Es sabido que el ser humano va dejando huellas de su paso por los lugares más recónditos del mundo. Graba y pinta sobre superficies rocosas innumerables representaciones con formas variadas. Es capaz de plasmar imágenes realistas y/o esquematizaciones y abstracciones de conceptos iconográficos, símbolos y signos que reflejan vivencias, pensamientos y creencias. En nuestra vida cotidiana nos vemos rodeados de signos y símbolos de los que casi nada sabemos de sus orígenes y razones de su existencia. Uno de ellos es la tipología que semeja una cruz, motivo muy representado y extendido entre las culturas pretéritas no cristianas, considerada un signo universal. Su sencillo trazo se ajusta a lo que conocemos como estilo figurativo, pues reproduce los elementos gráficos básicos, convirtiéndolos en meros esbozos, pero sin perder los rasgos mínimos de identificación humana.
La figura humana es uno de los motivos más pródigos usado por los antiguos, cimentado en un trazo vertical (el tronco) con brazos extendidos. Desde el Neolítico se redujeron sus imágenes mediante formas estilizadas, en las cuales solamente se representan las fisionomías básicas de cada figura sin perder sus detalles identitarios. En la isla de La Palma las muestras de arte rupestre esquemático de carácter antropomorfo han ampliado enormemente su catálogo. Actualmente, unos 30 lugares exhiben formas aparentemente humanas que escapan a la iconografía general geométrica que identifica a la Isla y representan ya el 7 % del total de las manifestaciones rupestres.
Aunque las citas que nos han precedido tan solo confirmaban la presencia de cruces cristianas históricas (Mauro Hernández y L. Diego Cuscoy, 1971), los primeros estudios pormenorizados se publican, de forma paralela, en 1993. Por un lado, Francisco J. de La Rosa y Juan F. Navarro ahondan en las tesis cruciformes y, por otro, Miguel A. Martín (el que suscribe) argumenta la condición antropomórfica de las formas talladas de Lomo Boyero (Breña Alta), único yacimiento de estas características conocido hasta ese momento. La posterior labor de prospección del equipo y colaboradores de la Asociación Iruene La Palma permitió localizar nuevos emplazamientos, algunos inéditos, poniendo en valor un tipo de manifestación rupestre merecedora de una atención especial.
Los conjuntos estudiados carecen de una composición definida en nuestra lógica occidental, utilizan el soporte pétreo -tanto basalto como toba volcánica- con total libertad sin disciplina dispositiva aparente, tamaños y formas. Es “desordenado”, sin relación aparente entre el modo, la cualidad, el fondo, las distancias entre una figura y otra, sin escalas o proporciones. No existe equilibrio entre los márgenes, se muestran espacios llenos y otros vacíos. Tampoco razonan como nosotros y miran el espacio de forma diferente, sus planteamientos son incomparables, ambiguos, con aparentes contradicciones y mezclas de acontecimientos. Repiten los mismos signos una y otra vez como parte de un proyecto gráfico con un sentido del orden en sintonía con una actitud que dista mucho de ser caótica. El individuo aparece representado esquemáticamente, de una manera estilizada donde los rasgos de la cara se omiten, ocultando su rostro. La condición indispensable es identificar, a través de sus formas, el sentido fenoménico de las imágenes representadas. En la isla de La Palma podemos apreciar diversos aspectos recurrentes de posturas corporales en movimiento, desde las más simples a modo de cruz con las piernas juntas y los brazos extendidos, hasta las que admiten extremidades que prolongan el trazo hacia arriba o hacia abajo, e incluso en conjunción encerrados en un círculo.
Todas las figuras muestran diferentes grados de esquematización, de modo que pueden presentar -o no, según el caso- determinados elementos anatómicos como brazos, piernas, indicación de la cabeza o del sexo masculino. Sin embargo, los artistas awara pusieron gran cuidado en resaltar los detalles que le interesaban, descuidando los que consideraba inútiles como los rasgos de la cara, las manos, los pies, los dedos de ambas extremidades, adornos corporales visibles y objetos.
El humano es el prototipo y el centro de atención, se percibe a sí mismo como modelo y símbolo. Aparentemente los motivos presentan formas fijadas con diseños sencillos definidos mediante varios trazos gruesos y toscos en posición erguida. Dan la impresión de representar movimiento por la forma en que están figurados sus extremidades superiores extendidas o flexionadas hasta la cabeza o los pies. La composición es conceptual.
Las estaciones principales se localizan en Lomo Boyero y Topo de Lomo Boyero (Breña Alta), El Espigón, La Suerte y Barranco de Nogales (Puntallana), Fuente de La Fajana (Barlovento), Camino del Calvario, Barranco de Las Calderas, Hoyo del Palmar y Don Pedro (Garafía), Veta de Los Cardones de Arriba (Tijarafe), Barranco Hondo (Villa de Mazo). No son las únicas, en estos últimos meses hemos visitado nuevos conjuntos inéditos. A modo anecdótico, se debe resaltar que hace muy poco tiempo observamos un antropomorfo de mas de 1,40 m siendo, al menos de momento, el petroglifo de mayores dimensiones de La Palma (imagen que acompaña este artículo).
La inmensa mayoría se localiza en entornos cultuales asociados a otros elementos religiosos como canales y cazoletas o grabados rupestres geométricos e incluso alfabetiformes -Barranco de Nogales-. Estas imágenes generan un cierto estado de solidaridad con todo lo que lo circunda. Los soportes fueron seleccionados conscientemente para establecer una relación directa con los astros. Espacio y tiempo ensamblados armónicamente.
¿Representan personas, ancestros, espíritus o deidades? Lo que está claro es que no exteriorizan atributos concretos. Sin embargo, la aparente simplicidad en las representaciones antropomorfas no implica un espíritu simple o un procedimiento elemental. El soporte (el punto de partida) sobre el que se sustenta el símbolo tiene la intención de evocar, de apuntar hacia otra representación visible que allí se manifiesta, dispersando una intencionalidad que se expande y prolifera en otros ámbitos. Existe una corriente común que se distribuye por diferentes lugares de la Isla, fijada por las normas que rigen una sociedad. Estos gestos sirven de señales y actúan sobre los receptores como un mecanismo que desencadena determinadas conductas. Sirven para categorizar e interpretar la búsqueda de regularidades y de orden en lo percibido, patrones o esquemas perceptivos que contribuyen a reconocer los objetos y que, por consiguiente, facilitan una rápida orientación.
Una colectividad simboliza sus emociones religiosas y su noción de universo en repeticiones constantes (un continuum), eternas y ritualizadas, para mantener el orden del cosmos. Al presentar todos los sitios un patrón regular en sus orientaciones, nos hace suponer una idea específica cuya comprensión axiomática se nos escapa puesto que el mensaje de la representación no se reconoce con claridad. Los detalles de las distintas posturas no podemos percibirlas, en la actualidad, como lo harían los antiguos. Uno quiere pensar en composturas de adoración y/o danza, como forma de expresión universal colectiva de carácter festivo. Son las maneras de participar en el poder colectivo espiritual entre los humanos y los dioses; en este caso, tipificados principalmente en el Sol del invierno, la constelación de la Cruz del Sur, Canopo y las constelaciones del Norte (Casiopea, Osa Mayor y Osa Menor).
Los espacios rituales son elegidos atendiendo a un contexto cósmico. La aparición sobre el horizonte de determinadas estrellas, asterismos o constelaciones da orden a la temporalidad. El resultado de esta observación es el amplio predominio de orientaciones hacia el invierno desde diversos elementos celestes visibles en el período de lluvias, así como la presencia de varias figuras humanas con el órgano sexual masculino en erección (Lomo Boyero). Encierra, por tanto, un componente significativo analógico de manifestación de lo sagrado (epifanía), de comunicación entre los elementos, de celebración, de cultos a la fertilidad humana, animal y vegetal, de re-nacer nuevamente, de productividad y abundancia…
Más información en revista Iruene nº 8 (2016). Miguel A. Martín González es historiador, profesor y fundador director de la revista Iruene.