienes la preparan con tanto esmero: al pueblo candelariero.
Alcaldesa, prior, señoras y señores capitulares, dignísimas autoridades, representaciones, amigas y amigos:
Conste que la puerta no es para llenar de vivencias personales y utilitarismos nostálgicos un cometido que asumimos con el entusiasmo y la responsabilidad que se aceptan en estos encargos. Todo lo más: admitan que el relato será otra prueba de la vocación latente para plasmar ideas y contar cosas. Es la puerta orientada a una existencia muy pegada al oficio, alternado con el ejercicio de responsabilidades públicas en distintas instituciones que, aunque parezca paradójico, fortaleció aquel, el oficio, labrado en un aprendizaje permanente que nos ha llevado a recorrer caminos y escenarios en pos de conocer mejor la historia, el costumbrismo, los sentimientos y la idiosincrasia de los pueblos.
La ventana al Infinito, pues, está abierta. Desde ella, contemplamos "El soneto del Sur" del mismo Álvarez Cruz:
Primero fue la tierra, la tierra ensimismada
en un sueño grandioso y un parturiento afán;
la tierra interminable, generosa, sagrada:
la que nos da la vida, el reposo y el pan.
Tal como esta del sur, que arde al sol, impregnada
del sudor de los hombres que por la historia van
trazando, surco a surco, la leyenda dorada
cuyo héroe asume la forma de un titán.
Canta el agua en la acequia. Quema el sol en la altura.
El hombre de estas tierras sabe el hambre y la hartura
del pegujal arisco que escarba con tesón.
Hombre del sur, ¿qué siembras en la heredad que labras?
Siembras algo inaudito que tiembla en mis palabras
¡porque tú echas al surco tu propio corazón!
Desde la ventana, nos asomamos a los hitos que tan admirablemente glosara en su obra investigadora y de cronista el profesor universitario Rodríguez Delgado, cuya antología de textos descriptivos, recogida en La evolución de un municipio a lo largo de cinco siglos, constituye la primera entrega de la colección bibliográfica Crónicas de Candelaria.
Desde la época aborigen hasta la aparición de la Virgen, el aluvión de 1826 que arrambló el castillo de San Pedro y la primitiva imagen, el último incendio de 1789 que destruyó el convento y la basílica, la construcción de esta, romerías, fiestas, costumbres y promesas infinitas, la peregrinación perdurable..., la duda incierta se va despejando ante los testimonios escritos y orales que nutren la historia de Candelaria.
Hay una bendición celta que dice: “Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano”. El pregonero también es peregrino. Igual que el cristiano que se dirige a Lourdes, o quienes van a Santiago de Compostela, o el musulmán de camino a La Meca, o un hindú hacia Ganges, hay tanto que descubrir... Nos emplaza el periodista y político peruano Ricardo Palma: “Cumple con la gratitud del peregrino, no olvidar nunca la fuente que apagó su sed, la palmera que le brindó frescor y sombra, y el dulce oasis donde vio abrirse un horizonte a su esperanza”.
Peregrino del norte insular, como debió sentirse la inquieta viajera y escritora irlandesa Olivia Stone quien, durante nueve meses, acompañada de su esposo, recorrió todas las Islas. Sus impresiones quedaron reflejadas en Tenerife y sus seis satélites, libro publicado en Londres en 1887. No visitó Candelaria, apunta Rodríguez Delgado, pero aludió a la localidad:
Cuando Diego de Herrera -escribe- vino a Tenerife en 1464, se llevó a un joven que, tras ser instruido en la religión católica, se convirtió en devoto de la Virgen. Posteriormente, cuando Herrera viajaba entre las islas, este guanche, bautizado con el nombre de Antonio, sintiendo aparentemente deseos de regresar a su hogar, logró escaparse. Inmediatamente informó a sus compatriotas de que la imagen que habían adorado durante tanto tiempo sin saberlo, era, en realidad, la Virgen María. De aquí surgió, sin lugar a dudas -es la tesis de Stone- la idea de que los guanches ya adoraban a la Virgen antes de la conquista.
Otra peregrina procedente del norte tinerfeño, la poetisa y escritora cubana, académica Dulce María Loynaz, premio Cervantes de Literatura en 1992, residente en la isla en la segunda mitad del siglo XX, nos traslada hasta la Candelaria de entonces, cómo se llegaba, cómo se desenvolvían los peregrinos:
El camino va por el sur, que es tierra fragosa metida entre barrancos y cráteres más o menos apagados; pero hoy -detalla la fecha del 15 de agosto- el paisaje cobra súbita vida animado por el desfile de automóviles y carretas engalanadas, con palmas, campesinos cabalgando en camellos lentos y gentes que van a pie a cumplir votos salidos casi todos de sus casas desde la noche, en peregrinación al santuario.
Bajando por los enjutos senderos desovillados, subiendo por hondonadas y torrenteras, afluyen sin cesar hilos hormigueantes de romeros, entreverados algunas veces por gente un tanto ajena a ardores místicos: vendedores de frutas, juglares y solteras en busca de novio.
Loynaz es rotunda al afirmar que “aquí puede decirse que la devoción a Nuestra Señora de Candelaria es sincera y de firme arraigo popular. Cada uno, a su modo, invoca a la Virgen, la mima, la acompaña, la emplaza muchas veces y otras muchas conversa tranquilamente con ella. Porque la Candelaria es la patrona de las islas por derecho propio. Ella llegó primero y conquistó por su sola presencia majestuosa”. La autora cubana deja unas líneas ilustrativas de cómo se vivía entonces la festividad:
Al áspero rasgueo de las guitarras hace coro la resaca barriendo las arenas; la muchedumbre gira como un inmenso carrusel de feria arrastrando en su remolino la bella copla desgarrada:
Todas las canarias son
como ese Teide gigante:
mucha nieve en el semblante
y fuego en el corazón.
Pero nadie como un poeta inmenso, como un gomero universal, Pedro García Cabrera, cantó a Candelaria, con tanta plétora metafórica, con tanto sentimiento intimista, con su valentía explícita. El poema, exquisito, de su Vuelta a la isla, merece ser reproducido:
Tengo pintadas de un verde
gemelo de las tuneras
la finca de mis amores
mis barcas candelarieras.
Con ellas salgo a pescar
cuando asoman las estrellas;
cho Juan gobierna la mía,
yo llevo la de mi suegra.
Pero esta noche la mar
tiene muy mala madera;
se ha puesto toro y no hay muro
de lluvia que lo detenga,
tajamar que la domine
ni timones que la entiendan.
Esta noche no podrán
ir a ganarme las perras.
Son de talantes esquivos
varadas en la ribera
e íntimamente cordiales
si las espumas las besan.
Y qué gusto da mirarlas
por esas mares afuera
como dos buenas muchachas
columpiando las caderas.
Pero este dichoso sur
se está comiendo una breva
aunque las sardinas campen
como si nada ocurriera.
Y no veré sus gorgoras
ni empuñaré la jareta.
Las sardinas son muy suyas
y van formando una pella,
solo si huelen toninas
se desparraman y riegan.
Desde que tengo razón
son las sardinas mis perlas,
mis relámpagos del gozo,
mis hierbas de curandera,
mis higos chumbos del mar,
mis cheques de Venezuela.
En torno de sus puñales
mi noche está dando vueltas.
Las quiero como a mí mismo,
son los frutos de mi hacienda.
Por los planchados azules
quedan a la descubierta
los almidonados fuegos
que burilan las candelas.
Y viéndolas se me van
las angustias que me arenan,
ardiendo en sus argentíes
la obra muerta de mis penas.
Esta noche no será:
ni agenciaré mi molienda,
ni podré pegar un ojo,
ni dar fondo a la tristeza,
que yo me la paso en blanco
cuando se pone tan negra.
Si siguen así las cosas,
la Virgen me favorezca,
que si todo viene a pelo
soplando el viento a derechas,
me basto solo y me sobro
con mis brazos y mis piernas.
Pregonero y autoridades
También el relato del polígrafo realejero recoge la aparición de la imagen, afirmando que no detendrá su mirada en hacer reflexiones acerca de las maravillosas circunstancias de esta historia, “bien que en el discurso de la obra presente se nos ofrecerán algunas ocasiones favorables de proseguirla, sin que hayamos adelantado hasta aquí otras noticias que las que ha fijado entre nosotros la voz de una tradición respetable, aunque nacida quizá entre los mismos bárbaros, promovida entre los pobladores de Tenerife y sostenida noventa y cinco años después de su conquista por los escritos de fray Alonso de Espinosa, dominico, quien, como advierte, "la alcanzó y pudo sacar a luz de entre aquellos oscuros tiempos, sin que hallase cosa alguna escrita que le satisfaciese”.
Dejando a un lado el siglo XVIII y acercándonos al XIX, no podemos obviar una cita a la descripción del aluvión de 1826, concretamente al texto redactado por el sacerdote Antonio Santiago Barrios. En el mismo se proporcionan diversos detalles que permiten también advertir el triste final de la imagen, siendo reemplazada la misma por una nueva obra del destacado escultor orotavense Fernando Estévez de Salas (1788-1854). Se trató de un proceso complejo, tal y como describe el profesor y cronista oficial de Candelaria, ya citado, miembro del Instituto de Estudios Canarios y vicepresidente de la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias, Octavio Rodríguez Delgado, en un artículo en su blog con el título “El terrible aluvión que azotó Tenerife en 1826 y sus irreparables daños en Candelaria”. En esa aportación, apunta cómo incluso antes de solicitar una nueva imagen, llegaron a pedir “que se les cediese la imagen de la Virgen del Socorro, que se veneraba en su ermita de Güímar, pero los vecinos de este pueblo se opusieron a ello frontalmente. Por este motivo, una vez perdida la esperanza de que apareciera y creyendo necesario el que se colocara otra en su lugar, al año siguiente encargaron una nueva imagen”.
Sin embargo, en la ermita de santa Úrsula, ubicada en el municipio de Adeje, existe otra talla que bien pudiera tratarse de la imagen original, pues los marqueses de Adeje solicitaron con anterioridad a su desaparición una copia y pudieron en realidad entregar el resultado de su petición y no la original, que se guardó en la Casa Fuerte. Es esta una cuestión sobre la que han reflexionado historiadores como Gerardo Pérez Fuentes, María Jesús Riquelme en su obra La Virgen de Candelaria y las Islas Canarias o incluso el recordado catedrático Jesús Hernández Perera. Todo ello en atención a los rasgos y características que definen la imagen y describiendo sus particularidades. Para los historiadores y otros especialistas, es lógico pensar en la posibilidad de que la imagen tuviera varias copias y que la que se encuentra en la actual ermita de Adeje sea una más dentro de ese proceso.
Llegados al siglo XX, el pregonero desgrana someramente algunas vivencias, algunas remembranzas, sencillamente para hacer más cercana y más personal esta visión que ya no es, por tanto, la mirada de otros. En la memoria se almacena el recuerdo de aquella peregrinación, vivida junto al agustino padre Federico, que realizó la Virgen de Candelaria en el año 1964. Recorrió pueblo a pueblo la isla, un periplo que duraría más de tres meses por una misma finalidad: recaudar fondos para la construcción de un nuevo seminario, un espacio que, abierto a la formación de futuros sacerdotes, garantizara que estos continuasen difundiendo la fe entre la población y desarrollasen la tarea pastoral.
De aquellos años de adolescencia, ya salpicada por la emigración familiar, quedan las conversaciones domésticas sobre la excursión a Candelaria; las reservas de asientos en los camiones adornados por hojas de palma; el paso, siempre inquietante, por la Cuesta de las Tablas de la Carretera Vieja y el impacto que significaba asistir a un encuentro de fútbol que se interrumpía cuando pasaba la guagua.
No sería ni la primera ni la última vez que la Virgen emprendió una peregrinación pues ya desde el año 1994 ha cumplimentado una serie de visitas, destacando en ese año por la conmemoración del quinto centenario de Santa Cruz de Tenerife y en La Laguna en 1997, decretando a partir de entonces el obispo la peregrinación cada siete años, a Santa Cruz y luego a La Laguna.
Dentro de unos meses, concretamente en octubre, con motivo en esta ocasión del bicentenario de la Diócesis Nivariense, se vivirá una nueva exposición de fervor y entrega hacia una imagen que, como Patrona de Canarias, es un símbolo que agrupa a los canarios, proyecta su significado al exterior y nos cohesiona, sin lugar a dudas, como pueblo. Y atentos todos porque, con toda humildad, decimos que hay que evitar la instrumentalización del hecho religioso.
Su presencia une a su vez América y Canarias, o Canarias y América, tal y como reflejaría el recordado David Fernández en su obra Biografía de Candelaria, citando cómo en el país venezolano su culto se extiende desde el Distrito Federal al Estado Anzoátegui, y por los estados Apure, Aragua, Bolívar, Carabobo, Cojedes, Falcón, Guárico, Lara, Mérida, Miranda, Nueva Esparta, Portuguesa, Sucre, Táchira, Trujillo, Yaracuy y el Estado Zulia. No cabe duda de que el mar ha unido ambas orillas durante siglos a través de un proceso constante y continuo en la historia de Canarias: la emigración. A través del mar llegó la imagen al lugar y un día triste del año 1826, recordado para los anales de la historia, desapareció a través del mar. El fervor del pueblo recuperaría de nuevo una talla que hoy, desde su Santuario, mira al mar y extiende su visión ante todos.
Portada del programa de las fiestas de 2018.
El pregonero se acerca al final. Lo hace deseando venturas y felices celebraciones. Los candelarieros de Araya, Barranco Hondo, Las Caletillas, Las Cuevecitas, el Casco, Punta Larga, Malpaís, Igueste, Santa Ana, Playa La Viuda o El Pozo, se agrupan, junto a isleños de todas las latitudes, para dar vida a una singular estampa de peregrinación, para compartir la solemnidad y también la alegría, el desenfado, los motivos lúdicos y propios de la fiesta popular.
Serviría un poema del recordado Juan Pérez Delgado, el célebre e inolvidable Nijota, quien, de forma magistral, reflejaría el carácter único de una celebración como esta bajo el título “Candelaria, hace cincuenta años”:
Gran calor. Noche serena.
Arena. Miles de ruidos.
Arena. Gente, estampidos.
Silbos, cantos, más arena.
El mar, la playa, una calle
(la de la Arena). Más gente
al por mayor y al detalle.
Vino y cerveza caliente.
Un cantar, un grito, un nombre.
Un baile, una discusión.
Un acordeón y un hombre.
Otro hombre y otro acordeón.
Alegres, pícaras danzas
de doncellas y donceles.
Guanches con pieles y lanzas.
Guanches sin lanzas ni pieles.
Una parranda, una racha
de estribillos de mal gusto.
Cachetada a una muchacha
por madre de ceño adusto.
Uvas de Arafo en su cesta,
Vendidas por guapas mozas.
Si la sed es más molesta
¡Gaseosa, gaseosa!
Fea caída en arena
debida a ruin empujón.
Trifulca a trompada plena.
Guardia Civil en acción.
Maldiciones, vivas, gritos,
ajijídes, oraciones.
Guitarras, hueseras, pitos,
panderetas, acordeones.
Trajes de chillonas telas.
Cien mujeres de rodillas
con una, dos, tres, diez velas,
y chiquillos y chiquillas.
Ruido del mar, ronco ruido.
Grave canto clerical.
Aquí y allá el gran chillido
de una mujer con un "mal".
La masa espesa se soba.
Y entre el gemido y la trova,
entre el grito y la plegaria
un ciego empieza una "loba":
¡Oh, Virgen de Candelaria!
Candelaria, pueblo venturoso
relicario de tu imagen santa,
horno y centro del amor isleño,
cuna y fuente de la fe canaria.